Escrito por na el sábado, 12 de septiembre de 2015
Antes de recordar quién soy, convertí en realidad las mentiras que me contaron.
Me creí capaz de matar.
Y me convertí en capaz.
Capaz de coger a cualquier gallina, desangrarla, desplumarla, abrirla en canal, despiezarla, cocinarla y dejarlo todo impoluto, porque esa era mi obligación como miembro de mi grupo.
Capaz de las cosas mas horribles sin sentir ni cuestionar nada.
Capaz de zancadillas y patadas mediatizadas.
Como si el resto del mundo me molestara.
Perfectamente entrenada y desensibilizada.
Creyendo que nada podía hacer salvo construir millones de justificaciones en las noches raras.
Esas en las que nada más funcionaba.
Ni siquiera ponerme to ciega aposta.
Y ahora, con la magia entre manos, no soy capaz de seguir con mi vida.
Sí, por fin. Ha hecho click.
A fuerza de ignorarlo, algo se ha roto.
No puedo seguir el ritmo que me exigen, que me exigía y que desde la ignorancia asumí.
Tengo que parar.
No puedo ayudar en casa.
Otra vez me siento una carga.
Para mi familia, para mi grupo, para mi sociedad.
Y van demasiadas.
Me aislo para que no vean lo que me está pasando.
Débil y sin fuerzas para nada.
No quiero preocuparles y no sé cómo explicarlo.
No puedo pedir que comprendan algo que yo misma no entiendo.
Esa protección, esa conexión, esa transformación que estoy viviendo, me deja totalmente aislada del mundo que conocía, que aunque no fuera el mejor de los posibles, era el único.
O eso creía.
Las náuseas, los mareos, los vómitos y la diarrera, antes racheadas, sin motivo ni razón mas alla de los virus y la tensión, ahora, siguen un patrón. Vienen para quedarse cada vez que voy en contra de mi ser. De esa parte que estoy activando capaz de parar mi sistema entero.
El sistema entero.
El malestar y la tristeza, las lágrimas y la invalidez.
La agobiante sensación de incapacidad.
Todo el esfuerzo por superar mi enfermedad sin que se notara.
Una enfermedad que según la medicina oficial es un cuento para eskakearme.
Comprendo por qué me entrenaron así, por qué se empeñaron en mutilarme para encajar en la tradición.
Para colaborar en casa y ser otro bloque en el muro del silencio impuesto.
Más productiva y eficiente obedeciendo que sintiendo al universo entero.
Algo de mi ha muerto en la última matanza.
Me creí capaz de matar.
Y me convertí en capaz.
Capaz de coger a cualquier gallina, desangrarla, desplumarla, abrirla en canal, despiezarla, cocinarla y dejarlo todo impoluto, porque esa era mi obligación como miembro de mi grupo.
Capaz de las cosas mas horribles sin sentir ni cuestionar nada.
Capaz de zancadillas y patadas mediatizadas.
Como si el resto del mundo me molestara.
Perfectamente entrenada y desensibilizada.
Creyendo que nada podía hacer salvo construir millones de justificaciones en las noches raras.
Esas en las que nada más funcionaba.
Ni siquiera ponerme to ciega aposta.
Y ahora, con la magia entre manos, no soy capaz de seguir con mi vida.
Sí, por fin. Ha hecho click.
A fuerza de ignorarlo, algo se ha roto.
No puedo seguir el ritmo que me exigen, que me exigía y que desde la ignorancia asumí.
Tengo que parar.
No puedo ayudar en casa.
Otra vez me siento una carga.
Para mi familia, para mi grupo, para mi sociedad.
Y van demasiadas.
Me aislo para que no vean lo que me está pasando.
Débil y sin fuerzas para nada.
No quiero preocuparles y no sé cómo explicarlo.
No puedo pedir que comprendan algo que yo misma no entiendo.
Esa protección, esa conexión, esa transformación que estoy viviendo, me deja totalmente aislada del mundo que conocía, que aunque no fuera el mejor de los posibles, era el único.
O eso creía.
Las náuseas, los mareos, los vómitos y la diarrera, antes racheadas, sin motivo ni razón mas alla de los virus y la tensión, ahora, siguen un patrón. Vienen para quedarse cada vez que voy en contra de mi ser. De esa parte que estoy activando capaz de parar mi sistema entero.
El sistema entero.
El malestar y la tristeza, las lágrimas y la invalidez.
La agobiante sensación de incapacidad.
Todo el esfuerzo por superar mi enfermedad sin que se notara.
Una enfermedad que según la medicina oficial es un cuento para eskakearme.
Comprendo por qué me entrenaron así, por qué se empeñaron en mutilarme para encajar en la tradición.
Para colaborar en casa y ser otro bloque en el muro del silencio impuesto.
Más productiva y eficiente obedeciendo que sintiendo al universo entero.
Algo de mi ha muerto en la última matanza.