Escrito por 1984 el domingo, 13 de abril de 2008
Siempre me pareció hipócrita el afán de encubrir las congojas y pesares inherentes a los hospicios y reformatorios poniéndoles nombres beatíficos, como Sagrada Familia, Santos Angeles Custodios. A Jesusito por el contrario nos le enviaron de una residencia de religiosas que se llamaba Batalla de Brunete, ¡tampoco es eso!, pero el detalle más cómico era que en opinión de alguien de aquel centro la criatura estaba endemoniada, o sea que nos atribuían habilidades de exorcista supongo; cuando les pregunté en qué habían notado tan maléfica posesión me explicaron que le habían sorprendido haciendo diabluras en la capilla del centro.
El primer problema que nos salió al paso fue, que la abuela con la madre y una hermanita vivían muy cerca de nuestra casa y el chiquillo no quería bajo ningún concepto que lo llegáramos a descubrir: la mamá presentaba una leve deficiencia mental y se alborotaba con facilidad y al chaval le daban vergüenza aquellas trifulcas, pánico le daban más que vergüenza. De hecho la primera vez que nos visitó la buena mujer, queriendo dejar muy claro lo bien que deberíamos tratar a su niño, nos montó tal escándalo en la escalera de casa, que el crío se empecinó en negar que aquella mujer fuera su madre, por más que insistiéramos en restarle importancia al incidente; por fortuna con el paso del tiempo se desvanecen las pesadillas por más que aniden en nuestros huesos.
Periódicamente visitábamos al neurólogo porque el niño había sufrido crisis de epilepsia y era necesario administrarle medicinas. Cierto día expresé mi extrañeza al doctor por no haber notado síntoma alguno y porque jamás le hubiese dado ninguna crisis desde que llegó a nuestra casa, pesea que le fueran reduciendo la medicación.
- No se extrañen, seguramente el daño que padecía era pequeño y el habitar en un hospicio le angustiaba; ahora vive con ustedes en situación más normal, se siente relajado y eso ha sido suficiente; si todo continúa así seguirá madurando y no le quedará secuela alguna.
Qué poquito hubo que hacer para que Jesús superara aquella enfermedad tan alarmante: normalizar sus condiciones de vida.
Hoy por el contrario me preocupa ver con cuánta ligereza se administran fármacos a los chiquillos, sobre todo a los chavales que se muestran indómitos
De un caso que conocí recientemente, me dicen que es inestable, que se pelea mucho, que a penas presta atención, que no es manejable (sic)... y la criatura todavía tan sólo tiene ocho años. Como Jesusito, también él reside en un hogar de monjitas, como él también debe estar endemoniado, aunque ahora ya no le consideren poseso sino hiperactivo, porque la jerga se remoza pero sigue exigiendo mucho credo. Ellas realizaron la primera valoración de lo que le achacan al niño, por eso le llevaron a una clínica y rellenaron un cuestionario made in USA, los peritos confrontaron las respuestas en un vademecum internacional y ya está: conducta negativista-desafiante, todo un diagnóstico.
Pero ser desafiante o desafiado alude a incidentes en la relación, y cabe preguntarse si esa criatura de ocho añitos tiene capacidad de ser tan intimidante como para que los adultos se sientan desafiados, o si son los adultos que, aunque haya cambiado el lenguaje, le siguen percibiendo como endemoniado, poco manejable.
Del mismo modo que ir ante unos tribunales supone un castigo aunque finalmente te absuelvan, el que unas monjitas lleven a un niño a una clínica supone un motivo, lo da por supuesto. Las respuestas al cuestionario añaden la posibilidad de clasificarle, ¿logran descubrir alguna patología o logran simplemente clasificarle?. Os juro que prefiero lo de endemoniado, porque era menos peligroso, menos convincente. Y lo peor de todo es que les permite atiborrar a los niños de Risperdal y similares... para que se vuelvan más manejables.
Jesusito tenía otro hermano mayor que él, que a su vez había padecido una tenaz tuberculosis con interminables meses de aislamiento en un
hospital. Sólo aquel que padeció largo y tendido entiende qué sea eso de padecer. El que nos interesáramos por su hermanito le conmovió profundamente y le vinculó a nosotros y ya nunca desperdició ocasión para expresarnos su gratitud y su afecto. Por ahí hemos descubierto que ayudarnos en racimo es más fácil que hacerlo de uno en uno.
Nuestros niños en Vallecas frecuentaban un espacio muy abierto, próximo a nuestra casa, que llamábamos los arbolitos; y junto a los arbolitos vivía Ana, una chiquilla que gozaba de una familia entrañable, que era como una piña. Siempre me llamó la atención el acierto que tuvieron mis chiquillos a la hora de elegir pareja. Pues bien, Jesús y Ana se enamoraron y se casaron, y la familia de ella les dio cálido arropo.
