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Escrito por Cronos el miércoles, 26 de mayo de 2010

En el centro de la tormenta.
Habían perdido toda pista del barco al que perseguían durante la noche. En cuanto había comenzado a oscurecer habían dejado de verlo. El Intrépido continuaba subiendo y bajando enormes crestas provocadas por el oleaje. Sabía que estaban acercándose al barco, porque incluso Nird pudo verlo sin problemas hasta poco antes de que anocheciese, pero había sido imposible darle alcance antes de perderlo completamente de vista en la penumbra.
Por la mañana, el contramaestre despertó a Benybeck en cuanto comenzó a clarear para que volviera al puesto de vigía. Cuando el miuven llegó arriba y se acomodó en la cofa, con el sueño aún pegado a los ojos, vio en la distancia una imagen sorprendente. Parecía como si, por delante de ellos, a bastante distancia, la tormenta se terminase. Simplemente, a partir de un punto, no había tormenta. Pero lo que hizo que el miuven se limpiase el agua que le caía sobre los ojos para asegurarse de que estaba viendo lo que estaba viendo fue que no había un barco, sino dos, en la dirección en la que avanzaban. Ambos barcos estaban inmóviles, uno junto al otro, como si los hubiesen atado al fondo y entre sí. Nird llegó arriba en ese momento.
-Oye Nird... tengo dos preguntas.
-¿Eh? Ah... sí, dime.-Nird se acabó de acomodar en la cofa y sin prestarle mucha atención al inmenso océano que les rodeaba comenzó a roer una manzana con avidez.
-Oye... ¿es normal que las tormentas se acaben así de repente?
-Mmm será el centro... en el centro de las tormentas hay una zona de calma.-Nird bostezó y le dio otro mordisco a la manzana- El efecto es bastante extraño... siempre me ha gus...
-¿Y que los barcos se multipliquen?
-¿Qué?
-Sí, mira, ahora hay dos barcos en lugar de uno. Y están quietos.
-¿Qué?
Nird se limpió los ojos y miró hacia donde le señalaba el miuven. Inmediatamente se puso en pie y comenzó a gritar. Con la excitación se le resbaló la manzana de la mano y cayó a cubierta, lo que le valió varios improperios de los marineros que trabajaban por allí cerca.
-¡Capitán! ¡Capitán! ¡Barco a la vista señor!
El capitán estaba subiendo al castillo de popa en esos momentos. Su voz resonó por encima de la cubierta.
-¿Es el de ayer, Nird?
-¡Señor, son dos!... ¡y parecen abordados!
-¿Identificas alguno?
-Señor, juraría que uno de ellos es El Ermitaño, y el otro parece de factura imperial.

