Escrito por Cronos el miércoles, 30 de diciembre de 2009
Carta de otro mundo.
"Mi querido amigo Saryon:
Es posible, incluso diría que probable, que esta carta te sorprenda. Más probable aún es que por tu cabeza hayan pasado muchas cosas en las últimas horas o días, pero, a pesar de que sé que lo que he hecho te va a doler, no me quedaba más remedio que hacerlo así. Hay demasiadas cosas en juego, y mi vida no es nada al lado de lo que podemos llegar a perder. De todas maneras, no es la primera vez que muero, y tú lo sabes. A este ritmo quizá algún día me acostumbre.
Quizá todo lo que he escrito hasta ahora te parezca críptico, pero estoy seguro de que eso es lo que esperas de mí. Yo no sé seguir caminos rectos. Como buen druida, gusto de seguir intrincadas sendas de montaña, que hacen más seguro el avance a costa de ralentizarlo. Nunca ha sido de otra manera y, según parece, nunca lo será.
Todo esto, lo que está ocurriendo, tiene un motivo, un origen, un causante, y, como no, una solución, pero en este caso sé que la opción que tú preferirías seguir no es válida, así que he tenido que tomar muchas decisiones en solitario. No te voy a pedir que confíes en mí, pues sé que ya lo haces, pero también sé que parte de lo que ya he hecho te ha dolido, y parte de lo que te voy a pedir que hagas te dolerá aún más. Ten claro que si he trazado este plan es porque es la única manera de conservar Isvar, nuestro hogar, tal y como lo hemos soñado: libre, y sobre todo, habitado.
Lo primero que necesito que hagas es que salgas de Vallefértil. En muy poco tiempo será atacado por una fuerza tal que ni todo el ejército de Isvar sería capaz de plantarle cara. Debes salir de ahí inmediatamente, y llevarte a toda la gente que puedas contigo. Advierte a todos, pero no te quedes a morir. Tú y los tuyos seréis necesarios más adelante. Quizá muchos incrédulos e inocentes mueran, pero eso es algo que hay que pagar para que muchos otros se salven. Créeme Saryon, es nuestra única oportunidad, sabes que si no fuese así no te pediría que actuases en contra de tus principios. Me costó horas convencer a Willowith de lo mismo, y él lo entendió. No quiero exponerte todo lo que sé en esta carta, pues temo que no llegue nunca a su destino, y la información que tendría que darte mostraría mis planes al enemigo. Simplemente, si puedes, confía en mí. Estoy seguro de que lo harás.
Una vez estés fuera de Vallefértil, dirígete a Fortaleza, reúne al Senado y hazles saber que estamos en guerra. Para entonces es más que probable que ya lo sepan, pero mientras no lo vean no van a creerte, así que esa es nuestra única solución. Es necesario mantener todas las ciudades del sur guarnecidas, y que la mayor cantidad de población posible se traslade hacia esas ciudades. Los que se queden, morirán. Cuando veas a que nos enfrentamos, te darás cuenta de que es la mejor manera de intentar detener a los que nos amenazan.
También he de aconsejarte que mantengas a un hombre cerca de ti, o al menos escoltado por gente de tu confianza. Su nombre es Mirko. Doh esta interesado en él, y será una gran fuente de información acerca de nuestro enemigo. Perderle a él sería perder nuestra posibilidad de ganar esta guerra, así que recuérdalo: su vida es muy importante.
Otra persona, o más bien otro ser, a quien debes tener muy en cuenta es a un hechicero, de nombre Ragnar. Está de nuestro lado, y me ha aportado muchísima información valiosa, que, unida a la que posee Mirko, nos puede servir para encontrar una salida al atolladero en el que Isvar se encuentra. Sus consejos son realmente valiosos, aunque contados. Si acude a ti, préstale oídos, sus palabras y sus acciones están llenas de sabiduría. Confía en el como confiarías en mi.
Me despido ya, disculpándome por lo poco aclarador de mi mensaje, y rogándote de nuevo que hagas lo que te pido. Aunque el precio a pagar sea alto, éste es el único camino que he podido ver hacia la supervivencia. Espero no haberme equivocado. La guerra contra Oriente te parecerá un juego de niños cuando sepas a que nos enfrentamos.
Que los dioses nos ayuden.
Tu amigo, siempre:
Clover."
Saryon estaba en su habitación, en su casa de Vallefértil, dudando si enfadarse o reír. Lo que Clover le pedía era una decisión realmente difícil de tomar, pero ya antes había confiado en su buen amigo hasta rozar o incluso traspasar el límite de su honor, y sus actos siempre había tenido un buen fin. De nuevo tendría que confiar en él a ciegas y creer en sus palabras sin hacerse demasiadas preguntas. A pesar de todo, su sentido del honor le pedía quedarse a morir con las gentes a las que había jurado proteger. Quizá él tuviese razón de nuevo, y quizá evitar una derrota ahora serviría para conseguir una victoria más adelante, pero no disponía de la información suficiente para tomar una decisión por sí mismo. Debía fiarse de Clover, por mucho que le pesase.
Lo peor es que no sabía si su amigo estaba vivo. Si era así ¿A quién habían incinerado la tarde anterior? Lo que más le hacía pensar que su muerte era un engaño era la frase en la que explicaba que ya había estado muerto otra vez. La otra vez a la que se refería en la carta había sido hacía unos años, al final de la guerra, al poco de casarse con Idara, la reina de los elfos del mar. Había fingido su propio asesinato para desenmascarar al hermano de su esposa, que intentaba arrebatarle el trono con malas artes. Su plan había salido bien, y había ganado muchos leales entre los elfos de las profundidades gracias a su audacia. Además, la carta la había traído Beart, según su criado, lo cual indicaba que era muy importante para Clover que llegase. En caso contrario jamás habría puesto en peligro la vida de uno de sus mejores amigos.
La única conclusión a la que podía llegar era que disponía de una nueva prueba de que las cosas iban mal, y que la única vía que conocía para intentar cambiar su rumbo era seguir los planes de Clover. Ojalá los dioses le perdonasen lo que iba a hacer, pero no podía actuar de otra manera. No era miedo a morir lo que le inclinaba a marcharse, sino el hecho de que Clover le indicase que era la única manera de preservar Isvar, y sobre todo, a aquellos a los que había jurado lealtad, sus gentes. Seguía sabiéndose en medio de un enredo de enormes dimensiones del cual no conocía casi nada. Ni tan siquiera sabía quién era su enemigo. Debía intentar ver a Clover, quizá él le pudiese informar de lo que ocurría. Si estaba vivo, por supuesto.
Anotó mentalmente lo que haría al día siguiente y, tras firmar la petición de reunión urgente del consejo de la ciudad para la mañana siguiente, decidió intentar dormir. La media noche había pasado ya, y sabía que le costaría conciliar el sueño. Las imágenes de Vallefértil siendo destrozada por un poderoso y desconocido enemigo no desaparecían de su mente.
Escrito por Cronos el jueves, 17 de diciembre de 2009
La Ciudad de los Vientos.
Benybeck estaba subido de nuevo sobre el mascarón de proa del Intrépido. Era de noche, y estaba ansioso por llegar a esa Ciudad de los Vientos. Se imaginó una ciudad blanca y brillante en el horizonte, con altos y puntiagudos torreones y un enorme dragón subido en cada uno de ellos. O quizá sería una ciudad en lo alto de una montaña, donde el viento soplaba tan fuerte que la gente tenía que andar siempre pegada a las paredes para no salir volando, sobre todo los miuvii. O podía ser una ciudad en medio de un volcán, permanentemente en erupción. Fuera como fuese, ya notaba el olor de la tierra cercana, y eso sólo podía significar que pronto vería aquella indudablemente hermosísima ciudad.
Había estado hurgando en los mapas del capitán y del contramaestre. Ahora ya sabía que, descontando que los mapas tenían mal puesto el año, pues iban casi trescientos años atrasados, estaba al sudoeste de lo que había sido siempre su hogar, en el continente del que provenía Ragnar, según le había contado muchas veces. Quizá, al pedir el deseo, sus ganas de conocer esa parte del mundo le habían enviado allí. Estaba segurísimo de que habría enormes dragones cerca, aunque aún no había visto ninguno porque los dragones, todo el mundo lo sabe, son seres realmente escurridizos. También estaba muy seguro de que el dragón que vivía en aquella Ciudad de los Vientos le estaba observando ahora, regocijándose en el hecho de que él no le pudiera ver. En fin, que nunca había visto nada de nada de esas tierras, y ahora estaba seguro ya de que el mar era sumamente aburrido, pues era siempre igual, así que tenia muchas, muchas ganas de pisar tierra.
Era de noche, la luna llena estaba sobre ellos, y navegaban a toda vela en dirección a la ciudad. El capitán había ordenado durante el día recoger casi la mitad de las velas, pues quería llegar de noche a Ciudad de los Vientos, sin duda porque seguro que era muchísimo más bonita vista de noche que vista de día. Después, al atardecer, habían visto tres barcos a lo lejos. El capitán había hablado de algo relacionado con un puño de hierro, y se había reído de aquellos "capitanes de pacotilla que pilotaban vacas marinas". Y entonces habían largado toda la vela, y en cuanto empezó a oscurecer, ya no se vio más a los capitanes de las vacas marinas con puños de hierro. Benybeck le había preguntado a Lamar, el cocinero que si las vacas marinas tenían manos, y si se las herraban, porque todo aquello le había sonado muy raro, y Lamar, que era un maleducado, le había mandado a tomar viento fresco. Como el mejor lugar en el que tomar el viento era la proa, pues allí se fue… y allí seguía. Deseando llegar a la ciudad.
Avanzaban cerca de la costa, que estaba a la izquierda del barco, iluminada por la luz de la luna, de manera que su forma se podía ver desde bastante distancia. Tras pasar un recodo en la línea de la costa, Benybeck vio lo que parecía una pequeña ciudad, con un gran puerto. Casi toda la ciudad era puerto. ¿Así que eso era la famosa Ciudad de los Vientos? Pues ese nombre se merecía una ciudad mejor, más grande y más espectacular. Una ciudad sobre las nubes. Eso sí sería digno de llamarse Ciudad de los Vientos. La ciudad, más bien pequeña, estaba situada sobre una bahía, que hacía de puerto natural, y tras ella se elevaba una alta colina. Lo que podía verse de ella, por ahora, era la línea del puerto iluminada por antorchas, y bastantes casas en las que todavía brillaban fuegos de diversos tamaños, sin duda utilizados para calentarse y para comer. Desde el mar no había mucho más a tomar en consideración, pues estaba bastante oscuro y no se diferenciaban demasiado bien las casas. Cuando se fueron acercando más, el miuven advirtió que las casas, en su inmensa mayoría, eran de madera, bastante toscas, y parecían almacenes en lugar de verdaderas casas. Aunque también podrían ser consideradas almacenes de personas. Esto era cierto, exceptuando unas cuantas que parecían más ricas, situadas hacia el centro de la ciudad. Bueno, tendré que conformarme con esto. Estaba realmente decepcionado.
En unos minutos habían comenzado la maniobra de atraque en la bahía de Ciudad de los Vientos, y ahora era mucho más visible. Las casas, efectivamente, eran casi todas de madera, y estaban amontonadas alrededor del puerto. Muchas de ellas parecían, y eran, almacenes, y las otras, las que estaban iluminadas, eran, sin duda, tabernas. Por detrás de esa línea de casas, se podía ver, algo mas elevada, otra zona mucho más habitable, con bastantes casas con su propio jardín, sin duda de las familias de "comerciantes”, y muchas otras con aspecto de ser pequeños talleres de artesanos, que aprovechaban el tráfico de naves para ganarse la vida. La ciudad vivía por y para el mar, y se amontonaba junto a él alrededor de la abrigada bahía, en la que estaban anclados varios navíos de diversos tamaños y estilos, aunque ninguno tan grande y elegante como el Intrépido.
-Ciudad de los Vientos… qué maravilloso lugar.- Lamar hablaba desde encima de él, mirando hacia la ciudad.
-¿Maravilloso? ¿Qué tiene de maravilloso? -Benybeck estaba realmente indignado-¡No hay ningún dragón! ¡Y yo quería ver uno!
Lamar rió a carcajadas.
