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Harto de ser lo que se espera, harto de hilar para sentirme inteligente... 
Escrito por Yosi_ el martes, 2 de septiembre de 2008

Por estas fechas, mientras los días se acortan, las colecciones por fascículos empiezan a salir hasta de debajo de las piedras y todos, quien más, quien menos, volvemos a la triste rutina cotidiana, es inevitable leer u oir, ya sea en la prensa diaria, en un blog o en el bar de la esquina, los tópicos comentarios sobre los males endémicos de este siglo: el estrés, la ansiedad, la depresión.

En este caso todo lo anterior adopta tintes "post-vacacionales" y la cuestión se simplifica achacando los males a esa situación transitoria entre la idílica temporada estival y el retorno a la cruda realidad, en algunos lugares dando al tema la importancia que merece (la de joder durante cierto periodo de tiempo la vida de millones de personas, ni más ni menos), y en otros, cada vez más, quitando hierro al asunto y atribuyéndolo al caracter implícitamente perezoso e irresponsable del español medio, que parece no querer darse cuenta de que la economía nacional depende de su sufrido sometimiento a la próspera empresa de turno.

Por otra parte, los supuestos profesionales en la materia zanjan el dilema arguyendo un completo cuadro clínico, tecnicismos incluidos, que como de costumbre aporta una descripción muy completa en cuanto a los síntomas, mientras que en lo relativo a las causas sigue nutriéndose (nada nuevo bajo el sol, máxime hablando del gremio de la psicología) de meras perogrulladas. Tras leer unas cuantas alusiones a la materia en lugares especializados (de dudosa credibilidad tal vez, discútamelo quien lo crea oportuno) puedo concluir que a grandes rasgos el origen del problema se resume en la vuelta a la disciplina laboral tras un periodo en "libertad". Curioso, más aún teniendo en cuenta que es la sesuda conclusión a la que los estudiados expertos llegan tras analizar el tema de forma pormenorizada. Personalmente más que un diagnóstico me parece una perfecta candidatura para un concurso de obviedades, pero en fin, tampoco es que sea lo más llamativo; todo esto es una nimiedad frente a la solución sugerida públicamente (ya que en mi vida he tenido el dudoso placer de asistir personalmente a resolver mis problemas a una consulta especializada) por los expertos: afrontar el problema de forma positiva, asumiendo el control de la situación y dando por hecho que siempre podremos engañarnos hasta que las cosas sean como nosotros queramos verlas. Bueno, técnicamente ni siquiera es así, porque la mayor parte de las veces se afirma a la ligera que la visión negativa es objetivamente incorrecta y por ello se debe modificar. Formas de convencer o de mentir al personal... por su bien, eso sí.

Francamente a estas alturas a mi todo esto me parece un descarado secreto a voces. Lo siento pero no me creo que de la noche a la mañana un porcentaje tan elevado de la población pierda el norte y se dedique a hacerse tétricas representaciones falseadas de su realidad cotidiana. Tampoco creo que el problema radique en que todos seamos una panda de vagos. Porque de hecho ni siquiera creo que sea un problema. Es algo comunmente aceptado que las cosas se suelen juzgar con mayor acierto cuando se pueden examinar con una cierta perspectiva, así que me vais a permitir afirmar que si alguien tras quince días lejos de su rutina, sus responsabilidades, y en definitiva, de su vida tal y como es 350 días al año, percibe que todo eso no merece la pena y que constituye un motivo de peso para sentirse muy mal y en ocasiones incluso llegar a extremos más drásticos, tal vez sea porque efectivamente es así. Y desde luego asumiendo esta premisa como válida y siguiendo mi linea de pensamiento, que para bien o para mal me empuja a tratar de resolver los problemas de raíz, me atrevería a sugerir que la solución no pasa por agachar la cabeza y tragar hasta volver a adaptarse (verdaderamente, ¡que increíble y grotesca es la capacidad de adaptación del ser humano!) y ser capaz de convivir con ello. Tal vez porque veo la patología no en la lógica reacción de quien reniega de su deplorable situación, sino en el gris individuo que unos días después vuelve al redil con una sonrisa en la cara.

Aceptemos la situación, es muy obvia: todo esto tiene que pasar. La cotidianeidad del ciudadano medio es un infierno a nivel psicólogico y lo verdaderamente extraño es que en términos generales seamos capaces de aguantar durante la mayor parte del tiempo los niveles de autodisciplina que nos "sugieren" sin tocar fondo y decir basta, máxime cuando todo esto ocurre mientras somos perfectamente conscientes de que el fin último de tanto sometimiento sin sentido consiste en que determinados individuos conviertan en su rutina un estatus desproporcionadamente por encima de un nivel de vida razonable desde cualquier punto de vista. Se podrá apelar a la voluntad y a la capacidad de trabajo del personal el día en que realmente cada sacrificio responda a una verdadera necesidad palpable, pero mientras sigamos siendo conscientes de que cada hora de dedicación a esa actividad que nos amarga la vida responde únicamente a las necesidades creadas por una industria con el único fin de ser más competitiva dentro de un mercado construido a base de humo y sostenido con la energía vital de quienes se dejan todo en él a cambio de nada, creo que nadie tiene autoridad para levantar la voz y hablar de pereza, de irresponsabilidad, ni de falta de compromiso. Y por supuesto, mucho menos para tachar de enfermedad los pocos ratos de lucidez que ciertas personas se atreven a percibir cada vez que toman cierta distancia frente a esta absurda vorágine de producción y consumo sin freno que inexorablemente nos conduce a la autodestrucción. No, no estamos locos, aunque quizá no tengamos la valentía suficiente como para asumir las consecuencias de estas fugaces y crueles ráfagas de extremada cordura.
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