El capitán dio media vuelta y se dirigió al palo mayor. Los tripulantes le abrieron paso inmediatamente y permanecieron alerta, pues sabían que era probable que hubiera que trabajar duro pronto, para hacer alguna maniobra. A pesar de la dificultad de la escalada en medio de esa tormenta, el capitán llegó en poco tiempo junto a Nird y Benybeck, y comenzó a otear hacia el punto donde estaban ambos barcos.
-Benybeck, ¿ves movimiento?
-¿Movimiento?
-Sí, gente moviéndose en los barcos.
-Mmm, no me había fijado en ese detalle, pero no. No hay absolutamente nadie en ninguno de los dos barcos. ¿Es importante?
-Mucho, Beny. Mucho.-El capitán se incorporó y gritó hacia cubierta.- ¡Timonel! ¡Diez grados a estribor! ¡Johan!-El contramaestre giró su cabeza hacia arriba inmediatamente.- ¡Despliega más vela, vamos a entrar en el centro y necesitamos algo de velocidad!
El contramaestre comenzó a dar gritos para que los marineros se pusieran en marcha. Eidon miraba continuamente hacia los barcos inmóviles. Nada parecía cambiar.
-Vaya, capitán.-El miuven miraba hacia los barcos abordados despreocupadamente.-No hay nadie. Seguro que no. ¿Qué les pudo suceder? Parece extraño, ¿no?
-Lo es, Beny. Estoy muy preocupado por la suerte de Jacob y de sus hombres. Es posible que les atraparan y que dejasen los barcos ahí por falta de marineros. Esos galeones del imperio son muy difíciles de manejar, y necesitan muchos hombres. Pero ese barco no es un galeón. Es mucho más pequeño y tiene un diseño extraño. Fíjate en ese hueco que tiene de la bodega hasta el puente. Y con este tiempo me niego a creer que un galeón pudiese atrapar a Jacob.
-Sí que es raro, señor. Nunca había visto ninguno así.-Fue Nird el que contestó. Ahora miraba concentrado a los dos barcos.
-Sabremos más pronto.-El barco había aumentado su velocidad bastante, y ahora el viento y la lluvia parecían golpear con mayor fuerza. El capitán miraba una y otra vez los mástiles del barco, preocupado por los crujidos que se oían.-No tardaremos en alcanzarles. Necesito que os quedéis aquí y tengáis los ojos bien abiertos. Avisadme de cualquier cosa extraña que veáis.
-Eidon....-El capitán estaba comenzando a bajar por el mástil.-Hay algo más... ahora que estamos más cerca lo puedo ver mejor.
-¿Qué es lo que ves, Beny?-El capitán se detuvo en su bajada y miró hacia los barcos de nuevo.
-Son... cosas.-El miuven mantenía la vista clavada en los barcos y se quitaba los mechones de pelo empapado que el viento le empujaba hacia los ojos.- No sé lo que son, no lo acabo de identificar, pero parece que están esparcidas por la cubierta de los dos barcos.
-Cuando lo sepas, grítalo, o que lo haga Nird. Cuando entremos en el centro el tiempo será mucho mejor, y entraremos muy pronto.
Y la verdad es que era así. Antes de que el capitán llegase al castillo de popa, como por arte de magia, el viento se redujo y dejó de llover. Poco tiempo después lucía el sol. Ahora el miuven pudo ver lo que había en la cubierta, y no le gustó demasiado.
-Nird. Ya sé lo que son.
-¿Y qué son?-Nird tenia puesta su mano sobre los ojos para que el sol no le molestara, pero no era capaz de distinguir aún prácticamente nada de las cubiertas de ambos barcos.
-Muertos.
Nird miró al miuven y se puso pálido, como si fuese a vomitar la media manzana que había desayunado.
-Mue... mue... ¿Qué rayos significa mue...?
-Muertos, Nird.- El miuven parecía serio pero no preocupado.-De hace tiempo. Esqueletos, diría yo... muchos tienen las armaduras puestas. Y algunos hasta llevan armas en las manos.
-Yo...-Nird hizo ademán de ir a gritar algo a cubierta, pero lo pensó mejor- ¿Por qué no bajas y se lo cuentas al capitán? Si grito lo que me acabas de decir la mitad de los marineros se morirán de miedo.
-¿Como tú?-El miuven sonreía pícaro mientras se agarraba al palo para bajar.
-Sí, como yo.-Nird no parecía nada ofendido.
El miuven se deslizó ágilmente por el mástil y fue corriendo hasta el castillo. En cuanto le vio llegar, el capitán se dirigió inmediatamente hacia él.
-¿Qué ocurre?
-Eidon... hay... algo extraño. Y no me lo explico mucho, la verdad.
-Vamos, di lo que sea.- La voz de Kurt, que junto con Ika se había acercado al miuven también, resonó en todo el castillo de popa.
-Muertos. De hace tiempo. Parecen esqueletos o algo así. Algunos hasta llevan armaduras y armas...-Todos permanecían en silencio, lo que animó a Benybeck a seguir hablando alegremente.- Pero no os preocupéis, no creo que sean peligrosos, yo los he visto iguales pero que se movían... y no creáis, tenían muy mala intención, un día uno casi me corta varias trenzas pero...
-¿Muertos? ¿Esqueletos?-La voz del capitán parecía mezcla de incredulidad y tensión.
-Ni más ni menos, Eidon... mondos y lirondos, añadiría.
-No... No puede ser. Es completamente imposible. A no ser que sea cosa de magia.
-¿Y si fuese una enfermedad, señor?-Ika habló con su extraña voz neutra y queda.-Hemos visto casos así antes.
-Pero una enfermedad no deja a todos sin carne. Tendría que haber pasado muchísimo tiempo para que sólo quedasen los esqueletos. Estamos demasiado lejos de ninguna costa como para que llegasen pájaros. No. Algo extraño pasa. Nos acercaremos, pero no demasiado, a ver si podemos averiguar algo. Intentaremos no perder velocidad.
El barco se deslizaba rápido y silencioso hacia las dos naves que flotaban plácidamente en el centro de la tormenta. El Intrépido estaba en silencio, pues el rumor primero y la horrible visión después hicieron que toda la tripulación se mantuviese inmóvil, hablando en susurros. Pronto todos comprobaron lo que el miuven había dicho. Las dos naves estaban cubiertas de cadáveres. Algunos parecían marineros al servicio del imperio. A los otros los pudieron reconocer por vestir los ropajes que habitualmente llevaban los marineros de El Ermitaño. Pronto estuvieron a menos de cien metros de distancia. Algunos marineros reconocían los cadáveres de amigos por sus ropas y se lo hacían saber a sus compañeros más cercanos en susurros, como si el mentar su muerte en voz alta pudiese traer el mismo destino para ellos. El silencio podría cortarse con una espada, exceptuando el sonido de las olas al golpear el casco de los barcos y el del viento al pasar por entre los cordajes, cuando la aguda voz de Nird resonó sobre la cubierta.
-¡Algo en el agua! ¡Hay algo en el agua!-El grito de Nird parecía apremiante.
Muchos fueron los que se asomaron por la borda para comprobar como una gran mancha oscura, claramente visible gracias a la luz del sol, se acercaba al barco bajo el agua, rodeada por infinidad de manchas más pequeñas. Parte de esa nube de manchas menores estaba rodeando ya el barco. Entonces el grito aterrador de uno de los marineros sonó en toda la cubierta. El hombre había caído hacia atrás, con sus manos intentando sacarse algo de la cara, gritando horriblemente. Varios gritos más siguieron al primero, y entonces se oyó la apremiante voz del capitán sobre toda la cubierta.
-¡Apartaos de la borda! ¡Rápido!-Como activados por un resorte, acostumbrados a las órdenes del capitán, los marineros las cumplieron inmediatamente.- ¡Preparaos para defenderos, sacad las armas! ¡Quiero a dos cuadrillas en los mástiles listas para desplegar más velamen a mi orden! ¡Vamos! ¡Vamos!
De pronto, todo fue movimiento en la cubierta. La mayor parte de los hombres estaban armados o lo estuvieron raudamente, y los que no, corrieron a los mástiles, prestos para cumplir las órdenes de su capitán. Una infinidad de extraños seres, similares a pulpos aunque de un tamaño mucho mayor, casi la mitad de un hombre, y cubiertos por una capa de pequeñas escamas recubiertas por una sustancia oscura y viscosa, comenzó a pasar por la borda del barco y a abalanzarse sobre los asustados marineros, que evitaban como podían a las extrañas criaturas. Aquellos seres se movían rápido y buscaban ansiosamente el contacto con la carne de sus rivales. Los marineros se defendían bravamente y pronto comenzaron a amontonarse los cadáveres de aquellos seres junto a la borda. Lo que más aterrorizaba a los marineros era el efecto que producían en aquellos a los que lograban tocar. Cuando retiraban sus tentáculos, lo que quedaba debajo de ellos era hueso descarnado. Y aquellos que recibían su contacto, aunque fuese de manera ligera, al poco tiempo caían al suelo, inmovilizados y entre estertores para enfrentarse a una horrible muerte.
Sobre el castillo de popa las cosas estaban bastante controladas. Había varios marineros intentando mantener a raya a las criaturas, y tanto el Capitán como Kurt e Ika eran hábiles luchadores. Muchas porciones de tentáculos aún retorciéndose yacían sobre el puente, pues Kurt había reventado a muchos con su hacha. Ika se mantenía detrás del capitán, disparando certeramente flecha tras flecha a los que intentaban pasar de la barandilla. El capitán también se movía de manera ágil, ayudando a sus hombres y defendiéndose él mismo con gran habilidad. El miuven procuró no quedarse al alcance de ninguno de los seres, empeño en el que las flechas de Ika le ayudaron tanto como su propia agilidad.
-¡Señor! ¡Señor! –La voz de Nird resonó sobre la cubierta del Intrépido.- ¡El grande! ¡Va a chocar contra la popa! ¡Está saliendo!
-¡El arbalesto!-El capitán dio la orden sin que pasara un solo segundo, y Kurt e Ika respondieron con la misma presteza.
Kurt mató de dos golpes rápidos a dos de esos extraños pulpos que se interponían en su camino hacia la enorme ballesta de madera con la que aseguraban los arpones de abordajes o lanzaban flechas incendiarias durante las batallas navales. Ika acabó con tres más que se asomaron en las cercanías del arma y comenzó a cargarla. El resto de marineros se situó para defender la posición. El capitán echó un vistazo rápido. El ser era descomunal, del tamaño de una ballena mediana, y parecía muy similar en su forma, que no en su tamaño, a los pulpos más pequeños. Tenía más tentáculos, y en proporción eran más largos. De la superficie del agua emergía parte de su enorme cabeza, y en medio, un enorme ojo de color negro como la noche. Parecía como si el enorme ser quisiese ver lo que ocurría fuera del agua. De vez en cuando los enormes tentáculos, lo suficientemente largos como para que el ser pudiese atacar con ellos la cubierta del barco, asomaban por encima de la superficie. Agarrados a ellos había gran cantidad de los pulpos pequeños. Parecía que no sólo iba a utilizar los tentáculos para luchar con ellos, sino que además le servirían como transporte a sus soldados.
-¡Ahí viene!, ¡y viene rápido! ¡Es muy grande... podría hacer daño al casco si no lo detenemos!- Nird era un espectador privilegiado.
-Tendremos que levantar el arbalesto o no le daremos. Se acerca demasiado rápido.
Kurt tiró su gran hacha al suelo y con sus manos comenzó a hacer fuerza para levantarlo. Ika ya había terminado de cargarlo y ahora estaba situada tras el arma, con su mano en el tirador que lo disparaba. En contra de lo que podía parecer, Kurt demostró una descomunal fuerza al levantar la enorme ballesta, haciendo palanca sobre el apoyo de ésta en la borda, y tras colocarla sobre su hombro, agachado, comenzó a levantarla aún más con la fuerza de sus piernas. Pronto, el arma apuntaba ya hacia abajo.
-Kurt, necesito que la levantes un poco más. Sólo un poco. Eso es. Ahora muévela hacia la derecha. Un poco más. Vamos. Sólo voy a poder disparar una vez, así que es mejor que no fallemos. –Kurt resoplaba con el esfuerzo. Eidon luchaba codo con codo junto a los marineros para mantener a las criaturas a raya. Benybeck intentaba ayudar a Kurt como buenamente podía, pero no parecía que su ayuda fuese demasiado efectiva.
-Ya casi está Kurt, vamos, un poco más.-Ika parecía confiar plenamente en la fuerza del enano, que estaba colorado y resoplaba cada vez más.- Un poco más... un poco más...
-No estalles Kurt, por favor, que estoy a tu lado.-Kurt gruñó al miuven por su broma, pero no desfalleció.
Todos los marineros que permanecían vivos escucharon el sonido vibrante de la recia soga y de la madera al impulsar el enorme proyectil. También pudieron oír el silbido del arpón al surcar el aire, e igual de nítido oyeron el sonido agudo y chirriante que siguió al impacto. El arpón golpeó al lado del gran ojo, justo en la zona en la que comenzaban las escamas, y se clavó prácticamente entero en la blanda carne de aquel ser. El agua comenzó a teñirse de un color negruzco, y en poco tiempo aquella enorme criatura perdió mucha velocidad. Un intenso olor como a pescado podrido llenó el aire.
-¡Le ha dado! ¡Le ha dado!-De nuevo la voz aguda de Nird, aunque ahora ya bastante ronca por el exceso de uso-¡Está sangrando! ¡Se hunde! ¡Se está hundiendo!
Tan rápidamente como había comenzado, la pesadilla terminó. Como títeres a los que les cortan las cuerdas, la inmensa mayoría de aquellos seres dejaron de atacar. Se movían confundidos, emitiendo débiles y extraños chillidos lastimeros mientras intentaban abandonar el barco. Los marineros acabaron con ellos sin piedad y rápidamente.
El capitán dio órdenes para largar vela y salir de allí cuanto antes, no sin antes encargarse de que se atendiese a los heridos en la medida de lo posible. También se aseguró de que los restos de aquellos seres fuesen enviados al mar con sumo cuidado, evitando tocarlos para que su veneno no dañase a nadie más, y de que se mantuviesen conservados restos de varios en las mejores condiciones.
Habían ganado, pero el precio había sido alto. Diecisiete de sus hombres habían muerto, y diez más estaban envenenados pero aún vivos. De esos diez, varios habían perdido algún miembro para siempre y otro probablemente la vista, pues la sustancia viscosa le había salpicado en los ojos, y parecía que era aquella especie de baba la que contenía el veneno, o eso era lo que opinaba Lamar.
En poco tiempo todo estuvo en orden, los heridos atendidos y los muertos en la bodega mientras se les preparaba para la ceremonia de despedida en alta mar, que por tradición no podía celebrarse hasta el amanecer. Durante esa ceremonia, también rezarían a los dioses del mar para que diesen cobijo a los hombres de Jacob y a los marineros de la nave del imperio, que habían tenido menos suerte que ellos. Ya se habían alejado, y casi habían llegado al otro lado de la tormenta. Tras ellos, quedaban los dos barcos ardiendo, pues en el último momento les habían prendido fuego con flechas incendiarias para que los cuerpos de los marineros descansasen en el fondo del mar.
-Me retiro a mi camarote, amigos.-La voz del capitán parecía débil, casi distante.-Nos dirigiremos a Zalama. Espero que los nuestros aún aguanten allí, al menos por un tiempo. Los demás también acabarán su ruta allí, supongo, la tormenta les obligará. Ellos no portarán malas noticias como nosotros.
Lamar se acercó a él, y con una confianza que Benybeck sólo había visto en sí mismo, le pasó una mano por el hombro.
-¿Estás bien, Eidon?
-Creo que sí. Aunque me duele haber visto el final de El Ermitaño y de toda su tripulación.
-Acabarían en el fondo del mar de la misma manera Eidon… y apenas tenemos hombres para manejar el Intrépido.
-Lo sé, Lamar. Ya había pensado todo eso. Jacob y el Ermitaño seguirán vivos en nuestras memorias, y yacerán en el mar, que es donde él hubiera deseado yacer. No es sólo eso lo que me preocupa.
Lamar miró inquisitivo al capitán.
-Hay algo que sé y que hace que tema por todos nosotros.
-¿Y qué es?
-Esto es obra de ella. De su dios maldito. Por lo que pude observar del diseño del barco imperial, no me extrañaría nada que esos seres fuesen transportados por ellos, como un arma. El barco tenía un doble casco y la bodega estaba abierta, aunque sobre cubierta aún quedaban paneles de madera lo suficientemente grandes como para taparla. Creo que esos seres iban dentro del barco imperial, un barco ligero y bastante rápido. Si están usando más de ésos, hemos perdido el mar. Son demasiado peligrosos.
-Pero ellos también lo han perdido, entonces.-Lamar parecía más preocupado por la debilidad del capitán que por la importancia que tenía lo que estaba diciendo.-Aunque entiendo que eso no nos sirve de demasiado.
- Y por si no fuese suficiente perder a uno de mis mejores amigos, esto me ha traído a la memoria escenas del pasado. -La voz del capitán sonaba cada vez más débil.- Necesito dormir. Por favor, encárgate de que nadie me moleste si no es por algo realmente importante.
-Lo haré, Eidon. Me encargaré de que tengas el más reparador de los sueños.
Benybeck pudo ver como una lágrima caía por la mejilla del capitán mientras entraba en su camarote.

