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Escrito por Cronos el lunes, 24 de enero de 2011

Parlamento.

Ya hacía dos días que habían tomado tierra, y los barcos más pesados, que habían quedado atrás en el medio de la tormenta habían fondeado en la bahía con la pleamar de media tarde. Ahora, la flota de Isvar, un total de 20 navíos de distintos tamaños, estaba anclada en lo que los druidas llamaban La Cuna de la Luna, segun ellos, un nombre otorgado en los Primeros Días, hacía miles de años.

El ejército estaba acampado a poca distancia de la playa, preparándose para la larga marcha que en breve acometerían. Mientras, los barcos esperarían fondeados con la tripulacion mínima y una pequeña guarnición, esperando a que mejorase el tiempo para intentar llegar a Isvar con poca carga, lo que haría el viaje mucho más seguro. Una de sus prioridades principales era evitar las bajas en el ejército a toda costa, puesto que, según las ultimas noticias que habían recibido, aun en las islas de los druidas, en la península las cosas estaban mal y sería necesario cada hombre entrenado. Eso significaba que el viaje por mar, en las condiciones en las que estaba el clima, no era una opción. Según les habia comunicado Ulrik, el Alto Druida que le acompañaba como consejero, la tormenta con la que se habian topado era muy extraña, aunque no habia sabido o querido explicarle el motivo por el que pensaba tal cosa. Y esa tormenta, o más bien el evitar la zona más peligrosa de ella, se los habia llevado un buen trecho hacia el norte, dejándoles a una distancia más que considerable de ninguno de los puertos de la parte oeste de la peninsula a los que pretendían llegar. Eso significaba que, en el mejor de los casos, estaban a dos o tres semanas de camino del Gran Puente más cercano, y eso si nada les interrumpía el paso y podían conseguir suministros. Eran casi tres mil soldados, y a eso había que añadirle pastos o forraje para algo mas de ochocientos caballos. Con lo que habían traido en los barcos no tenian ni para una semana si mantenian la racion normal, y no hay general que no sepa que a media racion cualquier ejercito avanza mas despacio, puesto que aparecen debilidades, enfermedades y desgana, que siempre retrasan la marcha. Justamente lo que menos necesitaban.

Y faltaba lo más inquietante, los Hijos de Kor, fuesen quienes fuesen o lo que fuesen. No habían tenido contacto directo con ellos, pero sabían que estaban allí. Todavía no habían terminado de organizarse, y aunque había dispuesto partidas de exploracion defensivas, no disponían de suficientes batidores para poder ordenar una observacion del terreno completa. Además, no querían provocar un combate contra un enemigo desconocido y del que no sabían ni la calidad ni el número de sus tropas, y contra el que, en realidad, no tenían ni motivo por el que luchar, ni intencion de hacerlo, salvo que fuesen obligados a defenderse. Su objetivo era salir de alli cuanto antes, viajar al este y despues al sur, siguiendo la costa, bordear Arborea, apoyar a los elfos si estaban siendo atacados, reforzar el ejército con la parte de su guarnición de la que pudieran deshacerse, y avanzar hasta los puentes a la mayor velocidad posible. Tenían muy poca informacion sobre lo que podía estar pasando en Isvar, y, tras las noticias sobre Vallefértil, que seguían haciendo enfurecer a Willowith cada vez que las recordaba, sabían que el tiempo era fundamental para sus planes.

Halleb permanecía tumbada, observando en la oscuridad de la recien caida noche las colinas que bordeaban la bahia en busca de alguna señal de sus misteriosos anfitriones. Al dia siguiente comenzarían la marcha, y cuanta más informacion tuvieran a su disposición, mejor. De pronto, en la salida natural hacia el este del valle, una hondonada bastante amplia entre dos colinas escarpadas, aparecieron varias antorchas encendidas. Estaba a bastante distancia, y no podía diferenciar con claridad quien las portaba, aunque sospechaba que serían aquellos Hijos de Kor. Las antorchas se movieron por un tiempo breve, y despues permanecieron estáticas, desafiantes, justo en la zona por la que habían previsto avanzar.

Tras hacer una señal al explorador que estaba a su lado para que permaneciese vigilante, corrió hacia su montura, y comenzó a galopar hacia el campamento.

