Escrito por Cronos el viernes, 4 de marzo de 2011
El peso de la decisión.
Otra patrulla, a lo lejos. Al menos una decena de lezzars, y no de los débiles precisamente. Pasos pesados y sonido de metal al caminar. Iban bien armados. Seguramente serían de los de escamas negras, más grandes, fuertes y astutos que los demás. Probablemente, por lo que le habían contado sus compañeros, si se enfrentasen a ellos los vencerían, pero ¿y la siguiente patrulla? ¿Qué harían con ella? ¿Cuántas más vendrían detrás de la primera? Ya eran demasiadas las que habían encontrado, y cada vez eran más frecuentes, y era más arriesgado evitarlas. Tenían que volver, era evidente.
Tendría que retroceder y hablar con sus compañeros. La conversación sería, con toda seguridad, complicada. Últimamente habían avanzado muy lentamente. Habían necesitado dar varios rodeos para evitar a sus enemigos, y esta zona del submundo no le era totalmente conocida, lo que les obligaba a hacer largas exploraciones como la que estaba haciendo para averiguar qué camino era más seguro, o si podían avanzar más rápidamente que los carros por vías alternativas, más estrechas, que sus enemigos no podrían tomar, y probablemente estarían menos vigiladas que su ruta principal.
El mayor peligro que corrían era que nadie en el exterior sabía que estaban allí, ni lo que había sucedido con la ciudad de Norrdarr ni con Valgrim. Al menos uno de ellos debía escapar y comunicar al nuevo gobernador y al senado lo sucedido, o estarían tomando decisiones sin la información necesaria. Lo único que le consolaba con respecto a esto es que, aun bajo tierra, habían avanzado bastante hacia el sur, lo que les acercaba un poco a Fortaleza. Si podían seguir la trayectoria de subida que había trazado en su mente, cuando llegasen a la superficie tendrían la mitad del camino cubierto. Perderían tiempo, pero no más de dos o tres días. Era aceptable, pero no podían seguir retrasándose.
Llevaban ya casi una semana deambulando por las profundidades del submundo lo que le había servido para empezar a conocer algo mejor a sus extraños compañeros. No estaba nada seguro de si sería capaz de convencerles. El problema principal sería la elfa. Entre lo que le habían contado y lo que había observado, estaba obsesionada por los niños. Parecía creer o sentir que lo que les sucediese era su problema, como si ella fuese la causante de sus males. Estaba convencido de que, de no estar ella, habrían dado la vuelta para informar hacía dos o tres días, cuando comenzaron a encontrar patrullas y controles de los lezzar cada poco y a tener problemas para avanzar. Tenía la mirada que tienen los que buscan la redención a través de su propia muerte. Esto era muy indicativo, pues no era algo común en un elfo. Para convencerla no llegaría con argumentos racionales, tendrían que utilizar argumentos emocionales, y eso a él no se le daba demasiado bien.
El caballero sería más fácil de convencer, era evidente que odiaba estar allí abajo, dependiendo de sus compañeros para poder hasta moverse, aunque por otro lado era impredecible y no parecía ser del tipo de personas que se dejan llevar por su propia comodidad o sus problemas. Al contrario, casi parecía de esos hombres a los que el sufrimiento les hace sentir vivos. Y era evidente que tenía un fuerte vínculo afectivo con sus dos compañeros, además de ser muy impulsivo, lo cual hacía muy difícil de prever qué haría.
Y finalmente estaba el extraño hombre acorazado. Tenía enormes dudas con respecto a él. Su comportamiento parecía el más calmado y racional de los tres. Hablaba poco, y cuando hablaba, decía mucho con pocas palabras, y eso le gustaba. Además, parecía poder detectar a los lezzar antes que nadie, como si los oliese o como si su mente los pudiese localizar sin esfuerzo, lo que le hacía especialmente útil y, a la vez, especialmente sospechoso. Cuanto más avanzaban menos hablaba, y además, por su rostro, parecía sentir dolor en ocasiones, cada vez más frecuentemente, como si estuviera enfermo. Por la noche tenía horribles pesadillas en las que parecía que le infligiesen un dolor insoportable. Otras veces parecía discutir consigo mismo en sueños, aunque era muy difícil saber sobre qué discutía, puesto que hablaba casi en murmullos y se entendían muy pocas palabras. Lo más llamativo de esos sueños o pesadillas era que había varios tonos de voz interviniendo, y parecía que se producía una conversación calurosa, elevada de tono entre las distintas voces.
