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Escrito por Cronos el lunes, 19 de julio de 2010

Dos caminos, un destino.
El día había sido largo, y el trabajo, arduo. Pero había logrado llevar todo a buen puerto. En unos días la población que habitaba en pequeñas aldeas y en las ciudades menos seguras sería evacuada y conducida temporalmente a las ciudades amuralladas. Sólo aquellos que decidiesen permanecer podrían hacerlo, pero se les avisaría de que quedarían sin protección de ningún tipo. Las guarniciones y las guardias de las ciudades serían destinadas a la escolta de los evacuados y a la protección de las ciudades refugio. La consigna era clara para todos, sólo debían combatir en caso de necesidad. Los animales que no fuesen trasladados debían ser envenenados para evitar que su carne fuese consumida por La Horda. Los cultivos que no pudiesen ser recogidos antes de la evacuación, deberían ser destruidos, o, al menos las cosechas debían ser inutilizadas. Gracias a los dioses, las cosechas de trigo y de maíz serían recogidas a tiempo y podrían ser trasladadas a lugares seguros, con lo que los alimentos necesarios para pasar el invierno estarían almacenados y protegidos. El plan marchaba viento en popa, y sus enemigos habían perdido la capacidad de adelantarse a ellos. Quizá tuviesen una oportunidad.
La cantidad de trabajo a realizar desde que, tres días antes, le nombraran Gobernador de Isvar había sido tal que no se había podido parar a pensar en las consecuencias del cónclave. Le habían dado un cargo que conllevaba una responsabilidad enorme, y, aunque eso no le asustaba, sí tenía una constante sensación de inquietud que hacía que las preguntas sin responder volviesen una y otra vez a su cabeza. Era la primera ocasión desde su nombramiento de la que disponía para poder salir a cabalgar y pensar tranquilamente en sus problemas desde un punto de vista propio, sin anteponer las obligaciones a su propio estado. Y se sentía cansado, muy cansado.
Cabalgaba por el camino del este, que recorría la bahía de Fortaleza cerca de la costa. Irwen, a su manera, casi le había echado en cara su falta de atención durante los días anteriores, aunque ahora parecía feliz de cabalgar de nuevo con él. Como sabía que le disgustaban los caminos, y que sus pezuñas preferían la hierba de los prados a la dura tierra compactada que formaba el camino, le ordenó girar hacia la costa. Algo más adelante había una pequeña cala cerrada que conocía desde hacía años, y a la que solía ir a refugiarse, tomar un baño nocturno y cavilar cuando sus deberes le mantenían en Fortaleza. La luna llena, además, haría más bella la imagen de su pequeño refugio esta noche. Sí, obviamente necesitaba apartarse de la realidad durante unas horas.
Por si el trabajo a llevar a cabo no fuese suficiente, su cabeza, tan proclive a veces a causarle más problemas de los que tenía, había encontrado una nueva manera de separar su atención de los graves asuntos que le ocupaban. Una imagen venía a su mente cada vez que tenía un momento de calma o de tranquilidad. Una imagen que le hacía apartar su pensamiento del lugar en el que debía estar. Empezaba a estar convencido de que tenía un problema y de que, cuanto antes, debía solucionarlo.
Maray.
Estaba justo donde solía dejar a Irwen antes de bajar hasta la pequeña y oculta cala. Vestida con una de sus túnicas, le miraba sonriente, como si estuviese esperándole. A la luz de la luna, su cabello y su figura se le antojaron especialmente bellos. Una sensación, que del tiempo que hacía que no la sentía casi se le antojó extraña, le invadió el vientre y el pecho. Estaba claro que sí, que tenía un problema y tenía que resolverlo.
-Ya creí que no venías.-Maray le miraba fijamente, con esa extraña sonrisa casi desafiante que, a sus ojos, le hacía particularmente bella.
- ¿Me esperabas?- Saryon bajó del lomo de Irwen a unos pasos de la joven. Le pareció que su propia voz sonaba temblorosa.
- Por supuesto. –Por el contrario, la voz de Maray hoy sonaba especialmente segura. Por algún motivo que desconocía, esta noche sus ojos parecían brillar de forma distinta. La tristeza que había percibido en ella ya no estaba.- Ya sabes que las adeptas de Dhianab tenemos ciertos dones. Sabía que vendrías aquí.
- Cuando vivo en Fortaleza, vengo aquí cuando quiero relajarme, pensar, o apartarme un poco de mis obligaciones. Este lugar es una especie de refugio para mí.
