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Escrito por na el miércoles, 25 de febrero de 2015

Trato de explicarme
las razones que me llevan
a decirle que no
a algo que me apasiona.
Que me apasiona tanto que me obsesiona.
Y no puedo evitar que suenen a escusas.

Me cuesta explicar la pasión y la obsesión desde el lenguaje y la razón.
Y quiero recordarlo.
Quiero recordar las dificultades que voy encontrando.
Sin que la memoria se convierta en lamento ni en amargura.
Sino en oportunidad. De muchas cosas.
Muy a mi pesar, lo negativo siempre me pareció más enriquecedor y mas auténtico.
Precisamente porque no es fácil encajarlo.
Porque supone un desafío.
No basta con encontrar el cofre del tesoro.
Hay que abrirlo.
Y me doy cuenta que ahora no puedo afrontar el reto.
Porque se abre desde dentro.
Seguir estudiando no es opción.

Intento convencerme de que aplazar las cosas no es abandonarlas, que no estoy tirando la toalla, sino colgándola en la percha para cuando esté preparada.
Pero no puedo evitar vivir el "ahora no" como una renuncia al ahora entero.
Es difícil, para mi, asumir que ahora no puedo más.
Ahora no puedo compaginar mi formación con mi vida.
Y no puedo porque no quiero seguir echando el higadillo hasta que me muera.
No tiene sentido seguir robándole horas a mi salud.
No llego.
No importa lo mucho que me esfuerce, ni lo mucho que lo desee.
Es la primera vez que me pasa y me doy cuenta.
Es un duro golpe para mi parte racional, o lo que queda de ella, asumir mis propias limitaciones, mi propio cuerpo.
Entero.
Mi mente estaba acostumbrada a que todo lo demás le siguiera.
Y todo lo demás le seguía, porque no había nada más.
Nada de pulsación, nada de energía.
Tan sólo las puñeteras emociones plantaban cara, desgarrando el alma, a todos los " procesos cognitivos superiores"... qué tiempos...
Ahora hay más cosas, además de las emociones, desafiando a los imperativos de mi mente atemporal.
Tantas que necesito parar para integrar.
Para dejar de seguir dividida y fragmentada y rota.
Me siento vieja y cansada.

Hay facetas de mi vida que no puedo aplazar sin perdérmelas.
El crecimiento y el envejecimiento familiar, es una de esas.
sucederán esté o no presente.
Y esa certeza me frena.

Escrito por na el miércoles, 11 de febrero de 2015

Cambiar la concepción del ser que soy, implica cambiar mis manifestaciones.
Y eso implica al arte.
Por eso se llama arte.

De todas las artes, las que más me desafían y me fascinan, son las que funcionan en grupo.
Las que no sólo dependen del dominio de mi instrumento, sino que además, necesitan la relación, la interacción, la conexión...
Tanto como yo necesito esa vibracion compartida para la que no tengo palabras.
Todavía.
Es muy frustrante, para mi, no encajar con la versión estereotipada y esterotipante del ser y del arte.
Me duele no conseguir las condiciones que necesito para poder implicarme en los grupos de música de los que creía formar parte.
Y no quiero dejar de necesitarlas.

Me consta que, con dos grupos tan distintos, ya no es cosa de los grupos, es cosa mia.
De cómo concibo mi música.
De como la pienso, la percibo y la siento.
Y de mi incapacidad para funcionar en grupo desde mi concepción.

Mi música, para mi, no es una profesión, ni un negocio.
No es una magnífica composición magistralmente interpretada para sus palacios, sus desfiles, sus procesiones...
Ni un bello producto, ni un fruto perfecto.
Nada tiene eso que ver con la vibración que necesito compartir.
Y que no quiero castrar para encajar en la disciplina militar del esfuerzo por dinero, sin morder, sin autodescubrimiento.
Tampoco es vacío entretenimiento por el mero hecho de disfrutar.
Porque mi disfrutar incluye algo más que mi disfrute.

Y sí, apunto muy alto.
Mucho más alto de lo que yo sola puedo llegar.