Por si todo esto fuera poco extraño, estaba aquella armadura, que él había definido como su piel. Había oído hablar de antiguas reliquias y de oscuros rituales que tenían que ver con esa idea, unirse con una armadura hasta hacerla parte de la propia piel, pero Mirko no encajaba con lo que sabía de ese tipo de prácticas. Además, esa armadura en particular, tenía una propiedad más, aun más inquietante. El metal con el que estaba hecha era una aleación de plata maldita, un mineral que era bien conocido por todos los enanos, por haber causado el Gran Cisma entre los suyos en los Primeros Días. Era tan peligroso como poderoso, pues obcecaba la mente y ennegrecía el alma de aquellos que lo trabajaban o estaban demasiado tiempo en contacto con ella. Y Mirko decía que eso era su piel. Aún no había encontrado el momento para hablar con él sobre el tema, pero, si seguían en contacto, tarde o temprano lo haría. Si no fuera por los tres anillos que le habían mostrado, que de ningún modo podrían haber sido conseguidos de forma ilícita, puesto que estaban protegidos con un potente encantamiento que hacía que la inscripción del sello cambiase levemente si su portador no era aquel al que había sido entregado, desconfiaría y mucho de las intenciones de sus compañeros. Sin embargo, esa magia no era fácil de imitar ni de contrarrestar, así que la opción más razonable era confiar en ellos. Además, era sabido que Saryon, al que el senado había nombrado gobernador, era el líder de la Orden de Isvar, e igualmente era sabido que la mayoría de los Caballeros de Isvar eran especialmente duchos a la hora de leer el corazón y las intenciones de la gente, lo que hacía más improbable todavía que pudiese estar siendo víctima de un engaño.
Esperó hasta que los pasos de la patrulla comenzaron a alejarse. Lenta y silenciosamente comenzó a retroceder hasta el lugar en el que había dejado a sus compañeros preparándose para acampar.
Como media hora después, cuando llegó, Mirko parecía dormir, aunque bastante intranquilo, mientras Adrash estaba en una zona adyacente y bastante oculta realizando sus rezos, rituales o lo que quiera que hiciera cada día al acampar y al levantar campamento. Creía que tenía que ver con los encantamientos de su espada, seguramente necesitaría reforzarlos y cargarlos de magia cada cierto tiempo. Esto le había llamado la atención, pues no era una práctica común en ninguna orden de caballería conocida en la península. El propio Adrash le había dicho que venía de muy lejos. Eran extrañas compañías estas, sin duda, propias también de tiempos convulsos.
Vanya, que había ido a explorar otro sector cercano no había regresado aún, aunque no sería la primera vez que descubría que la elfa había estado oculta muy cerca de ellos, escuchándoles en silencio, o meditando. Parecía que le gustase estar sola.
Al poco, Adrash salió de la pequeña cueva que había usado para evitar que la luz que emitía su espada durante sus rezos fuese observada a demasiada distancia.
- Hola Grim, bienvenido. ¿Alguna novedad?
- En esa dirección cada vez hay más patrullas. Evité dos, y decidí regresar. -Grimmlock se había sentado cerca de Mirko, que continuaba con su sueño inquieto, con la expresión de su rostro oscilando entre el dolor y la pena. El enano miró a Adrash, que portaba su gran espada de puño y medio levemente iluminada.- Creo que no podremos seguir por ahí. Y creo que por ahí se va hacia... a donde se supone que queremos llegar.
- Ya. Se supone.-La sonrisa de Adrash, únicamente iluminada por la luz rojiza, parecía casi siniestra, aunque no su tono de voz.- Se supone a pesar de que lo probable es que jamás lleguemos vivos allí, ni mucho menos regresemos.