Escrito por Cronos el lunes, 10 de mayo de 2010

Crónica de la pesadilla
Saryon se despertó inquieto. Era mediodía, y el sol iluminaba el bosque y el pequeño claro con fuerza. Echó un largo vistazo a su alrededor mientras iba recuperando la consciencia por completo, aún amodorrado por el sueño. Las tierras que rodeaban Vallefértil eran de una extraordinaria belleza. Las suaves laderas de las colinas que bordeaban el gran valle estaban cubiertas por pequeños bosques que se alternaban con prados para el ganado, viñedos y granjas. Tanto la parte más alta de las colinas como la cara contraria al valle, donde se encontraban, estaban cubiertas por un anciano bosque de robles, encinas y castaños. En numerosas ocasiones había cabalgado por los alrededores, durante los entrenamientos de los acólitos de La Orden o tan sólo por la simple diversión de cabalgar. Pero estaba claro que algo había cambiado en el lugar. No estaba seguro, pero a pesar de la belleza del paisaje, Saryon notaba algo oscuro en su interior y a su alrededor. No podía saber qué era pero notaba como poco a poco se iba intensificando. Era una sensación siniestra, de tristeza, de pesadumbre. Irwen olisqueaba el aire y piafaba cada poco.
Maray dormía inquieta, moviéndose continuamente y musitando palabras incomprensibles. Saryon permaneció un buen rato observándola. Había algo en esa chica. Además de su belleza, su interior era a la vez misterioso y diáfano. Podía ver claramente la tristeza en su expresión, y sabía que de una manera u otra esa tristeza tenía que ver con él. Pero no tenía ni idea de lo que realmente la causaba. En una de sus vueltas, Maray despertó.
-¿Qué está ocurriendo?- Maray se incorporó y miró alrededor, desperezándose.- Es... horrible.
-Tú también lo notas. Hace rato que me pregunto qué es.
-Es como... creo que está en el aire. El olor.
-Tienes razón.-Saryon aspiró profundamente.-Conozco este olor, aunque hace mucho tiempo que no lo notaba.-Saryon continuó olisqueando, a pesar de lo desagradable del olor.- Y es muy tenue. Es el hedor del campo de batalla. Huele a muerte.
-Dioses.-Maray miró a su alrededor, acongojada.- El viento ha cambiado. Viene de Vallefértil.
Un hondo pesar, ahora mucho más fuerte por saber el motivo que lo causaba se apoderó de los dos.
-Sea lo que sea lo que lo causa espero que no sea tan malo como me estoy imaginando. Parece que Clover tenía razón una vez más.
-¿Clover?
-Sí. Él me avisó de que Vallefértil iba a ser atacada. Me pidió que me llevara a toda la gente que pudiera, y así lo hice. La caravana que te cruzaste ayer era esa gente. El resto de habitantes de Vallefértil se quedó.
-Y está el llanto de Isvar. Estoy segura de que lo notaste. Oh, Dioses... es...
-Deberíamos continuar el camino, si es que me permites que te acompañe.
Maray le miró con gesto extrañamente serio a los ojos. Tardó un poco en contestar, como si estuviese pensándolo.
-Por supuesto que sí.-Casi solemne.- Pero tendrás que andar.-Maray volvió a sonreír.- Si puedo, evito ir a caballo. El camino debe hacerse con los pies de uno. Salvo que las circunstancias exijan otra cosa.
-No tengo problemas en caminar. Irwen estará más descansada si la necesito. Pongámonos en marcha cuanto antes. Preferiría llegar antes de que caiga el sol, y ya es bastante tarde.

El camino era a la vez apacible y duro. Por un lado, Saryon y Maray disfrutaban de la compañía mutua. Ambos estaban acostumbrados a viajar, muchas veces solos, y la compañía era algo que se agradecía y mucho. Conversaban fluidamente, animados por la afinidad que existía entre ambos, pero el peso de la incertidumbre sobre lo ocurrido en Vallefértil volvía una y otra vez. Saryon no podía dejar de sentirse culpable por no haberse quedado, aunque sabía que Clover tenía razón. Luchar cuando no puedes ganar es estúpido, y siempre hay más días para luchar. Pero la posibilidad, o más bien casi la certeza de que toda esa gente ya no vivía le pesaba en el alma como una losa.
-Extraña compañía la que se dirige al infierno. No seréis los primeros en llegar.
Era una voz femenina, claramente élfica, aunque hablaba en común. Provenía de arriba, de algún árbol cercano. A Saryon le resultó familiar.
-Senador Saryon, no debéis ir a ese valle maldito. Nadie debe. Pero tú menos que nadie. Estoy segura de que no volverías jamás de allí.
-¿Quién eres? Muéstrate, aunque sospecho que reconoceré tu rostro en cuanto lo vea.
Una figura esbelta se deslizó al suelo desde un árbol cercano. Era Vanya, o más bien parecía Vanya. Su aspecto era lamentable. Daba la impresión de que hubiese pasado toda la vida en el camino, como una pordiosera o algo por el estilo. Sus ropas y su capa estaban rotas en varios sitios, y su pelo rubio estaba suelto y enredado. Su tez, normalmente clara, lo estaba más todavía, hasta la extrema palidez, y su mirada, normalmente dura e inflexible, parecía ahora perdida. Alrededor de sus ojos y en sus mejillas estaban las marcas inconfundibles del llanto.
-No queda nadie Saryon... nadie.-Vanya se echó a llorar.-Ni un alma. Ni un animal. Nada. Sólo podredumbre y muerte en las calles. ¿Quién puede odiar tanto? ¿Por qué?
Maray se acercó a Vanya y la rodeó con su brazo. Ella también estaba llorando. Saryon miraba al suelo, intentando dominar su culpabilidad y su deseo de venganza, y, a la vez, entender lo que había ocurrido.
-Pero... ¿Qué es lo que ha ocurrido? Yo... tenía que haber hecho algo más.
-Sólo hubieras muerto con ellos. No hubiera servido de nada, General.-Vanya iba recuperando el autocontrol paulatinamente. Sin duda, hablar con alguien en quien confiaba le estaba ayudando. -Ahora ya están muertos. Fueron lezzars, de eso estoy segura. Una cantidad enorme. Busqué gente viva durante un tiempo, pero no han dejado a nadie. Ni siquiera los cadáveres. Sólo los huesos, desperdigados. Se los han comido, Saryon. Devorados. Todos ellos. Se comieron hasta los cadáveres de los suyos. Nunca en mi vida había visto algo tan horrible... y os aconsejo que no vayáis a verlo con vuestros propios ojos. A mí aún me cuesta mantener la cordura. Pero debemos resistir, Saryon. He descubierto más cosas, y creo que algunas son muy importantes. Podríamos tener más problemas de los que crees. Creo saber el motivo por el que tenéis sospechas de que hay traidores en el Senado.
-¿Qué habéis averiguado?
-Deberíamos buscar algún sitio donde librarnos de este hedor. Nos ayudará a sobrellevar mejor esto.-Maray contenía el llanto como podía.
-Caminemos hacia la costa. Conozco un par de sitios por aquí donde podremos acampar y hablar con calma, si es que eso es posible. Además, la brisa del mar limpiará esta peste del aire.-La mente de Saryon estaba llena de imágenes de la gente que se había quedado. La culpa pesaba mucho en ese momento. De un modo u otro sabía que Vanya tenía razón. Si iba a la ciudad, jamás volvería. Y los vivos le necesitaban. Después de tantos años seguía asombrándose de la sabiduría de Clover.
Maray le cogió del brazo, lo cual le reconfortó más de lo que hubiera esperado.
-Saryon, debes seguir caminando. Tú no eres el culpable, y no podías haberlo evitado.-Su voz era pausada, serena.-Ahora debes pensar en cómo ayudar a los que siguen aquí.
-Lo sé, pero... pesa tanto. Son tantos los rostros... las voces...-Saryon notó en la boca el sabor salado de sus propias lágrimas.
-Eres fuerte, Saryon. Debes serlo. Mucha gente confía en ti.
-Eso es lo que pesa, Maray. Eso es lo que pesa.

Escrito por Cronos el jueves, 25 de marzo de 2010

El Bardo Errante.

Hoy, cuando entraba en el pueblo, un hombre sencillo me hizo una pregunta. Quería saber por qué motivo los bardos, que llevamos alegría, diversión, y momentos de regocijo allá a donde vamos, solemos llevar la pesada carga de la tristeza sobre los hombros. Mi respuesta fue que lo desconocía. Pero quizá, y solo quizá, mi respuesta fue incierta. Aunque sea complicado de explicar con una respuesta simple, es posible que la historia que os voy a contar, la leyenda de Haldar Aran-Tai, más conocido como El Bardo Errante, o simplemente El Errante, os pueda servir para entender los motivos de dicha melancolía.

Cuenta la leyenda, y creedme, amigos, que si en toda leyenda existe algo de verdad, en esta hay más que en cualquier otra, que el mayor bardo que jamás haya pisado este bienaventurado mundo era aquel conocido como Haldar Aran-Tai. No existe bardo que merezca ser llamado bardo y no conozca su historia, ni existe un bardo que no haya pensado alguna vez en su destino, pues Haldar siempre vivió como un bardo, y dicen que como un bardo continúa viviendo, sirviendo a los dioses y a los hombres, y llevando alegría y sabiduría a los corazones de las buenas gentes.
Los pocos afortunados que dicen haberla oído, cuentan que Haldar tiene la voz mas dulce que jamás haya disfrutado hombre o dios, que su música es la más bella y la más expresiva que un mortal haya poseído, y que sus historias y sus canciones pueden hacer llorar igual que reír, que pueden hacer sentir la mas cruel de las derrotas y la mas brillante de las victorias, la cobardía y la valentía, el honor y el deshonor. Los más devotos o atrevidos dicen que oír una historia de su boca es lo mas próximo a vivirla, y que en ocasiones llega a ser incluso mejor. También dicen de él que la belleza de su voz es tal que sus hermanos elfos le dieron su apellido, orgullosos de lo que oían. Y es que Aran-tai significa La Voz de Los Dioses en el idioma de Ainalar. Y creedme, amigos, los elfos, cuando dan a alguien un apodo, saben lo que quieren decir.

Pero vayamos a la historia en sí. Os diré que Haldar nació hace ya mucho tiempo, quizá cientos o miles de años, en las lejanas tierras de los elfos Ainalar, en el norte. Su infancia y juventud las pasó, por deseo expreso de sus padres, al cuidado de su anciano abuelo, Enatar, uno de los seis Archidruidas del Norte. En aquellos años pasó horas y horas hablando con él, aprendiendo de su sabiduría centenaria, conociendo cómo amar a la naturaleza y a los que le rodeaban, aprendiendo viejas historias olvidadas por casi todos y cómo reconocer la armonía que existe oculta en todo. Su intención entonces era convertirse con el tiempo en un druida, una profesión tan noble a ojos de los dioses como a los de los mortales, para continuar así el trabajo y la tradición de su familia. El camino de los druidas es largo y no está exento de peligros, pero él estaba decidido, y todos pensaban que sería capaz de llegar a su meta, pues había nacido con una voluntad inquebrantable y un corazón puro como el agua que baja de las montañas.

Dicen que no está en la naturaleza de los bardos el hacer planes a largo plazo, que vivimos la vida desde la inmediatez del momento. En esa época, Haldar conoció a Alnai, y este suceso trastocaría toda la vida del Bardo. A través de ella, Haldar descubrió las dos grandes pasiones que marcarían su vida: La música, y ella.

La conoció en una de las largas tardes de verano que dedicaba a caminar por el bosque, observando de primera mano, en la naturaleza misma, las enseñanzas de su abuelo. Aquel día caminaba plácidamente por la bella arboleda mientras recordaba la lección de esa misma mañana, cuando una extraña y bella música llego desde la distancia hasta él. Era el inconfundible sonido de un flautín élfico, y quien lo hacía sonar poseía una habilidad incomparable. Su melodía y su ritmo se entremezclaban con las luces, las sombras, los sonidos y los olores del bosque de manera tan bella y armoniosa que parecía que hubiesen sido compuestas para aquel preciso lugar y aquel preciso instante. Dominado por la curiosidad, caminó hacia el origen de la música, y al poco, en un pequeño claro, vio a una joven elfa, de cabellos dorados y mirada alegre que, sentada en el tronco de un árbol caído, hacía sonar su pequeño flautín con naturalidad, casi como si sus manos hubiesen sido hechas para tal menester. Se quedó paralizado y mudo ante la belleza de la joven y de la música, y, sin mediar palabra, se sentó y continuó escuchando. Nunca supo cuanto tiempo había pasado cuando la joven dejó de tocar. Entonces ella le miró, sonrió levemente, y se marchó caminando.