Al poco tiempo, una partida de una veintena de soldados, formada por buena parte de la guardia personal de Willowith, Halleb, y el propio general, avanzaba al galope por el sendero que conducia hacia el lugar donde se encontraban las antorchas. Antes de partir, Willowith había ordenado a Ulrik, el druida y a Sir Lothar, el soldado de mayor rango de los que pertenecían a la Orden de Isvar quedarse atrás y asumir el mando si algo les sucedía. Estaban convencidos de que esas antorchas eran una señal para parlamentar, pues si aquellos hijos Kor quisieran atacarles lo hubieran tenido mucho mas a su favor preparandoles una emboscada sobre su propio terreno. Willowith, que cabalgaba su enorme caballo de guerra de color pardo vestido con su vieja y -siempre segun él- fiable cota de malla infinitamente parcheada y con los hombros y la espalda cubiertos con pieles había empleado una frase tan prosaica como contundente, muy a su estilo, para indicarles que habia decidido acudir al lugar que les señalaban las antorchas; "Nadie enseña el culo si no quiere que se lo vean. Vayamos a verles el culo.". Quiza no era una frase que fuesen a repetir los bardos, pero a Halleb le habia parecido bastante graciosa. Willowith solía decir que a los soldados había que hablarles como a soldados y no como a cortesanas, y lo ponía en práctica con asiduidad, incluso con los que no eran soldados.

Mientras se acercaban al lugar señalado, pudieron ver que había hasta seis antorchas encendidas. Una de ellas, en el centro de un claro amplio y rodeado de pequeñas colinas que transitaba el camino, estaba en lo mas alto de un estandarte ya alto de por si, coronado por lo que parecia un craneo de bisonte, de toro o algun animal parecido. Bajo el, la enseña que ya habian visto en el extraño mensaje que les habian hecho llegar segun habian tocado tierra, una estrella de cinco puntas del color de la sangre reseca. Las otras cinco antorchas estaban situadas a pocos metros, repartidas de forma regular y con el estandarte ocupando el centro. Al acercarse más pudieron comprobar que, sobre la tierra ocre habían trazado lineas con arena de color negruzco formando otra estrella de cinco puntas. A Halleb se le erizaron los pelos de la nuca. Aunque Willowith tenía razón en que no sería lógico que alguien hostil dejase ese tipo de señales antes de atacar, sentía la tensión típica de antes de la batalla. Había algo en ese lugar que, aunque no le hacía sentir en peligro, le hacía sentir que la posibilidad de que la situación se tornase peligrosa era más que real.

Willowith dio la orden de detenerse al grupo cuando estaban a unos metros del círculo. Todos los caballos menos el de Willowith olisqueaban el aire nerviosos. Tras ello, hizo adelantarse a su montura al paso, dirigiéndose hacia la estrella sin dejar de mirar a su alrededor en busca de los ojos que, estaba seguro, le observaban desde algun lugar en la oscuridad. Cuando las pezuñas de su caballo estaban a punto de pisar el vertice interior de la estrella, lo hizo parar, y con toda la fuerza de sus pulmones, que no era poca, gritó:
- ¡Hijos de Kor! - La potente voz del general, y su tono marcial recordó inmediatamente a Halleb las arengas que ofrecía a sus tropas antes de cada batalla.- ¡Yo soy Willowith de Hiernis, General del ejército de Isvar, y vengo en son de paz! ¡Hemos leido vuestra ley y estamos dispuestos a cumplirla mientras estemos en vuestros dominios! ¡Si no sois nuestros enemigos, mostraos!

La voz del general retumbo por un momento en los oidos de sus acompañantes. Los segundos parecian eternos, y la tension se podía palpar. Todos ellos miraron a su alrededor, algunos incluso tuvieron que controlar a sus caballos, que estaban asustados y pateaban el suelo o giraban sobre si mismos inquietos, quizá contagiados por la tension de sus jinetes, o quizá por algo más que ellos aun no habían percibido. Al caballo del general, que tenía ya sus años y sus batallas, parecía no afectarle nada de lo que sucedia, y miraba alrededor casi con altivez.

Una voz gutural, profunda, rasgada, y con un acento extraño, tosco para sus oidos, respondió. A Halleb le parecía que provenia del mismo estandarte, aunque como eso parecía imposible, dedujo que probablemente vendría de detrás de él. De todos modos, la voz no sonaba a grito, más bien parecía que alguien estuviese hablando desde una distancia mucho menor de la que debería haber si estuviese oculto en la oscuridad.

