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Harto de ser lo que se espera, harto de hilar para sentirme inteligente... 
Escrito por Yosi_ el martes, 10 de enero de 2012

Al eco de los últimos compases de una nueva apología al ya clásico “vivan las caenas”, hay quien despierta atónito al descubrir que ya nos la han vuelto a liar. Previsible, tedioso e inevitable como viene desarrollándose a lo largo de una etapa de la que ya cuesta recordar el inicio, el panorama económico va y viene sin dar explicaciones, saltando a la palestra cada poco tiempo con algún nuevo término extravagante que hasta la fecha nadie conocía, y que sin embargo súbitamente se transforma en la cuestión de la que todo el mundo se preocupa y para la cual prácticamente cualquier solución está justificada. Bien pudiera parecer que cada semana nos jugamos la bolsa y la vida en base a criterios que, cada vez con mayor intensidad, aparentan ser tan aleatorios como oportunistas y tendenciosos.

No obstante, en un admirable juego de manos en el que las malas noticias se suceden a golpe de titulares alarmantes e ininteligibles (al menos en un sentido profundo), el común de los mortales parece convencerse de que todo va fatal, de que hay razones de peso para que eso sea así, y de que la única solución pasa por reconducir el contexto actual hasta que vuelva a ser como justo antes de que todo empezase a ir tan mal. Dejando a un lado la gran obviedad que constituye el hecho de que el resultado más probable al tratar de resolver un problema reproduciendo sus causas sea volver a caer en dicho problema, resulta más llamativo si cabe que se caiga una y otra vez en la eterna amnesia tan característica no ya de este país, sino de todas las sociedades mediatizadas, que empuja a creer que acierta cualquiera que de una u otra forma se oponga al último que se ha equivocado, independientemente de lo que el sentido común o la memoria a medio plazo parezcan indicar con toda insistencia.

Pese a todo, las motivaciones de todas las partes que toman parte en la comedia son tan ofensivamente claras que ya no falta quien cuestiona con toda claridad señalando culpables sin que nadie tenga que molestarse siquiera en censurar el mensaje. El drama a estas alturas no es tanto que dicho mensaje en muchas ocasiones sea escandaloso y completamente cierto, sino que nos estamos insensibilizando ante él hasta el punto de que ni siquiera es necesario tratar de ocultarlo. En este caso, la victoria del poder sobre las ideas y el espíritu crítico no consiste en que el primero haya logrado acallar a los segundos, sino en que ni siquiera deba preocuparse de ellos para prevalecer con total tranquilidad.

Y al hilo de los mismos intereses, resulta particularmente peligroso el argumento que defiende que la sucesión de acontecimientos, al menos en el ámbito nacional, se debe fundamentalmente a que hayamos pasado años (un “hayamos” que en realidad es “hayáis”, porque siempre va referido a la sociedad en pleno salvo el hablante y sus protegidos) viviendo por encima de nuestras posibilidades. La malicia de la expresión no radica en que afirme que el ciudadano medio de este país ha pasado bastante tiempo especulando y consumiendo como un auténtico salvaje, como si le fuera en ello la felicidad y la vida entera, lo cual es completamente cierto. El problema está en el matiz que deja entrever el concepto “vivir por encima de”, la asociación nada inocente que se establece entre un poder de consumo elevado y una alta calidad de vida. Está también en que se pretenda hacernos aterrizar asumiendo cuáles son en realidad nuestras “posibilidades”, pero planteándolo de tal forma que la autodisciplina y la resignación no sirvan sino para aumentar el deseo de recuperar el estatus soñado o perdido.
Quizá ante semejante panorama se haga más necesario que nunca dejar muy claro que tratar de llenar una vida vacía con un armatoste con ruedas de alta gama, que pretender ir tapando las miserias del día a día comprando electrónica de diseño, o que angustiarse endeudándose y especulando con montañas de ladrillos como única solución para escapar a una rutina agónica e interminable, jamás debería ser tildado de inalcanzable ni exhibido como objeto de deseo. Es, o debería ser, simple y llanamente indeseable.
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Escrito por Yosi_ el martes, 31 de mayo de 2011

