Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compacdiscs y abrelatas eléctricos. Elige la salud: colesterol bajo y seguros dentales, elige pagar hipotecas a intéres fijo, elige un piso piloto, elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos. Elige el bricolage y pregúntate quién coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el puto sofa a ver teleconcursos que embotan la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura. Elige pudrirte de viejo cagándote y meándote encima en un asilo miserable, siendo una carga para los niñatos egoistas y hechos polvo que has engendrado para reeemplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida.
Pero, ¿por qué iba a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida.
Yo elegí otra cosa, y las razones… No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?
Es inevitable empezar a hablar de este tema con el monólogo que da comienzo a la película Trainspotting. Es posible que no sea especialmente brillante, al fin y al cabo forma parte de la tópica crítica al estilo de vida occidental que se puede leer en cualquier panfleto antisistema. Y aunque es cierto que el hecho de repetir hasta la saciedad una evidencia no la hace menos cierta, en este caso creo que habría que ir más allá. Meterse en la piel del protagonista de la historia y repetir esas palabras, siendo conscientes de la subjetividad que envuelve la situación. Y ahí ya no importa demasiado cuál sea la verdad objetiva, si se trata de un discurso interesado y parcial o de una realidad social. Da lo mismo, porque el pensamiento cobra vida en el punto en el que alguien empatiza con esa triste forma de ver el mundo y actúa según sus directrices.
Seguramente lo fácil será creer que el problema de las drogas consiste en una elección desafortunada que cualquiera en un momento dado podría no haber hecho. Y sin embargo yo no creo que sea así, porque no veo las drogas como un problema en sí mismo, sino como una consecuencia. La consecuencia directa de sentir que la alternativa es elegir una hipoteca, un coche, o un traje de marca. O en todo caso una vida monótona que perfectamente puede consistir en desperdiciar cinco días a la semana pensando en el sexto, para pasar el séptimo lamentando todos los anteriores, repitiendo ese ciclo hasta la saciedad entre lugares insulsos y gente distante y vacía, más por actitud que por condición.
Desde luego que ante ese panorama la campaña (o sucesión de las mismas) institucional que exige que todos digamos "NO" pierde fuerza de forma drástica. Porque la pregunta lógica que surge a continuación es la razón por la cuál debemos decir que no, que realmente después de pasar media vida sumidos en la apatía que el sistema neoliberal impone, no es necesario evadirse artificialmente para sentirse bien. A tope, dicen, sin drogas. A tope en un local con sonidos a un nivel que de ninguna forma permite siquiera entablar una conversación, y rodeados de gente que el resto del tiempo ignoramos de forma persistente pero que en ese momento, ubicados en el ambiente prefabricado al efecto, debemos sentir cercanos, transformarlos de feroces competidores a compañeros de festejos, de juegos sexuales y de lo que se tercie, porque mientras suene la música tenemos que relacionarnos. Algo así como en el juego de las sillas. Y todo esto, según los expertos en la materia, se debe hacer de forma natural, sin factores químicos externos, trastornos bipolares, ni ninguna otra ayuda que pueda trampear el asunto y hacerlo un poco más fácil.
Y el método para convencernos de todo esto está en afirmar que las drogas son el camino de la perdición, que la única información que necesitamos al respecto es que, al margen de que te hagan sentir de puta madre durante unos momentos (y últimamente hasta esto se niega), son malísimas. Y sin más deberíamos renunciar a ellas, salvando de la quema, eso sí, a todas aquellas sustancias que forman parte de la economía básica del imperio, y que por tanto hay que mantener dentro de un cierto nivel de prestigio.
Eso sí, la renuncia no incluye buscar otras formas de vida, en absoluto. El mérito precisamente consiste en tragarse 8 horas al día en un trabajo que no te motiva lo más mínimo para llegar a fin de mes con la holgura suficiente que te permita además de sobrevivir adquirir una serie de necesidades creadas que lejos de satisfacer necesidad alguna solamente contribuyen a crear las siguientes de la lista, asistir al mismo local debidamente acondicionado para el aturdimiento y la incomunicación al que asiste todo el mundo, y así todo pasárselo como los indios tomando sólo cocacolas (recordad, la bebida de la generación que sabe divertirse, la que no necesita beber para olvidar su hipoteca a 50 años o su contrato basura en la ETT de turno).
Y claro, después resulta que la cosa no funciona, la campaña en busca de sufridos y sobrios heroes de discoteca fracasa estrepitosamente, las estadísticas empeoran a un ritmo estremecedor porque aqui se coloca hasta el gato, y los mandamases encargados de hacer publicidad absurda se rasgan las vestiduras y se sorprenden de que repetir una y otra vez que esa sustancia que te ayuda durante unos instantes a ser feliz de la forma en la que nos han negado el derecho a serlo durante el resto de nuestra vida, es lo que nos perjudica enormemente.
Si, las drogas son muy malas, a mi tampoco me cabe duda, pero no deja de ser paradójico que eso nos lo cuenten los que han construido y trabajan en sostener un sistema que las hace preferibles a la realidad cotidiana. No pretendo hacer una apología de nada, pero quizás habría que plantearse qué es lo que mata mas rápido, no sólo en sentido literal. Y no por elegir una u otra cosa, sino para saber que es lo que merece más prioridad a la hora de ser eliminado cuanto antes de esta sociedad. Porque además es de prever que una vez eliminadas las causas, inmediatamente cesarían los efectos. Pero claro, eso ya es pasarse del límite establecido, cruzar la línea donde defender lo políticamente correcto empieza a no ser rentable, porque lo primero es lo primero, y el tema que nos ocupa al fin y al cabo solo un daño colateral. Basta con fingir que se intenta solucionar para que la cuestión surta efecto, nadie pide que esto se lleve hasta las últimas consecuencias.