Al día siguiente, Haldar volvió al mismo claro en el bosque. Ella, de nuevo, estaba allí, llenando el aire con su deliciosa música. Se sentó en el suelo, como el día anterior, y escuchó durante horas. De nuevo, ella dejo de tocar de pronto, le miró, le sonrió, y se fue. Durante semanas pasó las tardes allí, escuchando a la bella y joven elfa, pensando en las enseñanzas de su abuelo, y viendo claro como se dibujaba el camino de su vida. Necesitaba poder hacer lo que ella hacia. Tenía que ser capaz de hacer una música así de bella. Había encontrado la armonía de su vida en la música. Sería un bardo, la voz de los dioses.

Gracias a su abuelo, que aunque en un principio se disgustó por la decisión de Haldar comprendió y accedió a sus deseos, pudo conocer a los mejores maestros de Ainalar. Comenzó a aprender el arte de la música durante las mañanas, con sus maestros, y a amarlo durante las tardes, escuchando las melodías de la misteriosa joven. El camino del bardo y el del druida, aunque distintos, son similares, pues un buen bardo debe conocer las historias de todo, y la armonía de la música y la de la realidad misma son casi hermanas gemelas, o eso afirman los sabios.

El verano terminó y, un día de otoño, Haldar acudió a su cita de cada tarde, pero esa vez ella no estaba allí. La buscó durante horas, pero no pudo encontrar ni a la joven ni su música. Al día siguiente, y al otro, volvió, pero ella no apareció, hasta que Haldar estuvo convencido de que no iba a volver.

El invierno siguiente Haldar continuó con su formación en el arte de la música, alternándolo con las enseñanzas sobre la naturaleza, los hombres y los dioses de su abuelo, hasta que sus maestros le dijeron que no podían continuar enseñándole, puesto ya era tan bueno como ellos. Haldar había sido el mejor alumno que habían tenido. Parecía haber nacido para hacer música, y su amor a aquel arte y su esfuerzo habían sido tales que su aprendizaje había sido el mas breve y rápido que ninguno de ellos podía recordar, y el resultado del aprendizaje, mejor aún. Sus maestros así se lo hicieron saber, y le indicaron que a partir de ese momento debía continuar por si mismo, debía aprender a conocer la música para poder entenderla y transmitirla. Entonces comenzó a ir a diario hasta aquel claro para intentar llenar con su arte, aún tímido y balbuceante cuando lo comparaba con los recuerdos que tenía de la música de su misteriosa joven, el vacío que la de ella había dejado, para intentar alcanzar la mágica armonía que buscaba, y que desde que la misteriosa joven había desaparecido, no había podido encontrar de nuevo. Pero no lo conseguía, no sin ella, estaba seguro.

Pasó el invierno, y llegó la primavera, y cuando estaba ya bien entrada, y ya no quedaba nieve en las montañas, un día, mientras practicaba, como siempre, en el mismo claro, una música se unió a la suya. Era ella. De pronto, Haldar encontró la armonía que buscaba de manera natural, sin tener que pensar en qué hacer o cómo conseguirlo, solamente dejándose llevar por una intuición que llevaba grabada en su alma desde el mismo día en que había oído y disfrutado por primera vez de la música de la joven, un año atrás.

Era simplemente perfecto.

Juntos, disfrutaron de la música hasta que cayó la noche y no pudieron continuar puesto que el frío y las horas les habían entumecido las manos. Entonces ella se acerco a él, le miró a los ojos, sonrió, y dijo “Hola, soy Alnai.” Él se presentó también, y comenzaron a hablar. La conversación continuó hasta que las primeras luces del alba asomaron por el horizonte.

A partir de entonces cada día compartieron horas y horas de música y de conversación. Haldar aprendió a amar la música con toda su alma, y a la vez, aprendió a amarla a ella de la misma manera. Desde el primer día sabía que ella había dado su corazón a otro, y de todos es sabido que cuando un elfo ama lo hace para siempre, y que eso es algo que no puede ser cambiado. Y aun sabiéndolo, Haldar no pudo evitar que sucediera. Sucedió poco a poco, aunque en realidad había comenzado a suceder con la primera mirada, o incluso antes, con las primeras notas que había escuchado paseando por el bosque, y cuando fue plenamente consciente de lo que sentía supo que esos sentimientos serían a la vez su mayor gracia y su mayor maldición. Se sentía a la vez vivo y confuso, no podía decírselo sin perderla, y no podía dejar de decírselo sin perderse a si mismo. La única forma que encontró para expresar sus profundas e intensas emociones fue utilizar aquello que compartían y que más unido a ella le hacía sentirse: la música. Cada día, en sus melodías, intentaba decir todo lo que sentía, pero no podía saber si ella lo notaba, puesto que nunca respondía. Al menos no de una forma que él pudiera entender. Su música seguía siendo alegre, pura, limpia, y sus palabras también. Ni una mirada, ni un gesto.

Ya al final del verano, cuando los días comenzaban a acortarse y los atardeceres comenzaban a hacerse frescos, todas sus dudas quedaron disipadas. Ella respondió. Para su sorpresa, su música dijo lo mismo que decía la de él. Las dos, unidas, alcanzaron la más perfecta armonía que ambos hubiesen podido soñar.

Pero, de pronto, la armonía se quebró.

“Adiós” fue lo ultimo que le dijo. Se dio la vuelta y echó a correr. Por un momento Haldar creyó ver, o notar, que ella lloraba. Siempre había estado seguro de que la separación llegaría más pronto que tarde, pero el ser consciente de que ella también le amaba acabó de romper su ya maltrecho corazón. Su alma se derrumbó, y durante toda la noche y todo el día siguiente permaneció allí, solo, dejando que dolor y música fuesen una sola cosa. Al día siguiente llovió como nunca había llovido, como si los dioses lloraran la profunda pena del Bardo, emocionados con su música.

Pocos días después, Haldar decidió que su tiempo en el bosque Ainalar había terminado. Debía echarse a los caminos, buscar la armonía que había encontrado junto a ella en otro lugar, de otra manera, buscando dentro de si mismo y a su alrededor, y a la vez iluminar los corazones de aquellos con los que se encontrara. Era un bardo, y ese era su camino. Debía seguirlo.

Durante años caminó por el mundo como lo que era, un ser sencillo y sabio, y durante este tiempo fueron miles las historias que conoció, y muchas las que narró. Él era un simple espectador, pero siempre acudía allí donde ocurría algo digno de ser cantado, para así poder transmitirlo a través de su música a todos los hombres de todas las tierras. Con el tiempo, y gracias a su interminable talento, Haldar se fue haciendo más y más conocido entre los hombres. Sus consejos eran los más apreciados, y los rumores sobre su sabiduría, su habilidad y su voz sin parangón comenzaron a oírse por todas partes. Con los años, hasta los más altos reyes comenzaron a sentirse honrados cuando Haldar visitaba sus palacios. Él siempre cantaba igual, con el mismo afecto a su arte y la misma pasión, regalando su don sin tener en cuenta si quien le oía era el más poderoso de los reyes o el más humilde de los campesinos. Toda su sencillez se basaba en que para él, los que le oían solo eran personas a las que alegrar el corazón, puesto que el suyo ya no podía sentir tal cosa, y a las que debía transmitir la sabiduría de aquellos que ya habían dejado este mundo. Su deber era mostrarles los hechos que habían ocurrido y que no habían podido vivir. Durante este tiempo los hombres le dieron un nuevo nombre. Le llamaron El Errante, pues nunca permanecía mucho tiempo en ningún sitio, y nunca nadie sabía cuando iba a llegar o partir.

Fueron muchos los años en los que Haldar llevó esta vida, y fueron muchas generaciones de hombres las que cultivaron y agrandaron su mito. En cierto modo, Haldar era feliz así. A pesar del peso de su corazón, que era lo que le empujaba a seguir siempre caminando y a seguir cada día con su labor, con el paso de los años había comenzado a apreciar el amor y el respeto que le profesaban los hombres, y el hecho de que recurrieran a su consejo en los tiempos de necesidad para así calmar las dudas de sus corazones le hacia sentirse bien consigo mismo. Haldar tenía alma de bardo, y había aprendido a amar su destino. Pero a veces, los caminos de la vida se tuercen en el lugar menos sospechado, y siempre que uno cree que ha llegado a algún sitio se da cuenta de que solo ha dado un paso más en el camino. Aunque aún no lo supiese, el destino de Haldar estaba unido a algo mucho más grande.

Un día, cuando ya llevaba largos años en los caminos, Haldar llegó a una ciudad élfica. Había acudido allí atraído por una noticia de suma importancia para el destino del mundo entero y de todos sus habitantes. Alguien iba a invocar el Libro del Destino, con la intención de destruirlo. Contaban y cuentan las leyendas que el Libro del Destino es el instrumento que habían utilizado algunos dioses malignos para atar el devenir, y con el, el futuro y la libertad de los seres mortales, uniéndoles a un camino que culminaba en la destrucción de todos ellos. Y el estaba allí porque era el único en muchas semanas de distancia que conocía la canción que haría que el libro se abriera, y uno de los pocos capaces de ejecutar esa compleja y mística melodía.

El ritual duró días, y Haldar esperó pacientemente hasta que el consejo de ancianos de la ciudad consiguió invocar el libro. Grandes habían sido los esfuerzos realizados para conseguir los componentes del ritual y muchos eran los que habían muerto para culminar una tarea digna de los más altos héroes, conseguir la libertad de todos los hombres presentes y futuros. Haldar, sin asustarse por la magnitud de su cometido, comenzó a ejecutar la melodía mágica que, según tenían previsto, destruiría el poder del libro, al menos parcialmente. Durante varias horas la música mística llenó el lugar con su ritmo y su melodía cambiante y extraña, introduciéndose en los oídos de los pocos que escuchaban, enredándose en el interior de sus mentes hasta hacerles perder la noción del tiempo. Aquella música extraña y poderosa fue aumentando en cadencia, intensidad y volumen. Una luz amarillenta comenzó a envolver al libro, haciéndose más intensa cuanto más intensa era la música. La luz fue aumentando en brillo e intensidad, hasta que se hizo prácticamente imposible mirar hacia ella. Haldar seguía tocando, como hipnotizado, cada vez más rápido, cada vez con más intensidad, la misma melodía. Se puso en pie y comenzó a girar alrededor del libro sin dejar de tocar, moviendo su cuerpo al ritmo de la música, convulsionándose y girando sobre sí mismo más y más rápido, más y más rápido...

De pronto, cayó al suelo, ante el libro, y la música y la luz cesaron.