- Por lo que me han contado, parece que los trabajos para combatir a La Horda están ya en marcha. –Había un deje de ironía, casi de picardía en la voz de Maray. - ¿Sobre qué necesitas pensar?
El caballero se quedó en silencio, buscando las palabras.
-Vaya, el gran orador se queda sin argumentos. Es curioso.
Saryon no pudo evitar sonreír.
-No son argumentos lo que me falta, son las palabras para expresarlos.
Maray permaneció en silencio, sonriente, mirándole directamente a los ojos. La sensación en el vientre y el pecho de Saryon se acrecentó mientras mantenía su vista fija en los ojos de color miel de la joven. Justo antes de que Maray comenzara a hablar de nuevo, Saryon pudo ver la tristeza acudir a su rostro sólo por un instante, en un breve ramalazo.
-Bien, entonces te lo haré más fácil: Te amo.
La simplicidad de la frase, y la seguridad con la que la joven la había pronunciado confundieron aún más a Saryon. Por su mente pasaron mil argumentos, mientras la sensación casi olvidada se multiplicaba en intensidad hasta alcanzar un grado que no recordaba haber sentido jamás. Había algo de lo que estaba seguro, el sentía lo mismo por ella. Pero el momento era del todo inapropiado, y eso también lo sabía. Ahora tenía que pensar en sus deberes, tenía que pensar en salvar a su gente, tenía que pensar en vencer a sus enemigos.
-Creo que sé lo que estás pensando, Saryon. Y creo que te equivocas. Crees que no es el momento.-El rostro de Maray no había cambiado en absoluto. Seguía mirándole y sonriendo mientras hablaba.- Y yo te digo que el amor viene cuando viene, que cualquier momento es bueno, y que eres tú quien debe elegir. Pero debes pensar también en las consecuencias de rechazar tus propios sentimientos, debes pensar cuantas preguntas te harás a ti mismo si ahora decides rechazar lo que te ofrezco. Quizá la solución a tus problemas esté en aceptar lo que sientas. O quizá sea yo la que me estoy equivocando y realmente no sientas por mí lo que creo que sientes. Olvida lo demás y respóndeme. ¿Me amas?
Las palabras salieron de la boca del caballero casi sin que este fuese consciente de lo que decía.
-Con toda mi alma, mi niña. –El caballero tomó las manos de Maray, sin dejar de mirarle a los ojos.- Con toda mi alma…

Sus labios se fundieron en un sentido y prolongado beso, que pronto se convirtió también en abrazo.

Al amanecer, el sol los sorprendió dormidos, desnudos y abrazados junto a la orilla del mar, tal y como la luna se había despedido de ellos al hundirse en el horizonte.

La casi olvidada sensación se había multiplicado hasta el infinito. Ahora ya estaba seguro de que le acompañaría hasta el fin de sus días.

Escrito por Cronos el miércoles, 14 de julio de 2010

La taberna de Jack.
A Jack le gustaba su nueva posada, si es que se le podía llamar así. Estaba en una casa grande de madera, de un piso, y situada a un par de calles del puerto. Era espaciosa, tenía una barra grande a la izquierda de la entrada, y ocho mesas distribuidas frente a ella. El fondo daba a una puerta doble que conducía a las habitaciones del piso inferior y a las escaleras que llevaban hasta el piso superior. Y tras la barra, junto a uno de sus extremos, había una puerta amplia que conducía a las cocinas y a la despensa. La única ventana que permitía la entrada de luz en la sala principal estaba a la derecha de la puerta, y una cortina bastante gruesa hacía que la luz en el interior fuese tenue.
Era un buen lugar para establecerse, sin duda. Algunas de sus mejores botellas ya estaban colocadas en las estanterías. Otras eran demasiado valiosas para estar a la vista, y solo se las mostraba a aquellos de los que estaba seguro de que podrían disfrutar y pagar los exquisitos licores. Además, había contactado pronto con varios buenos proveedores, que ya habían enriquecido su colección con los mejores licores locales.
Igram estaba nervioso. Desde que el resto de capitanes partiera, y ya hacía casi tres semanas, había estado tomando el mando de los negocios de Gorian, o Findanar. A los dos días había decidido cambiar de estilo de vestir, y se vestía como los zalameños. Solía llevar una larga y amplia túnica, prácticamente sin decorar aunque de muy buen material, que, dado su grosor, le daba un aspecto extraño. Tambien se había reducido la habitualmente larga y enmarañada barba para soportar mejor el calor, aunque su pelo seguía estando bastante largo, y los rizos cerrados le caían alrededor de la cara, aumentando la sensación de sofoco que siempre tenía.