-No te preocupes, si existen los dragones, seguro que algún día ves uno.- El grueso cocinero estaba apoyado en la barandilla del barco, de manera que su cabeza estaba justo por encima de la del miuven- Pero Ciudad de los Vientos sí es... o era una ciudad maravillosa.
-Sigo sin ver ninguna maravilla, ¿Qué es lo que tiene de maravillosa?
-Es lo que los hombres de mar llama un puerto libre. Un lugar en la tierra donde las leyes del mar tienen vigencia. Y quedan pocos. Aquí se pueden hacer negocios sin que nadie haga demasiadas preguntas, y, sobre todo, un capitán y una tripulación pueden dormir tranquilos.
-Pero... ¿esto no está lleno de truhanes y piratas?-Benybeck se puso rojo repentinamente.- ¡No me refería a vosotros!.. Emm ¡A nosotros, eh!
Lamar rió de nuevo.
-No te preocupes, no es tan fácil ofenderme…Sé lo que hacemos, y no creo que sea nada demasiado horrible. Otros hacen cosas peores al amparo de la ley, y nosotros tenemos nuestra propia ley, simplemente.
-Bueno, pues... si realmente esto está lleno de truhanes, piratas y gente así… ¿Cómo puedes dormir tranquilo?
-La ley del mar protege a los capitanes y a sus tripulaciones en tierra. Los problemas se arreglan en el mar. Si alguien incumple esa ley, se le prohíbe atracar en el puerto, y se le niega toda información en el mar. Eso es la muerte para un pirata o un contrabandista. Hay muchas noticias que se pasan de barco a barco, mediante señales, cuando éstos se encuentran en alta mar. Si los demás no te ayudan, es muy fácil caer en manos del Imperio, o de una tormenta. Así funcionan las cosas. Si no cumples nuestras leyes, nadie te ayuda, y eso es la diferencia entre que tus bodegas estén llenas de oro o de agua.
-¿Y nunca nunca pasa nada?
-Bueno… De vez en cuando hay algún roce entre tripulaciones borrachas gastando su botín, pero eso se suele zanjar rápidamente con un poco de disciplina de los capitanes. Simplemente, les reducen su soldada, los azotan, o los dejan en tierra si encuentran buenos sustitutos. Hasta los marineros saben que no deben hacer estupideces.
-Pues sí que es un lugar extraño este, sí…
Alguien habló desde detrás del cocinero.
-Lamar... ¿estás hablando con el pequeñajo? -La fuerte voz era la del contramaestre.
-Mmmm soy muy alto para los de mi raza...-Benybeck elevó la voz para que el contramaestre le oyera. De un salto, pasó la barandilla junto a Lamar, y se plantó delante del contramaestre.- Si te referías a mí, claro.
-Sí, enano, me refería a ti. No tengo ni idea de por qué quiere hacer tamaña locura, pero el capitán quiere que bajes a tierra con él y con unos cuantos mas. Espero que sea para dejarte allí.- El contramaestre, un hombre fornido y rudo, rio a carcajadas.
-Ah bien... supongo que tendré que bajar a tierra... aunque supongo que será porque si llegas a ir tú te quedarías abrazado a la primera... botella que encontrases.- El miuven apuró el paso, rodeando al contramaestre mientras decía esto.- Porque es evidente que ninguna mujer querría ser abrazada por ti...
Benybeck salió corriendo para evitar el puñetazo lanzado por el contramaestre, que, convencido de la inutilidad de perseguirlo se quedó mirando con gesto de furia a Lamar, que a duras penas aguantaba la risa.
La posada de Jack estaba casi en el centro del puerto, donde solían desembarcar las tripulaciones de los barcos más grandes. Ya desde el agua, uno de los marineros que bajaba a tierra junto con el capitán y el miuven, lo había señalado.
-¡Mirad, la posada de Jack está cerrada!- Nadie contestó aunque a nadie le gustó la noticia.
El capitán iba en la parte trasera de la barca mientras Benybeck, ansioso ya por bajar a tierra a pesar de que la ciudad le había decepcionado muchísimo, estaba en la parte delantera, observando como se aproximaba el muelle. El resto de los hombres, seis en total, remaban con fuerza para hacer llegar la embarcación a la orilla. Todos ellos eran hombres fuertes e iban armados. El único sonido que les llegaba era el de los remos al atravesar el agua, y sus propias respiraciones. Sobre el embarcadero no había nadie. Nada de extrañar, pues hacía tiempo que había pasado la medianoche.
-Capitán... alguien se mueve por ahí delante, por cerca de donde vamos a desembarcar.- Benybeck intentaba aguzar su vista para poder dar algún detalle- Es uno solo, no creo que sea peligroso, pero parece que nos espera.
-Tranquilo. Probablemente sea amigo, o amigo de un amigo.
Tal y como suponía el capitán, en cuanto pisaron tierra firme el hombre se acercó a ellos. Iba envuelto en una gran capa oscura con capucha, aunque se podía ver que era un hombre fornido y que llevaba ropas de marinero.
-Hoja Afilada... siempre creí que estabas loco, pero esto es algo más que una locura.- El hombre, al que era imposible verle la cara, hablaba casi en susurros, con voz apremiante.
-Mis noticias no son tan graves, ¿Qué es lo que ocurre?
-Sonen ha tomado el control de la ciudad, con ayuda de los Mercenarios del Puño de Hierro. Ha derogado las leyes del mar y ha comenzado a poner las suyas. Y además ha detenido a Jack. Y también ha puesto precio a tu cabeza. Has sido inteligente viniendo de noche, pero en estos momentos, Sonen ya sabrá que estás en la ciudad.- El hombre miraba de un lado al otro, temeroso de que alguien le viese hablando con el capitán del Intrépido.
-Tranquilo, contaba con ello. Todavía me queda tiempo. Los hombres de Sonen me respetan lo suficiente como para no atacarme mientras no les den una orden directa. ¿Y cuánto oro valgo?
-Mil monedas, una fortuna.-El capitán rio al oírlo.
-Bien... tendré que darle motivos para que aumente la recompensa. ¿Sabes algo de Ika y Kurt? Tenía que recogerles aquí.
-Están en el mismo lugar que Jack, en el calabozo de los borrachos. No se defendieron cuando fueron a por ellos anoche. No querían montar una carnicería.
-Me sospechaba algo así, y les dije que no lo hicieran. Sonen no mataría a dos personas tan valiosas sin un motivo. Por cierto, ¿el meterlos en el calabozo de los borrachos tiene algún tipo de significado o es sólo otra estupidez más de Sonen? Hasta un niño podría escapar de allí sin ayuda.
-Tiene un puñado de sus hombres defendiéndolo. Siempre ha sido demasiado prepotente.
-A ver si esta vez tampoco aprende. No me gusta enseñar a mis enemigos. Muchas gracias por todo. Si quieres hacerte a la mar, tienes unos minutos para decidirte. El tiempo que tarde en rescatar a Jack y a mis hombres. Y supongo que también parte de la bodega de Jack.
-La oferta es tentadora, capitán, pero mis tiempos de marinero han terminado. Muchas gracias, de todos modos. El Intrépido es uno de los mejores barcos que recalaban aquí. Y no pagas nada mal.
-Eso lo sé bien. Me gusta que mis hombres estén contentos. Espero que nos volvamos a ver, amigo.
-Si algún día vuelves por aquí, sabes donde vivo.
-Y tú sabes bien como encontrarme si tienes problemas. Buena suerte.
-Lo mismo digo.
Tras un apretón de manos, el hombre se acercó a la siguiente esquina, y, tras echar un vistazo, desapareció tras ella. El capitán ordenó a uno de los marineros que hiciese señales al barco, indicándoles que debían enviar dos barcas más, y que les esperase para ordenarles que se hiciesen cargo de ciertos barriles de la bodega de Jack. Acto seguido se dirigió a Benybeck.
-Benybeck, ¿ves aquel almacén?- Señalaba a un pequeño almacén que estaba cerca de uno de los extremos del puerto. El miuven asintió.- Allí tienen prisioneros a unos cuantos amigos míos. Quiero que te acerques y cuentes cuántos guardias son y cómo están dispuestos. Te esperaremos en aquella esquina.-Eidon señalaba a una esquina de un edificio adyacente, donde no podrían verles desde el almacén.- Y que no te vean.
-¿Sólo eso?-Benybeck comenzó a caminar hacia el almacén con el pecho hinchado.-Creí que tendría que acabar yo solo con esos cazamoscones.- Todos los hombres del Intrépido sonrieron, excepto el capitán.
Benybeck se acercó a paso rápido y silencioso al edificio que le había señalado el capitán. En una de las zonas más solitarias del puerto, en la que prácticamente sólo había almacenes, se emplazaba solitario el edificio, construido en madera, de forma cuadrada, de unos 10 metros de lado y con una altura de un piso. El tejado era muy poco inclinado, y había unas cuantas ventanas en la zona que debía corresponder al piso superior. Un edificio muy estúpido en una ciudad muy estúpida. Desde el puerto no se veía ninguna entrada. Ni tampoco se veía a nadie a su alrededor.
El miuven rodeó la manzana anterior y echó un vistazo a la parte opuesta al puerto. Allí, ante una puerta doble de unos tres metros de ancho, había tres hombres medio adormilados. ¿Y esos tres eran los que podían oírle? Pues vaya. Todos llevaban ropas sencillas, de marinero, y parecían muy poco centrados en lo que debía ser su labor, vigilar. Los tres iban armados con pesadas espadas anchas. Tras dar la vuelta por la parte trasera del edificio, comprobó que no hubiera ninguna entrada y ningún vigilante más en el otro lateral del edificio. Volvió a la parte trasera, la que daba al puerto, y vio que el capitán y sus hombres aún se estaban acercando. Por señas, les indicó que había tres hombres y en que lado estaban. El capitán asintió rápidamente, y el miuven volvió a la parte lateral del edificio del lado opuesto al que se acercaba el capitán. Allí, aprovechando uno de sus pilares de madera, que sobresalía casi una cuarta de la pared, trepó hasta que estuvo cerca de una ventana. Un juego de niños, hasta un miuven de dos años podría escapar de una prisión como ésta. Se puso una daga en la boca y saltó hacia la ventana, agarrándose al alféizar. Lentamente, con la ayuda de la daga, abrió la ventana sin hacer casi ningún ruido. Tras comprobar que no había nadie dentro, se coló por ella.
Estaba en una habitación oscura, parecía un almacén… bueno, y al fin y al cabo eso es lo que era. En el suelo, y apoyadas en las paredes, había un buen montón de cosas, principalmente armas. Le llamó la atención, aunque no lo suficiente para llevársela, una pesada armadura de placas metálicas y, seguramente, de alguien bajito. El miuven se acercó a la puerta y, para su alegría, vio que estaba cerrada. Enseguida comenzó a sacar sus ganzúas.
En unos segundos, la puerta estaba abierta. ¿Quién sería el idiota que había hecho aquella cerradura? Aquella era la cárcel más estúpida que había visto nunca. Todos los miuvii sabían que una cárcel era un sitio divertido, con muchísimas cerraduras de las difíciles de abrir. En su pueblo, cuando alguien hacía algo bueno para todos, lo metían en una cárcel como premio, pero nada, allí nadie entendería aquello jamás.
Asomó la cabeza al pasillo, y miró a ambos lados. El pasillo recorría casi todo el largo del edificio, y a su izquierda acababa en unas escaleras. Nada, ni un guardia. Lo único que se oía eran unos ronquidos de algo que podía ser un oso. O quizá un dragón. Eso sí, un dragón pequeñito, eso seguro. Se acercó a la puerta tras la cual venían los ronquidos del dragón y comenzó a utilizar sus ganzúas. Otra cerradura estúpidamente fácil de abrir. Podría abrirla hasta con los ojos vendados y con una mano a la espalda, entre otras cosas porque era exactamente igual a la anterior. Abrió la puerta lentamente. La habitación era bastante pequeña y estaba muy oscura, lo cual no importó demasiado a los agudos ojos del miuven. En un jergón pegado a la pared había un enano durmiendo. No era un dragón, pero debía de pesar tanto como uno. Era ancho como pocos, y sus músculos eran enormes y recios. Su barba y su pelo, de un extraño color marrón grisáceo, estaban adornados con pequeñas trenzas que caían sobre la cama o sobre su cara, todas revueltas. Bajo unas pobladas cejas, los pequeños ojos estaban cerrados. Su nariz, ancha pero chata, estaba enrojecida, al igual que la parte que se veía de sus pómulos. Su boca casi no se veía en medio de la tupida barba, pero era obvio que el que roncaba era él. Vestía un jubón de cuero, de ésos que se suelen llevar bajo las armaduras metálicas para que no rocen la piel y como protección adicional, y unos pantalones del mismo material. Su musculatura era simplemente imponente. Aunque no era mucho más alto que él, podría pesar dos o tres veces más. El miuven comenzó a examinarle bien de cerca para comprobar si era un dragón disfrazado.
