Escrito por na el miércoles, 20 de febrero de 2013
Me cuesta imaginar que una ardilla pudiera atravesar todo esto sin tocar el suelo.
Con mi espíritu dominguero hasta la ardilla me cuesta imaginar.
Estoy acostumbrada a los jardines y a los parques.
Donde cada árbol recibe un mantenimiento, según ha sido diseñado.
Cada uno en su sitio y todos alineados.
Como cuando desfilan lxs militares.
Y algunxs escolares.
Donde las malas yerbas son arrasadas.
Y me sorprendo creyendo que la naturaleza es eso.
Que mas allá sólo hay desierto.
Los viejos cuentos en los que creo, tropiezan en materializar la huida del jardín donde divagamos.
Hemos flexionado y reflexionado muchas veces sobre esto.
Sobre llevar a la práctica esa anarquía soñada desde la noche de los tiempos.
Este cuento no pretende recibir más migajas de abono y agua si encajas.
No busca un jardín mejor.
Pocas reformas admite un sistema que se desmorona.
Este cuento va de volver al bosque.
A ese bosque primigenio que fue arrasado con el patriarcado.
No es un jardín asilvestrado.
Este cuento quiere narrar el paso de arbolitos exsubvencionados por el jardín del bienestar, a organismos autorregulados, pulsantes y vivos...
Y de eso, todavía tiene Reich mucho que contar.
Leyendole comprendo de donde viene ese profundo miedo ancestral a lo vivo, a lo libre y natural del hombre civilizado y acorazado. Por qué los sentimientos libres y auténticos han sido perseguidos desde que tenemos historia.
No lograba entender qué pecado cometimos al nacer.
Para mí ha sido rebelador encontrar un sistema de pensamiento tan demoledor.
Ese miedo al bosque,mejor dicho, la energía que alimenta ese miedo, viene de la coraza neuromuscular que formamos para protegernos de un medio que reprime la funcion del orgasmo en el animal humano. Cuando el placer natural, vivo y libre es socialmente sustituido por la familia, la pornografía, el misticismo...
Y esa represión en nuestra naturaleza, no se da espontáneamente ni de casualidad.
Llaman educación a esos grandes invernaderos de los que todo árbol de jardín proviene.
Desde mi rincón, ni siquiera soy capaz de imaginar lo que es pertenecer al bosque.
Sentir su exuberancia.
Y, evidentemente, no puedo contar lo que no puedo imaginar.
Quizás corresponde a otras describirlo y vivirlo...
Quizás hay cuentos que sólo pueden ser contados.
Y en ese proceso interpersonal confío.
Con mi espíritu dominguero hasta la ardilla me cuesta imaginar.
Estoy acostumbrada a los jardines y a los parques.
Donde cada árbol recibe un mantenimiento, según ha sido diseñado.
Cada uno en su sitio y todos alineados.
Como cuando desfilan lxs militares.
Y algunxs escolares.
Donde las malas yerbas son arrasadas.
Y me sorprendo creyendo que la naturaleza es eso.
Que mas allá sólo hay desierto.
Los viejos cuentos en los que creo, tropiezan en materializar la huida del jardín donde divagamos.
Hemos flexionado y reflexionado muchas veces sobre esto.
Sobre llevar a la práctica esa anarquía soñada desde la noche de los tiempos.
Este cuento no pretende recibir más migajas de abono y agua si encajas.
No busca un jardín mejor.
Pocas reformas admite un sistema que se desmorona.
Este cuento va de volver al bosque.
A ese bosque primigenio que fue arrasado con el patriarcado.
No es un jardín asilvestrado.
Este cuento quiere narrar el paso de arbolitos exsubvencionados por el jardín del bienestar, a organismos autorregulados, pulsantes y vivos...
Y de eso, todavía tiene Reich mucho que contar.
Leyendole comprendo de donde viene ese profundo miedo ancestral a lo vivo, a lo libre y natural del hombre civilizado y acorazado. Por qué los sentimientos libres y auténticos han sido perseguidos desde que tenemos historia.
No lograba entender qué pecado cometimos al nacer.
Para mí ha sido rebelador encontrar un sistema de pensamiento tan demoledor.
Ese miedo al bosque,mejor dicho, la energía que alimenta ese miedo, viene de la coraza neuromuscular que formamos para protegernos de un medio que reprime la funcion del orgasmo en el animal humano. Cuando el placer natural, vivo y libre es socialmente sustituido por la familia, la pornografía, el misticismo...
Y esa represión en nuestra naturaleza, no se da espontáneamente ni de casualidad.
Llaman educación a esos grandes invernaderos de los que todo árbol de jardín proviene.
Desde mi rincón, ni siquiera soy capaz de imaginar lo que es pertenecer al bosque.
Sentir su exuberancia.
Y, evidentemente, no puedo contar lo que no puedo imaginar.
Quizás corresponde a otras describirlo y vivirlo...
Quizás hay cuentos que sólo pueden ser contados.
Y en ese proceso interpersonal confío.