- Eso me preocupa mucho, compañero. Tengo la sensación de que le estoy fallando a mi gente. Y empieza a convertirse en convicción. Hace días que tendríamos que haber iniciado el viaje a Fortaleza o a algún lugar desde el que podamos enviar un mensaje a Lord Saryon. Norrdarr está enterrada muchos metros bajo tierra y desconocemos su situación, si necesitan ayuda, o si los lezzars han conseguido penetrar las defensas. Y Valgrim... si lo que suponemos es cierto será una gran pérdida.
- En eso tienes razón. Estamos siendo poco... prácticos, quizá.
- ¿Poco prácticos? ¿Acaso lo práctico es abandonar a esos niños a su suerte? - La voz de Vanya, casi susurrante, cortó el aire desde el lugar por el que se había marchado hacía ya un buen rato.
- No... - Adrash pareció avergonzarse por momentos. - No es eso lo que quiero decir, Vanya, y lo sabes. Quiero saber lo que les están haciendo a esos niños. Quiero salvarlos si es que todavía es posible. Y de paso, quiero proporcionar una muerte larga, dolorosa y terrible a los bastardos que les están haciendo lo que sea que les hagan. Pero también creo que es nuestro deber informar a Saryon y que quizá salvemos más vidas de ese modo, o el futuro de todos nosotros. Solo en Norrdarr viven varios miles de enanos. Ellos también forman parte de nuestro deber.
- La solución es sencilla, ya os lo he dicho varias veces. Volved a la superficie e informad al Senado. Yo seguiré investigando aquí.
- Si se queda alguien aquí abajo, yo me quedaré. Es mi deber.- la voz de Grimlock sonó contundente como un martillazo.- Además, sin mi tendrías muchos más problemas. Podrías perderte y no encontrar jamás la salida. Y ese es el menor de los riesgos. Aquí abajo hay muchos peligros si no se conoce el entorno y no se es cauto. De hecho, ya hemos evitado algún que otro gran riesgo, aunque no os hayais dado cuenta. La presencia de los lezzars aquí abajo ha desplazado a muchas criaturas de su lugar habitual. Y algunas de ellas son terriblemente poderosas.
- Mi vida no importa. Y se defenderme por mi misma.
- No dejaré que te suicides, Vanya. Si quieres morir aquí abajo, moriré a tu lado. - Adrash parecía solemne, como si pronunciase un juramento. Y probablemente para él fuese así.- Antes debo devolverte lo que te debo. Me has salvado la vida una vez más que yo a ti, no te concederé la oportunidad de que mueras con esa ventaja. Me lo echarías en cara en la otra vida.
- Creí que no apreciabas que te hubiese salvado la vida la primera vez, cuando nos conocimos.
- Quizá hoy comprendas mejor mis motivos cuando te dije que quizá no quería ser salvado. - Adrash sopesó por un momento sus palabras.- A veces... sobrevivir no es la mejor opción, o no lo parece. Sobre todo cuando sientes tu propia vida como una tortura o como un fracaso. – El caballero mantuvo la pausa por un momento.- ¿Verdad?
Vanya, que había tomado asiento cerca de sus compañeros permaneció en silencio, observando el rostro del caballero de la orden del Fénix. La fría distancia que su rostro había mostrado desde hacía días por momentos se suavizó, primero hasta mostrar comprensión y quizá hasta compasión hacia Adrash, y después, por un breve instante, pareció que las lágrimas iban a asomar por sus ojos, hasta que, de nuevo, fijó su vista en un punto indeterminado de la oscuridad que les rodeaba y la frialdad distante retornó. Grimmlock, mientras tanto, los observaba a ambos en silencio. Aquella conversación había tomado derroteros extraños y desconocidos para él.
- No... - Mirko parecía sufrir una de sus habituales pesadillas, aunque esta parecía más intensa de lo habitual.- Aun no... Debes...
- ¡Mirko! - Adrash se acercó a su amigo y le puso la mano sobre el hombro, intentando tranquilizarle sin éxito. - Odio que le pase esto. Cuando lo encontramos Saryon y yo le pasaba a diario, pero parecía que había conseguido deshacerse de esa...