- Hace mucho, mucho tiempo que nuestro pueblo no recibe noticias del lugar llamado Isvar. Parte de mi gente cree que es un engaño de nuestro antiguo captor. - Hablaba despacio, como si le costase encontrar las palabras. - Y tambien hace mucho tiempo que ninguno de los nuestros emplea esta lengua, porque esa es la lengua de nuestros enemigos.
- No se contra quien luchais, pero os aseguro que el pueblo de Isvar no es vuestro enemigo, salvo que hayais luchado al lado de los orientales hace ya tres lustros. E incluso si fuese asi, mientras no pongais un pie en la peninsula con intencion hostil, no debeis temer que ninguno de los nuestros os ataque. Somos gente de paz, aunque nos preparemos para la guerra.
- Oriente... - La voz adquirió un tono reflexivo, casi nostágico. - Hablais de los dias en que se forjó nuestro destino. Si Oriente fue vuestro enemigo en aquella guerra debemos parlamentar, estoy seguro. Pero antes necesito que cumplas con un ritual bien sencillo. Entra dentro de la estrella, y lee nuestra ley en voz alta.

Sin mediar palabra, Willowith ordenó a su caballo avanzar hasta el pie del gran estandarte, elevo la vista, y leyó, con voz potente y marcial:

"Estas son las cinco puntas de la Estrella de Kor.
Todo Hijo de Kor es libre.
Un Hijo de Kor no asesina ni miente.
Un Hijo de Kor es dueño de lo que lleve con el.
Solo hay dos castigos para un Hijo de Kor: El destierro y la muerte. El desterrado deja de ser un hijo de Kor. Sólo si el delito no puede ser reparado, la pena será la muerte.
Todo Hijo de Kor forma parte de un clan. Todo clan puede llamar, asistir o partir de una Asamblea Sagrada.
Estas son las cinco puntas de la Estrella de Kor."

Según terminó de leer cada una de las leyes, la antorcha que estaba en la misma posicion en la estrella que formaban alrededor del claro soltó un fogonazo, y después comenzó a arder con mas intensidad. Cuando terminó de leer las leyes, todas las antorchas, incluida la que estaba en el estandarte central, soltaron otro fogonazo, y recuperaron su brillo inicial. La voz de su interlocutor volvió a sonar.

- Yo soy Khazak, el chamán, del clan de las Fauces Sangrantes, Hijo de Kor. Podeis acercaos todos al claro. Me mostraré.

Halleb estaba segura de que el chamán había estado empleando algún tipo de magia para que su voz sonase desde el propio estandarte. Todos se acercaron al claro lentamente, y al poco pudieron observar la forma de alguien que se acercaba en una extraña montura. Cuando se acercó más y la luz de las antorchas permitió diferenciar algo más que una silueta, todos se quedaron boquiabiertos, y comprendieron por que los caballos estaban tan nerviosos. Uno de los hombres de la guardia, que estaba a su lado no pudo evitar decir, con voz mínima, lo que le vino a la mente.

- Orcos...