Es jodido vivir en un mundo como este. Es jodido acostumbrarse a tener que ser crítico con las cosas pensando en lo poco que va bien y cargando contra todo lo demás, harto de vivir rodeado de listados inacabados de interminables enumeraciones de lo que a duras penas podría ir peor. Y algo falla, y falla gravemente, cuando lo que debería inspirar ciertas dosis de ilusión es lo que hace que todo se cubra de un negro aún más negro y haga pensar que apenas queda esperanza para otro paso más, para otra decepción, otra traición u otro tropiezo que fuerce el siguiente cuerpo a tierra.

El ambiente general dentro de los círculos tradicionalmente hartos de la situación actual, incluso a nivel internacional, es de optimismo desmedido, de batalla ganada y de guerra con un horizonte teñido de flores, de juveniles y entusiastas voces clamando al unísono ideas de justicia y paz social. Columnistas en los medios minoritarios, o en los grandes que basan su negocio en contar mentiras diferentes a las del resto, derrochan palabras de ánimo y brindan al sol por la “revolution” que se está llevando a cabo. Y mientras, desde fuera de la cúpula de buen rollo y cristal resplandeciente que cubre todos los sucesos englobados bajo el famoso hashtag, todo sigue exactamente igual.

Lo vacío del asunto recuerda en cierto modo a la actitud de quienes, siempre en absoluta minoría y ante la indiferencia de los que recientemente han descubierto que algo está mal y es necesario ponerse a montar videos enternecedores para que la policía reparta hostias con buen talante, paseaban por las plazas en días señalados enarbolando la maltrecha bandera tricolor y gritando “que viva la república” como solución a la casta política, a las injusticias, a la explotación, y en resumen, al sistema en sí mismo. Y digo que se trata de situaciones similares, porque en ambos casos el tirón consiste en proclamar un marco institucional que en principio no implica absolutamente nada para que cada uno lo rellene como crea más oportuno, pero sin entrar en detalles explícitos para posibilitar que un colectivo mayor sea capaz de sentirse representado y de emocionarse por una idea tan versátil como ambigua e inconcreta. Hemos aprendido mucho de marketing y poco de conciencia social, y esto no es más que la victoria definitiva de lo primero frente a lo segundo. Desde el principio el movimiento se ha bañado de apartidismo (imposibilitando de paso la aportación de cualquier idea contenida en el programa de algún partido existente, pervirtiendo el concepto de ideología como propiedad inherente a los actores del sistema actual), se han centrado los consensos en las quejas y se ha huido de las propuestas que han ido surgiendo, a cual más dispar, a cual más disparatada, voluble, carente de base, de fundamento o de visión de conjunto. Hemos hecho una “revolución” haciendo que miles de personas tengan la oportunidad de levantarse de una en una y gritar ante un megáfono, ante un compañero de acampada o ante el mundo:

- Hola, me llamo Fulanito y mi vida es una mierda. Algunos de mis problemas se parecen a los tuyos y otros entran en conflicto, pero renuncio a hablar sobre soluciones que podrían resultarte molestas para que grites junto a mí. Nada aparte de eso importa, quiero volver a sentirme parte de algo y ya he renunciado a tener un futuro, o una vida. A estas alturas solo necesito poder quejarme por ello y sentir que, por una vez, hay alguien que me escucha.