Lo primero que vio el bardo cuando despertó fue el libro. Estaba abierto por la mitad, y en este momento parecía totalmente normal, aunque de extraordinaria factura. Haldar pudo ver como sus páginas rápidamente se llenaban con más y más texto, que parecía ser escrito por unas manos invisibles. Se acercó, y vio como las palabras que aparecían en la última página contaban exactamente lo que estaba ocurriendo, cómo había despertado, cómo había visto el libro, y cómo comenzaba a leerlo. Escritas con una caligrafía exquisita, narraban cada movimiento y cada pensamiento que tenía en el mismo instante en el que se producía. Poco a poco fue notando algo oscuro en el libro. Mientras lo miraba comenzó a darse cuenta de que algo, como un peso o una carga, oscuro y extraño, comenzaba a crecer en su corazón. ¿Por qué destruir el libro? Todas las historias estaban allí reflejadas, incluso las historias futuras, era absurdo acabar con un tesoro así. Su miedo y su desazón fueron a más cuando vio como en el libro comenzaba a narrarse cómo él cerraba el libro y se lo llevaba, alejándose de allí para tener una vida apacible como bardo, pero por supuesto, el mejor bardo que jamás hubiera pisado el mundo de Isvar. Lo peor de todo fue notar como poco a poco, ese pensamiento que le había parecido absurdo en un principio, la idea de hacer lo que allí estaba escrito, se iba haciendo razonable, plausible, aceptable en su interior.

-Ten cuidado, o tu destino podría unirse al suyo, si es que no lo ha hecho ya.

La voz provenía de detrás de el. Casi se asustó al oírla, pues el silencio hasta ese momento había sido casi total salvo por un grupo de niños elfos que jugaba a lo lejos. La fuerza del libro era tal que no se había parado a mirar ni por un instante qué había ocurrido con los que estaban observando el ritual, o habían sido parte de él. Cuando se giró y miró a su alrededor observó de que todos, absolutamente todos, estaban quietos, como paralizados. Nada se movía a su alrededor, ni siquiera los animales, ni la hojas de los árboles. Solo aquellos niños a lo lejos, y la persona que le había hablado. Jamás había visto a aquel hombre, que parecía mayor. Era completamente calvo y vestía con una túnica negra y de aspecto pesado, que ondeaba suavemente a su alrededor como si estuviese soplando el viento. Lo que más le impresionó de él fue su mirada. Estaba cargada de serenidad y de curiosidad al mismo tiempo, y su expresión era de cierto afecto, incluso de cariño. Se dio cuenta de que había algo realmente fuera de lo común en él, una sensación de serenidad inmensa, parecida a la que transmitían los elfos más ancianos, aunque muchas veces multiplicada. El hombre le observaba con curiosidad, jugueteando con una pequeña esfera de cristal, que movía como si pudiese hacerla flotar, deslizándola por encima y alrededor de su mano derecha.

-¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué están todos paralizados?- Haldar intentó hablar con un mínimo de seguridad, aunque su voz mostraba lo confuso que estaba.
-Nada.- El hombre camino hacia el lentamente. Su voz era profunda y serena- Absolutamente nada.
-¿Quien eres? ¿Por qué nosotros podemos movernos?
-Quien soy yo no es importante, o quizá si lo sea, pero es algo que deberás descubrir por ti mismo. Podríamos decir que en esta historia, soy yo el que hago de observador. Esta vez te ha tocado a ti ser el protagonista.
-No estoy acostumbrado a serlo.
-Lo sé.
-¿Qué puedo hacer entonces?
-O lo desconozco o no debo decírtelo. Escoge la opción que más te agrade.
-Ninguna de las dos me agrada, para ser sincero, y no parecéis dispuesto a darme ninguna información, así que… pensaré que debo hacer.
-Eso es precisamente lo que has de hacer.

Por si estaba poco confundido, la conversación con aquel hombre – si es que su interlocutor lo era, cosa que cada vez dudaba más - y el hecho de que siguiera observándole no ayudaban demasiado a aclarar sus ideas. Estaba seguro de que le había dicho muchas más cosas de las que realmente era consciente de haber oído. Fuera quien fuera, no era lo que parecía. Centró su atención en el libro. Se fijó en las últimas líneas escritas, y vio que sólo una parte de la conversación con aquel hombre se había transcrito, lo que había dicho él. Las palabras que había pronunciado su interlocutor no estaban allí. Rápidamente apartó su vista de las palabras, temeroso de que intentase dominar su voluntad como lo había hecho antes.

Una idea comenzó a rondar por su mente. Si quería saber como destruir el libro debería saber como había sido creado. Había varias historias que hablaban del origen del libro, y ninguna era demasiado rica en detalles, aunque la más común decía que un grupo de dioses malignos, que variaban en su nombre según la cultura y el lugar, se habían unido y habían engañado a los dioses del bien, convenciéndoles de que atar el destino de los hombres, creados libres, traería la paz entre ellos. Pero el destino al que llevaba aquel libro no era la paz, sino un conflicto en el que los dioses malignos saldrían ganadores, con la ayuda de los corazones de los hombres. Si esa historia era cierta, la dificultad para simplemente dañar al libro iba a ser enorme, y el poder necesario para conseguirlo, mayor aun.

Debía saber cual era el verdadero origen del antiguo artefacto, y tenía en su mano la mejor fuente de información para aclarar sus dudas: El propio libro. Ignorando el riesgo que podía correr, lo abrió por la primera página, y comenzó a leer. Nadie, salvo el propio Haldar, puede saber con exactitud lo que allí estaba escrito. Lo que si sabemos es que la historia le sorprendió incluso a él. Según lo que el propio Haldar más adelante contaría y cantaría, el libro había sido creado por unos seres de poder descomunal, a los que llamaba los Hermanos, los Forjadores o los Creadores, que habían creado el mundo y que lo observaban. Seres mayores incluso que los dioses a los que adoramos, y mucho más ancianos que ellos. Según el libro, algunos de esos hermanos estaban en contra de la creación del libro, y de entre ellos, el mayor detractor era Cronos, al que también llamaban El Observador. Al parecer, de alguna manera, el libro afectaba particularmente a la labor de Cronos, y a la energía que él aportaba al mundo, el tiempo. Aunque debía atar el destino de todos, Cronos había conseguido, no sin un gran esfuerzo por su parte, que sólo pudiese hacerlo realmente con aquellos que creyesen que su destino estaba marcado. La cantidad de poder necesario había sido tan grande que, para poder reunirlo, había tenido que realizar un gran sacrificio. Había tenido que tomar forma física, condenándose a si mismo a vivir para siempre en Isvar. La descripción que de la forma que había tomado Cronos coincidía exactamente con la del hombre calvo que estaba tras él. De nuevo, oyó su voz.

- Mi trabajo aquí está hecho. Ahora ya sabes la verdad. Sólo tienes que decidir si sigues el camino que se abre ante ti o no. Eso ya no me corresponde.

Cuando Haldar se giró todo seguía igual, salvo que aquel hombre, o aquel ser, ya no estaba allí. Poco a poco había comprendido lo que habría de ocurrir. La propia leyenda del libro era lo que lo hacía poderoso, y si la gente no creía en él, se liberaría de su poder, debilitándolo más y más. Quizá, si conseguía que la mayoría de los hombres creyesen que eran libres podrían destruir el libro. Haldar comprendió en seguida cual era la elección que tenía que tomar, y decidió tomar el camino que le habían señalado. Caminaría por el mundo, contando una y otra vez la historia del libro, la que había leído, intentando que los corazones de los hombres se impregnasen de ella, haciendo que el poder del libro se debilitase hasta hacerlo vulnerable. No dejaba de ser paradójico que para liberar el destino de los demás, fuese necesario que sacrificase el suyo, pero si eso era lo que tenía que hacer, lo haría. Al fin y al cabo, era un Bardo. Su lugar era el camino.

Y tal y como había decidido, lo hizo. Durante muchos, muchos años, hay quien dice que siglos, Haldar volvió de nuevo al camino. En ese tiempo, El Errante llegó a lugares aun más lejanos que en sus viajes anteriores, pisando países de los que desconocemos hasta su nombre. En cada ciudad, en cada pueblo, en cada aldea, Haldar contaba sus historias, y en todas y cada una de ellas contó la historia del libro, y de cómo los hombres debían dejar de creer que su destino estaba marcado, puesto que eran libres para seguir el camino que quisieran. A pesar de que la habilidad de Haldar era incomparable, a pesar de que su sabiduría parecía infinita, no todos los hombres que le escuchaban le creían, pero aun así, sabía que cada vez que contaba su historia, plantaba una semilla que con el tiempo florecería. Y así los hombres, poco a poco, fueron recuperando la fe en su libertad. La historia se extendió como ninguna otra antes se había extendido, y lo que en ella se contaba fue, poco a poco, generación tras generación, calando el las mentes de los hombres, debilitando al libro, y aproximando a Haldar a su objetivo. Muchos años después de empezar con su viaje, Haldar decidió volver. El momento había llegado.

Haldar había dejado el libro bajo la custodia de los grandes Archidruidas del Norte, y sabía que por lo tanto debía estar guardado en Ainalar. Una parte de su corazón temía volver allí, puesto que después de tantísimos años aun su corazón conservaba la profunda cicatriz de la herida producida por Alnai. Aunque había pasado muchísimo tiempo, todavía la recordaba cada vez que, para mitigar su soledad, tocaba su música por puro placer en las largas noches. Todavía su alma le hacia soñar con ella, y los sentimientos que le habían empujado al camino todavía perduraban en su corazón, pues así es el corazón de los elfos, cuyos sentimientos son tan duraderos como sus vidas. Y en sus sueños ella le expresaba con su voz lo que le había expresado con su música el último día que se habían visto. Su dolor no era tan intenso, pero era igual de profundo, y se había extendido por completo desde lo más hondo de su corazón hasta llenarlo por completo.

A pesar de su herida, Haldar debía volver, y así lo hizo. Fue recibido con grandes honores, como el legendario bardo que ya era, y todos sabían lo que significaba su vuelta. El libro habría de ser destruido, el momento había llegado. Durante el tiempo en el que Haldar había viajado por el mundo extendiendo la historia que debía debilitar el poder del libro, los Archidruidas habían investigado como destruirlo definitivamente. Partiendo del ritual con el que se había abierto el libro, habían creado una melodía que podría acabar con el, pero esa melodía era de una complejidad y una dificultad enorme, y no sabían si alguien seria capaz de ejecutarla alguna vez. Además, dos bardos debían ejecutar la melodía. Pero solo tendrían una oportunidad. Si fallaban, el ritual de invocación del libro sería revertido, y el libro perdería su forma física. Los ancianos estaban convencidos de que uno de los elegidos debía ser el propio Haldar, pero ni siquiera ellos conocían a ningún otro ser capaz de interpretar una melodía tan intrincada. Haldar si lo conocía. A pesar del dolor de su corazón, les hablo de Alnai. Estaba convencido de que si tocaban los dos juntos, podrían lograrlo.

