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Escrito por na el martes, 17 de marzo de 2015

He descubierto algo nuevo en mi interior.
Algo en lo que creía, algo que debía existir.

Me dijeron que la especie es consciente de sí misma.
Y me lo creí.

Y cuanto más lo creía, más lejos estaba de mi.
Y era tan fácil acercarse.
Y es taan fácil.

Yo buscaba algo difícil, para alimentar a mi ego y a su pozo ciego.
Y no lo encontraba.
Aunque me engañara.
Precisamente porque, como describe Eckhart Tolle, está en el ahora.
Ni en la castración pasada, ni en la esperanza futura.

Centrate: ahora.

Y me fulcro y vuelvo a reconducir mi atención a mi presencia.
Sin juicio.
Y esa actitud, esa postura, la incorporo a cualquier cosa que hago.
Como dice Nacho Montero-Ríos, meditar es eso. Gracias.
Y no hace falta irse a la montaña, ni raparse la cabeza, ni sentarse a cruzar las piernas.
Nada de eso es esencial.
Que los rituales y los santuarios molan, siempre y cuando no nos perdamos en ellos.
Se vuelven asfixiantes.
¿Lo notas?

Cuando no sé lo que es estar presente, no importa.
Focalizo mi atención en las sensaciones corporales de las aletas de mi nariz.
Y cuento las respiraciones completas (inspiración+expiración=1)
Mi atención no está en la respiración porque entonces la mente interfiere y distorsiona.
Mi atención está en la nariz.
Mi mente cuenta. (1, 2, 3...)
Si me pierdo, no importa.
Sin juicio vuelvo.
Si me pierdo más de tres veces, lo dejo: estoy atacá.
Tambien pasará.

Cuanto mas lo pruebo, más y mejor me nutre.

Y voy a mi ritmo, asimilando. Integrando.
Con precaución para no indigestarme. Otra vez.
A veces hacia delante y otras haciendo cosas como la de hoy.
!dios!


De manera indicativa, me gustaría recordar los puntos de inflexión en mi proceso.

0.- Ausencia de proceso.

Desde muy temprana edad fui consciente de que yo no era "normal".
No era como los niños y tampoco como las niñas.
No importaba lo mucho que lo intentara, lo mucho que me esforzara, ni todo lo que me sacrificara para conseguirlo.
Pronto me di cuenta que era diferente, distinta, rara.
Nadie me dijo que todys somos únicys e irrepetibles.
Y "crecí" considerandome tarada.
Tratándome muy mal.
Haciéndome y haciendo mucho daño.
Y no había proceso, ni desarrollo, ni aprendizaje.
Era designio de la genética y del "ambiente en condiciones normales" al Salomónico 50% y como la genética es intocable, sólo me quedaba tratar de cambiar el ambiente para cambiar yo.
Viva la revolución.
Y lo que de ahí se salía era religión, era creencia y por tanto motivo para diagnóstico y tratamiento de por vida.
Por genios como los que hoy medicamos, sabemos que ya no estoy poseida por el diablo.
Estoy enferma. Y claro, no tiene cura. Tan sólo pastillas y resignación. Y castigo si no.

1.- Los enfermos sois los normales.

En un momento de mi vida, por razones que no vienen al caso, la consciencia de mi misma cambió.
Del no soy normal, estoy enferma, pasé a darme cuenta que la enfermedad es la normalidad y que mi mismo mal comparto con la humanidad. Conocer el mapa y el ejemplo de Wilhem Reich, conocer conceptos como la autorregulación y la plaga emocional, me ayudó en el largo proceso de iniciar el proceso.
El penoso proceso de llevar las palabras a los hechos.
El gratificante proceso de encontrar el coraje para salir del pozo y plantarme.
Para ergirme arraigada. Gracias.

2.-El miedo a la bestia.