Y es que es evidente que todo el mundo esta en contra de la corrupción, excepto el corrupto. Todo el mundo esta en contra del derroche, salvo el derrochador. Incluso corruptos y derrochadores ven con muy malos ojos que sean otros quienes ejerzan dichos comportamientos, y por lo tanto es absurdo salir a la calle y decir eso pretendiendo que sea revolucionario. Hay que afrontar el hecho de que el problema de fondo es otro, mucho mayor y muy diferente, y es que la situación general no sería mejor si la rebaja de los derechos laborales fuese votada por gente perfectamente íntegra y de comportamiento estrictamente austero. Porque la rebaja sería la misma, como idéntica sería la riqueza que alcanzaría a los últimos eslabones de la sociedad: la mínima posible. Se hace necesario, incluso imprescindible, pararse a pensar sobre qué es lo que esta mal a un nivel mucho más profundo, aunque suponga herir sensibilidades y provocar que quien se manifiesta a tu lado deje de hacerlo porque comparta el enfado, pero no las motivaciones ni las direcciones del cambio. Hay que reflexionar y darse cuenta de que de nada sirve la modificación del sistema electoral español cuando lo que realmente frustra a la mayoría (inconscientemente, es cierto) es que independientemente de la forma en la que se quieran hacer las cuentas, la región, el país o el mundo van a seguir gobernados por individuos que comparten la misma forma de hacer las cosas (aquí están los resultados, haz números, prueba), parapetados tras símbolos de uno u otro color pero elegidos por la voluntad de una mayoría aplastante. Hay que darse cuenta de que es inútil hablar de democracia (por real que quiera hacerse) en un contexto social que carece por completo de la cultura, el sentimiento de colectividad y la amplitud de miras necesaria para tomar decisiones de forma consecuente y honesta. En una sociedad que es capaz de unirse para quejarse, pero que para ello se ve obligada a ocultarse las razones por las que realmente lo hace.
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Escrito por Yosi_ el domingo, 19 de diciembre de 2010

La que se ha montado. En el buen sentido, claro, con héroe popular víctima de conspiración incluido, casi a la altura de un buen guión de HBO. Y asuntos personales aparte, el tipo se ha jugado suficiente como para merecer ser la cara del lío durante un tiempo, incluso aunque el desenlace de su periplo personal de mano de la "diplomacia" internacional no acabe tan dramáticamente como en un principio cabía esperar (y eso aún está por ver). Se ha liado parda, el mundo (o la parte del mundo que pinta algo) se ha puesto nervioso y al parecer nos pasaremos una temporada inmersos en un caos mediático impensable de no ser porque quienes diseñan los titulares no parecen ponerse de acuerdo acerca de cómo minimizar los daños, y entre lobby y lobby, el gato se escapa de la redacción y no se está entreteniendo al pueblo con la diligencia con la que se debería. Y a raíz del imprevisto, la torpeza, y de esta última unos cuantos ríos de tinta (más que nada virtual) que hacen que el señor Assange se esté poniendo duro de pelar a base de ser incubado bajo los focos de la opinión pública de medio mundo, que a falta de otra diana a la que dirigir sus quejas (porque no hay derecho, y esto sí es dramático dadas las fechas, consumir cada vez está más caro), se despacha a base de bien repitiendo la consigna "Wikileaks" sin entender muy bien de que va todo este asunto. O igual, tal vez, resulta que todos los que parecen tener opinón acerca de todo esto, de repente se preocupan por los crímenes de guerra. Tal vez se preocupan por los manejos en política exterior que la CIA viene haciendo desde que Lenin vestía de corto, o porque en una guerra muy lejos de aquí alguien haya muerto con impunidad deliberada. O incluso por el hecho de que un gran lobby empresarial internacional tenga capacidad de influir en el gobierno español, inesperadísima tragedia, no lo quieran los dioses - nosotros que creíamos que en cuestión de lobbies, todo quedaba en casa. El argumento es claro: si los que ahora se inquietan lo hicieran de forma habitual, tal vez no habría tantos trapos sucios que sacar a paseo, porque seguramente quienes los manchan no ostentarían el poder que hoy tienen.

De cualquier forma no se debe malinterpretar la cuestión, porque realmente debemos mucho a Wikileaks y a todos los que detrás de esa organización, de uno u otro modo (e incluyo a las fuentes), colaboran en hacer periodismo heroico, del de verdad, el único que siempre debería haberse hecho y del que hace muchísimo (tal vez nunca, y no creo que haya que ser muy joven para afirmarlo) que no se ve en ningún gran medio de comunicación, sea del tipo que sea. Así que resucitar conceptos tan necesarios es bueno aún cuando solo sea a modo anecdótico (porque no cundirá ejemplo, no puede), para que dentro de un tiempo podamos echar la vista atrás y afirmar que una vez, gracias a que alguien se arriesgó por una idea, llegamos a leer un trozo de papel que los grandes poderes de todo el mundo no querían que leyésemos.