El enano abrió un ojo, y, al ver la cara del miuven a sólo unos centímetros de la suya, pegó un respingo.
-¿Quién demonios?-Su voz era ronca y dura, parecía hablar siempre desde una cueva. Además, tenía un acento extraño, que Benybeck no reconoció.
-¡Hola!- Benybeck sonrió todo lo que pudo, hablando muy aprisa.- ¿Tú no serás un dragón verdad? Lo digo porque no lo pareces, aunque roncas como uno, así que pensé que podrías ser uno disfrazado. Siempre quise ver un dragón, podrías haberlo sido y por eso me dije yo…
-¿Y tú eres una polilla? ¡Claro que no soy un dragón, estúpido!- A pesar de su enojo, el enano trataba de gritar lo menos posible, con poco éxito.- ¿De dónde has salido?
-Mmmm eso es una larga historia…- El miuven se rascó la barbilla, como pensativo.- Aparecí en un barril de manzanas en el Intrépido, y ahora soy…
-¿Vienes del Intrépido? ¿Te envía Eidon? ¡Estaba deseando que viniera a rescatarnos de una vez! Pero debe tener cuidado... aquí hay hombres del Imperio, están abajo, esperando a que aparezca.
-Vaya… pues me temo que es demasiado tarde… el capitán iba directo hacia la puerta cuando le dejé, con seis de sus hombres… e iban a entrar.
-Vamos, ve a soltar a Ika y a Jack, están en las dos siguientes puertas, o eso creo. Yo mientras cogeré mis cosas y las de ellos. ¡Rápido!
-¡Vale, vale!, no hacía falta que gritaras... por cierto, aún no me has dicho tu nombre…-El miuven estaba diciendo esto mientras salía por la puerta.
-¡Kurt!, ¡me llamo Kurt!
Benybeck se dirigió a la siguiente puerta del pasillo. Casi sin pararse, abrió la cerradura con gran maestría. Se oían voces abajo, lo cual no era el mejor de los signos. Tras la puerta vio, en un cuarto casi sin luz y muy similar al anterior, a una elfa que estaba sentada sobre la cama con las piernas cruzadas. Se mantenía erguida, pero tenía los ojos cerrados. Su piel era de un extraño tono oliváceo, y su pelo era completamente negro, casi hasta brillante, y lacio, formando una larga melena que caía sobre sus hombros hasta la mitad de su espalda. Dos finas líneas negras se superponían a sus ojos, grandes y almendrados. Su pequeña nariz y su boca encajaban perfectamente en el bello equilibrio de su cara, realmente bella incluso a los ojos de un miuven. Su cuerpo era esbelto, para nada voluptuoso, y no era demasiado alta. Vestía una extraña pieza de fina cota de malla, más pensada como adorno que como protección, pues aunque le cubría sus dos hombros, después cruzaba en diagonal su torso, desde debajo del brazo hasta la cadera del lado contrario, formando una especie de triangulo brillante. Bajo esa extraña prenda, vestía lo que parecía un jubón de color rojo, que le cubría los brazos hasta el codo, y unos pantalones ajustados de cuero. En cuanto el miuven puso un pie en el cuarto, abrió sus ojos, dejando ver un iris de un bellísimo e intenso verde.
Benybeck le hizo un gesto para que se mantuviese en silencio.
-Soy Benybeck, y soy amigo del capitán Hoja Afilada. Creemos que puede estar en peligro. Kurt está recogiendo vuestras cosas, prepárate rápido mientras yo saco a Jack.
-Gracias.- Su voz era clara y muy bella, y carecía del tono cantarín que solían tener los elfos.
Ika se levantó con un movimiento elegante y ágil, y se dirigió a la puerta.
-De nada, la verdad es que es un verdadero placer rescatarte... ¿Crees que alguien me hará caballero por esto? ¿No serás una princesa, no?
La esbelta elfa se alejó por el pasillo, hacia el cuarto donde estaba Kurt recogiendo sus cosas.
Jack era un hombre ya bastante mayor, por encima de los cuarenta, según los cálculos de Benybeck. Era alto y bastante grueso, aunque en su complexión se veía que, años atrás, había sido muy fuerte. Estaba completamente calvo, y en su cara destacaba su ancha mandíbula, que reforzaba la imagen de fortaleza, y sus grandes ojos castaños. Vestía ropas sencillas, de tela gruesa, y bastante sucias. El delantal que llevaba dejaba claro que había sido detenido en su misma posada. Agradeció al miuven su liberación con una voz ronca y profunda.
Cuando salieron de la celda, vieron al extraño dúo saliendo del almacén de armas. Kurt, el enano, empuñaba una enorme hacha de batalla casi tan grande como él, con gesto furibundo, y cargaba a la espalda un bulto más grande todavía en el que sin duda transportaba su armadura.
Ika empuñaba un arco, y llevaba un carcaj a su espalda y otro colgando de su cintura, ambos cargados con extrañas flechas, sin duda de muy buena factura. También de su cintura colgaba una espada corta ligera, del más puro estilo élfico. Comenzaron a andar lo más silenciosamente que pudieron hacia el fondo del pasillo, donde éste desembocaba en las escaleras.
Una voz profunda provenía del piso inferior, hablaba en tono pausado y seguro.
-Sabía que aparecerías, Hoja Afilada. Has sido un estúpido.- Había una gran prepotencia en la voz.
-Soy amigo de mis amigos, Sonen. Puede que eso me haga predecible, pero también me hace fuerte.
Ika comenzó a bajar las escaleras lentamente, pegada a la pared. Llevaba el arco tensado, con una flecha preparada. Sus movimientos eran elegantes y silenciosos. Benybeck comenzó a bajar detrás de ella, sólo tras lograr convencer al enano mediante gestos de que esperara en el piso de arriba a que comenzara la acción.
-¿Acaso crees que esos a los que llamas amigos van a venir a rescatarte? No son más que bandidos, y acabarán pagando como pagarás tú.
-Como siempre, vendes la piel del oso antes de cazarlo, Sonen. Aún no he entregado mis armas.
Ika se asomó furtivamente por la esquina de las escaleras. Por gestos indicó a Benybeck que Sonen estaba de espaldas a ellos, y que había unos 10 hombres en la sala. El miuven asintió, y empuño su daga, haciendo gestos para calmar a Kurt, que permanecía impaciente en lo alto de las escaleras junto a Jack.
-Lo harás, Eidon. En caso contrario tus hombres también morirán.
Ika salió de su refugio, con el arco preparado y apuntando a Sonen. Tras ella salió el miuven, que hizo un gesto al enano para que bajara. Éste se abalanzó por las escaleras, montando un estruendo ensordecedor con su armadura. El piso de abajo del calabozo estaba formado por una única sala, sin ventanas. De las paredes colgaban varias antorchas encendidas, que daban a la estancia una iluminación tenue, irregular. En el centro estaban Eidon y sus cinco hombres, mirando hacia las escaleras del fondo. Les rodeaba una docena de hombres vestidos con armaduras de láminas de color negro y pantalones de cuero del mismo color, todos ellos armados con lanzas y escudos metálicos sin ningún símbolo. Aquellas armaduras, de muy mal gusto según la opinión de Benybeck, eran las típicas de los soldados del Imperio. Todos ellos miraban hacia las escaleras, sorprendidos por la aparición del enano.
En la zona más cercana a las escaleras, a unos tres metros de ellas, y girando todavía la cabeza hacia el lugar del que provenía el ruido metálico, estaba un hombre bastante alto, muy moreno de piel, y de cabello largo, negro y liso, que llevaba recogido en una coleta y cubierto por una pañoleta de color negro. Era realmente apuesto, de cejas finas pero pobladas y ojos negros, con los pómulos marcados y la mandíbula no demasiado ancha. Una poblada perilla enmarcaba su boca, de labios bastante gruesos, y muy expresiva. De su oreja derecha colgaban dos gruesos aros de oro. Iba vestido con una chaqueta escarlata, gruesa y de cuello alto, profusamente bordada en oro y plata, bajo la cual vestía una camisa de seda blanca de la mejor factura. Cubriendo sus piernas llevaba un fino pantalón de cuero negro, y unas botas del mismo color hasta la rodilla. Según terminó de darse la vuelta, su rostro comenzó a enrojecer a causa de la rabia, mientras miraba a Ika con rostro enfurecido.
-Tú eres el que no vivirás, Sonen. Si yo muero, tú mueres. ¿Conoces a Ika, verdad? Sabes que a esa distancia no fallará.
Sonen, tras echar un vistazo al extraño trío que, una vez el enano había recuperado el equilibrio y buena parte de la dignidad perdida, aguardaba en silencio en las escaleras, se volvió hacia el capitán del Intrépido.
-Si me dispara moriréis todos vosotros, Eidon. Tira las armas, tú eliges.
Eidon rio.
-Te ocurre lo mismo que jugando a las cartas. Hasta tú sabes que has perdido y te empecinas, aún sabiendo que al final cederás. No tienes lo que hay que tener para ordenar a esta escoria que ataque. Pero les ordenarás que tiren sus armas. Tienes miedo, Sonen, miedo a morir. Sabes que no merece la pena.- La voz del capitán del Intrépido era fría y confiada a la vez, y su rostro parecía relajado.- Sin embargo, a mí no me importará morir. Yo no tengo nada que perder. Quizá hasta te lo agradezca.
-Moriremos los dos Eidon, no me dejas otra salida. Y otros se quedaran con lo que nos hemos ganado. ¿Quieres eso?- Sonen parecía ahora más tranquilo, sopesando sus posibilidades. El capitán hoja afilada rió de nuevo.- Creo que sería más inteligente llegar a un acuerdo.
-Te diré cual es mi acuerdo, y no voy a dejar que intentes negociar. No quiero que lleguen más de tus hombres.- Sonen pareció contrariado al oír esto del capitán.- Vas a ordenar a tus hombres que tiren sus armas y que nos dejen marchar. Yo a cambio, os permitiré seguir viviendo a todos. Es tan sencillo como eso, lo tomas o lo dejas. Nadie gana ni pierde nada.
Sonen parecía ofendido por la oferta del capitán. Tras pensar un momento, sin duda considerando su respuesta, su rostro se relajó algo más. Finalmente, preguntó:
-¿Y cómo sé que vas a cumplir tu palabra?
-Yo conozco tus debilidades y tú conoces las mías. Sabes que lo haré, nunca rompo un trato. Yo cumplo nuestras leyes, y tú eres un capitán, mal que me pese. Entrega tus armas, y déjanos ir. No sufrirás ningún daño.
Sonen pensó por unos momentos más. Finalmente, se volvió a sus hombres, y les dijo:
-Tirad las armas. Dejaremos que el capitán y sus hombres se vayan.
La huida fue rápida, pues todos sabían que Sonen no era conocido precisamente por cumplir sus tratos. Al poco tiempo, todos los tripulantes del Intrépido, incluyendo a Ika, Kurt y Jack, estaban en una barca, dirigiéndose al Intrépido de nuevo.
-Sabía que acertaba cuando decidí no tirarte por la borda, Benybeck.- El capitán hablaba con voz fuerte, como si lo que decía fuese un reconocimiento ante todos sus hombres.- Muchas gracias.
La historia de lo ocurrido sería repetida cientos de veces por el miuven en los siguientes días, cada vez con un nuevo detalle. Una semana más tarde, algunos de los tripulantes del barco dudaban si Ika y Kurt eran dragones o no.
Escrito por Cronos el jueves, 17 de diciembre de 2009
Fuego sobre el agua.