Hicieron llamar a Alnai. Los Druidas le explicaron todo lo que ocurría, y aunque tardó un tiempo en tomar una decisión, finalmente acepto ayudarles, pues auque sabia el dolor que le produciría a Haldar su encuentro, también se daba cuenta de lo importante que era su cometido, y del gran honor que le hacían al pedírselo. Haldar y Alnai, cientos de años después de su repentina despedida, se volverían a encontrar.

El primer día ni siquiera practicaron. Hablaron durante horas, primero bajo la luz del sol del atardecer y después bajo la luz de las estrellas. Hablaron de sus vidas, de cómo había transcurrido el tiempo desde que no se veían, de lo que habían aprendido durante el largo camino de sus vidas y de lo que el camino les había enseñado. Ya no eran aquellos adolescentes deseosos de descubrirlo todo, sino adultos con una larguísima vida a sus espaldas, sabios, casi ancianos en su interior, pero eternamente jóvenes en su aspecto externo. Haldar había temido que su mente hubiese transformado el recuerdo de Alnai, idealizándolo a base de utilizarlo una y otra vez, cada mañana y cada noche, pero cuando estuvo ante ella se dio cuenta de que había sucedido todo lo contrario. El tiempo había tratado bien a su amada, dotándola de una profundidad en el gesto y en la mirada que la hacían aún más bella a sus ojos y a su alma. No hablaron de ellos. Nunca se habían expresado lo que sentían salvo a través de la música, y ninguno de los dos tomó ningún paso en esa dirección, quizá por miedo a lo que podrían decir, o más bien a las consecuencias de decirlo, o quizá porque ambos sabían que la tarea que les habían encomendado era muchísimo más importante que los sentimientos que había entre ellos. Cuando se separaron, casi al amanecer, Haldar estaba seguro de que esta vez nada podría salvar a su corazón de la profunda tristeza, que esta vez acabaría para siempre con sus ganas de vivir, y con su vida.

Durante varias semanas, Haldar y Alnai se vieron cada día, practicando la ejecución de la melodía una y otra vez. Pronto Haldar estuvo convencido de que serían capaces de lograrlo, puesto que la armonía, esa compenetración intuitiva, casi mágica, de la música que los dos hacían no había disminuido con el paso de los años. Cuando ejecutaban la melodía, ambos se sentían como si caminasen de la mano, ayudándose mutuamente cuando uno de los dos flaqueaba o se sentía débil. Según fueron pasando los días, cuanto más se acercaban a dominar la melodía, más se entristecía el corazón de Haldar, consciente a la vez de lo bello y profundo de sus sentimientos y de que no podía conseguir aquello que anhelaba. Temeroso de perder sus ganas de vivir antes de intentar realizar su tarea, Haldar decidió que estaban listos. Por fin, intentarían el ritual.

En el mismo claro en el que se habían conocido, sentados en el suelo con el libro entre ellos, comenzaron a tocar. Al principio, ejecutaban la melodía lentamente, dejando que la música lo empapara todo, haciendo que los sonidos de ambos se rizasen y se mezclasen en sus oídos, hipnotizándoles lentamente. Poco a poco, el ritmo de la melodía se fue acelerando. Como si estuviesen en trance, ambos tocaban, con los ojos cerrados, dejando que sus manos ejecutasen la música sin que casi tuviesen que pensarlo, moviendo sus cuerpos lentamente al compás.

Pero algo fallaba. Haldar había rozando el límite de la resistencia de su corazón durante muchos días, y ahora parecía que no podría resistirlo. Notaba como la potente energía que se desprendía del libro iba cambiando lentamente, combinándose con la música y siendo disuelta por ella, pero el daño aun no era suficiente ni para comenzar a soñar con conseguir su objetivo. Por más que intentaba hacer que su música se hiciese más intensa, el profundo dolor y la tristeza que sentía le invadían, y no conseguía concentrarse lo suficiente como para aumentar el poder de la melodía.

Sin dejar de tocar, dejando que sus manos con el ritual que habían practicado hasta interiorizar cada paso, cada secuencia, hasta hacer su ejecución algo tan natural como el hablar o el respirar, escucho más detenidamente la música de Alnai, dejándose guiar por ella, tal y como habían practicado las últimas semanas. Notaba un cambio en ella y en la forma en la que estaba tocando, pero no estaba seguro de lo que era. En su música había una pasión, una fuerza, una intensidad que nunca antes había notado, o que quizá nunca había estado en condiciones de percibir. Centró su atención en esa diferencia, escuchó los matices, las intensidades, las cadencias, y poco a poco fue comprendiendo qué había de distinto en la música de Alnai. Era como si no estuviese sola, como si su música proviniera de muchas personas en lugar de provenir de una sola, como si la fuerza que inspiraba su arte proviniese no solo de ella, sino de más allá. Según iba percibiendo esos matices, esos detalles, notó como si esa especie de mano amiga de su compañera estuviese apretando la suya cada vez con más fuerza aunque igual suavidad. Ella quería que se diese cuenta de algo, y ese algo tenía que ver con el modo en que ella estaba ejecutando su música, con ese algo que a la vez provenía de ella y de fuera de ella.

Entonces, buscó en su interior esa fuerza que ella le estaba mostrando. Y lo que encontró le maravilló. Primero fue solo una voz, suave, distante. Era la voz de alguien que soñaba, que entregaba sus anhelos a alguien en quien creía firmemente. Y ese alguien era él, Haldar, El Bardo, El Errante. Pronto fueron dos, tres, cuatro… Sentía que esas voces llevaban mucho tiempo estando ahí, pero que había estado sordo para ellas, y solo ahora había empezado a notarlas. Cada voz de la que recibía sus deseos más profundos, sus sueños más íntimos, le permitía escuchar diez más, y a la vez, sentía que cada una de esas voces, de esas almas que se entregaban y le pedían ayuda y consuelo le hacían a él más fuerte, más poderoso, más firme, más apto para poder cumplir con su misión. Poco a poco fue notando cómo el poder aumentaba en su interior, cómo su tristeza y su dolor se atenuaban, se disolvían en los ruegos que ahora era capaz de percibir con claridad, y a la vez que notaba todos estos cambios, su música fue aumentando en cadencia, en intensidad, en exactitud, en poder. Y con la suya, la de Alnai también crecía y crecía, como si se alimentasen mutuamente. Comprendió de donde salía esa extraña energía que había notado en Alnai. Aunque no era igual, era muy similar a la que él mismo sentía. Como la suya, provenía de los sueños, los anhelos y las creencias de otras almas, de personas repartidas por todo el mundo que se la entregaban con la esperanza de que pudiera ayudarles a cumplir sus sueños más profundos. Alnai no era una elfa. Quizá lo había sido, pero ya no lo era. Ni tan siquiera lo era cuando la conoció. Alnai era mucho, muchísimo más que eso. Ahora, por fin, lo sabía.
Entonces, escondida en lo más hondo de su música y de los ruegos de las almas, como si siempre hubiese estado allí, oyó su verdadera voz.
“Por fin, amor mío, por fin... Tanto, tanto tiempo he pasado observándote desde la distancia, tanto tiempo sintiendo a la vez tu dolor y tu amor, tu profunda entrega, la firmeza de tus sentimientos y la debilidad que se apoderaba de tu alma… tanto tiempo… Tantos dias pensé que finalmente me olvidarías, que abandonarías tu titánica tarea…
Pero no, por fin, el día que esperaba desde que nos encontramos por primera vez en este mismo claro, ha llegado. Desde que soy lo que soy, no había nacido un hombre con tu capacidad para comprenderme, que me amase como tú, que se entregase a mí como tú.
Cada noche, todas las noches, desde tu partida de Ainalar hasta hoy he caminado contigo, he estado a tu lado, he sentido en mi propio ser tu canto, tu don, tu llanto, tu amor, y cada noche he deseado tomar forma junto a ti, acariciarte y consolarte, disfrutar de tu presencia, tu tacto, tu compañía, hacerte saber que mis deseos y los tuyos eran los mismos… y he sentido tanta frustración por saber que no era posible, que no estaba en mi mano, que no podía hacerlo sin perderte y perderme a mi misma para siempre…
Hasta hoy. Porque hoy, amado mio, hoy es el principio y el fin de muchas cosas. Hoy, si tenemos exito, comenzará una nueva era en el mundo, y una nueva era para ti y para mí. A partir de hoy tú serás Haldar, El Errante, El Cantor, El Espejo de los Bardos, El Caminante, El que Canta la Verdad, El Liberador...

Porque hoy, ahora mismo, Haldar, mi amor, has dejado de ser un hombre para ser un dios. Y, además de todos tus bien merecidos nombres, yo, Alnai, el espíritu de La Música, te otorgo uno más: El Que Enamoró a la Música.“.

El ritual continuó durante horas y días. Cuando finalmente la música cesó y unos pocos acudieron al claro a averiguar qué había pasado, sólo encontraron el suelo del claro y parte de los alrededores socarrado, reducido a cenizas. Y en el centro, depositada en el suelo, una página, arrancada del libro. Escrita en ella estaba el final de la historia que os acabo de contar, las sensaciones de Haldar, las palabras de amor de Alnai... y de pronto, nada más. Sólo el papel en blanco.

Como todos sabréis los sabios determinaron que el ritual había tenido éxito parcialmente, y que el libro era mucho más poderoso de lo que habían imaginado, puesto que ni el poder de dos dioses había sido capaz de destruirlo. La página que encontraron había sido arrancada del libro, pero el libro seguía existiendo, aunque su poder había sido gravemente dañado. Durante unos años, todos serían completamente libres, y aunque el poder del libro siguiese siendo descomunal, las consecuencias de la Página Rota serían impredecibles, pero muy grandes. Nacerían muchos que no deberían haber nacido según el libro, lo cual da una oportunidad a los hombres de liberarse por completo de su nefasta influencia, y por lo tanto de cambiar el final de La Historia. Ese día, hace mas de mil quinientos años, comenzó esta Era, a la que en honor de estos hechos llamamos La Era de la Página Rota.

Y así acaba esta historia, o al menos la parte que quería contaros. Recordareis que comencé a contarla para explicaros la tristeza de los bardos. Haldar, nuestro dios, es también nuestro ejemplo. Él convirtió los caminos en su hogar para olvidar el dolor que había dejado atrás. Pues como él, todos, todos los bardos tenemos nuestro motivo.

En realidad, el motivo por el que es difícil responder a esa pregunta es que lo que sucede no es que los bardos estemos o seamos tristes. La verdad es que algunos, por estar tristes, nos hacemos bardos.

Escrito por Cronos el jueves, 18 de marzo de 2010

Torbellino.

Llevaba horas en el remolino. Siempre negro, siempre intenso, siempre cambiante, como cada día, caía, caía por él sin remisión, sin llegar a ningún sitio y sin salir de ningún lugar. Sólo el remolino.

Se resistía con todas sus fuerzas, con toda su voluntad, pero nada podía hacer salvo seguir dejándose llevar, salvo dejar que el remolino, y quien en él gobernaba se apropiasen de su mente.