Y no obstante, tras tanto esfuerzo es una pena que quienes tenemos algún interés y ninguna capacidad para enmendarlo, ya lo supiésemos todo de antemano. Sabíamos que el ejército de cualquier nación mata, tortura y oculta a cambio de beneficios económicos o tácticos. Sabíamos que EEUU juega al ajedrez con la política internacional, que hay gobiernos que están debajo de otros, que hay gobiernos que incluso existen por el único hecho de estar debajo de otros. Y también que en el mundo hay grandes intereses privados que mueven enormes cantidades de influencias empleadas para legislar, juzgar, condenar o absolver, según sea el caso. Somos perfectamente conscientes, hace mucho, de que los beneficios egoístas de empresas o estados (olvidemos la democracia, nunca pensando en el "pueblo" concebido como suma de individualidades) se valoran muy por encima de ese documento maltratado y caduco llamado "Carta de los Derechos Humanos" que todos se han follado con total impunidad una y mil veces hasta el absurdo. Sabemos todo eso no por haberlo leído en ningún cable dirigido a un alto cargo, sino porque es la única explicación a absolutamente todo lo que ha ocurrido en todo el mundo en los últimos 20 o 30 años. Sencillamente porque de otro modo sería inexplicable que el caos, el azar o la ineptitud colectiva castiguen siempre a los mismos con dureza en nivel creciente. Porque nadie apuesta y gana siempre, salvo que ese alguien sea la banca.
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Escrito por Yosi_ el miércoles, 8 de septiembre de 2010

Ya hacía tiempo que no nos veíamos en una similar, huelga general bajo el símbolo del puño y la rosa. Novedad casi excitante a bote pronto, hace pensar que algo va a moverse tras años de anquilosamiento y pérdida tan inadvertida como cotidiana de derechos laborales antaño considerados básicos, irrenunciables. Y bueno, a grandes rasgos convocan los de siempre, los "oficiales", más que nada por ser los únicos con visibilidad y eco suficientes como para acometer una movilización de semejantes características. La pregunta que supongo todo el mundo se ha hecho o se hará en algún momento es si se decide participar en la "fiesta" o dejarlo pasar como algo que ni nos va, ni nos viene. En ese sentido y a nivel personal (porque la propuesta oficial está redactada en cómodos puntos) cabe hacerse dos preguntas que engloban a casi todas las demás: contra qué o quién se lleva a cabo la huelga, y al lado de quién.

Respecto al primer punto, en la mayor parte de los casos se trata de arremeter contra el "gobierno". Es decir, contra unas siglas, unas caras y una coyuntura personal (individual e individualista) desfavorable. Y nada más, ahí queda todo. Da igual la banca (porque tú eliges de quién eres cliente, ¿o no?), da igual el mundo empresarial (porque tú eliges qué condiciones laborales aceptas, ¿o no?) y da igual la ideología de base (o su ausencia) que dé lugar a los problemas concretos. Lo que se percibe al cabo del tiempo es un malestar procedente de un berrinche circunstancial que se puede aliviar a base de primas en dinero B o de burbujas recurrentes, pero que en cualquier caso no requiere de un verdadero cambio en ningún sentido. Lo preocupante del asunto es que a nivel general se trata de una huelga orquestada en contra de un colectivo de cabezas de turco que a día de hoy no tienen demasiado que perder, no con el fin de presionar ingenuamente para transmitir y hacer valer la voluntad colectiva, sino con el de dar a la multitud una salida para rebajar presiones diseñada por parte de una clase dirigente que desde un bando trata de detonar controladamente una situación que cerca de las elecciones resultaría mucho más destructiva, y desde el otro de utilizar la corriente como método de oposición populista antorcha en mano, aprovechando el fragor de las multitudes para ocultar que la receta es prácticamente la misma, salvo por unos cuantos retoques cosméticos como la intención de que las niñas ricas vuelvan a viajar a Londres para interrumpir sus inoportunos embarazos. Teniendo en cuenta todo eso, ciertamente es posible salir a la calle a luchar por lo que cada uno cree justo o conveniente (y lo ideal es que ambas cosas coincidan, sería realmente hermoso), pero no está de más ser consciente de cuál es el verdadero enemigo de las mayorías, máxime si se tiene la idea de que una huelga al uso cobra especial legitimidad en la medida en la que represente los intereses de un cierto porcentaje de la población.