Con un gesto de su mano pidió a Jack que le sirviese otra copa de su licor favorito. El Ukhhi era uno de los licores más típicos de Zalama. Se hacía destilando el jugo de algunos frutos típicos de la selva que el particularmente desconocía. En cada pueblo y ciudad de Zalama tenían su propia manera de hacer y servir el Ukhhi, pero para su paladar no había ninguno como el que realizaban en los alrededores de la capital del reino. Jack se acercó y le dejó la botella en la mesa.
-¿No aparecen?
Igram miró a su viejo amigo con expresión de desasosiego.
-No, aún nada. Gorian me dijo que llegarían este mediodía y el sol ya pasó de lo más alto hace un buen rato.- El marino tomó la botella y se sirvió una copa larga de licor.- Temo que no vengan, y esto es importante, o eso creo.
-Si, y proporcionaría más armas para el ejército de Zalama.
-Eso es lo que me hace sospechar. ¿De donde han salido esas armas?- Igram miró de reojo a Johan, el ex contramaestre de Eidon, que le observaba desde la barra disimuladamente, preparado por si había problemas, al igual que otra decena de sus hombres, que estaban disimulando en distintos lugares de la posada.-Entiendo que consigamos metales con cierta facilidad, pero armas ya fabricadas… no se, no me gusta.
-Quizá se las robaron al imperio. O quizá las hayan importado de más allá del mar, del continente de los imperios perdidos.
-Lo dudo.- Igram frunció el ceño, y sus pequeños ojos negros casi desaparecieron bajo sus pobladas cejas.- Demasiado lejos, demasiado caro. Esto no acaba de encajarme.
-¿Y aun así esperas a que acudan?- Jack sonrió. – Ya se por qué siempre me conformé con tener una posada… prefiero una vida larga y segura que…
-Jack, narices. Conozco tu verdadero pasado.- Igram recalcó la palabra verdadero exageradamente.- No me vengas con esas.
Jack sonrió con un cierto aire nostálgico y volvió a su lugar natural en la barra. Su posada realmente no era tal. Simplemente habían adaptado una casa propiedad de Gorian para servir de residencia a los que se habían quedado. Y no había tapadera mejor para algo así que una posada. La realidad era que la mayoría de los huéspedes eran antiguos marineros que habían decidido retirarse cuando sus capitanes decidieron comenzar el largo viaje hasta el país de Isvar. Y por supuesto, los demás clientes solían ser recibidos con gestos hoscos por parte de los parroquianos, muy poco interesados en que nadie descubriese las verdaderas actividades que se desarrollaban allí. Y no porque sus actividades fuesen ilegales en Zalama, sino porque lo eran en el imperio. El imperio de Sanazar, tras el inicio de la guerra civil en Zalama, había prohibido todo comercio de sus ciudadanos con el territorio leal al Rey. Su intención era la de evitar que sus tropas pudiesen reforzarse con facilidad, puesto que Zalama no era un lugar rico en minería, y la mayoría del hierro necesario para sus armas era importado de zonas ahora controladas por el Imperio. Ellos se dedicaban al contrabando. Allá donde el comercio esta prohibido siempre hay una buena posibilidad de ganar dinero haciendo lo que otros no se atreven a hacer por miedo a las represalias. Por supuesto, esto tenía sus riesgos. El Imperio tenía agentes infiltrados en Zalama, para conseguir información y para evitar este tipo de actividades. Un paso en falso podía significar una muerte en un lamentable accidente, o ser capturado y trasladado en secreto hasta el Imperio, en donde la ley era dura, y aplicada con suma dureza. Por supuesto, el Rey de Zalama también tenía a sus propios agentes trabajando tanto en su territorio como en el Imperio, para capturar a los espías enemigos y para conseguir cuanto antes información sobre los movimientos del ejército del Emperador. Y desde luego, aprobaba en silencio el contrabando, pues al fin y al cabo su ejército era el principal cliente de esta actividad. La conclusión era muy sencilla. Seguían metiéndose en líos. Había que actuar con suma cautela, pero en eso Igram era un verdadero especialista.
La puerta de la posada se abrió, dejando entrar la claridad del exterior, y un chorro de aire caliente que hizo que todos en el interior miraran hacia la entrada, entrecerrando los ojos. La figura que se recortaba en la claridad era pequeña, como si fuese un mediano o un niño.
-Hola. ¿Alguno de vosotros es Igram?- La voz era clara e inocente, sin duda de un niño.