- Ella. Ella debe pagar. Ella... Tanto... sufrimiento... dolor... muerte...
De pronto, Mirko se levantó como un resorte, haciendo que sus compañeros se llevasen un buen susto, puesto que el movimiento fue tan rápido que prácticamente no pudieron ni percibirlo. El propio Adrash salió despedido hacia atrás ante el ímpetu del movimiento de su compañero.
- Debeis partir. Id a Fortaleza e informad a Saryon. - Mirko no movía los labios para hablar, su voz resonó en sus cabezas como un grito. Su tono era más grave y autoritario de lo habitual. Además, sus ojos brillaban con una extraña luz plateada.
- No te dej... - Adrash comenzó a hablar, pero Mirko le interrumpió.
- Debéis partir de inmediato. Corréis peligro de muerte. - La figura del guerrero con su armadura-piel, ya impresionante de por sí, parecía mayor de lo habitual, como si la luz de la espada de Adrash la hiciese mas grande, oscilante. O como si realmente fuese mayor por momentos. El extraño brillo de su mirada hacía aún más impersonal, más terrible, menos humano.
- No sé cuánto tiempo más podré... controlarlo... - Ahora Mirko hablaba de nuevo con su voz, moviendo la boca y los labios, aunque entrecortado y jadeante, como si sufriese un gran dolor o estuviese haciendo un gran esfuerzo.- Hacedle...o hacedme... caso, sabe lo que... decimos...
Adrash les hizo gestos a Grimmlock y Vanya para que se retirasen por el lado contrario del túnel al que se comenzaba a dirigir Mirko. Parecía bastante seguro de lo que hacía.
- Mirko, necesito algo antes de dejarte ir. Necesito que me muestres que no te domina ella. Dime su nombre y lo sabré.
- Ovatha. - Ambas voces, la que sonaba en sus mentes y la que sonaba en sus oidos sonaron de inmediato y a la vez, secas, cargadas de odio, ira y desprecio.- Si ella nos dominase ya estaríais los tres muertos, no lo dudes ni por un instante. Ahora partid. Yo me encargaré de dar paz a los que la merecen.
El enano y la elfa se habían apartado ya un trecho. Adrash, encarado hacia Mirko, retrocedía hacia sus dos compañeros.
- Una última cosa, amigo mío. ¿Te volveremos a ver?
Mirko giró su rostro hacia atrás. El fulgor que surgía de sus ojos había aumentado en intensidad, y a su rostro había regresado parcialmente el aspecto reptiliano que tenía cuando Adrash y Saryon le habían encontrado huyendo de un grupo de lezzars, aunque el tono de la piel era más bien metálico, en lugar de verdoso, como entonces. Incluso hubiera jurado que su mandíbula estaba haciéndose más prominente. Y parecía seguir creciendo, aunque no tenía demasiadas referencias para asegurarlo en la oscuridad. Por un momento, a Adrash le pareció ver un brillo borroso que le resultó familiar moviéndose alrededor de su amigo. Las dos voces de Mirko seguían sonando al unísono.
- Ese es mi deseo. Si no es posible en esta vida, ojalá sea en la próxima, amigo mio. Ahora, por favor, partid y cumplid con vuestro deber... y... yo cumpliré con el mio... Que el camino siempre os sea propicio.
Los tres compañeros se alejaron a la mayor velocidad que les fue posible. Un rato despues comenzaron a oir primero lo que parecía una explosión, y después varios estruendos más en la lejanía, y a notar que el suelo temblaba bajo sus pies. Grimmlock les apresuró, temeroso de que alguna sección del túnel se derrumbase sobre ellos o cortándoles la salida. Tras un lapso de tiempo no demasiado extenso, pero que a ellos se les hizo eterno, los sonidos en la lejanía comenzaron a disminuir, hasta que cesaron por completo. El silencio resultante fue espeso, terrible, mortal. Solo el enano lo rompió por un momento, un buen rato después.