Y a raíz de eso surge la pregunta no menos importante de a quién estás permitiendo que se coloque a tu lado a generar ruido mediático. Si partimos del hecho de que en las últimas elecciones generales (y en las anteriores, y en las otras...) una mayoría aplastante de la población con derecho a voto optó por dar su confianza a uno de los partidos abiertamente neoliberales con políticas ecónomicas y sociales descaradamente orientadas al individualismo competitivo, al beneficio de la banca y de las oligarquías empresariales dominantes, no creo que nadie pueda esperar milagros en un contexto de reivindicación de los derechos de los trabajadores, concepto completamente opuesto por definición a todo lo que el liberalismo engloba. La fórmula general girará, como siempre lo hace, entorno al "mi, me, conmigo", y no se puede pretender de ninguna forma que se dé una condición tan básica para optar a cualquier avance social como que la lucha se enfoque de forma colectiva y no como una suma inconexa de individualidades que caminan por la misma calle únicamente como resultado de un berrinche multitudinario sin una base ideológica seria dirigido hacia donde más caliente el sol en cada momento. Y lo más jodido de la cuestión es que una persona cabal voceando (de forma literal o metafórica) entre cien ovejas pastoreadas por el lobby de turno, no hace otra cosa que elevar el volumen y engrosar la cifra de individuos en apoyo a los intereses mayoritarios.

Al fin y al cabo, lo cierto es que quien decida participar en la huelga, lo haga o no de forma activa,va a convertirse al día siguiente en uno de los millones de individuos que en los mass media engrosarán las cifras de apoyo a unos sindicatos traidores e infames hasta la saciedad, y que decenas de individuos sin pizca de dignidad o decencia emplearán para llevar la cuestión a su terreno y convertir el amago de lucha social en lo que para la mentalidad bipolar de un ciudadano español medio, solo puede traducirse en rechazo a unos colores y apoyo a otros. Y lo peor de todo esto es que quien por el contrario, por pasividad, avaricia u objección de conciencia decida no unirse a la fiesta de los grandes "ídolos" de la lucha obrera, solo puede aspirar a conseguir exactamente lo mismo, pero a la inversa. Llevamos demasiado tiempo basando toda nuestra actividad en colores, símbolos, escudos y banderas, como para que de la noche a la mañana vayamos a convertirnos en una sociedad capaz de valorar las ideas sin bandos de por medio, a través de un espectro heterogéneo y continuo. Toca elegir indios o vaqueros, y la cuestión es que en este caso ambos son unos perfectos hijos de puta sin escrúpulos.

Escrito por Yosi_ el jueves, 29 de julio de 2010

Parece que el hecho de que los mismos mecanismos que tradicionalmente se utilizan para dar alas a determinados sectores y beneficiar intereses que cuesta sudor y sangre encajar en el concepto de "democráticos", también se usen para cuestiones no tan del agrado de las poltronas rancias del Estado, duele, y duele mucho. Y a raíz de esto los ánimos se exaltan, se hace el payaso sin pararse a disimular, y se trata de obtener el feedback de los españoles bien nacidos para volver a meter la cuestión en cintura. Esto último es lo que ha tratado de hacer el diario ABC en su versión digital, que en un alarde de espíritu democrático (esto es, preguntando a sus lectores que imposición ven más adecuado establecer a los díscolos catalanes), ha planteado una encuesta para recoger la opinión de sus lectores (y de sus visitantes esporádicos, para su desgracia) sobre la prohibición de la tauromaquia en Catalunya. El asunto es que, impredecible como suele resultar la participación online, hasta hace unas horas el "Sí" a la prohibición iba camino de ganar, por muy poco, pero de ganar al fin y al cabo. La sorpresa viene cuando a partir de un momento dado, según he leído vía menéame y posteriormente he comprobado por mí mismo, la mayoría de intentos de voto a dicha opción obtienen como respuesta un error de IP duplicada. Imagino que tras tan oportuno fallo técnico, y visto que el "No" ha recuperado terreno, la encuesta no tardará en cerrarse. En fin, que cada uno saque sus conclusiones, aquí están las mías. Puedo asegurar, eso sí, que no hay manera de que nadie haya utilizado mi IP previamente a que yo lo haya hecho. Curioso cuanto menos, una vez más recibiendo clases de "democracia y libertad" de los de siempre, y eso que ya estamos bien escarmentados...
Encuesta manipulada por el diario ABC