Y cuanto más la escucho, mas claro tengo donde ni cabe, ni toca.
Y saber que distorsiona, no implica salir corriendo maldiciendo.
Ni implica ceder para intentar encajar en algo que no va conmigo.
Simplemente, me doy cuenta que tengo que seguir mi camino.
Hacia dentro.
Siento una enorme gratitud hacia todo lo que me han transmitido ambos grupos.
El vínculo perdura, o eso me creo, pero mi música se va.
Y voy a seguirla.
Aunque nadie más pueda escucharla.

No voy a renunciar a ella para materializarla.

Aunque suene mal, sé que mi música es mi arma, como cantó Ibañez y escribió Celaya.
Un arma que sabe donde apunta.
O no será.

Escrito por na el miércoles, 4 de febrero de 2015

Según la versión del ser que manejo hoy
soy
somos
un campo energético pulsando interconectado en un campo energético mayor.

Muchos nombres ha recibido la energía que impulsa la vida.
Que la hace pulsar y que la conecta.
Y seguimos ignorándola.
Y sigo ignorando.

El paradigma oficial atribuye todo el mérito energético de la vida a la bioquímica.
Y a eso reducimos todo: la nutrición, la respiración, el sexo, el amor...
Sin embargo, segun Benveniste, las células no sólo responden a la sustancia química, sino también a su frecuencia.
Este dato indica que algo falla en nuestros universos aleatorios.
Algo falta en nuestros modelos y en nuestras vidas.
Y lo sabemos.

Esta energía que nos falta contradice lo que creemos saber de las otras energías no vitales.
De las otras manifestaciones energéticas.
En concreto, contradice la segunda ley de la termodinamica que dice que la transferencia de energía entre dos cuerpos con diferente nivel energético se produce siempre del mas cargado hacia el menos, hasta que ambos se quedan en equilibrio.
Amén.

Pero eso, con la energía de la vida, es mentira.

Cuando dos cuerpos vivos entran en contacto, el que tiene mayor carga vital absorve energía del que menos carga tiene hasta dejarlo sin nada.
Mientras se deje, hasta la muerte.
Literalmente.

Las implicaciones de todo esto me ayudan a comprender lo que hasta hoy consideraba mi tara.
Me ayuda a comprenderme.
Mis subidas y mis bajadas.
Me ayuda a comprender la psicoinmunología y el placebo.
Me ayuda a comprender lo que las grandes ciudades hacen con nosotrys.
Y lo que nos cortan y cortamos para adaptarnos a ellas.
La falta de contacto para no ir de vampiresa, ni de presa.
El aislamiento como alternativa a la locura de notar algo que no solo dicen que no existe.
Sino que, paradójicamente, persiguen.

Y sin embargo, aislarme de mi y de ti, no es alternativa de nada porque no me protege: me pudre.

Me quedo sin palabras ante lo que siento al pasarlo tan mal tratando de ponerme bien.
Es muy jodido, es una puta mierda, pasar del muy mal al peor.
Me hace querer estar mal para sentirme mejor.
Resistencia lo llaman.
Y es una putada.

Hay muchos caminos para tomar consciencia de esta energía vital.
Pero todos los que conozco apuntan hacia dentro.
Hacia el aterrador silencio de la profundidad.
Hacia el único lugar donde no quiero estar porque tengo miedo de mi.
De la bestia que soy.
Cada vez que reconecto conmigo, enfermo.
Cada vez que me adentro en mi, lloro.
No importa la técnica que aplique.
Todas me desgarran por dentro.
Y salgo corriendo.
Llevo demasiado tiempo huyendo del dolor que arrastro.
Fuera de mi.
Buscando.
Sedando a esta bestia ignorada, herida y podrida que me transforma.
Que me boicotea y me agota.
Estoy harta de tratar de seguir viviendo como si na.
Otra vez.
Todavía.
Y por fin me doy cuenta, mirando a la bestia que hasta dormida me aterra, que no puedo tratarme así yo tambien.
Por una vez, voy a quedarme conmigo.
Aunque me de miedo y me duela.
Voy a nutrirme y cuidarme hasta liberarme.
O hasta que me muera.
No como bestia o mascota, sino como el animal libre y salvaje que soy.