- No sé porqué pero... algo me dice que tendrá que ser en la próxima.
Otra patrulla, a lo lejos. Al menos una decena de lezzars, y no de los débiles precisamente. Pasos pesados y sonido de metal al caminar. Iban bien armados. Seguramente serían de los de escamas negras, más grandes, fuertes y astutos que los demás. Probablemente, por lo que le habían contado sus compañeros, si se enfrentasen a ellos los vencerían, pero ¿y la siguiente patrulla? ¿Qué harían con ella? ¿Cuántas más vendrían detrás de la primera? Ya eran demasiadas las que habían encontrado, y cada vez eran más frecuentes, y era más arriesgado evitarlas. Tenían que volver, era evidente.
Tendría que retroceder y hablar con sus compañeros. La conversación sería, con toda seguridad, complicada. Últimamente habían avanzado muy lentamente. Habían necesitado dar varios rodeos para evitar a sus enemigos, y esta zona del submundo no le era totalmente conocida, lo que les obligaba a hacer largas exploraciones como la que estaba haciendo para averiguar qué camino era más seguro, o si podían avanzar más rápidamente que los carros por vías alternativas, más estrechas, que sus enemigos no podrían tomar, y probablemente estarían menos vigiladas que su ruta principal.
El mayor peligro que corrían era que nadie en el exterior sabía que estaban allí, ni lo que había sucedido con la ciudad de Norrdarr ni con Valgrim. Al menos uno de ellos debía escapar y comunicar al nuevo gobernador y al senado lo sucedido, o estarían tomando decisiones sin la información necesaria. Lo único que le consolaba con respecto a esto es que, aun bajo tierra, habían avanzado bastante hacia el sur, lo que les acercaba un poco a Fortaleza. Si podían seguir la trayectoria de subida que había trazado en su mente, cuando llegasen a la superficie tendrían la mitad del camino cubierto. Perderían tiempo, pero no más de dos o tres días. Era aceptable, pero no podían seguir retrasándose.
Llevaban ya casi una semana deambulando por las profundidades del submundo lo que le había servido para empezar a conocer algo mejor a sus extraños compañeros. No estaba nada seguro de si sería capaz de convencerles. El problema principal sería la elfa. Entre lo que le habían contado y lo que había observado, estaba obsesionada por los niños. Parecía creer o sentir que lo que les sucediese era su problema, como si ella fuese la causante de sus males. Estaba convencido de que, de no estar ella, habrían dado la vuelta para informar hacía dos o tres días, cuando comenzaron a encontrar patrullas y controles de los lezzar cada poco y a tener problemas para avanzar. Tenía la mirada que tienen los que buscan la redención a través de su propia muerte. Esto era muy indicativo, pues no era algo común en un elfo. Para convencerla no llegaría con argumentos racionales, tendrían que utilizar argumentos emocionales, y eso a él no se le daba demasiado bien.
El caballero sería más fácil de convencer, era evidente que odiaba estar allí abajo, dependiendo de sus compañeros para poder hasta moverse, aunque por otro lado era impredecible y no parecía ser del tipo de personas que se dejan llevar por su propia comodidad o sus problemas. Al contrario, casi parecía de esos hombres a los que el sufrimiento les hace sentir vivos. Y era evidente que tenía un fuerte vínculo afectivo con sus dos compañeros, además de ser muy impulsivo, lo cual hacía muy difícil de prever qué haría.
Y finalmente estaba el extraño hombre acorazado. Tenía enormes dudas con respecto a él. Su comportamiento parecía el más calmado y racional de los tres. Hablaba poco, y cuando hablaba, decía mucho con pocas palabras, y eso le gustaba. Además, parecía poder detectar a los lezzar antes que nadie, como si los oliese o como si su mente los pudiese localizar sin esfuerzo, lo que le hacía especialmente útil y, a la vez, especialmente sospechoso. Cuanto más avanzaban menos hablaba, y además, por su rostro, parecía sentir dolor en ocasiones, cada vez más frecuentemente, como si estuviera enfermo. Por la noche tenía horribles pesadillas en las que parecía que le infligiesen un dolor insoportable. Otras veces parecía discutir consigo mismo en sueños, aunque era muy difícil saber sobre qué discutía, puesto que hablaba casi en murmullos y se entendían muy pocas palabras. Lo más llamativo de esos sueños o pesadillas era que había varios tonos de voz interviniendo, y parecía que se producía una conversación calurosa, elevada de tono entre las distintas voces.