Escrito por Yosi_ el lunes, 19 de julio de 2010

Es curiosa la actitud de ciertos segmentos de la sociedad que por lo general se consideran a sí mismos progresistas (realmente y en el buen sentido), alternativos, e incluso transgresores. Entre las ramas que representan el pensamiento de izquierdas, si es que eso aún tiene algún sentido para alguien en este país, es comúnmente aceptado que el concepto "especulación" tiene connotaciones negativas que casi desde ningún punto de vista es posible eliminar. Y sin embargo, como casi todo, por lo general en la práctica los reproches no suelen depender del hecho en sí, sino de las formas de quien lo lleva a cabo. De esta forma, especulador en todo su sentido es quien se viste de traje y se coloca tras una promotora inmobiliaria a intentar sacar provecho del afán de enriquecimiento de unos y la necesidad de otros. Pero sin embargo, no lo es quien se aposta en una esquina de un barrio del extrarradio a vender su ración de soma a individuos necesitados de su ración diaria, con posibles o sin ellos. No lo es, o no lo parece, o no se le señala como si lo fuera, porque por lo general puede más el odio hacia quienes, por una u otra razón, se oponen a su actividad, que la lógica extremadamente simple que muestra a las claras que se trata exactamente de lo mismo. De igual manera se critica con fervor el consumismo y se desprecia a sus artífices, se pone de vuelta y media a quien trata de establecer las normas para crear un negocio extremadamente lucrativo a partir del mundo de las artes, y sin embargo, la prostitución queda en cualquier caso fuera del foco de la crítica. Y entiéndase que no hablo de explotación de personas en contra de su voluntad o de cualquier otra de las atrocidades que se suelen mezclar en el discurso, algo entendible hasta cierto punto por coincidencia en cuanto al contexto, pero en ningún caso asimilable dentro de la misma discusión por tratarse de problemas distintos con análisis absolutamente diferentes.

Me centraré, por tanto, en el caso de quienes eligen voluntariamente (dentro de las presiones a las que se ve sometido todo el que quiere tener algo que comer a fin de mes, claro está) dedicarse a la labor de establecer una actividad especulativa a través del sexo. Porque de eso se trata, ni más ni menos. Se puede cuestionar la relevancia del mismo estableciéndolo como necesidad a uno u otro nivel (evidentemente siempre guardando las distancias con los requisitos indispensables para la supervivencia), pero es indudable que la actividad consiste en exprimir la incapacidad de ciertas personas para conseguir satisfacer un deseo por el cual están dispuestas a pagar una cantidad de dinero a menudo por encima de sus posibilidades. O quizá más bien al límite de las mismas, pero está claro que como en cualquier circunstancia en la que se trata de forzar un intercambio comercial, se pretende incitar al gasto irresponsable como medio para maximizar los beneficios.

