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Harto de ser lo que se espera, harto de hilar para sentirme inteligente... 
Escrito por Yosi_ el jueves, 27 de septiembre de 2007

A menudo llegamos a ser tan imbéciles que ni siquiera el vergonzoso aura de pragmatismo que cubre la sociedad en estos tiempos que nos ha tocado vivir logra remediar el ridículo al que estamos abocados. Quizás una dosis adecuada de egoísmo inteligente podría hacernos pasar por unos cabrones muy lúcidos, con la vista permanentemente fijada en el adorado ego de forma fríamente calculada. Pero no nos salva ni eso, porque donde acaba el afán de acaparar y el desprecio por todo lo que se sitúe más allá de nuestros intereses personales empieza el borreguismo impuesto por los intereses creados de quienes pueden permitirse el lujo de tenerlos.




Somos una sociedad ciega y mezquina hasta el absurdo, condenada a vivir midiendo los éxitos propios en función de los fracasos de quienes nos rodean, dispuestos a hundirnos en la mierda todo lo necesario, siempre y cuando nuestro entorno se encuentre en todo momento un palmo más adentro, dispuestos a delatar traicioneramente a quien logre escapar del redil, aún cuando no sea a costa de nadie. Solo por el oscuro placer de quedar por encima, aunque eso signifique admitir ser pisoteado con crueldad por aquellos que por pertenecer a un mundo distinto tengan licencia para hacerlo y escapar a los juicios y las condenas del resto de los mortales (a pesar de que una vez en su propia esfera, la historia se repita).


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Escrito por Yosi_ el miércoles, 12 de septiembre de 2007

Parece ser que al cabo de los años la cosa no es para tanto, que la cuestión se recicla, se reconvierte y vuelve a fluir dentro de las acotaciones convenidas y deseables para el equilibrio de este gigantesco castillo de naipes. Parece que las burbujas explotan y desde la calle de la piruleta los señores del maletín corren y gritan en su columna semanal que por mucho que Botín lo sienta y lo vaya a sufrir en lo sucesivo, la gran crisis que se avecina solo será algo temporal que dará paso a tiempos mejores, y a cambio conseguiremos eliminar el gran problema que primero ilusionaba y desde hace un tiempo comenzó a preocupar. Todo esto hablando desde las altas capas, claro está, que al fin y al cabo es desde donde se puede decir a la gente (¡y se lo creen!) si las cosas van bien o mal y lo que hace falta para solucionarlas, porque “la economía” manda.



Es curioso, esa omnipotente e imprescindible economía es algo que siempre me ha producido una fuerte impresión. Al principio, cuando aprender la tabla de multiplicar suponía el mayor reto a corto plazo, era pura fascinación. Ver a toda esa gente impecable, irreductible, con sus interminables cuentas y sus sesudas previsiones de futuro manejando los hilos de un mundo que aparentaba cierta complejidad. Después se convirtió en frustración, realmente era hiriente que a pesar de los denodados esfuerzos en cuestiones matemáticas y sociológicas (a bajo nivel, claro, sin grandes aspiraciones), y aún tras haber comprendido cosas supuestamente mas enrevesadas, los principios, las bases y todo lo relacionado con las leyes del capital y el mercado siguieran sumidas en el más absoluto misterio. Y ahora todo aquel enorme enigma se va convirtiendo de forma progresiva en indignación, asco y rabia. Porque con el tiempo y un poco de mala fe no es difícil darse cuenta de que todo es una farsa, una enorme maniobra de distracción cuyo éxito se basa en el desconocimiento de las mayorías.


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