La puerta se cerró tras el recién llegado y todos pudieron observar que no era un niño, sino una niña, no tendría más de nueve años, y vestía con una túnica andrajosa, y plagada de rotos y remiendos. Su pelo era largo y estaba bastante sucio, le llegaba hasta los hombros, y estaba peinado en unas extrañas trenzas que le caían sobre los hombros. Su piel era morena, aunque este rasgo se mezclaba con las capas de suciedad que acumulaba sobre ella, y su rostro, ancho, de nariz respingona y ojos castaños muy grandes, tenía un gesto de curiosidad inocente. Llevaba una bolsa de cuero no demasiado grande, aunque parecía pesarle bastante.
-Si, soy yo.- Igram miraba a la niña extrañado.- ¿Quién eres y qué quieres?
-Me llamo Fiona.-La niña sonrió, dejando ver varios huecos en su joven sonrisa.-Vengo a traerte esto.
Fiona se acercó a Igram y puso la bolsa sobre la mesa, no sin esfuerzo. Igram permaneció impasible, mirando alternativamente hacia la niña y la bolsa.
-¿Quién te lo ha dado?
-Dijo que se llamaba Gorian. Me dijo que esperase a que hubiese luna llena y que la mañana siguiente viniese aquí, cuando el sol estuviese en lo más alto. Casi me olvido, porque estaba buscando algo de comer en el puerto y por eso vine tan tarde. También me dijo que me daríais de comer y me cuidaríais.- Fiona sonrió de nuevo, esperanzada.- Y me dio una moneda de plata, para que tuviese comida hasta entonces. Pero no me la gasté. – La niña buscó por un bolsillo interior de su ajada túnica, que algún día había sido de un color cercano al blanco, y sacó una moneda, a la que miró como si fuese el mayor de los tesoros. – Soy muy lista, y puedo conseguir comida sin gastar el dinero. También me dijo que había una carta para ti en la bolsa, y que la leyeras antes de nada.
Jack miró primero a Igram, que parecía confundido o dudando sobre que hacer, y después a la niña.
-¿Tienes hambre?
La niña asintió, tímida.
-Pues entonces deberías venir conmigo a la cocina. Creo que algo podremos hacer para solucionarlo. ¿Te gusta el pastel de mekhar? Me sale delicioso.
Fiona miró con sus grandes ojos muy abiertos a Jack, y sin mediar palabra entró con paso decidido en la cocina. El viejo posadero entró tras ella, no sin antes echar una mirada a Igram y a Johan, que le respondieron con un breve asentimiento.
Tras dar instrucciones al cocinero de que diese comida a la niña hasta que estuviese satisfecha, Jack volvió a salir a la posada. Igram se acercó a la barra con la bolsa en la mano y le tendió un pergamino que contenía unas cuantas líneas en común, escritas con una caligrafía digna de un escriba real. Jack lo leyó en silencio.

“Estimado Igram:
Siento haberte mentido sobre el negocio de las armas, pero no podía decirte nada, o harías demasiadas preguntas. Cuanto menos sepas de este asunto, mejor. Necesito que guardes el cofre. Es de suma importancia que su contenido nunca llegue a malas manos. No intentes abrirla, está protegida por un fuerte hechizo, y correrías aún más peligro del que ya corres guardándola. No confíes en nadie sobre esto, simplemente escóndela y mantenla a buen recaudo. Es importante que tres personas y sólo tres personas sepan de su existencia y de su paradero. Si alguno de los que lo saben pereciese o tuviese que marcharse, elije a otro y comunícale el secreto.
Alguien irá a buscarla, aunque todavía no se cuando. Ese alguien se distinguirá porque podrá abrir la caja.
Por favor, cuida a Fiona. Es hija de uno de los marineros que perecieron en el Ermitaño, y su madre murió de fiebres hace unos meses. Desde entonces está sola, creo que se lo debemos.
Quema esta nota cuando acabes de leerla. No debemos dejar ninguna pista del paradero de la caja a nadie. Es demasiado peligrosa.

Atentamente:
Findanar Fénix.”

Jack asintió, tomó la bolsa y la escondió bajo la barra. Su contenido parecía una caja de madera labrada, probablemente con algo más pesado en su interior. Miró de nuevo a Igram, puso un gesto inquisitivo y miró hacia Johan. Igram asintió, a lo que Jack respondió entregando la nota al ex contramaestre. Mientras éste la leía, el viejo posadero entró en la cocina y salió con una vela encendida. Cuando acabó de leer la carta, Johan acercó la nota a la vela y la dejó arder sobre la barra.