Escrito por Cronos el jueves, 20 de enero de 2011

Juegos ocultos.
- Si utilizas un poco de estas... se llaman xizark, en el mercado puedes conseguir cuantas quieras... el licor pierde algo de acidez y sabe mucho mejor. Solo necesitas añadir un par de piezas por cada galon de aguardiente. - Maggie, una viuda vecina del barrio que compartía con Jack tanto su aficion a fabricar licores como su aficion a degustarlos, charlaba animadamente desde la parte exterior del extremo de la barra mas proximo a la puerta mientras mostraba al tabernero dos frutas de color rojo vivo y piel brillante. Jack, sonriente, escuchaba los sabios consejos de la mujer, casi diez años mas joven que él, bastante alta para lo habitual en las zalameñas, algo entrada en carnes aunque con sus formas femeninas intactas, o más bien rotundas. Maggie era descendiente de zembabeis que se habian instalado en Zalama hacia varias generaciones, y tenía el tono de piel moreno aunque un poco rojizo de los habitantes de la selva, asi como el pelo lacio y negro como el carbon tan caracteristico en ellos. Tambien poseía otro rasgo tipico de bastantes mujeres zembabei, una complexion ancha y robusta, que la hacía parecer mas grande de lo que realmente era, y le daba a su rostro una expresion de afabilidad y buen humor permanente, que además era acentuada por sus ojos negros, algo oblicuos, no demasiado grandes, y muy vivos. Maggie era de esas personas que parecían sonreir permentemente a la vida, a pesar de que el destino no habia sido demasiado benévolo con ella, puesto que, además de perder a su marido, había perdido a dos de sus tres hijos en la guerra. La hija que le quedaba viva, ya una mujer, habia decidido casarse y trasladarse al interior con su esposo, a la granja que poseia su familia.
Solo habian pasado dos dias desde el ataque que habian sufrido, y estaban preocupados por lo sucedido, asi que habian aumentado las medidas de seguridad en la posada. Ahora habia permanentemente cuatro hombres armados haciendo guardia de forma más o menos disimulada dentro de la taberna, y procuraban que siempre hubiera algun grupo extra de hombres dispuestos a combatir en la parte superior del edificio.
Fiona, que no parecía demasiado afectada por lo sucedido, jugaba a un juego típico de Zalama, consistente en dejar caer una pelota de latak y recoger varios huesecillos de oveja o cabra del suelo mientras la pelota rebotaba en el suelo. De vez en cuando miraba sonriente a Jack y Maggie, como si siempre tuviera un oido puesto en su conversación o en sus ademanes. Maggie se habia dado cuenta de los extraños tatuajes que habian aflorado tenuemente a la vista despues del episodio en el que le habia salvado al vida a Jack. Aunque no había dicho nada, el tabernero se habia dado cuenta de que la viuda los habia visto, y se habia fijado en ellos cuando llegó y cogió a Fiona en brazos.
- Entonces, simplemente, le añado un par de piezas y dejo el licor macerar normalmente, ¿no hace falta retirarlas antes de terminar la maceracion?
- Yo lo que hago es probar cada cierto tiempo.- Maggie puso expresion picara.- Cuando noto que ya no está tan acido, los saco, el licor tiene que tener... mmm... algo que lo haga interesante.
Jack se rio.
- Cierto, cierto, ¡si no podría beberlo cualquier marinero de agua dulce!
Ambos rieron a carcajadas a la vez, lo cual hizo que Fiona les mirara sonriente.
- Vaya, se acerca el mediodia y yo aun no me hice de comer. Creo que hoy haré pastel de carne, y la verdad es que me va a sobrar bastante. - Por un momento, un ramalazo de tristeza cruzo el rostro de la mujer.- Además, estoy un poco aburrida de comer casi siempre yo sola, no me gusta cocinar solo para mi. ¿Quereis probarlo? Me sale estupendamente, digno de la mesa de un rey.
- ¡Siiiiiiiiiii! -Fiona aplaudió. - ¿Podemos, verdad, Jack?
Jack sonrió.
- Claro... aunque, Fiona, si eres tan efusiva voy a pensar que no te gusta mi comida...
- ¡Si que me gusta! Pero... hace mucho tiempo que no como pastel de carne, y me encanta...
- No te preocupes, no me importa... En realidad... - Jack miro a Maggie.- Si quieres echarle un vistazo a mi cocina, ves lo que te falta, y puedes cocinarlo aqui. Si te apetece, claro. Asi, además del pastel, podremos disfrutar de tu compañia.
- Tu lo que quieres es robarme mis secretos de cocinera, ¿no, bribón?
- ¡Por supuesto! ¿No te dije que en otro tiempo fui pirata? ¡Hay cosas que nunca cambian!
Jack se acerco a la entrada de la barra y levanto la parte superior para dejar pasar a Maggie, con gesto caballeresco.
- Por favor mi dama, os ruego que paseis a mi humilde cocina y no seais demasiado dura con las críticas.
Maggie hizo una pequeña reverencia y, siguiendo la broma del tabernero, entró tras la barra como si estuviese caminando a presentar sus respetos a un rey. Jack la siguió hasta la puerta de la cocina, y esperó frente a ella. Todos pudieron oir una carcajada de la mujer.
- ¿Esto que es una cocina o una destilería? ¡Si vendes todo este alcohol puedes emborrachar a todos los barcos de Sanazar juntos!
- Esto... ¿Las dos cosas? La verdad es que soy mas destilero que...
