Escrito por Torres el martes, 11 de agosto de 2009
Casi nadie descuida, a estas alturas, la relevancia de los datos referidos a la productividad en un contexto en el que se otorga tanta importancia al crecimiento económico. Gracias al continuo bombardeo mediático que subraya su importancia, casi nadie discute su representatividad como índice capaz de medir la situación del país y la calidad de vida de sus ciudadanos. Además resulta harto dificil quedar al margen de la dinámica simbólica del consumo originada por su capacidad para generar deseos e imponer más tendencias para la diferenciación social y de estatus. El más utilizado suele ser el Producto Interior Bruto, pero valen otros tantos índices capaces de hacerse eco de los progresos de la abundancia.
Ya se sabe que con la estadística hay que tener cuidado, y de nada sirve cuantificar sin entender y examinar en términos cualitativos que es lo que se mide y que representa. Sin embargo, la tendencia general de la obcecación por el crecimiento desmesurado permite visualizar únicamente la suma total sin tener en cuenta el signo. Esto provoca que el indicador se aleje de medir algo parecido a la calidad de vida para centrarse en su propia dinámica obsesiva. Así, al cuantificar de esta manera la prosperidad de la economía, no solo lo hacemos a expensas de sus efectos más negativos y perversos, sino que ellos mismos contribuyen a dilatar la cifra de éxito.
La actividad económica produce perjuicios tales como la contaminación, el ruido, la degradación de espacios naturales, la congestión del tráfico, etc. Sin embargo, tales actividades son contabilizadas en forma de consumo y estadísticamente son utilizadas como indicador de crecimiento y riqueza. El hecho de que aumenten los niveles de polución en el aire debido al aumento del flujo de transporte privado se traduce en un aumento del consumo y de la productividad, por lo que hacen juego favorable a la lógica obtusa del crecimiento. El hecho de que tal contaminación procure un aumento considerable del número de enfermedades respiratorias y degenerativas se traduce en el aumento de la actividad médica, hecho que será contabilizado de nuevo en las cifras de productividad. Observamos entonces que numerosos factores degradantes de la calidad de vida de los ciudadanos llegan a figurar de forma positiva en las cifras que contabilizan el bienestar de los países. En esta tendencia perversa contemplamos la inadecuación de unas generosas cifras respecto de la situación real. Es lamentable que la locomotora de una economía ignore los aspectos degradantes derivados de su actividad, pero quizá el salto radique en que estos, llegados a tal punto, se han convertido en parte misma de su dinámica.
Ya se sabe que con la estadística hay que tener cuidado, y de nada sirve cuantificar sin entender y examinar en términos cualitativos que es lo que se mide y que representa. Sin embargo, la tendencia general de la obcecación por el crecimiento desmesurado permite visualizar únicamente la suma total sin tener en cuenta el signo. Esto provoca que el indicador se aleje de medir algo parecido a la calidad de vida para centrarse en su propia dinámica obsesiva. Así, al cuantificar de esta manera la prosperidad de la economía, no solo lo hacemos a expensas de sus efectos más negativos y perversos, sino que ellos mismos contribuyen a dilatar la cifra de éxito.
La actividad económica produce perjuicios tales como la contaminación, el ruido, la degradación de espacios naturales, la congestión del tráfico, etc. Sin embargo, tales actividades son contabilizadas en forma de consumo y estadísticamente son utilizadas como indicador de crecimiento y riqueza. El hecho de que aumenten los niveles de polución en el aire debido al aumento del flujo de transporte privado se traduce en un aumento del consumo y de la productividad, por lo que hacen juego favorable a la lógica obtusa del crecimiento. El hecho de que tal contaminación procure un aumento considerable del número de enfermedades respiratorias y degenerativas se traduce en el aumento de la actividad médica, hecho que será contabilizado de nuevo en las cifras de productividad. Observamos entonces que numerosos factores degradantes de la calidad de vida de los ciudadanos llegan a figurar de forma positiva en las cifras que contabilizan el bienestar de los países. En esta tendencia perversa contemplamos la inadecuación de unas generosas cifras respecto de la situación real. Es lamentable que la locomotora de una economía ignore los aspectos degradantes derivados de su actividad, pero quizá el salto radique en que estos, llegados a tal punto, se han convertido en parte misma de su dinámica.
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