Por si todo esto fuera poco extraño, estaba aquella armadura, que él había definido como su piel. Había oído hablar de antiguas reliquias y de oscuros rituales que tenían que ver con esa idea, unirse con una armadura hasta hacerla parte de la propia piel, pero Mirko no encajaba con lo que sabía de ese tipo de prácticas. Además, esa armadura en particular, tenía una propiedad más, aun más inquietante. El metal con el que estaba hecha era una aleación de plata maldita, un mineral que era bien conocido por todos los enanos, por haber causado el Gran Cisma entre los suyos en los Primeros Días. Era tan peligroso como poderoso, pues obcecaba la mente y ennegrecía el alma de aquellos que lo trabajaban o estaban demasiado tiempo en contacto con ella. Y Mirko decía que eso era su piel. Aún no había encontrado el momento para hablar con él sobre el tema, pero, si seguían en contacto, tarde o temprano lo haría. Si no fuera por los tres anillos que le habían mostrado, que de ningún modo podrían haber sido conseguidos de forma ilícita, puesto que estaban protegidos con un potente encantamiento que hacía que la inscripción del sello cambiase levemente si su portador no era aquel al que había sido entregado, desconfiaría y mucho de las intenciones de sus compañeros. Sin embargo, esa magia no era fácil de imitar ni de contrarrestar, así que la opción más razonable era confiar en ellos. Además, era sabido que Saryon, al que el senado había nombrado gobernador, era el líder de la Orden de Isvar, e igualmente era sabido que la mayoría de los Caballeros de Isvar eran especialmente duchos a la hora de leer el corazón y las intenciones de la gente, lo que hacía más improbable todavía que pudiese estar siendo víctima de un engaño.
Esperó hasta que los pasos de la patrulla comenzaron a alejarse. Lenta y silenciosamente comenzó a retroceder hasta el lugar en el que había dejado a sus compañeros preparándose para acampar.
Como media hora después, cuando llegó, Mirko parecía dormir, aunque bastante intranquilo, mientras Adrash estaba en una zona adyacente y bastante oculta realizando sus rezos, rituales o lo que quiera que hiciera cada día al acampar y al levantar campamento. Creía que tenía que ver con los encantamientos de su espada, seguramente necesitaría reforzarlos y cargarlos de magia cada cierto tiempo. Esto le había llamado la atención, pues no era una práctica común en ninguna orden de caballería conocida en la península. El propio Adrash le había dicho que venía de muy lejos. Eran extrañas compañías estas, sin duda, propias también de tiempos convulsos.
Vanya, que había ido a explorar otro sector cercano no había regresado aún, aunque no sería la primera vez que descubría que la elfa había estado oculta muy cerca de ellos, escuchándoles en silencio, o meditando. Parecía que le gustase estar sola.
Al poco, Adrash salió de la pequeña cueva que había usado para evitar que la luz que emitía su espada durante sus rezos fuese observada a demasiada distancia.
- Hola Grim, bienvenido. ¿Alguna novedad?
- En esa dirección cada vez hay más patrullas. Evité dos, y decidí regresar. -Grimmlock se había sentado cerca de Mirko, que continuaba con su sueño inquieto, con la expresión de su rostro oscilando entre el dolor y la pena. El enano miró a Adrash, que portaba su gran espada de puño y medio levemente iluminada.- Creo que no podremos seguir por ahí. Y creo que por ahí se va hacia... a donde se supone que queremos llegar.
- Ya. Se supone.-La sonrisa de Adrash, únicamente iluminada por la luz rojiza, parecía casi siniestra, aunque no su tono de voz.- Se supone a pesar de que lo probable es que jamás lleguemos vivos allí, ni mucho menos regresemos.