No, una vez lo había conseguido, pero no habría una segunda. Seguiría luchando, sólo porque era lo único que podía hacer. La lucha era vana, y lo sabía, y también sabía que algún día el torbellino ganaría, y que perdería el control por fin y sólo sería una marioneta en el papel al que ella, tan soberbia, le había destinado sin siquiera cuestionarse si él lo deseaba realmente. Pero era así. Cada noche, el torbellino volvía a él, una y otra vez, recuerdo del abismo del que había salido, reflejo de él. Ella estaba en el centro, él lo sabía, ella le hablaba y le repetía una y otra vez sus palabras cargadas de odio, de veneno.

- ¿Qué va a ser de ti? ¿Quién te va a proteger? ¿Quién te va a dar lo que deseas? ¿Quién tiene el poder de hacerlo?- Su voz volvía a ser dulce, su voz volvía a serenar, volvía a calmar. Pero él no deseaba oírla.

Sabía que tras la dulzura de su voz, tras la piedad de sus palabras estaba el odio, la mentira y las ambiciones desmedidas, pavorosas. Se negaba a oírla, dejaba que el abismo continuase, y deseaba volver a la realidad. Sólo podía decir no. Sólo podía despreciar la protección de la que le había robado su propio ser. Y el torbellino seguía. Pero esta vez algo estaba cambiando. El torbellino seguía allí, y, como cada noche, le arrastraba con fuerza, cada vez más cerca del centro, pero aún sin llegar a él. Entonces, por vez primera, desfalleció. Su voluntad comenzó a quebrarse y el torbellino le condujo cada vez más rápido, cada vez más cerca del centro, cada vez más próximo al dulce sueño final que ella le ofrecía, al que ella quería condenarle. La voz era dulce, sincera, protectora, adormecedora…

La voz le tenía hipnotizado, le dominaba ya casi por completo. Entonces El Otro volvió. Al principio fue sólo su voz. Fuerte, airada, pero a la vez cargada de ingenuidad, casi infantil.

-No. Eres mala.
-Yo te doy paz, yo te doy amor.-Su voz sonaba maternal, amable, próxima, cariñosa.
-Pero eres mala.
-Debes descansar. Debes dormir. Es lo mejor para ti. Yo te cuido, yo te amo, yo te doy todo lo que necesitas.
-Necesito que no seas mala. Eso no me lo vas a dar.- El Otro hablaba de manera cada vez más airada, más llena de rabia.
-¿Y él? Él carga con el peso, él es el que sufre, debes dejarle decidir, él ya lo ha hecho.-Dulce, sensata, como la conciencia misma.
-¡No! ¡Mentira! ¡Tú has querido decidir por él, y él decidió cuando te echamos!- El Otro gritaba ahora, a la vez poderoso y sobrecogedor.- ¡Eres mala y no te queremos! ¡Él es bueno!, ¡nunca dejaremos que vuelvas!

Entonces, algo tomó forma bajo él. Como un brillo plateado al principio, como una figura alada después, El Otro comenzó a elevarse sobre el torbellino, sobrevolándolo de manera torpe pero decidida. Ella sabía que esta vez había perdido, pero era anciana, antigua, y sabía que tenía que ser paciente. El Otro volvió a hablar.

-Descansa ahora. Yo la mantendré lejos hasta que puedas volver a luchar. Tú y yo y el hombre del fuego y el caballero y el gran dragón podremos con ella. Ellos son buenos y tú eres bueno. Yo te cuidaré mientras descansas, aunque no será mucho. Aún soy muy pequeño, y no sé lo que podré aguantar... Descansa, hombre bueno, descansa...

Esa noche, durante su guardia, Adrash se sorprendió de ver a Mirko dormir plácidamente por primera vez desde que le conocía.

Escrito por Cronos el martes, 9 de marzo de 2010

Encrucijadas.
Estaba a punto de amanecer. El cielo comenzaba a clarear sobre las colinas del este, y aún no había encontrado nada de lo que había ido a buscar. Saryon había seguido el camino con paso tranquilo, buscando indicios sobre lo que había acontecido en Vallefértil, pero no había encontrado nada. Absolutamente nada y a nadie, lo cual no le invitaba al optimismo.
También había buscado señales del paso de la sacerdotisa, pero no había encontrado ni el más mínimo rastro. Esto no le extrañaba demasiado, pues sabía que el influjo de Dhianab, la diosa de los caminos, protegía a sus adeptas en sus viajes, sobre todo cuando estaban cumpliendo algún cometido para su señora. El culto de Dhianab era muy querido por los comerciantes, y su protección también era solicitada por casi todos en Isvar cuando se acometía un largo viaje. De todos modos poco o nada se conocía de las profundidades del culto, aunque lo que sí estaba claro es que sus componentes eran amables y benévolos, y que hacían votos de no derramar sangre.
Estaba muy cansado, e Irwen parecía querer descansar también. Había estado bastante nerviosa desde que se habían separado de la caravana, y olisqueaba el aire cada poco. Decidió acampar en una pequeña hondonada cubierta por ancianos robles y castaños, que formaban una bóveda de penumbras con sus ramas. Por el centro de la hondonada corría un arroyo, en el que dejó que Irwen saciara su sed. Hizo una pequeña hoguera para preparar algo de comer, y cuando estaba acabando de disponer su pequeño campamento, una voz conocida sonó desde la espesura.
-Mi señora me enseña que lo mejor de los caminos es que nunca sabes a dónde te pueden llevar. – Era la inconfundible voz de Maray, la adepta de Dhianab, aunque ahora sonaba con cierta familiaridad, como si ella le conociese desde hacía mucho tiempo.
-Entonces seguro que también te enseñó que lo más importante del camino es por donde pasa, no a donde lleva.- Saryon se giró y vio que Maray se acercaba por un lado del claro con gesto casi solemne, cosa que le extrañó.
-Y parece que el nuestro se ha cruzado hoy por segunda vez.- Maray sonrió. - Supongo que no pondrás reparos en que comparta ese pequeño fuego y algo de descanso contigo.
-No sólo no pongo reparos si no que tengo que confesar que me alegra pensar que no tendré que cenar, o más bien desayunar, sin nadie con quien hablar un poco.
Maray dejó su bolsa de viaje y su bastón en el suelo, y se sentó cerca del fuego, acercando las manos a las tímidas llamas para alejar el frío de la mañana. Charlaron animadamente mientras Saryon preparaba parte de la carne que había traído para el viaje. El caballero presumía de haber adquirido ciertas dotes para la “cocina de campamento” en sus largos viajes, y la verdad es que en poco tiempo preparó un buen refrigerio, que resultó bastante sabroso a pesar de las condiciones. Saryon, bastante animado, continuó contándole varias anécdotas de sus largos viajes durante la guerra contra Oriente. Maray seguía interesada la conversación, pero no contaba nada de sí misma. De vez en cuando, dejaba su mirada fija en el fuego y aparecía de nuevo la melancolía en sus ojos. En una de estas ocasiones, Saryon dejó de hablar repentinamente. Maray volvió la vista hacia él, y el caballero pudo ver con claridad no sólo melancolía, sino también duda y miedo. La joven adepta se dio cuenta de lo que pasaba por la mente de Saryon, y apartó la vista de nuevo.
-Oh, te pido disculpas Saryon, yo...
-No tienes que disculparte por nada.-Saryon sonreía, y su voz era amable.-Ya vi esa sombra en tu mirada cuando nos vimos esta tarde.
-Parece que sabes ver en los corazones de los demás, Saryon.-Maray parecía ahora más sosegada, como si la actitud de Saryon la hubiese tranquilizado.-Tienes razón en que hay una sombra en mi corazón, la más grande que ha habido nunca. Aunque siempre supe que tendría que enfrentarme a ella.
-Parece que a las adeptas de Dhianab os enseñan desde niñas a hablar con enigmas.- Saryon continuaba sonriendo, y ahora Maray también sonreía.- Pero también sé que los malos momentos sólo sirven para una cosa: para aprender de ellos.
-Hablo con enigmas porque no te puedo contar todo lo que necesitarías saber, y, aun así, tu consejo me sirve de ayuda. Hay ciertos conocimientos que nuestra diosa nos transmite y que no podemos revelar.
-¿Ciertos conocimientos? –Saryon sonreía, casi como si estuviese bromeando.- Sigues hablando con enigmas, pero no te puedo pedir que me reveles nada que te esté prohibido o no quieras revelar, así que te perdonaré lo de los enigmas.
-Te contaré hasta donde puedo contar. Esos ciertos conocimientos de los que hablaba son lo que llamamos encrucijadas.
-¿Encrucijadas?
-Sí, así las llamamos en el culto. En nuestra fe se enfatiza mucho la similitud entre el camino y la vida misma. Las encrucijadas son esos momentos de la vida en los que lo que decidas en una cuestión que podría llegar a parecer incluso intrascendente, determinará por qué camino continuará tu vida en los siguientes años, los puntos en los que las cosas pueden cambiar de sentido de manera radical. Y también nos enseña las consecuencias de lo que hagamos, pero nos da total libertad para elegir. Lo que en un principio puede parecer una bendición puede llegar a ser lo contrario. Las decisiones suelen ser muy difíciles, y a veces las consecuencias son enormes, y las visiones no son exactas, sino que están cargadas de simbología, y es complicado captar su significado...
-Y tú estás en una de esas encrucijadas.
-Muy cerca de una de ellas, sí.
Saryon se puso algo más serio. Se envolvió en la manta y se arrebujó en el suelo.
-Si es así, poco o nada puedo decirte que tú no hayas pensado y vuelto a pensar mil veces. Recuerdo que en más de una ocasión durante la guerra contra Oriente mi buen amigo Clover y yo nos vimos forzados a tomar decisiones difíciles, sin poder estar seguros de qué opción era la más acertada, pero sí de que había que tomar alguna. En esas ocasiones, Clover tenía la costumbre de echarlo a suertes, con una moneda al aire o con un dado. Cuando miraba el resultado, decidía lo que le decía el corazón, que por supuesto no tenía por qué ser lo que decía la moneda o el dado, y entonces decía “la única manera de estar seguro es ir hasta allí”. Creo que nunca nos equivocamos.
-Tu amigo sabía que el corazón es mal juez pero buen consejero, y eso es algo que había estado olvidando. Una vez más, tengo que darte las gracias.
-Si algún día conoces a Clover, si es que todavía está vivo, dale las gracias a él. Le adeudan muchos agradecimientos, créeme.
-Si algún día le conozco, lo recordaré.

Saryon y Maray durmieron durante toda la mañana, confortados por el calor del sol que entraba entre las ramas de los árboles. Durante esa mañana pudieron, aunque momentáneamente, olvidar sus preocupaciones.