Lo más paradójico de todo esto es que la moral católica rancia y mojigata como siempre ha sido pero extremadamente tolerante con cualquiera con pretensiones de enriquecerse por la vía rápida y facultades para conseguirlo, siempre se arrojó sobre el negocio del sexo como un buitre hipócrita, destrozando la imagen pública de quien decidió participar de él, pero al mismo tiempo consintiéndolo como una vía de escape válida a sus estrictas y absurdas medidas de control absoluto de la población. Sin embargo, quienes desde siempre han venido criticando incansablemente a la Iglesia y a sus métodos, a la moral oscurantista que genera el tabú frustrante tras el que la prostitución siempre encontró un perfecto caldo de cultivo, el colectivo que necesariamente se ha posicionado en todo momento en contra de la mercantilización de las necesidades de las personas y de la presión de las actividades económicas que potencian el consumo irresponsable y la venta de privilegios que nunca deberían haberse considerado como tales, rompe una lanza tras otra a favor de quienes utilizan sus ventajas físicas como medio de negocio, e incluso trata de mostrar la actitud como un ejemplo de liberación frente a los valores tradicionales. Cabe preguntarse qué valores son esos, porque tanto la frivolización del placer y las relaciones interpersonales como la compra-venta de todo aquello susceptible de ser necesitado por alguien son valores perfectamente arraigamos en la sociedad en la que vivimos, pero en fin, supongo que una vez más la pose lo es todo.

Llegados a este punto toca abordar el argumento falaz que nunca deja de salir a la luz en algún momento: la prostitución no deja de ser una actividad económica cualquiera, tabúes y prejuicios aparte, como la que puede desarrollar un obrero, un tendero o cualquier otra persona que intente ganarse el pan. Es posible que en sentido estricto se pueda considerar así, y sin embargo personalmente separaría dos grupos claramente delimitados. En primer lugar, el de quien desarrolla una actividad (hacer pan, servir copas, transportar mercancías) y posteriormente ofrece evitársela a otra persona a cambio de los frutos de su respectiva ocupación. Por otro lado, el de quien oferta realizar una actividad recíproca en compañía de otra persona (charlar, hacer compañía, fingir amistad, follar, practicar deporte), y pretende obtener por ello un beneficio que en principio no está demasiado claro en concepto de qué puede solicitarse sin admitir la superioridad del valor de la actividad de uno sobre la del otro. Como habrá quedado bastante claro, el primer caso me parece perfectamente lícito, más justo dentro de determinados sistemas económicos que pretenden favorecer la cooperación en lugar de la explotación de las carencias de los demás, pero conceptualmente aceptable teniendo en cuenta que establece un trueque que en principio puede ser perfectamente justo. Por el contrario, el segundo lo considero humillante desde el momento en el que un individuo adopta una posición privilegiada al deducir un beneficio únicamente explicable mediante la asunción de que dos personas puedan compartir una misma práctica durante el mismo tiempo, y pese a ello una quedar en deuda respecto a la otra. Y algo que en principio puede parecer una aseveración trivial y perfectamente asumida, tiene unas implicaciones tan duras como para justificar los principios de todo un sistema económico tan absurdo como este. No me llama la atención en absoluto que eso ocurra, y en contra del concepto tradicional yo no creo que el humillado sea quien vende el servicio, sino quien tras compartir sexo se ve obligado a suplir sus carencias personales con dinero extra. Sin embargo, sí que es bastante sorprendente que la ansiedad por desprenderse del catolicismo latente sea tan fuerte como para nublar el juicio de quienes pretenden tenerlo frente a todo lo demás y hacer que una incoherencia tan de base esté pasando desapercibida y de paso justificando los propios cimientos del sistema.
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Escrito por Yosi_ el domingo, 11 de julio de 2010

