Escrito por Yosi_ el sábado, 20 de diciembre de 2008
Hoy voy a contar una de esas historias que tanto seducen, inspiran e invitan a abandonarse en brazos de algún musculoso adalid con ínfulas de salvador definitivo, hoy toca una de superhéroes. Pero, siento decepcionar, no voy a centrarme en los inmaculados trajes de tejido sintético y ajustable, sino que pretendo adentrarme un poco más para descubrir qué tiene bajo la piel un mesías de andar por casa, moderno, atractivo e implacable. Y para acabar cuanto antes, lo justo es comenzar acotando el terreno, dejando claro en que área tenemos que buscar para encontrar rápidamente un modelo de conducta al que nos podamos ceñir para lograr de forma rápida y sencilla surcar tierra, mar y aire con mirada franca, ambiciosa, inalcanzable.
Hace unos cuantos siglos tendríamos que haber comenzado la investigación en el campo de batalla de un gran ejército, porque ahí se conocía a los verdaderos líderes. Algunos cientos de años más tarde, nuestro heróe habría empuñado una pluma, tal vez un pincel, o cualquier otra herramienta destinada a crear y transmitir arte y belleza. En tiempos aún más recientes, nos habríamos dejado fascinar por alguien capaz de llevar a cabo "milagros" científicos, casi siempre utilizados a posteriori con fines bélicos, pero a menudo acometidos con el afán de comprender otro pequeño fragmento de la enorme maquinaria que sostiene y genera la realidad observable. Hoy en día, y lo digo de forma casi literal, es obvio que nuestro individuo excepcional ha de estar ligado, junto con absolutamente todo lo demás, al mundo de la economía, y más concretamente ha de ser un "emprendedor de éxito".
Llegar a esta conclusión es sencillo: tanto da qué pretendas ser en la vida, a qué te dediques, que grado de excelencia hayas sido capaz de alcanzar en tus tareas, o qué forma hayas elegido para tratar de desarrollar tu potencial: nada de eso vale nada. Y me explico, porque claro está, ahora mismo podrían pasar por aquí decenas de personas defendiendo su percepción perfectamente demostrable (una vez más, casi siempre en términos económicos, directa o indirectamente) de que efectivamente, dedicándose a labores de lo más variopintas, han conseguido todo lo que deseaban. Y yo diría que sí, todo salvo una cosa: la posibilidad de tener su vida en sus manos, lo que en otros tiempos y en otros lugares se ha venido llamando "libertad".
Para aclarar conceptos, lo que se conoce como emprendedor, más allá de la definición que daría alguien ligado al mundillo, es un individuo que es capaz de cumplir estas sencillas premisas:
Para ello se requiere de un instinto que especialmente poseen los pícaros, aquellas personas no necesariamente inteligentes, pero sí capaces de perder a los demás en sus dobleces. Un modelo de conducta que responde a las características de lo tradicionalmente considerado como lacras sociales, individuos en manos del azar y la picaresca, a imagen y semejanza del conocido Buscón de la obra de Quevedo, que curiosamente en el pasado siempre se situaron en la base de la pirámide social, odiados por todos, sobreviviendo entre empujones, patadas y maldiciones, y que hoy por hoy representan la viva imagen del esfuerzo, del éxito indudablemente merecido, del motor que mueve al resto de la sociedad.
Y por supuesto semejante idea no es para nada casual, tanto es así que, o eres uno de ellos o estás a su servicio, y aunque en términos estadísticos representan una minoría absoluta que (por definición) apenas cubre a una pequeña parte de la población, el apoyo social que detentan es inmenso. No importa si eres uno de los máximos exponentes en tu sector, porque no vales lo que sabes, ni lo que eres capaz de hacer, vales exactamente lo que ellos consideran que deben valorarte. Y si decides protestar, levantar la voz, protestar ante la tiránica oligarquía de quienes dominan un mundo que empieza y acaba en lo meramente económico, la respuesta que invariablemente obtendrás es que olvides tus dotes, lo que realmente te llena, y te conviertas en un especialista en lo que únicamente importa, que seas un emprendedor. La disyuntiva, por tanto, engloba dos opciones: convertirte en un mercader de baja estofa o renunciar a ser el dueño de tu vida, de tus horarios, de tus posibilidades, de tí mismo.
Evidentemente no se puede esperar gran cosa de una sociedad cuyas puntas de lanza estan formadas por individuos con (en el mejor de los casos) un ojo puesto en su especialidad y otro en la bolsa del dinero, que a menudo cada vez exige más atención, mientras que el resto se delega en personas que desarrollan su labor según unas normas impuestas y recibiendo lo que sobra tras colmar la saca del superhéroe de turno. Esto implica que únicamente las actividades relacionadas con lo ecónomico terminan siendo llevadas a cabo por personas que actúan por iniciativa propia. El resto de los profesionales, los que deciden dedicarse en cuerpo y alma a su tarea, nunca pueden dar rienda suelta a su criterio, a sus ideas, son sólo empleados cumpliendo una jornada y unos objetivos previamente marcados, una vez más, por un "emprendedor".
Así las cosas, os aconsejo de todo corazón que si vuestro fin en esta vida es pareceros a esos miserables superhéroes y ostentar su embriaguez de grandeza social, los pasos a seguir consisten en abandonar cualquier cosa que esteis haciendo, olvidar el miedo, la precaución, incluso el sentido común, guardar los escrúpulos en el fondo del cajón más oscuro que tengais a mano, y comenzar cuanto antes a estudiar economía. Y entiéndaseme, por supuesto no me refiero a la ciencia, sino al juego de trileros que lleva el mismo nombre. Otra opción, claro está, sería cortarles la capa y tal vez algo más a toda esa panda de farsantes, pero para eso desafortunadamente aún somos muy pocos... aún.