Al explorar mi pozo de desesperación, encontré a la bestia.
Encontré lo peor de mi.
Lo que más había negado, reprimido y ocultado.
Todos mis traumas, toda mi carga emocional.
Y sentí el terror y el dolor paralizante, invalidante.
Creí morir la primera vez que, hipnotizada, la ví entera.
Con toda su rabia, con toda su fuerza.
Me asusté mucho de mi.
De esa parte de mi que me negaba a admitir como yo.
Y huí.
A cualquier lugar menos ahí.
Y al hacerlo me dividí.
Dividí la consciencia de mi misma.
Encerré a mi bestia en lo más oscuro y profundo de mi ser, para seguir impunemente torturándola y torturándome.
Victima y verduga.
La mayor parte del tiempo invertía toda mi energía en tratar de controlar al mostruo.
En mantenerlo encerrado e incomunicado para que nunca, jamas, saliera a la aséptica superficie desde la que me relacionaba.
Y volqué toda mi consciencia hacia fuera.
Al principio parecía que casi ni se notaba, pero conforme fui alimentándola, la jaula se fue quedando pequeña.
Y cada vez ocupaba más parte de mi.
Y cada vez me desbocaba más, por las cosas más insignificantes.
Cada vez la bestia se hacía mas fuerte que yo y quedaba menos dentro de mi que mereciera la pena sanar.
Durante todo el tiempo que permití que la bestia campara a sus anchas, yo, para "protegerme" me metí en la jaula.
Y dentro de mis propios barrotes, me fui haciendo pequeña.
Hasta convertirme en un punto.
Gracias a Javier Malonda y su blog creo que he logrado entenderlo.
Llegué a un punto en el que la bestia se encargaba de todo, a fin de cuentas, era inconsciente.
Y pasaba semanas enteras con el piloto automático.
Y las semanas se convirtieron en años.

3.- Del miedo a la compasión.

Y de repente, algo cambió. Más bien, muchas cosas cambiaron.
Lentamente y a la vez.
Me dí cuenta, con ayuda, que mi consciencia, que mi bestia, que mi jaula y que mi yo, no eran decisiones que yo tomara de un día para otro, decisiones por las que fustigarme, sino procesos con los que me identificaba.
Eso hizo que todo cambiara.
Eso hizo que todo se flexibilizara.
Desde el anclaje seguro de las aletas de mi nariz, me dediqué a observar a la bestia en la que me había convertido. Y el miedo que sentia hacia ella, el miedo que sentía hacia lo que sentía, desapareció cuando la miré a sus ojos rojos y vi al animal herido que hay debajo de la rabia, del miedo y del dolor. Al que había torturado hasta convertirme en lo que más me paralizaba.
Y al darme cuenta mi autoconciencia cambió. Hice las paces conmigo. Cuando me equivoco ya no me fustigo por haberme desviado del camino que mi ego traza. Lo acepto. Lo exploro. De las peores experiencias pueden surgir los mejores aprendizajes. Perderme ya no me da miedo porque creo que he aprendido a orientarme.
Cómo me interpreto, cómo me percibo y me trato, cambia cómo vibro.
Y como vibro lo cambia todo.

Escrito por na el miércoles, 4 de marzo de 2015

En lo que me parece otro de mis desesperados intentos de seguir retrasando el ahora entero, ahora mismo, va y llega la primavera.
Así como acostumbra a llegar ella.
Sin importarle lo que digan calendarios, publicistas y agendas.
Y me siento como una quinceañera.
Otra vez.
Y eso lo cambia todo.
Otra vez.

Y me doy cuenta que puedo vivirlo como un pecado, o puedo vivirlo como un regalo.
Puedo reprimirlo, negarlo, evitarlo, sublimarlo...
Puedo hablarlo, puedo callarlo.
Puedo torturarme, puedo disfrutarlo...

He vivido algunas primaveras y reconozco mis síntomas.
Pero nunca me había parado a observarlos desde dentro.
El diagnóstico es claro: llega hasta el tuétano.
Y no comprendo cómo ha podido llenarme tanto, tan profundo, tan rápido.
Ignoro de dónde viene esta fuerza, esta vitalidad, esta energía que ahora mismo estoy sintiendo.
Y no sé cómo he podido bajar la guardia cuando ni buscaba, ni merezco, todo esto.
No tengo ni idea de cómo ha podido pasar, por qué a mi, por qué ahora, por qué así.
no lo entiendo y, ahora mismo, me da igual.
Está sucediendo. A pesar de todo. Y me doy permiso para explorarlo.

Sólo pensar en él, sólo pensar que existe, me hace sonreir.
Y voy como feliz por la vida.
Y me doy cuenta que puedo convertirlo fácilmente en otro pensamiento con el que obsesionarme, si no fuera por su presencia.
Por todo lo que siento dentro de mi cuando él llega.
Por cómo magnéticamente atrapa mi atención con su mirada, con su silencio, con su escucha y con sus hechos.
Por como me atrae una y otra vez al ahora.
El unico lugar donde encontrarnos.
Y me gusta tanto lo que siento que quiero acercarme mucho más de lo que procede.
Muchísimo más de lo socialmente aceptado y personalmente aceptable.
No es que sean imaginaciones mías, la tele dice que lapidan por menos.
Y donde ya no se estila es porque hemos encontrado maneras mas sutiles y efectivas de reconducirlas.

Y ahora mismo me duelen todas.
Otra vez.