- Eso me preocupa mucho, compañero. Tengo la sensación de que le estoy fallando a mi gente. Y empieza a convertirse en convicción. Hace días que tendríamos que haber iniciado el viaje a Fortaleza o a algún lugar desde el que podamos enviar un mensaje a Lord Saryon. Norrdarr está enterrada muchos metros bajo tierra y desconocemos su situación, si necesitan ayuda, o si los lezzars han conseguido penetrar las defensas. Y Valgrim... si lo que suponemos es cierto será una gran pérdida.
- En eso tienes razón. Estamos siendo poco... prácticos, quizá.
- ¿Poco prácticos? ¿Acaso lo práctico es abandonar a esos niños a su suerte? - La voz de Vanya, casi susurrante, cortó el aire desde el lugar por el que se había marchado hacía ya un buen rato.
- No... - Adrash pareció avergonzarse por momentos. - No es eso lo que quiero decir, Vanya, y lo sabes. Quiero saber lo que les están haciendo a esos niños. Quiero salvarlos si es que todavía es posible. Y de paso, quiero proporcionar una muerte larga, dolorosa y terrible a los bastardos que les están haciendo lo que sea que les hagan. Pero también creo que es nuestro deber informar a Saryon y que quizá salvemos más vidas de ese modo, o el futuro de todos nosotros. Solo en Norrdarr viven varios miles de enanos. Ellos también forman parte de nuestro deber.
- La solución es sencilla, ya os lo he dicho varias veces. Volved a la superficie e informad al Senado. Yo seguiré investigando aquí.
- Si se queda alguien aquí abajo, yo me quedaré. Es mi deber.- la voz de Grimlock sonó contundente como un martillazo.- Además, sin mi tendrías muchos más problemas. Podrías perderte y no encontrar jamás la salida. Y ese es el menor de los riesgos. Aquí abajo hay muchos peligros si no se conoce el entorno y no se es cauto. De hecho, ya hemos evitado algún que otro gran riesgo, aunque no os hayais dado cuenta. La presencia de los lezzars aquí abajo ha desplazado a muchas criaturas de su lugar habitual. Y algunas de ellas son terriblemente poderosas.
- Mi vida no importa. Y se defenderme por mi misma.
- No dejaré que te suicides, Vanya. Si quieres morir aquí abajo, moriré a tu lado. - Adrash parecía solemne, como si pronunciase un juramento. Y probablemente para él fuese así.- Antes debo devolverte lo que te debo. Me has salvado la vida una vez más que yo a ti, no te concederé la oportunidad de que mueras con esa ventaja. Me lo echarías en cara en la otra vida.
- Creí que no apreciabas que te hubiese salvado la vida la primera vez, cuando nos conocimos.
- Quizá hoy comprendas mejor mis motivos cuando te dije que quizá no quería ser salvado. - Adrash sopesó por un momento sus palabras.- A veces... sobrevivir no es la mejor opción, o no lo parece. Sobre todo cuando sientes tu propia vida como una tortura o como un fracaso. – El caballero mantuvo la pausa por un momento.- ¿Verdad?
Vanya, que había tomado asiento cerca de sus compañeros permaneció en silencio, observando el rostro del caballero de la orden del Fénix. La fría distancia que su rostro había mostrado desde hacía días por momentos se suavizó, primero hasta mostrar comprensión y quizá hasta compasión hacia Adrash, y después, por un breve instante, pareció que las lágrimas iban a asomar por sus ojos, hasta que, de nuevo, fijó su vista en un punto indeterminado de la oscuridad que les rodeaba y la frialdad distante retornó. Grimmlock, mientras tanto, los observaba a ambos en silencio. Aquella conversación había tomado derroteros extraños y desconocidos para él.
- No... - Mirko parecía sufrir una de sus habituales pesadillas, aunque esta parecía más intensa de lo habitual.- Aun no... Debes...
- ¡Mirko! - Adrash se acercó a su amigo y le puso la mano sobre el hombro, intentando tranquilizarle sin éxito. - Odio que le pase esto. Cuando lo encontramos Saryon y yo le pasaba a diario, pero parecía que había conseguido deshacerse de esa...
