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"Engullimos de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga" 
Escrito por Slagator el sábado, 10 de octubre de 2009

Nada hay más lejos de mi intención, que proponer una nueva tesis cuyo propósito sea demostrar la existencia de Dios.
Sin embargo, revisando argumentos contrarios y favorables a dicha hipótesis, caí en la cuenta de que quizá se haya tratado esto desde una perspectiva poco razonable, ya desde la óptica teísta, ya desde la ateísta.
Si bien las diferentes religiones se basan en la afirmación contundente de la existencia de uno o varios dioses, tratando en falso de probarlo con argumentos difícilmente accesibles y consecuentemente inadmisibles, poco menos absurdos resultan los intentos por justificar la tesis contraria, del mismo modo inaccesibles desde el punto de vista humano.

Rebatir cualquier prueba que aspire a convencer al mundo de la presencia divida, no implica (o no debería implicar) abrazar automáticamente la tesis opuesta. Es decir, que no necesiaramente exista Dios, no quiere decir que directamente no exista, si acaso que se contemple la otra posibilidad.

Se da por sentado muy habitualmente, que refutar toda creencia firme en la divinidad mediante la teoría evolucionista de Darwin (cuyo único logro (que no propósito) consiste en impugnar el argumento finalista (según el cual el exquisito mecanismo de adaptación y la estructura de funcionalidad que rigen la naturaleza y a las distintas especies sobre la Tierra explicarían la existencia de una inteligencia superior)) supone toda una revelación de la inexistencia de Dios, cuando ambas teorías no son de ninguna manera incompatibles, y pueden convivir (y de hecho conviven) en muchas mentalidades, dado que podría alegarse que fuera la mano divina la que hubiera puesto en marcha toda la maquinaria evolucionista en un primer momento. Se limita a refutar una sola de las diversas hipótesis teístas, y no creo que fuera otra, ni siquiera ésta, su intención.

Por otra parte, negar la existencia de Dios fundamentándose en la presencia del mal en el mundo, supone aceptar una única interpretación de Dios, a saber, la cristiana. Es preciso atenerse a esa interpretación de la deidad en concreto, para poder sostener la imposibilidad de su presencia en un mundo asolado por tantos males, tanto humanos como naturales. Ciñéndonos a las tres religiones monoteístas por excelencia (ya que estoy haciendo continua referencia al Dios único), no podemos aceptar que el Dios islámico o el judío posean la bondad como atributo, puesto que en nada se parecen a ese Dios benévolo que necesitamos para sustentar dicho argumento, ya que nos encontramos ante un Dios celoso, despiadado, y vengativo (propiedades que, dicho sea de paso, bien podríamos asignar al Dios cristiano de la época medieval). Si aceptáramos esta versión de la deidad como la verdadera, en modo alguno debería extrañarnos la permisibilidad de semejantes males. Sí es pertinente, no obstante, negar la constitución de ese Dios cristiano, en tanto que omnisciente, bondadoso y omnipotente, como explica prefectamente Nigel Warburton: "un Dios que todo lo sabe tendría que conocer la existencia del mal en el mundo; un Dios sumamente bueno no desearía su existencia; y un Dios que todo lo puede debería ser capaz de evitarlo". Son por lo tanto, incompatibles.

Volviendo a lo anteriormente comentado, podemos (y debemos, pero esto se debe ya a una reflexión más particular) negar la creencia en un conocimiento estricto de Dios, ya que las pruebas son a todas luces insuficientes para constituir la evidencia necesaria que nos permitiría hablar de un "conocimiento" en propiedad. Pero esto no entrañaría el conocimiento de su inexistencia, exactamente por el mismo motivo. No disponemos de pruebas suficientes que confirmen la imposibilidad tajante de su existencia.

No quiero decir con esto, que tanto el teísmo como el ateísmo sean igualmente cuestionables, puesto que de ser verdadera, la existencia de Dios debería ser más facilmente constatable que su inexistencia (que de ninguna manera puede ser probada rotundamente, aun ateniéndonos a las leyes de la lógica), por lo que es hasta cierto punto lícito exigir a los creyentes evidencias de su creencia, lo cual sería inadecuado en el caso contrario.

Por poner un ejemplo, la refutación clásica (y lógica) a la teoría tomista de la causalidad (según la cual todo efecto ha de tener una causa y no existe nada que no haya sido causado, lo que les lleva a concluir que ha de existir una causa primera: Dios) es su autocontradicción; si no existe nada que no sea efecto de otra causa, Dios a su vez ha tenido que ser causado, y así sucesivamente podríamos retroceder en la cadena causalística hasta el infinito. Bien, esto deslegitima la firmeza con la que algunos creen demostrar la existencia de Dios, si la cadena ha de detenerse en una primera causa, ¿por qué no en el universo? Pero al mismo tiempo, podemos lanzar al aire otra pregunta de acuerdo con esta teoría: ¿por qué no en Dios? En otras palabras, deducir que la cadena pueda detenerse en el universo, es admitir que del mismo modo pueda hacerlo en la causa de la que éste es efecto, una inteligencia superior, lo comunmente llamado Dios. Por lo tanto, esta argumentación, si bien es una refutación contra la creencia dogmática que no admite otra hipótesis que no sea la presencia divina, tampoco demuestra su ausencia de forma concluyente.