-Esta noche hablaremos.- La voz de Igram sonaba solemne.

Johan y Jack asintieron al unísono.

Escrito por Cronos el jueves, 8 de julio de 2010

El hijo del cazador.

Mirko y Adrash caminaban por un pequeño sendero en el bosque que bordeaba el Lago de Iluvan por el oeste. Vanya, como cada día, se había adelantado al poco de partir y les dejaba indicaciones sobre por donde seguir. Decía que se sentía más segura explorando ella sola el camino, y solo se acercaba a donde ellos estaban de vez en cuando para informarles de lo que había visto. Hacia una semana que habían salido de Fortaleza, y tras atravesar las amplias llanuras al sur de Iluvan, hacía dos días que se habían internado en el bosque. Hasta ese momento todo parecía normal dentro de la anormalidad que la horda había creado. Los campos y las aldeas estaban siendo abandonados, y sus gentes se retiraban hacia la protección de los muros de la ciudad más cercana. Las órdenes del senado estaban siendo cumplidas a gran velocidad, y la gente, aunque triste, creía firmemente que estaba haciendo lo mejor para ellos y sus familias. Sólo podían llevarse con ellos dos reses grandes o seis pequeñas, y hasta diez aves de corral. El resto debían ser sacrificados y su carne envenenada. Tenían que evitar que la horda se alimentase, aun a riesgo de que el invierno fuese duro. Por mucho que avanzasen hacia la zona de Vallefértil, la única en la que estaban seguros de que los lagartos hubiesen atacado, no encontraban ni rastro de la presencia de estos seres. Pero su misión estaba sin cumplir, y eso eran malas noticias, pues indicaban hacia donde se habían movido los invasores. Los enanos aun no habían dado noticias de su situación. Ningún mensajero, ningún explorador había podido dar noticias de la situación de las ciudades enanas. Eso sólo podía significar que les habían atacado. Ahora bien, ¿Cuál había sido el resultado del ataque? Saryon les había dicho que los enanos disponían de ingenios para defender sus ciudades y que no creía que hubiesen caído, sino más bien que estarían aisladas, pero aún así Adrash se había dado cuenta de que en las palabras de Saryon había más fe que seguridad.
Los dos guerreros charlaban sobre el tema animadamente, cuando la voz de Mirko se tornó más firme y fría.
-No se porque os odiáis. Sois muy parecidos.
-¿Odiar?-Adrash parecía confundido-¿A qué te refieres?
-A ella.
Adrash escruto el bosque a su alrededor, intentando ver si Vanya estaba cerca.
-Tranquilo, ella está lejos.
-¿Cómo lo…?
-Te recuerdo que hay un dragón dentro de mi. Cada vez entiendo mejor cómo es él. Y el cada vez es más yo. Creo que ese es el camino que he de seguir.
-¿Y porque crees que la odio? Realmente no es así.
-Pues lo parece. Ella no viaja con nosotros porque no quiere estar cerca de ti. Lo sabes tan bien como yo.
-Si… es cierto. Pero a pesar de todo, no la odio. Sólo tuvimos un pequeño roce. Un problema de enfoque.
-No parece pequeño. Tampoco lo es para ti. No le hablas más que en tono militar. No creo que eso sea algo pequeño.
Adrash resopló, parecía incomodado por lo que Mirko le estaba diciendo, y en el fondo sabía que tenía razón. Desde el día en el que habían tenido su pequeña discusión, no habían hablado del tema, y se mostraban muy distantes entre si. A ninguno de los dos les había gustado que Saryon les encargase esta misión juntos, pero ninguno de los dos quiso pasar por el mal trago de darle explicaciones al caballero por algo que en el fondo Adrash sabía que era pueril. Sus objetivos eran mucho más grandes que ellos, y tenían que arreglar sus absurdos problemas antes de que generaran más problemas aún.
-¿Sabes Mirko? Tienes toda la razón. Sólo hay un problema.
-¿Cuál es?
-Se me da muy mal pedir disculpas, y ella no me ayuda con su actitud. Pero te prometo que intentaré arreglarlo.
-Me alegra oír eso. Eres un buen hombre Adrash, y ella también es buena.
-¿Otra vez el dragón?
-No. Sólo sentido común. A veces es la mejor magia.
-Otra cosa… ¿Por que dices que nos parecemos? No creo que nos parezcamos.
-Pues os parecéis. O más bien diría que ella se parece cada vez más a ti. Algo está cambiando en su interior. Puedo verlo.