Saryon llegó a la que sabía era la última colina antes del gran valle costero en el que se encontraba la ciudad de Vallefértil. El sol brillaba a su espalda, ya comenzando a ensombrecer su presencia en aquellas fértiles tierras para dejar su sitio a la noche. No hacía frío, y la temperatura era agradable. Cada vez que llegaba a ese punto en el camino recordaba la primera vez que había visto la ciudad. Grande, extensa, hermosa y robusta, ésa era la imagen que daba Vallefértil vista desde la distancia. En aquella ocasión, sus murallas estaban rodeadas por el ejército de Oriente, formado por hombres y varios tipos de bestias terribles, que esperaban la hora del asalto final. Ellos venían como mensajeros, y a colaborar en la defensa de la ciudad. Clover, Willowith, Nada, Beart, y varios compañeros más, todos se dirigían a la ciudad con la intención de advertir a los mandos de que recibirían refuerzos pronto. Cuánto tiempo había pasado ya desde aquello... Aquel día, Nada había estado a punto de morir a causa de un conjuro lanzado por un hechicero enemigo. Por eso ahora tenía el aspecto que tenía. Un estallido de fuego había quemado gran parte de su piel, y las marcas aún perduraban en él. A pesar de aquello, Nada aún lucharía mucho más en la guerra, y después su ayuda había sido vital para entrenar a sus nuevos caballeros de Isvar en las artes del combate.
Todos habían cambiado mucho. Clover era rey, Willowith, como él mismo, era general de los ejércitos de Isvar, de Beart poco o nada sabía, pues su estilo de vida nunca había sido sedentario. Todos habían cambiado, pero aún seguían manteniendo su mayor tesoro, lo que había conseguido que sobrevivieran entonces, la amistad. Siempre le asaltaba la nostalgia al poco de entrar en el valle.
Y la ciudad seguía allí. Sus murallas de piedra indicaban a los enemigos que no lo tendrían fácil para tomarla. Al fondo, el puerto, sobre el que podía ver un gran barco y varios más de menor calado, utilizados por comerciantes y pescadores para los trayectos cortos. Sus calles, exceptuando las dos grandes vías que cruzaban la ciudad en paralelo y en perpendicular al mar, se volvían más estrechas cuanto más cerca del puerto o de las murallas estaban, siempre distribuidas sobre un terreno prácticamente plano. Serpenteaban entre las casas, la mayoría construidas con una base de piedra y un primer piso de madera, de tejados altos y angulosos. La parte central de la ciudad era la más amplia de todas. Allí estaba la plaza de Aneathar, cruce de las dos grandes vías que dividían la ciudad en cuatro partes, y lugar en el que se celebraba uno de los mercados más transitados de Isvar, dedicada por ello al dios de los comerciantes. En esa plaza Saryon tenía su casa, a la que nunca había podido llamar plenamente hogar. Cerca de esa plaza estaba también el gran caserón que se había convertido en cuartel-monasterio de la orden de los Caballeros de Isvar, de la que él era ahora líder, pues la había refundado con la esperanza de que volviese a tener el esplendor que había poseído tiempo atrás. En esa plaza era donde se solía reunir el consejo de Isvar cuando lo hacía en Vallefértil, para mostrar a los ciudadanos la limpieza en su funcionamiento. La ciudad que tenía ante su vista era, sin duda alguna, uno de los principales centros de Isvar, a nivel político, comercial y militar.
Según fue bajando la ladera de la colina, que llevaba a las ricas llanuras que rodeaban la ciudad, salpicadas de pequeñas casas y granjas, el aspecto de ésta le fue extrañando más y más. En el puerto se acumulaba una multitud, probablemente la mitad de la población de Vallefértil, si no más. Eso, viendo que ningún barco realmente importante se acercaba, podía significar pocas cosas. Y una de ellas era un funeral, un funeral con honores a alguien respetado por toda la ciudadanía. Eso, una vez más, sólo podía significar una cosa: Problemas. Fuera lo que fuese, era importante. En plena primavera, cuando el cuidado a las tierras de labranza es determinante para el resultado de las cosechas, no había prácticamente ningún granjero trabajando, y la mayoría de los que quedaban estaban dejando sus herramientas para comenzar a caminar hacia la ciudad. No sabía quién podía ser el muerto, pero era probable que fuese alguno de sus amigos. Ordenó a Irwen que apurase el paso, y comenzó a bajar al trote la colina.
El primer grupo de granjeros a los que se acercó reconoció enseguida a Saryon, y se apartaron de su camino rápidamente. Cuando Saryon paró para preguntarles lo que ocurría se mostraron sorprendidos. Era una familia humilde, formada por una pareja joven y tres niños pequeños, el mayor de ellos no pasaría de los cinco años. Vestían sencillas ropas de lana, probablemente su mejor vestidura. El padre, un hombre recio, de pelo rubio descuidado y bastante largo, mandíbula ancha, ojos marrones y frente despejada, se adelantó para hablar con el caballero.
-Buen día, buenas gentes, necesito que me resuelvan una duda…- Saryon saludó con la mano, sin bajarse de su yegua- ¿Qué es lo que ocurre? ¿En honor de quién es el funeral?
-¿No lo sabe, señor? Todo el mundo lo sabe por aquí.- El hombre tenía una voz fuerte, acorde con su aspecto y su profesión.
-He estado fuera de la ciudad unos días, no he recibido ninguna noticia, y las pocas que he recibido ya eran lo suficientemente malas.
-Clover, señor. Hace dos noches que los elfos trajeron su cuerpo. Nadie sabe a ciencia cierta cómo murió.-El hombre bajó la cabeza, pues la amistad entre el caballero y el señor de los elfos del mar era más que conocida.-Créame que lo siento... pero aún hay más.
Al escuchar el nombre de uno de sus más fieles amigos, el cielo cayó sobre los hombros de Saryon. Todos los días compartidos, todas las batallas luchadas, todas las veces que se habían salvado la vida… y ya sólo quedaría el recuerdo, nunca más disfrutaría de la astucia y del talento de quien quizá había sido su mejor amigo. Los ojos de Saryon comenzaron a enrojecerse, y una lágrima, que el caballero no quiso ocultar, descendió por una de sus mejillas. Clover estaba muerto. ¿Cuántas malas noticias le quedaban por escuchar? ¿Acaso todo lo que habían construido tenía que desmoronarse y caer como un edificio en ruinas?
Aquel hombre le miraba fijamente, respetando el dolor del caballero.
-¿Os encontráis bien, señor? ¿Queréis agua?- El campesino le ofrecía una pequeña vasija.
-Sí, estoy… estoy bien. Muchas gracias.- La voz de Saryon era entrecortada.- Por favor, contadme el resto de las noticias. Dudo mucho que nada pueda afectarme tanto como esto.
-Se dice, aunque esto ya no lo puedo saber con seguridad, que las naves que fueron enviadas al norte, hace una semana, fueron atacadas en el mar, y hundidas. La mayor parte del ejército de Isvar, exceptuando las guarniciones de las ciudades, iba en esos barcos. Mucha gente está nerviosa y preocupada, algunos dicen que los orientales están preparando un nuevo ataque, pero sólo son rumores.
De nuevo, la noticia golpeó a Saryon. Isvar estaba creciendo como nación gracias a la existencia de un ejército común. Y ahora ese ejército había desaparecido. Probablemente eso tuviese mucho que ver con su extraño, inútil y arriesgado viaje hacia el norte. Alguien estaba intentando atacarles desde dentro. Él descubriría quién era. Alguien tenía que pagar por la muerte de Clover, él mismo no dejaría las cosas así de ninguna manera.
-Mil gracias, buen hombre.- Saryon hablaba casi en susurros, y mantenía la mirada baja a causa del dolor.
-No hay de qué, Senador Saryon. Ha sido un honor para nosotros.
El caballero azuzó a la cansada Irwen para llegar cuanto antes a la ciudad. Ni se fijó en el estado de su estimada compañera de viajes, cegado como estaba por la tristeza de perder a su gran amigo. Mientras se acercaba a Vallefértil, pasaron por su cabeza mil motivos por los que se pudiera haber dado una confusión, convenciéndose a sí mismo de que Clover, su amigo Clover, estaba aún vivo. Pero él mismo se daba cuenta de que cada nueva excusa que se le pasaba por la cabeza era sólo eso, una excusa. Tenía una sensación de intemporalidad, como si estuviese soñando. Miraba al frente, con una única idea en su mente. Tenía que despedirse de él, verle, decirle que le agradecía todo lo que habían compartido, decirle que todo su trabajo no había sido en vano, que él se quedaba allí, que todos seguirían allí para seguir luchando por sus sueños. Y que su memoria sería guardada y respetada como lo que había sido, un héroe. Y que si había algún culpable de su muerte, la justicia descargaría sobre él todo su peso. Clover, Rey del Mar, había partido para siempre de Isvar. Muy pocos sabían lo grande de la pérdida.
Saryon sentía un agujero en el pecho que sabía que nadie podría jamás llenar. Había perdido amigos antes, incluso un hermano. Pero Clover era alguien demasiado especial. Clover no podía morir. No podía haber muerto. Él no.
Cuando entró en la ciudad, ni siquiera dirigió una mirada a los guardias, que le abrieron paso enseguida. La gente se apartaba de su camino en la calle principal de la ciudad, que la atravesaba hasta el puerto. Pudo ver la columna de humo de la pira de Clover. Estaba seguro de que había dejado escrito o dicho a gente de confianza que se le despidiese según el rito de Iduwan, dios del mar. El cadáver se incineraría sobre una balsa y se enviaría hacia el mar, donde finalmente se reuniría con su dios.
Cada vez había más gente en su camino. Cada persona que le veía le reconocía, y la noticia de su llegada se extendió rápidamente. Un pasillo se abrió hasta el lugar donde se estaba realizando la ceremonia. Un respetuoso silencio llenó el aire mientras Saryon, que mantenía la vista fija en un punto, avanzaba sin descabalgar. La balsa ardiente estaba en el agua, alejándose lentamente sobre las tranquilas aguas del puerto de Vallefértil, como si el mismo recuerdo del medio elfo se estuviese yendo, poco a poco. Saryon sólo podía mirar hacia allí, a la pira de fuego sobre el agua, al punto del que nacía la humareda, cada vez más distante, cada vez más pequeño. El viento empujaba la pequeña embarcación mar adentro y avivaba las llamas que consumían el cuerpo de su amigo. De pronto, sin más, como si alguien hubiese soplado a la llama de una vela, el fuego se apagó, dejando una pequeña columna de humo blanco. Las aguas se cerraron sobre lo que quedaba de la balsa, y el mar quedó tranquilo y quieto como la misma muerte. Clover se había reunido con su dios. El caballero deseó una y mil veces despertar de la pesadilla, pero sabía que no era un sueño, que no iba a despertar, que lo que estaba viendo era real. Nunca más hablaría con su amigo. Nunca jamás lucharían hombro con hombro. Nunca más harían planes para salvar a su gente.
-Ni siquiera pude mirarte a los ojos para despedirme de ti, amigo. Ojalá seas feliz junto a tu dios. Algún día nos veremos en el paraíso, si es que existe alguno.
Saryon se dio cuenta de que estaba llorando.
Escrito por Cronos el miércoles, 9 de diciembre de 2009
Camino al hogar.
Benybeck estaba sobre la cubierta, cerca de proa, haciendo juegos malabares con cuatro dagas. Seguía el buen tiempo, y el viento soplaba con fuerza en la dirección correcta, o al menos eso era lo que le había entendido al contramaestre. Llevaban las bodegas llenas de mercancías, y se dirigían ya a puerto. Además, llevaban dos días tranquilos, sin atacar a ningún barco, y sin ver a ningún otro con esa extraña bandera negra con un escudo completamente blanco trazado sobre ella. Aquel barco sólo lo habían visto de lejos, pero parecía enorme, y el capitán había dado muchos gritos según lo habían visto. Después un marinero le explicó que era un barco del Imperio, o que eso era lo que su bandera indicaba. Al capitán no le había hecho ninguna gracia ver un barco de la Flota Imperial, pues en esa zona su presencia siempre había sido nula. O habían conseguido un puerto o estaban intentando asustarlos, pero no era nada normal que enviasen una de sus grandes naves de guerra por allí. El marinero también le explicó que ni aunque ellos tuviesen el viento a favor y nosotros en contra, cosa harto difícil en una persecución por otro lado, podrían llegar a soñar con darles alcance los del otro barco, pero que el Intrépido no tendría ninguna oportunidad si llegaban a entrar en combate. Así que el capitán tomó la decisión más prudente, ir a puerto, y buscar información sobre qué hacía la minúscula flota de Sanazar en el mar. Su presencia podía ser tomada como una declaración de guerra por parte de los señores de las islas libres, y entonces lo que habían estado haciendo hasta ahora de manera ilegal podría ser considerado legal. La verdad, a Benybeck le importaba más bien poco la política, pero aquel barco era tan grande que al miuven le hubiese gustado verlo por dentro, y por eso preguntó.