Celebraron una boda por todo lo alto y un detalle emocionante de esa boda se me coló en el corazón y todavía se me sigue columpiando dentro
- Enrique, te voy a pedir un favor que para mí es importante: que cuando arranquemos a bailar seas tú la pareja de mi madre.
El primer problema que nos salió al paso fue, que la abuela con la madre y una hermanita vivían muy cerca de nuestra casa y el chiquillo no quería bajo ningún concepto que lo llegáramos a descubrir: la mamá presentaba una leve deficiencia mental y se alborotaba con facilidad y al chaval le daban vergüenza aquellas trifulcas, pánico le daban más que vergüenza. De hecho la primera vez que nos visitó la buena mujer, queriendo dejar muy claro lo bien que deberíamos tratar a su niño, nos montó tal escándalo en la escalera de casa, que el crío se empecinó en negar que aquella mujer fuera su madre, por más que insistiéramos en restarle importancia al incidente; por fortuna con el paso del tiempo se desvanecen las pesadillas por más que aniden en nuestros huesos.
Periódicamente visitábamos al neurólogo porque el niño había sufrido crisis de epilepsia y era necesario administrarle medicinas. Cierto día expresé mi extrañeza al doctor por no haber notado síntoma alguno y porque jamás le hubiese dado ninguna crisis desde que llegó a nuestra casa, pesea que le fueran reduciendo la medicación.
- No se extrañen, seguramente el daño que padecía era pequeño y el habitar en un hospicio le angustiaba; ahora vive con ustedes en situación más normal, se siente relajado y eso ha sido suficiente; si todo continúa así seguirá madurando y no le quedará secuela alguna.
Qué poquito hubo que hacer para que Jesús superara aquella enfermedad tan alarmante: normalizar sus condiciones de vida.
Hoy por el contrario me preocupa ver con cuánta ligereza se administran fármacos a los chiquillos, sobre todo a los chavales que se muestran indómitos
De un caso que conocí recientemente, me dicen que es inestable, que se pelea mucho, que a penas presta atención, que no es manejable (sic)... y la criatura todavía tan sólo tiene ocho años. Como Jesusito, también él reside en un hogar de monjitas, como él también debe estar endemoniado, aunque ahora ya no le consideren poseso sino hiperactivo, porque la jerga se remoza pero sigue exigiendo mucho credo. Ellas realizaron la primera valoración de lo que le achacan al niño, por eso le llevaron a una clínica y rellenaron un cuestionario made in USA, los peritos confrontaron las respuestas en un vademecum internacional y ya está: conducta negativista-desafiante, todo un diagnóstico.
Pero ser desafiante o desafiado alude a incidentes en la relación, y cabe preguntarse si esa criatura de ocho añitos tiene capacidad de ser tan intimidante como para que los adultos se sientan desafiados, o si son los adultos que, aunque haya cambiado el lenguaje, le siguen percibiendo como endemoniado, poco manejable.
Del mismo modo que ir ante unos tribunales supone un castigo aunque finalmente te absuelvan, el que unas monjitas lleven a un niño a una clínica supone un motivo, lo da por supuesto. Las respuestas al cuestionario añaden la posibilidad de clasificarle, ¿logran descubrir alguna patología o logran simplemente clasificarle?. Os juro que prefiero lo de endemoniado, porque era menos peligroso, menos convincente. Y lo peor de todo es que les permite atiborrar a los niños de Risperdal y similares... para que se vuelvan más manejables.
Jesusito tenía otro hermano mayor que él, que a su vez había padecido una tenaz tuberculosis con interminables meses de aislamiento en un
hospital. Sólo aquel que padeció largo y tendido entiende qué sea eso de padecer. El que nos interesáramos por su hermanito le conmovió profundamente y le vinculó a nosotros y ya nunca desperdició ocasión para expresarnos su gratitud y su afecto. Por ahí hemos descubierto que ayudarnos en racimo es más fácil que hacerlo de uno en uno.
Nuestros niños en Vallecas frecuentaban un espacio muy abierto, próximo a nuestra casa, que llamábamos los arbolitos; y junto a los arbolitos vivía Ana, una chiquilla que gozaba de una familia entrañable, que era como una piña. Siempre me llamó la atención el acierto que tuvieron mis chiquillos a la hora de elegir pareja. Pues bien, Jesús y Ana se enamoraron y se casaron, y la familia de ella les dio cálido arropo.
Celebraron una boda por todo lo alto y un detalle emocionante de esa boda se me coló en el corazón y todavía se me sigue columpiando dentro
- Enrique, te voy a pedir un favor que para mí es importante: que cuando arranquemos a bailar seas tú la pareja de mi madre.
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