Maggie asomo su rostro sonriente por entre las cortinas que ocultaban la cocina desde la sala principal de la taberna.
- No, si se parece a la mia. Bueno, yo ahora en casa tengo habitaciones de sobra, y por eso tengo cocina, despensa, y la... "habitacion de los licores". Pero... bueno, diría que no tienes mas aguardiente que yo, aunque tampoco mucha menos.
Jack rio a carcajadas.
- ¿Ya sabes qué necesitas?
- Sí, serán un par de cosillas nada más. Iré hasta mi casa y vuelvo antes de que os deis cuenta, o si no comerermos tardísimo.- Maggie, exultante, salió de detrás de la barra y se dirigió a Fiona con acento cantarín.- ¿Quien es la niña mas guapa y mas buena de todo Zalama? ¡A que no me das un beso!
Fiona se puso en pie y se lanzo a los brazos de Maggie, que la subió hasta la altura de su cara y le dio un abrazo y varios besos en la mejilla. Tras dejar a Fiona en el suelo y hacer una burlona reverencia hacia Jack, salio por la puerta, con paso apresurado.
Fiona se subio a la barra, y se sento al lado de Jack, que estaba apoyado en ella mirando como Maggie salía por la puerta y, tras darle un beso en la mejilla, le susurro al oido.
- Me gusta.
A lo que Jack le respondio, casi tímido, tambien en susurros.
- A mi también.
Fiona sonrió feliz, y se bajo de la barra a jugar de nuevo. En aquel momento, Vulkar apareció por la puerta de la posada, apresurado y algo sudoroso, como si hubiera llegado apurando el paso. Los cuatro guardias que estaban en distintos puntos de la posada se tensaron, puesto que el contraluz de la puerta no les dejaba identificar al que habia entrado, pero en cuanto Vulkar saludo todos se relajaron al reconocer su voz.
- Traigo noticias. Y no son buenas. Tengo que hablar con Igram.
Jack echo un vistazo a la posada, y cuando comprobo que no hubiera ningun extraño, respondió.
- Puedes hablar, todos son de confianza. Igram salió, pero volverá pronto.
- He estado averiguando cosas. Sobre los que nos rindieron visita anteayer.
- ¿Y?
- Nos equivocamos en casi todo. Estan pasando demasiadas cosas que no entendemos ni conocemos, y hay mas gente implicada de lo que habríamos pensado.
- Entonces... ¿No eran enviados por Sanazar?
- Si, pero no por quienes creíamos en Sanazar. Ni por los motivos que pensamos. No es por el metal, algo más está sucediendo.
- Si no es por el metal, ¿por que fue?
Vulkar permanecio en silencio, pero miro a Fiona por un momento, y despues miro a Jack.
- No venian a por vosotros, no os querian a vosotros. Solo erais una molestia que había que eliminar. ¿Lo entiendes?
El rostro de Jack se ensombrecio, para enfurecerse al poco tiempo.
- Si, lo entiendo. Tendremos que hablar con Igram y Johan...
En ese momento entró Maggie de nuevo por la puerta haciendo bastante ruido, sonriendo de oreja a oreja, y con un zurron colgando de su espalda cargado de comida y cacharros de cocina. Cuando vio la expresion seria de Jack y Vulkar pareció sorprenderse por un momento, pero inmediatamente recuperó la sonrisa y entró tras la barra, hacia la cocina. Cuando pasó junto a Jack se acercó a el y le habló casi en susurros.
- No habrás pensado en contratar a una cocinera, ¿no? - Tras decir esto, paso la mano por la cintura de Jack en un gesto levísimo, y entró en la cocina. Al poco tiempo, Jack entró tras ella. La mujer estaba atareada picando carne en una tabla de madera.
- Maggie... con respecto a lo de contratar una cocinera...
- ¿Que sucede? Solo era una propuesta. Me aburro bastante desde que se caso mi hijita, y no me importaría echarte una mano con la posada. - Maggie no parecia contrariada. - Además, si vais a criar a Fiona seguro que una mano femenina os será útil.
- Si en realidad... - Jack estaba en pleno conflicto interno. Por un lado le agradaba mucho, hasta demasiado, la compañia de la mujer, pero por otro temía ponerla en peligro.- .. ya había pensado lo que me dices, y en eso no podría estar más de acuerdo. Y añadiría que... que me agrada tu compañía más de lo que estaría dispuesto a admitir delante de cualquier marinero. - Maggie solto un respingo. - El problema es otro.
- ¿Cual es, entonces? - Maggie paró de picar la carne, se limpio las manos con un trapo y se acerco a un metro de Jack. No dejó de sonreir ni por un momento.
- Es posible que corras peligro si estás con nosotros. Este lugar no es seguro, ni creo que ningun lugar sobre este continente lo sea mientras estes a nuestro lado. No querría que sufrieras ningun daño por mi causa.
De pronto, Maggie miró a Jack a los ojos. Su rostro se volvió serio, solemne, incluso fuerte, y a la vez cargado de una profunda ternura.
- Soy dueña de los riesgos que corro, y si sufro algun daño por estar con vosotros será a causa de mi decisión. - Maggie se acerco aun mas a Jack, y poso su mano derecha sobre su pecho, en un gesto cargado de ternura. - Eres un hombre adorable, Jack, te agradezco que te preocupes por mi, pero... ¿sabes que siempre dices que tienes un pasado? Pues no eres el único.

A lo largo de su intensa vida Jack había conocido y compartido lecho con muchas mujeres, algunas de ellas muy bellas, pero no fue capaz capaz de recordar a ninguna que le pareciese ni la mitad de hermosa que Maggie en aquel momento.