Benybeck lanzo las cuatro dagas al aire a la vez, muy alto, y una tras otra fueron cayendo al suelo, clavándose, y haciendo un cuadrado casi perfecto. El miuven sonrió satisfecho.
-¡Barco a la vista!- La voz provenía de arriba, del puesto del vigía.
El contramaestre miró hacia arriba y gritó:
-¡Dirección y clase!
-¡Parece un clíper, señor! ¡Viene hacia nosotros por proa, si no nos desviamos hasta diría que podríamos chocar con él!
Buena parte de la tripulación atendía a la conversación con curiosidad. Este tipo de intercambios eran habituales antes de comenzar una cacería, pero ahora estaban todos un poco nerviosos a causa del avistamiento del barco imperial.
-¿Porta alguna enseña?
-¡Creo que sí, señor!, ¡es probable que sea el capitán Jacob! ¡Aún no estoy seguro, pero apostaría por ello mi soldada!
Eidon Hoja Afilada escuchaba la conversación desde el castillo de popa, casi inmóvil, y mirando hacia delante en busca de la nave y la enseña de la que hablaba su vigía. El viento hacía ondear su capa y sus cabellos a su alrededor, y en su cara permanecía inmutable la eterna expresión de tristeza. Ahora Benybeck conocía el porqué de esa melancolía, y todo el desprecio que había sentido por el capitán cuando había matado a aquel hombre gordo sólo porque tenía una marca en su nuca, se había ido transformando en una mezcla de compasión y admiración.
En cuanto la enseña del capitán Jacob, una bandera cortada en cuatro cuadrados de color verde oscuro y blanco, estuvo claramente visible para todos, el capitán ordenó reducir la marcha.
-Hacedle señales. Quiero hablar con él.
Pronto, tres grupos de tres flechas ardientes partían de la cubierta para acabar ahogadas en el mar. De la otra nave respondieron de igual manera, pero en lugar de enviar tres grupos de flechas, enviaron dos. Ambos barcos recogieron velas rápidamente y fueron perdiendo velocidad, hasta que se detuvieron a unas cien brazas el uno del otro. Benybeck se asomó por la borda y examinó el otro barco. Era algo más grande que el Intrépido, aunque su velamen era prácticamente del mismo tamaño. Se llamaba El Ermitaño, un extraño nombre para un barco pirata, sin duda. Los hombres que estaban sobre cubierta se vestían de forma muy similar a los marineros del Intrépido. No parecía ofrecer nada nuevo, salvo que un bote con tres hombres dentro estaba siendo bajado de la cubierta al agua mediante gruesos cabos. Uno de esos hombres debía ser el capitán Jacob, un hombre bastante mayor, de pelo negro y fuerte aunque encanecido, cortado al cepillo, rostro ancho, de ojos pequeños y de piel curtida. Iba ataviado con una chilaba de color amarillento, fuertemente decorada, además de un extraño sombrero cilíndrico del mismo color. No parecía portar ningún arma, aunque los hombres que le acompañaban y manejaban los remos sí llevaban una espada cada uno.
El miuven se metió en las cocinas, desde donde estaba seguro que podría oír la conversación que mantendrían los capitanes. Quería saber donde estaba, y quizá hablasen de algo que le diese alguna pista. Cuando estaba buscando el sitio en el que mejor podría oírles, Lamar, el orondo cocinero, salió por la puerta de una de las despensas, haciendo que el miuven diera un respingo de sorpresa.
-Si quieres oír la conversación, quédate, Benybeck.- Lamar miraba con cierto humor al miuven.-No creo que al capitán le moleste, sobre todo si no se entera.
-¿Yo?, ¿es por mí?- El miuven parecía realmente confundido.-Bueno, no sé por qué otro Benybeck podría ser, ahora que lo pienso. Tomé la costumbre de preguntar por culpa de mi hermano y de mi padre. También se llaman Benybeck. A mi madre siempre le encantó ese nombre, y claro, además de casarse con uno nos llamó así a sus dos hijos... al fin y al cabo, entre miuvii tu nombre importa poco… Incluso alguna vez pensé en cambiármelo para tener nombre de caballero… Benybeck El Empalador no suena demasiado heroico, ¿no?
-Si te vas a quedar a escuchar estate callado, o no oiremos nada.- Lamar hablaba casi en susurros, y le hico un gesto al miuven para que mantuviese la boca cerrada. Beny hizo caso inmediatamente.
-Buen día, amigo.- Jacob jadeaba a causa del esfuerzo.- Traigo muchas noticias, y no son del todo buenas.
-Malas noticias... ¿Qué es lo que ocurre en Ciudad de los Vientos?
-No estoy muy seguro, pero Sonen y los Mercenarios del Puño de Hierro parecen haber tomado el control. No quedaba ninguno de los nuestros allí cuando yo partí.
-Sonen es un estúpido. Si pretende mantener el control en Ciudad de los Vientos va a necesitar mucho más que a esos patéticos Mercenarios del Puño de Hierro. ¿Mantienen las Leyes del Mar?- La voz del Eidon parecía estar entre la sorpresa y el sarcasmo.
-Por lo de ahora sí, aunque dudo que se conserven durante mucho tiempo. Algunos ya han buscado otro puerto en el que cobijarse. Además, están esas galeras del Imperio.
-Avistamos una hace tres días. No me gusta que el Imperio lance sus cascarones al mar. Parecen más transportes de tropas que barcos pensados para la guerra en el mar. Son grandes y pesados.
-Ellos no saben hacer barcos como los nuestros, lo cual es de agradecer. Pero aun así, esas galeras son un peligro. Si te los encuentras de noche, con mal tiempo o cerca de la costa pueden llegar a atraparte. Y según sus leyes, cualquiera de nosotros que sea capturado acabará sus días colgando de un mástil. Eso en el mejor de los casos.
-Dudo mucho que esos patanes lleguen a soñar con coger al Intrépido. Antes comenzarán a volar los tiburones.- Los dos capitanes rieron.- De todas maneras, tienes razón, cualquiera puede dar un traspiés.
-¿Qué vas a hacer entonces? ¿Continúas hacia Ciudad de los Vientos?
-Sí. Quiero saber qué pretende ese idiota de Sonen. Confío en que no tendrá el valor necesario para acabar con las Leyes del Mar, y mientras sea así, en tierra no me podrá atacar. Además, llevo mis bodegas llenas de buena mercancía, y mis hombres quieren cobrar su parte del botín.
-Bien, espero que tengas suerte. A Sonen se le han subido mucho los humos últimamente. Ahora hasta se cree que es un buen capitán.
-Quizá algún día aprenda como se gobierna un barco. Pero tiene mucho dinero, y eso por aquí es poder.
-Tienes razón. Espero que no tengamos que darle una lección. Si avistas a alguno más de los nuestros, dale aviso de lo que ocurre. Y no olvides hablar con Jack.
-Sabes perfectamente que lo último que podría olvidar es hablar con Jack. Su posada es la mejor de Ciudad de los Vientos.
-Pues entonces, que te vaya bien, amigo.- Se oyeron pasos en el techo de la despensa. Sin duda se estaban despidiendo, y el capitán del Intrépido acompañaba a Jacob hasta su barca.
-Lo mismo digo, que las corrientes te ayuden. Te va a hacer falta en esa cáscara de nuez.- Eidon soltó una sonora carcajada.
-Tienes suerte de que no te aborde ahora mismo, grumetillo.- Jacob decía esto mientras caminaba por la cubierta hacia la borda.
Una hora mas tarde, Benybeck miraba en la dirección en la que había partido El Ermitaño, de cuya presencia el único rastro que quedaba era un leve reflejo blanco en el horizonte.
Escrito por Cronos el miércoles, 9 de diciembre de 2009
El emisario de Doh.
Hacía dos días que habían encontrado a Mirko huyendo de aquel grupo de lagartos y Saryon había tenido tiempo de pensar muchas cosas. No sabía qué estaba pasando, pero sí sabía que iba a ser un grave problema para todos. Alguien estaba confundiéndolos desde el propio senado, o eso parecía. Su viaje al norte había sido una forma de desviar su atención, probablemente con la intención de alejarle de Isvar o de acabar con su vida. Quién sabe qué más habían intentado los que estaban haciendo eso, y peor todavía era lo que podrían haber conseguido. Iba a arreglar aquello como hiciese falta, pero si alguno de sus amigos había caído víctima de una trampa similar a la que le habían tendido a él, entonces su sentido de la piedad iba a verse muy atenuado durante un tiempo. No podía permitir que Isvar cayese en manos de traidores y conspiradores. Los que habían luchado en la guerra no merecían tal insulto a su sacrificio. Y estaban aquellos malditos lezzars. Cada vez eran más descarados, cada vez atacaban más al sur, y con más fuerza, y nadie sabía de dónde salían. Alguien estaba controlándolos, organizándolos, y eso empezaba a hacerles temibles. Si lograban cruzar los puentes, comenzarían a tener problemas serios en la misma península. Eso era algo que tampoco podían permitirse ahora. Había que arreglar la situación, y sabía los pasos que tenía que dar para lograrlo.
Por si todo ello fuera poco, las palabras de Mirko habían sido aun más intranquilizadoras. Había hablado de un ser llamado Ovatha. Según sus palabras esa Ovatha era la que lideraba a los reptiles. Además, le había hecho algo horrible. Este extremo era evidente, pues la piel de Mirko se había vuelto extraña, como metálica. Sus ojos, sus manos, su manera de moverse, todo recordaba a uno de esos lagartos. Pero no era un lagarto, él era, o más bien había sido, humano.
Mirko se había pasado los dos últimos días dormido, callado, o comiendo de forma voraz, hasta el punto de que las provisiones que llevaban se estaban agotando. A cualquier pregunta respondía con un gesto o con monosílabos. Parecía haber algo que le hacía sufrir enormemente, pero sus conocimientos sobre curación no le permitían dar ni con el origen ni con el remedio de sus males. Cuando llegasen a Vallefértil tendría tiempo de hablar con él sobre lo que les había contado. Mirko necesitaba descansar. Lo primero era asegurarse de su supervivencia.
Avanzaban por las colinas del norte de Isvar, ya dentro de la propia península, atravesando un pequeño bosque en una ladera. El tiempo volvía a ser casi veraniego, y el sol lucía en lo alto, aunque las ramas de los ancianos robles que les rodeaban impedían que el sol les hiciese el viaje incómodo. Adrash iba en cabeza, sobre su ligero caballo pardo, mientras que Saryon llevaba a Mirko a la grupa de Irwen, mucho más grande que el caballo de Adrash. Avanzaban por un camino ancho y bien cuidado que cruzaba el bosque. La ruta había sido abierta por los ejércitos de Oriente después de que construyeran los grandes puentes, y llevaba directamente del más oriental de éstos a la norteña ciudad de Vallefértil, una de las más prosperas de toda Isvar, y uno de los mayores centros de comercio de la península.
-Gracias.- Aunque su voz era débil, Mirko parecía haberse recuperado bastante bien, y hablaba lo suficientemente alto como para que Adrash le oyera. El caballero del Fénix ni siquiera giró la vista ante el agradecimiento. Saryon sabía que Adrash no había arriesgado su vida por ayudar a Mirko. Lo había hecho por su odio a los lezzars. Aún así, Saryon suponía que si Mirko no estuviese en peligro quizá no hubiese atacado.
-No tienes por qué darme las gracias, Mirko. Te ayudamos porque era nuestro deber, nada más. Y si llego a saber que eras tú, hubiera atacado con más ahínco si cabe.- Saryon le habló sin detenerse, mirando hacia delante.
-Os doy las gracias porque me habéis ayudado. No importa por qué lo hicisteis.
-Entonces, acepto tu agradecimiento. Parece que te encuentras mejor, ¿es así?
-No lo sé. Hace demasiado tiempo que no sé en qué consiste sentirse bien.
-¿Ovatha?
-¡No pronuncies ese maldito nombre!- La voz de Mirko se volvió más crispada, como si algo le estuviese haciendo mucho daño.- Sí, fue ella. Ojalá reciba el más horrible de los castigos.