-Es probable que tengas razón. Creo que lo que vio en Vallefértil le está afectando. Al fin y al cabo es una elfa.
-¿Qué tiene que ver eso?
-Los elfos lo hacen todo despacio. Tienen tiempo. Y adoran la vida. No matan ni las plantas. Toda esa muerte… Si no tiene cuidado se volverá loca.
-Parece que los conoces bien.
-Viví entre elfos dos años enteros. Y de alguna extraña manera, aprendí mucho de ellos. O más bien, con ellos aprendí mucho sobre mi mismo.
-Casi te entiendo. Yo estoy aprendiendo mucho sobre mi mismo ahora, aunque sea porque no me queda más remedio.
-Desde aquí se te ve mejor. Y tienes menos pesadillas.
-Voy conociendo mejor a mi compañero, cada vez percibo más sus sensaciones, y sobre todo, Ella cada vez está más lejos. O ha decidido ignorarme por un tiempo, o estoy consiguiendo romper lo que nos une.
-Ojalá sea lo segundo.
Mirko giró repentinamente la cabeza hacia su izquierda, y su cara, habitualmente inexpresiva, se tornó en una mueca mezcla de asco y rabia.
-Lagartos. Y Vanya está cerca. Vamos.
Adrash comenzó a correr en la dirección que Mirko había indicado sin preocuparse de si le seguía. Estaban en una zona inclinada y bastante abrupta, en la ladera de una colina, cubierta por frondosos castaños, que creaban una zona de sombra permanente, pero en la que había bastante visibilidad. El caballero corría siguiendo la misma dirección, casi en silencio a pesar del rítmico tintineo de su cota de malla, seguro de que acabaría encontrando alguna pista que le indicase donde estaban los lagartos o Vanya. Eso si ella no le encontraba a él antes. A cierta distancia podía oír los pesados y rítmicos pasos de Mirko, que corría tras él.
Tras unos minutos de carrera, Adrash vio como el suelo se cortaba de manera abrupta a poca distancia de sus pies. Y pudo oír como allí abajo se movía algo. Se pegó al tronco de un enorme castaño que se inclinaba sobre el borde de un pequeño barranco, y, intentando mantenerse oculto, observó el pequeño valle que se formaba unos diez metros más abajo.
Al parecer, bajo sus pies debía estar la entrada de una cueva, porque de allí estaba saliendo un grupo de hombres lagarto, de escamas oscuras y no demasiado grandes. Llevaban escudos redondos y lanzas, y avanzaban en formación, intentando cubrirse con sus escudos lo más posible. Unos metros más adelante, en la zona en la que comenzaba de nuevo el bosque había varios lagartos más utilizando sus escudos de la misma manera, e intentando proteger a uno de ellos, que tenía a un niño rubio, de unos doce años, escuálido y vestido con pobres ropas de cuero, y que se revolvía intentando librarse de su captor. Un poco más allá, había cuatro lagartos más, muertos o gravemente heridos por flechas, que pudo identificar fácilmente como de Vanya.
No sabía por qué Vanya se había puesto en peligro de aquella manera, ni por qué los lagartos no habían matado al niño, pero tenía claro que dieciséis lagartos eran un problema, y si querían salvar al niño tendrían que ser contundentes. La presencia del niño hacía poco recomendable usar la magia, y en cuerpo a cuerpo sería presa fácil para ellos. Probablemente se podría llevar a varios por delante, pero acabarían venciéndole. La situación requería de lo mejor que tenían los elfos. Paciencia. Adrash sacó su arco, preparó una flecha, y esperó su momento.
Entonces ocurrió lo inesperado. Con la mirada perdida, enfurecida, Vanya salió de la espesura. Llevaba su arco preparado y apuntaba hacia el grupo de lagartos. Disparó dos flechas seguidas, casi en un parpadeo, y preparó una tercera. Dos de los hombres lagarto cayeron al suelo entre lamentos, con sus piernas atravesadas por una flecha.
-Soltad a ese niño o moriréis todos.
Los hombres lagarto que llegaban se apresuraron a unirse con sus compañeros, y cubrieron al que llevaba al niño. De pronto, sin que mediara ninguna palabra o gesto entre ellos, todos menos tres, que comenzaron a retroceder hacia la cueva, se lanzaron hacia Vanya.