Lo de hoy es solo fútbol. Solo deporte. Eso se vocifera por todas partes cada vez que alguien tímidamente apela al sentido del buen gusto y de la trascendencia en su justa medida, cada vez que se contraponen verdaderos problemas de gran calado en el tiempo y en el espacio, y sin embargo todo parece indicar lo contrario. Viva España sin complejos como en los viejos tiempos ante el Palacio de Oriente, inevitable comparación para los que nunca hemos visto semejante desproporción estética salvo en documentos históricos de otros momentos y otros regímenes. Vivan los Paises Bajos, y Paraguay, y Alemania, pero de otra forma. Sin lastres de rancio abolengo, y en lo tocante al norte de la ecuación (que suramérica tiene su ración de opio, porque, como en el caso que nos ocupa, falta hace), sin tanto que reprochar ni tanto que echar en falta. Hoy es un día grande porque salen juntos a la calle el banquero y el embargado, el violador impune (el sexual, el inmobiliario, el emprendedor y otros tantos) y su víctima , el despotismo del alto cargo y la indefensión del pueblo raso. Salen juntos y de la mano, proclamando que hay que dejarse la bilis encerrada en casa (¿acaso tú no vas a hacerlo? El antisocial, hijo de puta y antiespañol de toda la vida, qué vamos a esperar, no vas a ceder ni aunque hagamos el esfuerzo de llamarle "roja" sin escupir a continuación), y y habrá tiempo de seguir embargando, violando y prevaricando mañana lunes, o el martes a más tardar, que tampoco es cuestión de perder los papeles más allá de lo oportunamente necesario salvo que tu bajo estrato social te consienta y te exija ser desmedido en la inconsciencia así como en la resignación.

Pues que viva España, pero sin honra, Prim, no te remuevas ni te alteres. Que hace mucho que España no vive por nada de eso, que ya solo se vive de forma puntual y para sobrellevar la dosis de muerte cotidiana. Hoy no va a caer ningún rey, no se va a derrocar ningún sistema opresivo ni se va a luchar contra ningún poder establecido. Hoy se va a tirar duros a los pobres negritos y a enterrar el espíritu crítico junto con la mala hostia fundamentada bajo la siesta de algún león de aire cansino. Que viva la patria de todos, les guste o no, aunque no tengo muy claro contra quién. Quizá contra los putos sudacas, o contra algún otro de los muchos rivales de mierda que se han cruzado en tan grandioso homenaje al espíritu deportivo. O a lo mejor contra los catalanes, los vascos, o contra los que sencillamente no estan interesados en el evento. O quizá contra los que además se atreven a afirmarlo públicamente. Porque no se si lo he dicho ya, pero esto es solo un deporte, y como todos los deportes (bien sabido es en todas las barras de todos los bares, en todas las diputaciones y parlamentos) la cosa trata de escupir al prójimo con la mayor rabia que se posea, de engrandecer el espíritu de un grupo de ruines garrulos con la cara pintada a costa de la moral de otro de no menor envergadura.

La verdad, lo tengo ni idea de lo que se siente cuando el momento más importante de tu vida, parádojicamente, no tiene absolutamente nada que ver con tu vida. No se lo que se siente formando parte de algo únicamente en contraposición (agresiva y hostil) a otros. No se lo que se siente dispendiando adrenalina y testosterona. No tengo ni idea de los motivos a los que puede llevar dejarse la garganta, el sueldo de 4 meses y las ilusiones en función del azar y, en ocasiones, la habilidad psicomotriz de once individuos frente a la desgracia o la torpeza de otros once. Lo desconozco y sin embargo no me importa. Soy capaz de tragarme que las leyes y normas que dan por el culo a las minorías el resto del año hoy no tengan vigencia para los que deciden hacer trompos con un coche ondeando una bandera, hacer sonidos estridentes a altas horas de la noche y, en términos generales, pasarse cualquier concepto de civismo por el arco de triunfo. Pero no es bueno que sacar a la calle unos colores siempre vaya unido a hablar de los putos catalanes, ni de los vascos. No es bueno que siempre coincida con los comentarios homófobos, ni con la apología de la inconsciencia, la intolerancia ante cualquier crítica que trata de acallarse a las bravas y sin pizca de reflexión, si acaso con victimismo nacionalista y bandera en ristre. No es nada sano, porque hay un grave peligro que ante tanta coincidencia, los espectadores imparciales acabemos estableciendo una relación inconsciente entre unas cosas y las otras. De que nos de por escuchar a Paco Ibañez hablar de la mala reputación y pensemos que tal vez deberíamos estar escuchandole en el país en el que lo cantaba, y no bajo una bandera que (cada vez más, qué pena) solo se airea para pasear la cerrazón hacia lo alternativo y la absoluta falta de respeto hacia lo minoritario.
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