-¿Quién es ella? ¿Y qué fue lo que te hizo?
-Ella es... no sé lo que es, sé lo que fue para mí. Sólo una voz dulce. Nunca la vi, solo la oí en mi mente, hablándome con su voz suave e hipócrita, dejando en mí la simiente de otro ser, intentando matar mi voluntad y mi conciencia con dolor. Lo consiguió por un tiempo, y quién sabe si lo conseguirá otra vez. No sé por qué lo ha hecho, ni cómo es, ni qué es, pero sé que si te dejas atar por sus lazos eres su marioneta, su esclavo fiel y convencido de que lo mejor que te ha podido pasar es poder servirle, matando… robando vidas… Sólo los dioses saben cuánto la odio.
-¿Es ella quien manda en los lagartos?- Adrash paró su caballo, giró la cabeza y miró a Mirko a los ojos. Saryon pudo ver algo de compasión, de comprensión, en su mirada.
-No lo sé. Es posible… ella me entregó el mando de los que me perseguían, no sé si para vigilarme o para que los usase como arma, pero podía ordenarles lo que quisiera sin siquiera abrir la boca. Sólo pensaba lo que debían hacer, y ellos lo hacían. Era como si su voluntad fuese mía. Cuando conseguí liberarme de Ovatha, me atacaron, y eché a correr. El resto lo conocéis.
-Es extraño eso que cuentas. Pero puedes contar con un amigo. Yo soy Adrash Ala de Fuego, Caballero del Fénix.- La mirada de Adrash era extraña, solemne. Daba la impresión de que estaba entregando algo más que su confianza a Mirko.
-Gracias de nuevo. No sé por qué me ayudas, pero gracias.
-Estoy pagando una deuda, una deuda conmigo mismo. Llevo mucho tiempo haciéndolo, y aún me queda mucho por pagar.-Saryon y Mirko miraron a Adrash con extrañeza. Estaba terriblemente serio, su sonrisa irónica había desaparecido por completo.- Algún día os contare de qué hablo. Ahora no es el momento.
-Algo se acerca.- Mirko miraba hacia arriba.
-¿Qué? ¿Cómo lo sabes?-Adrash comenzó a mirar hacia arriba también, mientras con la mano izquierda cogía el arco. Sobre ellos, algo extraño, parecido a una neblina con un brillo metálico, se movía entre las ramas de los árboles.
-Hey hey hey hey hey guarda eso narmadiano... ¿o se dice narmadiense?- La voz, que hablaba rápida y atropelladamente, tenía un tono chillón y metálico. Parecía provenir de muchos sitios a la vez. Saryon sonrió.
-Wis’iw’ig, maldito bichejo, para ya de moverte o vas a asustar a mis amigos.- El tono de voz del caballero era condescendiente, como si estuviese hablando a un niño pequeño.
-Pues harían bien en asustarse. Al fin y al cabo, soy un dragón. Y muy pero que muy anciano.
-Seguro que lo eres, aunque tu apariencia no coincide con la idea que mucha gente tiene de lo que es un dragón.- Saryon rió.- Sobre todo por el tamaño.
De pronto, la neblina se paró sobre el casco del caballero. La criatura tenía la forma de un reptil alado, no mayor que un águila, de color plateado claro y muy brillante. Se quedó unos segundos mirando a Adrash y a Mirko. A pesar de sus facciones de reptil, su rostro era sumamente expresivo. Los miraba con un gesto entre la impaciencia y la curiosidad, pasando la mirada de Adrash a Mirko a toda velocidad.
-Qué, ¿soy un dragón o no soy un dragón? ¡Vamos!, ¡contestadme!, ¡no tengo todo el día!
-Se podría decir que… ¿sí?…- Adrash miraba aquel ser con extrañeza.
Wis’iw’ig se trasladó en un solo instante a la cabeza de Irwen, la yegua de Saryon.
-¿Lo ves? ¡Soy un dragón!- Irwen estornudó cuando la cola de la criatura le rozó el hocico.-Vaya yegua maleducada, siempre me hace lo mismo…
-Me imagino que habrá un motivo para que estés aquí… ¿acaso él está despierto?
-¿Quién, Doh?, pues sí, sí, está despierto, y bastante inquieto. Por eso he venido. ¿Te lo imaginas inquieto? No hay quien aguante en esa cueva…
El rostro de Saryon se ensombreció. Si Doh estaba despierto es que iba a haber problemas, y muy grandes. Últimamente todo eran malos presagios.
Ahora la yegua movía la cabeza arriba y abajo, a la vez que intentaba mordisquear la cola del pequeño dragón. Obviamente, estaba incomodada por la presencia de la criatura, aunque no asustada.
-Por cierto, soy un maleducado, aún no me he presentado… Hola, soy Wis’iw’ig. No me digáis vuestros nombres que ya los sé…y Doh me ha enviado a buscaros… o más bien a buscar a uno de vosotros.
-¿A quién quiere ver?-Saryon seguía observando a Wis’iw’ig, pero ahora no sonreía como antes.
-A Mirko. No me preguntéis el motivo, lo desconozco, pero quiere verle, y no le gusta demasiado salir de su casa. Yo creo que es porque ese viejo dragón chiflado no es capaz de levantar el vuelo, pero bueno. Si él quiere verte seguro que es por algo, Doh no se despierta con tanta facilidad.
-¿Un dragón?- Adrash sonrió irónicamente mientras miraba a Mirko, que parecía ausente.
-Sí, un dragón, Doh es un dragón, un dragón-dragón.- Wis’iw’ig decía esto mientras daba vueltas alrededor de la cabeza de Adrash.
-¿Un dragón como tú?
-¡No seas estúpido! Yo no soy un dragón, soy un pseudodragón. Doh es un Dragón.- Wis’iw’ig remarcó mucho la palabra dragón- De los de verdad, de los grandes y poderosos, y él, especialmente grande y especialmente poderoso. Creo que no sale de su cueva porque no cabe por la entrada, aunque podría llegar a ensancharla si se empeña en salir.
-Dile que iré.-Mirko seguía ausente, y dijo estas palabras sin siquiera mirar hacia Wis’iw’ig, que al momento estaba manteniéndose en el aire ante sus ojos.
-Muy bien, muy bien, pero ve rápido. A Doh le enfada estar despierto.
-Iré en cuanto me sea posible. Estoy débil.
-Mmmm vale. Bueno, yo ya he hecho mi trabajo. Saryon te indicará a donde ir. Ya nos veremos. Por cierto, Saryon, creo que deberías ir cuanto antes a Vallefértil. Hay muchas cosas que debes saber y aún no sabes. Espero que las noticias no sean muy duras.
-¿Qué noticias?
-No me toca a mí contártelas, Saryon, ya te enterarás cuando llegues. Eso sí, intenta llegar antes del anochecer.
Tan rápido como había aparecido, Wis’iw’ig desapareció.
-Rayos, ¿qué será eso de lo que me tengo que enterar?
-¿Un dragón? ¿Realmente ese Doh es un dragón?-Adrash seguía sonriendo, incrédulo.
-Sí, sin duda lo es. Un dragón muy grande y muy anciano, además, y con muy mal genio.
-Pareces preocupado, Saryon. O mucho me equivoco o ese dragón no es peligroso...-Mirko seguía con la vista fija en el horizonte.- Y Wis’iw’ig no parecía el ser más fiable del mundo.
-No, Doh no es peligroso, a no ser que logres enfadarle, cosa complicada por otro lado. Lo que me preocupa es que esté despierto. Cuando estuve en su guarida, hace unos años, durante la guerra, supe que llevaba casi un siglo durmiendo, y se despertó porque vinieron los orientales. Creo que si ahora está despierto es porque algo importante y desagradable va a ocurrir o está ocurriendo. Además, Wis’iw’ig es un ser muchísimo más venerable de lo que aparenta, y puede que hasta más anciano que el mismísimo Doh. A pesar de que parezca excéntrico, no lo es. Le considero un buen amigo y un gran aliado. ¿Comprendes ahora el porqué de mi preocupación?
-Lo que no entiendo es por qué me busca. Aunque supongo que mientras no llegue no lo sabré.
-No tengo ni idea, la verdad, pero si te va a recibir en su guarida es por algo importante.
-Iré contigo si no te importa, Mirko. Necesitarás protección si vas a viajar hasta allí. Y algo me dice que no va a ser un viaje del todo agradable.- Adrash volvía a estar serio.- Además, seguro que Saryon se pasa el próximo mes con politiquerías, y eso no me va a agradar, seré de más utilidad viajando contigo a la guarida de ese dragón. Y no lo voy a negar, también siento curiosidad.
-Por mi parte no hay problema.
-Harás bien en ir con él, Adrash. Cada vez estoy más seguro de que no voy a tener tiempo para casi nada en los próximos días. Os indicaré como llegar a la guarida de Doh y continuaré el camino lo más rápido que aguante Irwen. A un par de horas de aquí, hacia el sur, hay una posada. Allí podréis comprar un caballo para Mirko.
-No tengo dinero para un caballo. La verdad es que no tengo dinero ni para una comida.
-Eso no es problema, creo que te debo cinco años de soldada, ¿no?-Saryon le tendió una bolsa. Mirko la cogió, dubitativo.
-Gracias de nuevo, Saryon, algún día te lo devolveré.
-No hará falta, Mirko, me temo que el dinero va a perder mucho valor en los próximos tiempos, si es que alguna vez lo tuvo. Si mis sospechas son fundadas, lo que hará falta son brazos fuertes y hábiles.
-Espero que te equivoques.
-Yo también lo deseo, pero me temo que estoy en lo cierto. Los malos augurios son los que siempre se cumplen.
Tras describirles Saryon como llegar a la guarida de Doh, los tres se despidieron, estrechándose las manos de manera intensa y solemne. Todos eran conscientes de la gran importancia de los asuntos que estaban tratando.
Al cabo de un rato, Saryon cabalgaba en dirección a Vallefértil mientras que Mirko y Adrash caminaban hacia una entrevista que, estaban seguros, recordarían el resto de su vida.
Escrito por Cronos el martes, 1 de diciembre de 2009
Historias de un corazón sangriento.
Ya prácticamente era de noche. La luna, casi llena, era la única iluminación que había. El cielo estaba completamente despejado, y aparecía sembrado de estrellas. Benybeck estaba en la proa del barco, sentado sobre la cabeza de la extraña figura en forma de sirena que hacía de mascarón del barco. Llevaba todo el día allí y no le apetecía mucho ir a otro sitio. Allí no tenía que acordarse de la gente que había muerto dos días antes. No tenía demasiado claro por qué la habían matado. Pero se sentía culpable, al fin y al cabo, había sido él quien había encontrado el medallón que había desencadenado todo lo demás.
El sueño estaba a punto de vencerle y parecía peligroso caer desde allí. Quizá debiera irse a dormir.
-¡Eh, canijo!- Era la voz ronca y potente de Lamar, el cocinero.-No te he visto venir a comer hoy… ¿Se puede saber qué demonios te pasa?
-Errr nada... mmm... realmente no tengo hambre y…- Un crujido en su estomago mostró su mentira.- La verdad es que me lo estaba pasando muy bien mirando el mar.
-Bueno... es una lástima... te tenía guardado un buen plato de comida… pero si no lo quieres, creo que daré buena cuenta de él. Una pena, yo lo había hecho con la mejor de mis intenciones.
-Espera, yo…- Sólo con pensar en comer, el estomago del miuven comenzó a rebelarse.-Creo que iré a comer. Pero no porque tenga hambre, es por no hacerte un feo, quede claro.
El miuven se encaramó a la barandilla y saltó de nuevo a la cubierta.
-Hoy vi unos bichos extraños en el agua. Parecían peces pero mucho más grandes.
-Serían tiburones… o delfines. ¿Qué hacían?
-Parecía como si estuviesen jugando con el barco… y alguno salía del agua alguna vez. No parecían dedicarse a dar dentelladas a la gente que se cae al agua, así que debían de ser delfines de esos. Parecían bichos divertidos.
-Sí… los marineros cuentan muchas cosas de los delfines. Hay quien dice que son los espíritus de los marineros ahogados, y que por eso buscan los barcos y los siguen. Porque quieren volver a ser lo que eran antes.- Benybeck parecía realmente interesado en la historia- También dicen que si oyes cantar a una sirena te conviertes en uno. Yo no sé de donde salen, pero hay algo que sí tengo claro…
-¿Lo qué?