No voy a abstenerme de criticar las pretensiones de demostrabilidad del teísmo. De hecho, sobran argumentos para rebatir. Uno de los más absurdos es el argumento ontológico, impulsado por San Anselmo y respaldado por pensadores prestigiosos y supuestamente racionales como René Descartes. Este argumento sostiene, que la perfección de Dios, es una muestra suficiente de su existencia. Es decir, que si Dios no existiera, no podríamos siquiera concebir su grandeza, ya que no existe otra referencia en el mundo.
Debo dar parte de razón a San Anselmo, y para exponerlo, tomaré como ejemplo el pensamiento de John Locke según el cual no podemos imaginar lo inexistente. Las ideas simples han de ser siempre reales, deben aludir a la realidad. No obstante, lejos de limitarse en su análisis a esta clase de ideas, añadió a éstas las ideas compuestas, formadas por combinaciones aleatorias de ideas simples. Estas combinaciones podían constituir ideas que no se dieran fielmente en la realidad, dado que tenían la potestad de tomar atributos de sustancias reales para combinarlos entre sí creando esa idea compuesta final. De aquí podemos concluir que si bien es cierto que no existen seres perfectos, mezclando dichos atributos, e incluso jugando a ampliar algunos de ellos (el concepto de la dimensión es también una idea simple formada a partir de referencias empíricas), podemos dar lugar a esa idea de un ser tan infinitamente perfecto, sin necesidad de remitirnos a la realidad.

También el principio antrópico, que determina que si las condiciones físicas del universo han permitido nuestra supervivencia, teniendo en cuenta la remota posibilidad de que eso suceda, ha de deberse única y exclusivamente al azar, da lugar a muchas objeciones, como subrayé arriba con el ejemplo de la teoría de la evolución.

Cabe matizar, no obstante, que no siempre creer en la existencia de Dios conlleva rendirle culto. No todo teísmo culmina en religión. Hay quien considera la posibilidad de que el creador muriera, o sencillamente se desentendiera, una vez instaurada su obra, dejándola a su suerte.

Dejando a un lado ahora la incertidumbre epistémica acerca de la verdad metafísica por excelencia, echemos un vistazo a la solución propuesta por Pascal, quien acepta la ineptitud humana para esta tarea, para dirigir nuestra vida por el camino más fiable. Pascal formula este problema desde el más absoluto pragmatismo. Lo entiende como una apuesta, en la que la estadística juega un papel fundamental. Tras constatar la indemostrabilidad de la presencia o ausencia divina, se centra en determinar qué apuesta sería relativamente más favorable. "Se está jugando un juego a cara o cruz en una distancia infinita, no conocemos el resultado, pero es imposible no apostar porque de uno u otro modo, tenemos que vivir".
Las posibilidades son dos: A1-->Dios existe; A2-->Dios no existe.
En la analogía de este envite con una apuesta a cara o cruz, da a entender que el número de probablididades de cada una de las dos opciones es semejante.
La apuesta A1 implica llevar una vida piadosa, la A2 vivir al estilo mundano.
La ganancia de apostar por A1 si ésta resultara ser verdadera, es la eternidad. Creer en A2, dice en un principio, no aporta nada (no hace ningún tipo de mención al infierno, es de suponer que considera "la nada" suficiente castigo). Ante la respuesta de Fermat sobre los placeres de la vida mundana termina cediendo. De cualquier modo, por incontables que pudieran ser los placeres de este modo de vida, jamás podrían competir con el carácter infinito de la eternidad, lógicamente superior a cualesquiera que fueran las ganancias de una vida mundana, al fin y al cabo finita y corruptible, que daría paso a la nada absoluta. Nada puede competir con el infinito. Cualquier número, por mínimo que sea, multiplicado por infinito, da igual a infinito. La conclusión de Pascal es, que es una estupidez "ser" ateo.

Por otra parte, y para concluir, la idea de Dios no es innata, pero sí necesaria en la cadena causa-efecto, derivada del pánico a la nada, a la que inevitablemente nos conduciría el devenir de lo terrenal (finito), pánico consecuente a su vez de la suma de conciencia humana y ansia, anhelo, de vida (algunos filósofos, como Schopenhauer o Nietzsche, lo han llamado "voluntad"), ambas propias de la naturaleza humana. Es una etapa personal e histórica, que a veces es superada, y otras no, en cualquier caso una etapa inevitable.

Y a propósito de este inciso, me he llegado a plantear, muy a grandes rasgos, una duda ciertamente razonable. ¿Si realmente todo es finito, si el devenir es inherente a la totalidad de nuestra existencia, por qué no estamos preparados para asumirla? ¿Por qué el ser humano necesita el "remedio metafísico" al terror del devenir, si al ser humano le es completamente propio el devenir? ¿Es lógico temer a la propia naturaleza? ¿No resulta esto contradictorio?
Y esto, de ninguna manera me obliga a reconocer la existencia de un Dios creador, sino a cuestionar la creencia única en lo puramente físico y agotable.

Todo esto sólo consigue reforzar mi idea previa y definitiva, de que el conocimiento de la existencia o no existencia de Dios no está al alcance del entendimiento humano. Debemos conformarnos con conjeturas, hipótesis, aproximaciones... pero en ningún caso intentar imponer ninguna de estar posturas como una evidencia, dado que si en un caso, la posibilidad de llegar a obtener un argumento irrefutable es escasa, en el otro es nula. Por el momento, esperando o no, la prueba definitiva que nos oblige a asumir la presencia de una divinidad, limitémonos a opinar.