Adrash disparó. Era un disparo arriesgado, pero era su única salida. El lagarto que llevaba al niño cayó con su cuello atravesado por una flecha. Adrash disparó otras dos. Uno de los lagartos se cubrió a tiempo con el escudo mientras que el otro cayó al suelo, herido por una flecha en su abdomen. Algo iba mal. El niño no se movía. Echó un vistazo y vio como Vanya, no sin derribar a otros dos lagartos más, esperaba la carga de sus enemigos hasta el último momento. Cuando el primero de ellos llegó a distancia de ataque, con un salto increíble, Vanya se agarró a una gruesa rama que estaba a algo más de un metro sobre su cabeza, se encaramó a ella, y, como si estuviese caminando por el suelo más firme, comenzó a correr por las ramas de los árboles, intentando encontrar un lugar más seguro. Varios de los lagartos la siguieron, y los demás comenzaron a correr hacia donde estaba el niño. Adrash sabía que no tendría muchas más oportunidades para salvarlo, así que se lanzó ladera abajo, arrastrándose por la escarpada pendiente, espada en mano. El niño no se movía.
El estilo de lucha de Adrash era muy particular. Parecía que le habían enseñado a luchar en situaciones críticas porque jamás dejaba de girar y moverse, cambiando de trayectoria una y otra vez, y aguijoneando a sus atacantes con golpes certeros y potentes con su espada bastarda. Los hombres lagarto se limitaban a evitar sus golpes como buenamente podían con sus escudos mientras intentaban conseguir hacer blanco con sus lanzas. Un total de cinco de estos seres se encontraban a su alrededor, aunque la manera de moverse del caballero era tal que no daba la impresión de que estuviese rodeado, sino que más bien parecía que era el caballero el que estaba atacando a sus oponentes. De pronto, Adrash se lanzó a la ofensiva. Amagó un ataque directo contra uno de los hombres lagarto, y cuando este intentó usar su escudo para defenderse, el caballero, en un ágil movimiento se lanzó al suelo dando una voltereta por delante del escudo del ser, y según se levantaba lanzó un golpe reverso a una velocidad endiablada, que el hombre lagarto no pudo evitar, pues aun estaba intentando averiguar donde estaba su enemigo. El golpe impactó en su espalda, casi cortándolo en dos, y acabando rápidamente con su vida.
Los dos hombres lagarto más próximos ya estaban a distancia de ataque cuando su infortunado compañero cayó al suelo. Adrash, sin dejar jamás de moverse, atacó en falso al primero, y con un movimiento rápido, giró sobre si mismo para colocar un golpe de arriba abajo a la cabeza del segundo, que el ser no pudo evitar, cayendo fulminado en un instante. Lo que no esperaba Adrash era que el otro lagarto fuese a reaccionar tan rápido. Cuando estaba acabando el giro, la parte inferior de su lanza golpeó los tobillos del caballero, haciéndole perder el equilibrio y rodar por el suelo. Los tres hombres lagarto que quedaban se abalanzaron hacia el, y desde el suelo, Adrash pudo ver que el grupo que había ido tras Vanya estaba regresando. Empezaba a tener problemas. Cuando el primero de los hombres lagarto intentó atacarle en el suelo, el caballero giró sobre si mismo, y, sin incorporarse, lanzó un golpe a las rodillas del ser, que lo derribó. Con una voltereta se incorporó y realizó un amplio arco con su espada, al tiempo que se concentraba en reunir el poder y recitaba el breve versículo mágico que invocaba las llamas a su espada.
Los hombres lagarto retrocedieron y lo rodearon a cierta distancia. Eran un total de seis. Adrash giraba una y otra vez sobre si mismo, trazando amplios arcos con el filo de su espada y rechazando los tímidos ataques de los hombres lagarto. De pronto, los seis hombres lagarto levantaron sus lanzas y se abalanzaron hacia el caballero simultáneamente. Si no se le ocurría algo estaba perdido. Cargó en la dirección en la que estaba el niño derribado en el suelo. Cuando se disponía a intentar evitar a los dos lagartos que intentaban interponerse con su escudo, uno de ellos cayó de bruces al suelo, como un títere al que se le cortan las cuerdas. Una flecha atravesaba su cabeza de lado a lado, y esa flecha llevaba el penacho de Vanya. Adrash aprovechó el hueco que le había quedado para evitar el ataque del otro lagarto, y corrió sin pensar hacia donde estaba el chico inconsciente, casi asfixiado por el peso del que antes le transportaba. Venían diez lagartos más del interior de la cueva. Parecía que las cosas no querían salir bien.
Se giró para aguantar el ataque de los que tenía detrás y, aliviado, vio que dos más de ellos habían caído bajo las flechas de Vanya y los otros dos intentaban enfrentarse a Mirko, que con una habilidad casi insultante acabó con sus vidas con dos golpes. El guerrero corrió hasta su lado, y con la espada en su mano, sosteniéndola frente a él en posición de combate, se dirigió a los lagartos, que avanzaban con paso firme hacia ellos.