-Que dan buena suerte.-Lamar sonrió- Un barco al que siguen delfines es un barco afortunado. Y ver delfines es señal de buena suerte, así que alégrate de haberlos visto.
-Pero… ¿son peligrosos? ¿Muerden?
-¡No! Los delfines no se meten con los hombres… Incluso hay marineros que cuentan que un delfín les salvó la vida al caer al agua, que los agarró y los llevó a lugar seguro. Es posible que sean leyendas, pero todas tienen algo de verdad…
Estaban ya entrando en la cocina. Sobre la gran mesa en la que se reunía a comer toda la tripulación, había un plato de algo que olía bien y humeaba. Parecía una sopa. El miuven se lanzó sobre ella y la devoró a toda velocidad. Las energías volvieron a él rápidamente, incluso demasiado rápidamente. Benybeck decidió que Lamar era un hombre extraño, muy extraño. Mientras devoraba la sopa, permaneció allí, mirándole, con una sonrisa en su ancho rostro.
-Mmmmm… estaba deliciosa.- Benybeck estaba sonriendo de nuevo- Me ha dejado como nuevo.
-Es una receta especial.- Lamar le hizo un guiño a Benybeck- Y ahora dime, canijo… ¿Qué es lo que te preocupa?
-¿Preocuparme? ¿Por qué supones que me preocupa algo?
-No sé… tengo la impresión de que no debe ser muy habitual en ti pasarte todo el día quieto en un sitio mirando al mar, y sin ni siquiera acordarte de comer. ¿Tiene que ver con lo que pasó cuando asaltamos el último barco?
-Bueno... yo… la verdad es que tienes razón, no suelo pasarme el día en un sitio, simplemente me apetecía. Y además… pues no sé por qué mataron a aquellos hombres. Y me siento un poquitín culpable, yo encontré aquella cruz o estrella o lo que fuera y fue lo que hizo que el capitán se enfadara. Yo no quería que le hicieran daño a nadie, ¿sabes? Ya sé que esto es un barco pirata, pero tenía la impresión de que el capitán no era de esos hombres que mata por matar.
-Te entiendo. Y, por lo que sé, y créeme que llevo bastante tiempo en este barco, tu impresión era cierta. El capitán no los mató por matarlos. Incluso diría que tenía un motivo muy justificado para hacerlo. En el fondo les estaba ayudando.
-¿Ayudarles?- Benybeck parecía confuso.- ¿Cómo se puede ayudar a alguien cortándole el cuello?
-Realmente es una larga historia. Pero sí, es posible.
-¿Una larga historia?- Una sonrisa de oreja a oreja llenó la cara del miuven.- Me encantan las historias, sobre todo las largas... ¿Sale algún dragón?
-Mmmm me temo que no, canijo… pero si quieres te la cuento y después tú mismo juzgas.
-¡Déjate de juicios y cuenta!
-Pues bien, todo empezó hace unos cinco años, bastante al sur de aquí, en las tierras que ahora son conocidas como El Imperio de Sanazar, o, simplemente, El Imperio… El capitán es el hijo mayor de un noble, uno de los más importantes en su zona. Su padre era uno de los hombres más importantes en la política del Imperio, estaba bastante cercano al emperador y tenía muchas influencias. La verdad es que todo iba bien para su familia, y que tenían su futuro asegurado. Hasta que comenzó a aparecer el culto al Dios Perdido.
-¡Vaya! ¿Un dios perdido? ¿Cómo se va a perder un dios? ¿No se supone que lo saben todo?
-No sé si ese dios sabe donde está o no, pero ése es el nombre por el que lo llaman. El caso es que un general del ejército del imperio le mostró la religión al emperador, que inmediatamente se hizo el mayor adepto de ella. Y poco a poco ese general fue convenciendo al emperador de que debía hacer su religión la oficial en El Imperio. -Lamar se sirvió una jarra de vino y bebió un largo trago.- Cuando comenzó El Imperio, el emperador era un hombre fuerte y con una voluntad más que considerable, pero con el tiempo, y sobre todo con la muerte de su esposa, se fue haciendo más y más pusilánime. Al principio no era obligatorio adorar al Dios Perdido, pero los que lo hacían ganaban favores y mucho poder. Poco a poco, todos fueron abrazando su fe. En aquella época, Eidon, el capitán, estaba cumpliendo sus deberes con El Imperio, sirviendo como oficial en el ejército, protegiendo las nuevas tierras que estaban siendo ocupadas en el sur. - Lamar bebió otro trago. Ahora parecía mucho más serio, más solemne.-Cuando volvió a casa, lo que encontró fue desolador para él.
-¿Estaban todos muertos? ¿El Dios Perdido se los había comido a todos?
-No estás muy desencaminado, aunque la explicación es un poco más complicada. Resulta que en el culto al dios perdido no hay clérigos como en otras religiones. Algunos de sus adeptos, generalmente los más poderosos, pasan por un ritual, que ellos llaman "el juramento". Ese ritual es una especie de demostración de sumisión al Dios Perdido, y los que lo pasan, reciben mayores dones aún del emperador, y se convierten en guías y líderes para los simples adeptos. Los padres y la hermana menor de Eidon habían pasado por ese ritual para mantener su estatus en El Imperio. Pero Eidon no sabía casi nada del Dios Perdido y estaba plenamente convencido desde hacía mucho tiempo de que nunca adoraría a ningún Dios. Eidon siempre tuvo un extraño sentido de la libertad.
-¿Pero estaban muertos o no?
-No, no lo estaban. Pero habían cambiado. Intentaron convencer a Eidon de que hiciese el juramento, pero él se negó. Tuvo largas discusiones con toda su familia, pero no quiso pasar por el aro, y se negó en todo momento a adorar a un dios en el que no creía. Finalmente, Eidon se dio cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo. Le sucedió hablando con su hermana. Eidon siempre la había querido mucho, y ella a él. En una de esas discusiones, su hermana le dijo que él le había abierto los ojos, y que le había mostrado el engaño del que habían sido víctimas. Cuando empezó a contarle lo que le había sucedido desde el juramento, de pronto su voz cambió, se convirtió en una voz muy parecida a la que empleó el capitán del otro barco antes de morir.
-Sí, sí, la recuerdo... era horrible...
-Bien, pues esa voz se rió de Eidon, le dijo que si pensaba que le iba a dejar seguir vivo con todo lo que sabía que estaba loco, y que su testarudez le iba a llevar a la muerte. Según lo cuenta él, la cara de sufrimiento de su hermana era insoportable. Aquella voz también le dijo que le había hecho perder una buena adepta, y que iba a sufrir por ello.
-¡Eh! ¡Eso me pasó a mí también cuando pedí el deseo! ¿Tendrá algo que ver?
Lamar miró con cara divertida al miuven.
-No sé si tendrá algo que ver o no, pero por tu bien más vale que no.
-¡Ah no! Yo jamás he pasado ningún juramento ni nada así… ¿Cómo será esa ceremonia?
-Me alegro por ti, canijo. Continúo.
-Sí, sí, adelante.
-Bien, como te iba diciendo, aquella voz, a través de su hermana le dijo todas esas cosas. Después de decirlas, ella sacó su daga e intentó matar a Eidon. Y casi lo consigue, pues a pesar de la situación, Eidon estaba muy sorprendido. Tras un largo forcejeo, Eidon consiguió arrebatarle la daga a su hermana. Entonces ella, con su verdadera voz, le pidió que le matara, que ya nunca podría volver a ser ella, que algo la dominaba y que la muerte sería para ella la mayor de las bendiciones. Entonces surgió de nuevo la otra voz. Le dijo que los dos estaban muertos, que había sido un estúpido pensando que podía enfrentarse a un dios, y que tarde o temprano le encontraría y le daría muerte. Entonces ella comenzó a gritar, parecía estar sintiendo un sufrimiento terrible, el dolor más grande que un ser humano pueda llegar a sentir. Cayó al suelo y comenzó a revolverse. Le pedía una y otra vez que la matara, con su voz real. Eidon no pudo resistirlo. Se echó encima de ella, la abrazó, y la mató de una puñalada en el corazón. Antes de morir ella le dio las gracias. Como te puedes imaginar, aquello destrozó a Eidon. Lo volvió loco. Acabó con sus padres mientras dormían. Y después huyó. El resto de la historia te lo puedes imaginar…
Dos grandes lagrimones caían por las mejillas del miuven. Los ojos de Lamar también estaban enrojecidos.
-Ellos…-Se sorbió los mocos de manera bastante ruidosa- ¿Ellos tenían la marca no? ¿La estrella de tres puntas es el símbolo del Dios Perdido ese no?
-Exacto. ¿Entiendes ahora por qué mató a aquellos hombres?
-Creo que sí… ese dios es algo horrible, ¿no?- Benybeck se frotó los ojos enrojecidos con las mangas de su casaca.- Y… tú… ¿Cómo sabes todo eso?
-Yo era amigo de Eidon entonces. Vivía por allí cerca, y desde que él era muy pequeño le había cuidado. Eidon tiene algo.
Benybeck parecía extrañado.
-¿Algo? ¿Qué algo?
-No lo puedo saber, pero hay algo.
-¿Sabes? Cuando te conocí, me pareciste un simple cocinero, pero creo… creo que escondes muchas cosas.
-Lo que esconda estará mejor escondido, ¿no crees?
-No es fácil esconder algo a los ojos de un miuven.- Benybeck sonrió, ufano.- Entonces él te lo contó todo y le acompañaste en su huida, ¿no?
-Exacto. Eidon era y es mi amigo, y necesitaba de mí más que nadie en el mundo, así que hice lo que debía hacer. Además, tanto Dios Perdido estaba empezando a aburrirme. ¿Tienes ahora las cosas un poco más claras?
-Creo que sí, pero aun así no me gusta que mate a esa gente. ¿No hay una manera de que se libren de ese dios que no sea matarlos?
-Lo desconozco, Beny. Pero me gustaría saberlo.
Benybeck se levantó de la silla.
-Bueno… me encuentro bastante mejor. Gracias por contarme todo eso.
-No hay de qué. Tengo la sensación de que vas a estar una buena temporada con nosotros, tenía que contártelo.
-Es posible que tengas razón.- El miuven bostezó ostentosamente.- Pero ahora mismo tengo demasiado sueño como para pensarlo… Me voy a dormir.... Hasta mañana. ¡Ah! Y cuando hagas esta sopa otra vez, avísame, nunca había probado una tan rica.
Lamar asintió con la cabeza mientras veía al miuven salir de la cocina, sonriendo de oreja a oreja y dando saltitos por las escaleras... Aunque sabía que el capitán le mataría si se enteraba de que le había contado al miuven todo eso sin su consentimiento, y cuando llevaba sólo unos días en el barco, pero Lamar sabía mucho sobre el destino, y algo le decía que el del miuven y el del capitán estaban ligados de alguna manera, igual que lo estaba el suyo propio. Además, estaba acostumbrado a que le sonriese la diosa fortuna, y sabía que el riesgo merecía la pena, solamente por poder ver sonreír al único ser realmente ingenuo que había sobre el barco. Lo que tenía claro es que el brillo de los ojos y la amplia sonrisa de uno de esos pequeños seres hacían que muchas otras cosas merecieran la pena. Lamar estaba seguro de que había sido una buena señal encontrarle.
Y él sobre suerte sabía más que nadie.
Escrito por Cronos el martes, 1 de diciembre de 2009
Caprichos del destino.
Cabalgaban hacia el sur, ya a poco más de día y medio del lugar al que se dirigían. Estaban atravesando la franja de colinas y pequeños bosques que separaba el bosque en el que se encontraba Arbórea de La Gran Grieta, que formaba la frontera norte de Isvar. El terreno era ahora más abrupto, y el clima parecía estar enfriando. Había viento del norte, bastante frío, y el cielo estaba cubierto de nubes que auguraban lluvia. Ya casi anochecía, y debían comenzar a buscar un buen refugio, pues la noche podría ser incómoda si finalmente comenzaba a llover.
Llevaban ya cuatro días cabalgando, durante los cuales habían sostenido animadas charlas sobre sus anteriores aventuras, sobre las diferencias entre sus órdenes de caballería y sus culturas y sobre sus respectivas religiones. Tanto Saryon como Adrash habían encontrado a un grato compañero de viaje en el otro, y el hecho de compartir sus preocupaciones, sus sueños y parte de sus pasados había comenzado a crear lazos de amistad entre ambos, sin duda reforzados por el hecho de que se habían salvado la vida cuando se conocieron, o incluso antes.