- Ella. Ella debe pagar. Ella... Tanto... sufrimiento... dolor... muerte...
De pronto, Mirko se levantó como un resorte, haciendo que sus compañeros se llevasen un buen susto, puesto que el movimiento fue tan rápido que prácticamente no pudieron ni percibirlo. El propio Adrash salió despedido hacia atrás ante el ímpetu del movimiento de su compañero.
- Debeis partir. Id a Fortaleza e informad a Saryon. - Mirko no movía los labios para hablar, su voz resonó en sus cabezas como un grito. Su tono era más grave y autoritario de lo habitual. Además, sus ojos brillaban con una extraña luz plateada.
- No te dej... - Adrash comenzó a hablar, pero Mirko le interrumpió.
- Debéis partir de inmediato. Corréis peligro de muerte. - La figura del guerrero con su armadura-piel, ya impresionante de por sí, parecía mayor de lo habitual, como si la luz de la espada de Adrash la hiciese mas grande, oscilante. O como si realmente fuese mayor por momentos. El extraño brillo de su mirada hacía aún más impersonal, más terrible, menos humano.
- No sé cuánto tiempo más podré... controlarlo... - Ahora Mirko hablaba de nuevo con su voz, moviendo la boca y los labios, aunque entrecortado y jadeante, como si sufriese un gran dolor o estuviese haciendo un gran esfuerzo.- Hacedle...o hacedme... caso, sabe lo que... decimos...
Adrash les hizo gestos a Grimmlock y Vanya para que se retirasen por el lado contrario del túnel al que se comenzaba a dirigir Mirko. Parecía bastante seguro de lo que hacía.
- Mirko, necesito algo antes de dejarte ir. Necesito que me muestres que no te domina ella. Dime su nombre y lo sabré.
- Ovatha. - Ambas voces, la que sonaba en sus mentes y la que sonaba en sus oidos sonaron de inmediato y a la vez, secas, cargadas de odio, ira y desprecio.- Si ella nos dominase ya estaríais los tres muertos, no lo dudes ni por un instante. Ahora partid. Yo me encargaré de dar paz a los que la merecen.
El enano y la elfa se habían apartado ya un trecho. Adrash, encarado hacia Mirko, retrocedía hacia sus dos compañeros.
- Una última cosa, amigo mío. ¿Te volveremos a ver?
Mirko giró su rostro hacia atrás. El fulgor que surgía de sus ojos había aumentado en intensidad, y a su rostro había regresado parcialmente el aspecto reptiliano que tenía cuando Adrash y Saryon le habían encontrado huyendo de un grupo de lezzars, aunque el tono de la piel era más bien metálico, en lugar de verdoso, como entonces. Incluso hubiera jurado que su mandíbula estaba haciéndose más prominente. Y parecía seguir creciendo, aunque no tenía demasiadas referencias para asegurarlo en la oscuridad. Por un momento, a Adrash le pareció ver un brillo borroso que le resultó familiar moviéndose alrededor de su amigo. Las dos voces de Mirko seguían sonando al unísono.
- Ese es mi deseo. Si no es posible en esta vida, ojalá sea en la próxima, amigo mio. Ahora, por favor, partid y cumplid con vuestro deber... y... yo cumpliré con el mio... Que el camino siempre os sea propicio.
Los tres compañeros se alejaron a la mayor velocidad que les fue posible. Un rato despues comenzaron a oir primero lo que parecía una explosión, y después varios estruendos más en la lejanía, y a notar que el suelo temblaba bajo sus pies. Grimmlock les apresuró, temeroso de que alguna sección del túnel se derrumbase sobre ellos o cortándoles la salida. Tras un lapso de tiempo no demasiado extenso, pero que a ellos se les hizo eterno, los sonidos en la lejanía comenzaron a disminuir, hasta que cesaron por completo. El silencio resultante fue espeso, terrible, mortal. Solo el enano lo rompió por un momento, un buen rato después.
- No sé porqué pero... algo me dice que tendrá que ser en la próxima.