-Ovatha, sabes que los mataremos. Estos son peores que los que me perseguían. Deja que se marchen y deja que nos llevemos al niño.
Los lagartos se pararon. Uno de ellos se adelantó y habló con voz sibilante y ronca.
-Mirko… eres un estúpido. Primero, arriesgas tu vida por un niño, y ahora la arriesgas por carne muerta.
Mirko pudo oír la voz de Adrash a su lado, canturreando tenuemente.
-Sabes que morirán.
-Si, como todos vosotros.
-Eso no cambia nada. Déjanos ir con el niño y no perderás diez soldados.
-¿Tan cercano te sientes a ellos, hijo mío?
De pronto, los diez lagartos se lanzaron al unísono hacia delante. Entonces Mirko entendió lo que había estado haciendo Adrash. El canturreo tenue de pronto se convirtió en un grito, y la espada del caballero comenzó a emitir llamas con más y más intensidad, hasta que un largo cono de fuego, que partía de la punta de la espada del caballero, se extendió desde esta hasta rellenar toda la entrada de la cueva. El fuego duró unos segundos, y en cuanto se apagó, el caballero se lanzó hacia delante, seguido por Mirko, para acabar con los que hubieran resistido aquel ataque. Si Adrash era un letal enemigo, la habilidad de Mirko para el combate rozaba lo sobrenatural. Se movía como una serpiente, casi sin desplazarse, dejando que los golpes de sus rivales se deslizasen en su armadura y lanzando pocos golpes, aunque casi siempre letales. Cada vez que Adrash veía a Mirko lanzar un golpe, este era rápido y directo, era casi imposible de detener y apuntaba a un punto vital. En poco tiempo, todos los lagartos habían caído. Cuando se dieron la vuelta, Vanya ya había llegado hasta el niño y lo estaba intentando reanimar.
-Está bien. Quedó inconsciente cuando mataste al lagarto, pero se recuperará.-Vanya aun estaba extrañamente tensa, sus ojos estaban llorosos.
-Me alegro. El niño puede ser importante.-Adrash no mostraba ni rastro de su habitual sonrisa cínica.-Gracias por esa flecha. –El caballero señaló a uno de los lagartos, que tenía su cabeza atravesada por un flechazo.
-No hay de que. Estamos en el mismo bando, ¿recuerdas? Yo también tendría que darte las gracias por haber intervenido antes. No contaba con que me encontrarais tan rápido.
Adrash tendió su mano hacia Vanya.
-¿Amigos?
Vanya se puso en pie y estrechó la mano del caballero con firmeza.
-Por supuesto.
El apretón de manos se extendió en el tiempo un poco más de lo que se podría considerar correcto.
-Vienen más. Y son muchos. Vayámonos. –La voz de Mirko parecía apremiante, aunque el guerrero hablaba en voz bastante baja. Parecía débil, cansado o confundido.
Media hora más tarde estaban bien ocultos en la espesura, descansando y curando las magulladuras que el chico y Mirko tenían. El chico seguía inconsciente, o más bien dormido, y no había abierto los ojos más que un par de veces. Adrash habó casi en susurros.
-Nos hemos cargado a tres patrullas de lagartos, hemos salvado al chico, y parece que aquí el único que se alegra soy yo. ¿Qué os ocurre?
-Tu lo has dicho. Treinta lagartos. Treinta muertes más. Esos seres probablemente no habrían luchado con nosotros si ella no los manejase. No me siento con derecho a quitar la vida a un ser que realmente no la controla.
-No debes prestarle oídos, Mirko. Ella pretendía confundirte, hacerte daño, porque sabe que no puede controlarte.-Adrash parecía muy seguro de lo que decía.
-Lo sé. Pero tiene razón en algo. No hay mucha diferencia entre ellos y yo. Si es que hay alguna.
Un silencio largo e incómodo les rodeó. Entonces se oyó la voz de Vanya, que estaba encaramada a las ramas bajas del árbol que les cubría.
-Os diré lo que me ocurre. Creo que os interesará.-La voz de Vanya era una mezcla de rabia y tristeza.- Antes me di cuenta de algo que no había notado antes. En Vallefértil… los cadáveres… más bien los huesos… no… no puedo recordar haber visto… ningún niño.-En estos momentos, las lágrimas caían a raudales por el rostro de la elfa.- Ni un sólo niño…