Saryon ya sabía por qué aquel hombre había sido nombrado noble entre los elfos, y tratado con honores entre ellos. Tenía una fuerza interior, una voluntad y una furia capaces de mover cualquier cosa. En todo lo que hacía ponía pasión e intensidad, y en él no había medias tintas, a pesar del aire de cinismo que desprendía siempre. Cuando comenzaba algo, cuando decidía hacerlo, iba a por todas, y esa podía ser una gran virtud en los tiempos que parecían acercarse. Adrash podía llegar a ser temerario, pero hasta eso, a veces era un don. Se había percatado de que había algo más detrás de todo eso, alguna motivación oculta, pero no podía saber qué era, ni Adrash parecía dispuesto a revelársela.
Lo que sí tenía claro es que Adrash habría sido ya no sólo un gran compañero de aventuras durante la guerra contra Oriente, sino también una gran ayuda en la batalla. Desde luego, si se decidía a quedarse en Isvar y ayudarles, sería un gran aliado.
Cabalgaban lentamente, ascendiendo la parte más suave de la ladera de una colina cubierta con hierba alta, cuando Adrash comenzó a parecer preocupado, tenso. Miraba a su alrededor como si buscase algo… Algo más peligroso que un refugio.
-¿Qué ocurre?- Saryon comenzó a mirar a su alrededor también.
-Hay algo que no me gusta.- La faz de Adrash continuaba seria- No sé dónde, ni qué es, pero creo no nos agradará en absoluto.
-Tranquilo, esta zona es bastante segura. No suele haber lezzars por aquí.
-No estés tan seguro. Mi intuición no suele fallarme.-Adrash esbozó su media sonrisa.- Aunque a veces lo hace.
-Espero que ésta sea una de esas veces. Los caballos están cansados, y yo también lo estoy. No me gustaría nada tener que combatir ahora.
-La edad es vuestro peor enemigo, caballero. -Adrash realizó una reverencia burlona.
-Todavía me quedan muchos mandobles que dar, Adrash, no lo olvides.- Ambos rieron.- Será mejor que acabemos de subir a la colina antes de que esté demasiado oscuro. De paso echaremos un vistazo.
Los dos caballeros espolearon sus caballos y continuaron con su ascenso. Adrash seguía preocupado, mirando a su alrededor. Cuando llegaron a la cima de la colina, echaron un lento vistazo al valle que estaba ante ellos. En el fondo había un pequeño bosque, pero nada que les llamase la atención.
-Parece que esta vez tu intuición te ha fallado.- Saryon sonreía tranquilo.
-Mira.
Adrash señalaba hacia un punto cercano al bosquecillo. Saryon tardó un momento en ver lo que le señalaba. Efectivamente, del bosque salía un hombre ataviado con una extraña armadura de algún metal de un color entre el bronce y el cobre. A pesar de lo que debía de pesar esa armadura, el hombre corría a considerable velocidad. Era muy alto, y a pesar de ser de complexión delgada, estaba seguro que pesaba bastante más que él. Cuando el hombre estaba a unos cien metros del bosque, comenzaron a salir de él varias figuras, también corriendo, y formando un arco tras el primero de los hombres. Eran media docena de hombres lagarto de escamas negras.
-No sé lo que está ocurriendo, pero seguro que no es una carrera.- Adrash desenvainó su arco y colocó una flecha dispuesta a ser disparada.- Ataquemos por el flanco, eso nos dará tiempo antes de que lleguen todos los lezzars a nosotros.
-Me parece bien.-Saryon agarró su espada bastarda y se dispuso a cargar.
Los dos caballeros cabalgaron colina abajo, lentamente al principio para evitar ser vistos y, en el momento en el que los lagartos se percataron de su presencia, comenzaron a galopar hacia ellos. Saryon vio una flecha pasando junto a él, directa hacia uno de los lezzars más alejados. Cuando estaba a punto de impactar en su objetivo, la flecha entera se convirtió en un cono de llamas que chocó contra el pecho de la criatura, esparciéndose como si fuese aceite y pegándose a la piel de su pecho y su rostro. El ser se lanzó al suelo, intentando apagar aquel doloroso fuego. Antes de que los caballeros llegasen al cuerpo a cuerpo, ya había dejado de moverse, y su carne se consumía alimentando las llamas.
-¡Ja!- Adrash sonreía mientras colgaba el arco de su hombro y desenvainaba su espada.- ¡Una para los elfos!
Los lezzars continuaban en pos de su objetivo, a pesar de haber observado la carga de los caballeros. Aquellos seres parecían más evolucionados que los que siempre había visto. Eran más altos, parecían más ágiles y fuertes, y portaban cimitarras metálicas y escudos de color negro, sin ningún tipo de símbolo. Sus escamas, además, eran de color negro brillante, y parecían más gruesas que las que había visto hasta el momento. Su rostro también era más humano, más expresivo, los ojos de mayor tamaño y la lengua más gruesa. En cierto modo le recordaban a aquel líder que casi había acabado con ellos en el bosque. Todos ellos corrían como si no existiese el cansancio. El hombre también continuaba corriendo, como si no se hubiese percatado de que venían en su ayuda.
Saryon se dirigió hacia el lagarto más cercano, que se giró para plantarle cara. Amagó pasarle de largo por su derecha, y su rival se limitó a taparse con el escudo para intentar un contraataque si su enemigo cometía un error. Cuando ya parecía que Saryon no iba a atacarle, el caballero tiró de las riendas, haciendo que Irwen se encabritara. Cuando su montura bajaba sus patas delanteras, Saryon lanzó un golpe hacia atrás, que impactó en el hombro de la criatura, casi cortando el brazo. El rostro de su rival también golpeó el suelo con el impulso del golpe.
Adrash cabalgó en línea recta hacia uno de los lezzars. Cuando el caballero estuvo lo suficientemente cerca para atacar, el ser se cubrió la cabeza y la parte superior del torso con el escudo, intentando evitar la mortal carga. En ese instante, Adrash saltó del caballo hacia el hombre reptil, y golpeó fuertemente a la criatura, derribándola y cayendo sobre ella. Su escudo salió despedido a varios metros de distancia. Cuando su rival pudo reaccionar, Adrash estaba arrodillado sobre su pecho, apretando su faz contra el suelo con la mano izquierda. Un solo golpe de su espada en el cuello de la criatura, y ésta dejó de forcejear.
De pronto, los otros tres seres reaccionaron de manera extraña, como si acabasen de despertar de un mal sueño. Miraban a su alrededor confusos, desubicados, hasta que vieron a los dos caballeros dirigiéndose a atacarles, momento en el que decidieron huir. Dos más cayeron a causa de las flechas de Adrash. Al último de ellos lo perdieron de vista.
Saryon buscó al hombre que huía con la mirada, estaba derribado en el suelo, boca arriba, y respiraba profundamente. Caminó hacia él, y cuando estuvo a unos pasos, dijo:
-¿Estáis bien, caballero?
El hombre intentaba recuperar el resuello, con la vista perdida en el cielo. Su pelo era lacio y completamente negro y lo suficientemente largo como para casi formar una melena. Su piel era extraña, pálida y a la vez brillante, con un matiz verdoso que le hacía parecer enfermo. Sus ojos, almendrados y cubiertos por unas finas pero a la vez tupidas cejas, unidos a la forma de su mandíbula y su cabeza, le hacían parecer de una de esas tribus que habían venido con los orientales años atrás. Su boca era de labios finos y casi desprovistos de color, y su nariz, ancha y fuerte, subrayaba la fortaleza que desprendía su rostro, completamente lampiño. Algo había en la cara de ese hombre que recordaba a un reptil, probablemente el conjunto de sus rasgos, y por otro lado, el rostro se le antojaba conocido, no sabía bien porqué.
Lo más sorprendente de todo era el diseño de la armadura que portaba. Llevaba grandes hombreras, que sobresalían casi un palmo de sus hombros, y sin embargo, tanto la pechera como las perneras y los brazales parecían ajustarse a la perfección a la forma de su cuerpo, marcando sus músculos. Toda ella era del mismo material, desconocido para Saryon, más bien mate y con un tono cercano al bronce, aunque algo más grisáceo que éste. Las zonas en las que la armadura debía ser flexible, los codos, el vientre, las axilas y la parte trasera rodillas, estaban recubiertas por un laminado perfectamente acoplado que permitía el movimiento. Las coderas y rodilleras, al igual que las hombreras, eran bastante prominentes. Las botas, del mismo metal, parecían fundidas al resto de la armadura. Sin embargo, no llevaba guantes. De su cintura, de un enganche que también parecía ser parte de la armadura, colgaba una espada del mismo material. Lo más impresionante de todo era la decoración de la armadura. Toda ella estaba recubierta por largas y estrechas líneas que se entrelazaban de forma caótica por toda su superficie, girando siempre en curvas cerradas, lo que producía un extraño efecto al observarla. En la parte izquierda de la pechera había tallada lo que parecía una garra cuyos dedos se introducían en la armadura, como si estuviesen agarrando el corazón de aquel hombre. Si esa armadura había sido hecha por un artesano, su valor debía ser incalculable.
-Ellos…-Le costaba mucho trabajo hablar, y parecía como ido. Su voz era ronca, jadeante.-Ella me quiere… No…
-¿Ella? ¿Quién es ella?
-Ella… -El hombre se estremeció de dolor- Ella no va a renunciar a mí… Vendrán mas... debéis iros… Vosotros no tenéis la culpa…
-No soy el tipo de persona que abandona a un hombre en vuestro estado. Si vienen más ya nos las apañaremos. -Saryon comenzó a buscar rastros de heridas en aquel hombre, por si pudiese ayudarle en algo- Pero decidme, ¿quién es ella?, ¿por qué os persigue?
Adrash llegó de perseguir al último lagarto, a caballo.
-Escapó… ¡maldita sea!- Saryon le hizo un gesto indicándole que guardara silencio y escuchara.
-Ella… ella era yo, y yo era ella… Ahora no sé… no sé quién soy… Ella es… es…-Mirko se retorció, como si pronunciar su nombre le causara dolor- Ovatha… y creo que yo soy Mirko... al menos, parte de mí lo es...
-¿Mirko? Vuestro rostro me resultaba conocido, y con razón. Servisteis a mi cargo hace cinco años, cuando comenzó la expansión al norte… ahora os recuerdo perfectamente, fuisteis capturado en una batalla. Pero habéis cambiado mucho… ¿qué os ha ocurrido?
-Sí… Saryon… recuerdo… pero hace ya tanto tiempo que… Yo ya no soy Mirko... al menos no sólo soy Mirko… Ella… Ella me ha robado a mí mismo...- Mirko hizo un nuevo gesto de dolor, y se llevó las manos al vientre.- Ella sabe donde estoy… y van a venir más…
Mirko se revolvió sobre si mismo y, echando de nuevo las manos al vientre, comenzó a vomitar. Lo que salió por su boca fue sangre. Acto seguido quedó inconsciente.
-¿Quién diablos es este hombre?- Adrash no parecía muy complacido por lo que acababa de ver- ¿Y quién es esa Ovatha?
-Es un antiguo compañero de armas. Y no sé quién o qué es esa Ovatha, pero por lo que he entendido, es quien envió a los lagartos tras él. Quizá sea el líder que estábamos buscando.
-Si es así, tiene unas cuantas cuentas pendientes conmigo. Si este hombre sobrevive, puede ser una magnífica fuente de información. Si logramos entender algo de lo que dice…
Saryon tenía tomada la muñeca de Mirko.
-No entiendo nada. Después de perder esa cantidad de sangre tendría que estar muerto. Está frío, pero está vivo. Y su corazón late con fuerza. Creo que no puedo ayudarle en nada, al menos por ahora.
-Entonces será mejor que sigamos camino y lo llevemos con nosotros. Uno de ellos escapó y podría venir con más.
-Tienes razón. Cabalgaremos durante la noche para asegurarnos.
Los dos caballeros cargaron al inconsciente Mirko sobre la grupa de Irwen, que no se incomodó en absoluto por su peso. Al poco rato estaban cabalgando hacia el sur, con la esperanza de cruzar uno de los grandes puentes esa misma noche.