Hace unos cuantos siglos tendríamos que haber comenzado la investigación en el campo de batalla de un gran ejército, porque ahí se conocía a los verdaderos líderes. Algunos cientos de años más tarde, nuestro heróe habría empuñado una pluma, tal vez un pincel, o cualquier otra herramienta destinada a crear y transmitir arte y belleza. En tiempos aún más recientes, nos habríamos dejado fascinar por alguien capaz de llevar a cabo "milagros" científicos, casi siempre utilizados a posteriori con fines bélicos, pero a menudo acometidos con el afán de comprender otro pequeño fragmento de la enorme maquinaria que sostiene y genera la realidad observable. Hoy en día, y lo digo de forma casi literal, es obvio que nuestro individuo excepcional ha de estar ligado, junto con absolutamente todo lo demás, al mundo de la economía, y más concretamente ha de ser un "emprendedor de éxito".
Llegar a esta conclusión es sencillo: tanto da qué pretendas ser en la vida, a qué te dediques, que grado de excelencia hayas sido capaz de alcanzar en tus tareas, o qué forma hayas elegido para tratar de desarrollar tu potencial: nada de eso vale nada. Y me explico, porque claro está, ahora mismo podrían pasar por aquí decenas de personas defendiendo su percepción perfectamente demostrable (una vez más, casi siempre en términos económicos, directa o indirectamente) de que efectivamente, dedicándose a labores de lo más variopintas, han conseguido todo lo que deseaban. Y yo diría que sí, todo salvo una cosa: la posibilidad de tener su vida en sus manos, lo que en otros tiempos y en otros lugares se ha venido llamando "libertad".
Para aclarar conceptos, lo que se conoce como emprendedor, más allá de la definición que daría alguien ligado al mundillo, es un individuo que es capaz de cumplir estas sencillas premisas:
- Analizar la sociedad para encontrar un área en la que exista o se pueda crear una determinada demanda de un producto o servicio.
- Lanzarse a especular con dicha demanda, con frecuencia asumiendo un enorme riesgo inicial solamente justificable con una importante dosis de irreflexión e inconsciencia.
Para ello se requiere de un instinto que especialmente poseen los pícaros, aquellas personas no necesariamente inteligentes, pero sí capaces de perder a los demás en sus dobleces. Un modelo de conducta que responde a las características de lo tradicionalmente considerado como lacras sociales, individuos en manos del azar y la picaresca, a imagen y semejanza del conocido Buscón de la obra de Quevedo, que curiosamente en el pasado siempre se situaron en la base de la pirámide social, odiados por todos, sobreviviendo entre empujones, patadas y maldiciones, y que hoy por hoy representan la viva imagen del esfuerzo, del éxito indudablemente merecido, del motor que mueve al resto de la sociedad.
Y por supuesto semejante idea no es para nada casual, tanto es así que, o eres uno de ellos o estás a su servicio, y aunque en términos estadísticos representan una minoría absoluta que (por definición) apenas cubre a una pequeña parte de la población, el apoyo social que detentan es inmenso. No importa si eres uno de los máximos exponentes en tu sector, porque no vales lo que sabes, ni lo que eres capaz de hacer, vales exactamente lo que ellos consideran que deben valorarte. Y si decides protestar, levantar la voz, protestar ante la tiránica oligarquía de quienes dominan un mundo que empieza y acaba en lo meramente económico, la respuesta que invariablemente obtendrás es que olvides tus dotes, lo que realmente te llena, y te conviertas en un especialista en lo que únicamente importa, que seas un emprendedor. La disyuntiva, por tanto, engloba dos opciones: convertirte en un mercader de baja estofa o renunciar a ser el dueño de tu vida, de tus horarios, de tus posibilidades, de tí mismo.
Evidentemente no se puede esperar gran cosa de una sociedad cuyas puntas de lanza estan formadas por individuos con (en el mejor de los casos) un ojo puesto en su especialidad y otro en la bolsa del dinero, que a menudo cada vez exige más atención, mientras que el resto se delega en personas que desarrollan su labor según unas normas impuestas y recibiendo lo que sobra tras colmar la saca del superhéroe de turno. Esto implica que únicamente las actividades relacionadas con lo ecónomico terminan siendo llevadas a cabo por personas que actúan por iniciativa propia. El resto de los profesionales, los que deciden dedicarse en cuerpo y alma a su tarea, nunca pueden dar rienda suelta a su criterio, a sus ideas, son sólo empleados cumpliendo una jornada y unos objetivos previamente marcados, una vez más, por un "emprendedor".
Así las cosas, os aconsejo de todo corazón que si vuestro fin en esta vida es pareceros a esos miserables superhéroes y ostentar su embriaguez de grandeza social, los pasos a seguir consisten en abandonar cualquier cosa que esteis haciendo, olvidar el miedo, la precaución, incluso el sentido común, guardar los escrúpulos en el fondo del cajón más oscuro que tengais a mano, y comenzar cuanto antes a estudiar economía. Y entiéndaseme, por supuesto no me refiero a la ciencia, sino al juego de trileros que lleva el mismo nombre. Otra opción, claro está, sería cortarles la capa y tal vez algo más a toda esa panda de farsantes, pero para eso desafortunadamente aún somos muy pocos... aún.
Ver Comentarios (141)
Temas relacionados:
Sociedad