Escrito por Cronos el martes, 23 de febrero de 2010

Con la costa a sotavento.
Aquello era algo, indudablemente. Era un punto blanco, lejos, en el horizonte. Subía y bajaba con las enormes olas, y lo perdía de vista cada dos por tres, pero estaba claro, estaba allí. Benybeck se encaramó a la proa del barco y volvió a fijar la mirada en el horizonte. Cada vez estaba más seguro, casi podría jurarlo, tenía que ser otro barco. Llevaba tres días mirando hacia delante, y sin ver nada más que agua subiendo y bajando en la distancia. Tres días de tormenta ininterrumpida, y por si fuera poco, Nird le había dicho que a veces duraban semanas. Semanas así. Desde luego, el barril de manzanas comparado con esto era el paraíso. Aunque el mismo Nird le había dicho también que parecía que la tormenta aflojaba, incluso él se había dado cuenta de que las olas ahora eran menos empinadas, y por eso se había encaramado al mástil para intentar ver mejor el barco o lo que fuera que estaba a lo lejos.
Estaba tan concentrado en ver si volvía a asomarse el punto blanco, que no se dio cuenta de que estaban comenzando a bajar por la pendiente de una ola especialmente grande. Ahora entendía por qué le habían dicho que subirse ahí era peligroso. Avanzaba hacia el agua a una velocidad impresionante, y estaba bastante claro que iba a sumergirse en ella cuando el barco llegara abajo. Y lo peor era que no le daba tiempo a volver a la cubierta, así que se amarró a uno de los cabos que colgaban del mástil, y apretó con fuerza, esperando aguantar el choque con el agua. Y la verdad es que tuvo algo de suerte, porque el impacto fue brutal. De pronto se volvió todo negro, y notó el agua helada empapándole por completo. Fue sólo un momento, pero el golpe fue lo suficientemente fuerte como para hacerle soltar el mástil. Notó cómo golpeaba de nuevo el agua, y luego algo mucho más duro. La única vía de escape que tenía era la cuerda que le estaba destrozado la muñeca. Aferró el cabo con las dos manos y tiró con las fuerzas que le quedaban. Entonces volvió a notar el aire en su cara, y aspiró con todas sus fuerzas.
-¡Benybeck!- Una voz venía de arriba- ¡Agárrate fuerte, vamos a sacarte!

Sin duda era el contramaestre, así que decidió hacerle caso. Estaba aturdido por los golpes y por el agua helada, pero aún tenía arrestos para agarrarse con fuerza a la cuerda. Pronto notó como le izaban, y en cuanto pudo agarrarse a las redes de seguridad que colgaban del lateral del barco, comenzó a trepar hacia arriba. La verdad es que estaba impresionado. Casi había llegado a la mitad del barco colgado de aquel cabo, y sólo habían pasado unos segundos. El rostro ceñudo del contramaestre, vestido con un traje de aguas de lona, destacaba en medio de las caras de varios marineros que miraban, entre la curiosidad y el asombro, por la borda del barco. Benybeck sacó su mejor sonrisa mientras miraba hacia arriba, con los mechones de pelo largo cayéndole alrededor de la cara, y sin dejar de trepar.
-Tranquilos, chicos, estoy bien.
-¡Bien! ¡Que estás bien!- El rugido del contramaestre se oyó por encima del viento y las olas- ¡No te has matado de milagro! ¡Cuántas veces te he dicho que no te acercaras a ese mástil! ¡Cuántas veces te he dicho que las tormentas son peligrosas! ¡Cuántas veces te...!
-Tranquilo, Johan, éste no era mi día. – Se encaramó por la borda y saltó a la cubierta del barco.- Además, morir ahogado en agua helada no creo que resulte especialmente divertido. Casualmente, un tío abuelo mío murió así, y por lo que decían, no le hizo mucha gra...
-¡Ni siquiera después de esto te asustas!- El contramaestre bramaba, algo inclinado para gritar mas cerca de la cara del miuven.- ¡Es que estás loco!
-Los miuvii no tenemos miedo. Deberías saberlo.- Benybeck puso cara de sabihondo.- Pero he aprendido la lección, no volveré a hacer algo así. No me apetece morirme ahogado y congelado a la vez. Por cierto, ¿habéis visto ya el barco?
-¿Barco? ¿Un barco? – El contramaestre no tenía demasiado claro qué le confundía más, si la actitud del miuven, o la noticia que le estaba dando. Al menos, había dejado de gritar.
-Sí, un barco, justo hacia... hacia delante... Proa, se dice ¿no?
-Sí, se dice... ¡Nird!- De nuevo, gritó hasta hacer parecer silencioso al viento.- ¡Cabeza de chorlito! ¿Hay algún barco a la vista?
-Los miuvii tenemos muy buena vista, Johan, no le riñas a Nird, no creo que lo hubiera podido ver.
-¡Nada, señor!- Benybeck no sabía como alguien podía gritar con voz temblorosa, pero Nird lo había conseguido.
-¡Fíjate a proa! ¡Benybeck dice que vio algo!- Dirigió su mirada al miuven. A su alrededor, se había reducido la aglomeración de marineros, que habían vuelto a sus quehaceres. – Siempre que veas un barco que no hayamos visto antes, nos avisas, ¿entiendes?
-Ah, bueno. No sabía que fuera tan importante. La próxima vez se lo diré a alguien.- Benybeck sonreía inocentemente.- Ahora me dejas ir a ponerme ropa seca, ¿verdad? Voy a acabar constipado. Y eso que los miuvii resistimos muy bien el…
El contramaestre dejó de prestarle atención al miuven y comenzó a gritarles a tres marineros que estaban mirando lo que ocurría, y que volvieron rápidamente a sus labores. En poco tiempo, Benybeck estaba de nuevo en cubierta, con sus ropas ya secas. Entonces sonó de nuevo la voz, ahora emocionada, de Nird.
-¡Barco a la vista! ¡Barco a la vista!
-¡Por dónde, grumete!- La voz del capitán se oyó sobre toda la cubierta. Como siempre estaba en el castillo de popa, mirando hacia el horizonte con rostro melancólico, aunque la tormenta le hacía aparentar aún más triste y aún más despiadado.
-¡A proa, señor! ¡Está lejos, muy lejos!
El contramaestre subió a toda prisa al castillo, y Benybeck subió detrás de él. Saludó con una sonrisa a Ika y a Kurt, y después se sentó en una barandilla, dispuesto a enterarse de lo que estaba pasando. La mano de Lamar, que acababa de subir al castillo le bajó de un empujón, a la vez que le echaba una mirada de reproche. Decidió quedarse sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la barandilla.
-¿Doy alguna orden, señor?
- La verdad es que no sabemos nada sobre ese barco. – El capitán hablaba con su frialdad habitual.-A esta distancia es casi imposible saber quién es. Lo que está claro es que, en medio de esta tormenta, y en el lugar en el que estamos, ha de ser un barco grande y de calidad. Nadie se atrevería a salir con este tiempo si no dispusiese de un barco en condiciones. Podría ser cualquiera. Por otro lado, con este viento poco podremos cambiar el rumbo. Le seguiremos hasta ver mejor qué es.
- Capitán, el continente…
- Sí, lo sé, pero la tormenta tendría que acrecentarse mucho más para que nos arrastre hasta allí, y ha comenzado a arreciar.- Eidon miró a los ojos al contramaestre.-Podrían ser Jacob o Xiara, y todavía tenemos un día o dos de margen. Seguiremos en el mismo rumbo. – El capitán giró su cabeza hacia Benybeck- Beny, ¿podrías subir junto a Nird sin matarte y sin poner en riesgo a nadie?
- Por supuesto, Eidon.- El Miuven sonreía ante la perspectiva de hacer algo nuevo.
- Cuéntale a Nird lo que veas de ese barco, él decidirá lo que debe contarme. De todos modos subiré de cuando en cuando. – El miuven ya corría bajando las escaleras del castillo, emocionado por su nueva tarea.
- ¡Sí, mi capitán!
Benybeck ni siquiera giró la cabeza para contestar, y en poco tiempo, y tras recibir las reprimendas de varios marineros por su manera de trepar, subió hasta el palo más alto del barco, donde Nird estaba sentado agarrado al mástil con un brazo mientras que con el otro intentaba apartarse el pelo húmedo de los ojos.

Escrito por Cronos el miércoles, 17 de febrero de 2010

Camino de sombras.
Avanzaban entre dos altas colinas cubiertas de hierba y pequeños bosquecillos. Aquella zona, aunque fértil, era bastante agreste, motivo por el cual no había sido utilizada para labranza, y estaba casi deshabitada. Antes de la guerra contra oriente, en la que muchos campesinos habían muerto o huido a las ciudades, unos cuantos colonos valientes o desesperados, habían comenzado a establecerse en aquellas tierras. Pero durante la larga y descarnada guerra el camino había sido transitado por los ejércitos de uno y otro bando, y los campesinos se habían tenido que retirar a zonas más seguras, puesto que los orientales utilizaban en sus ejércitos criaturas peligrosas, como los fanáticos hombres serpiente, o los disciplinados y poderosos andracs, además de otras criaturas de mayor tamaño y mayor ferocidad.
Tras la guerra, los únicos habitantes, aparte de los animales, eran algunos cazadores, quizá algún druida, y unos cuantos grupos de salteadores, desertores de los ejércitos organizados en pequeñas bandas. Se decía que incluso se habían visto algunos grupos de orcos, que se dedicaban a atacar a las caravanas que transitaban por el camino hacia Fortaleza, una de las ciudades más al sur de Isvar. Aunque no era una ciudad de gran actividad comercial, durante la guerra había cobrado gran importancia, sobre todo por el hecho de que el primer senado de Isvar había sido organizado allí durante la guerra, en un esfuerzo por aunar los recursos de las ciudades estado y del resto de nobles y órdenes de clérigos o caballeros de la península. La ciudad estaba en una isla a la que sólo se podía acceder en marea baja, y además estaba excelentemente amurallada, motivo por el cual le habían dado ese nombre. Sus gentes eran duras para ser sureñas, y muy hospitalarias, puesto que muchos de ellos eran descendientes de refugiados de otras guerras que probablemente ya casi nadie recordaría, y les habían educado generación tras generación desde siempre con esas costumbres. Además, al no haber una actividad comercial constante, no había grandes y ricos señores, con lo que la gente se sentía muy unida. Fortaleza era una de los lugares que más le gustaban de Isvar, y más de una vez le habían preguntado si era de allí, puesto que, en ocasiones, cuando sus negocios y sus obligaciones con La Orden se lo permitían, pasaba temporadas en la ciudad.
Más de trescientos hombres bien armados, montando grandes caballos de guerra y con la enseña de la orden de Isvar escoltaban la larga caravana, además de casi un centenar de lanceros de la guarnición, con lo que si algún orco o bandido los había visto aún estaría pidiendo al dios al que adorase no haber sido observado, y esperaría paciente el paso de la comitiva. En ese sentido estaba bastante tranquilo, aunque temía que los que habían atacado Vallefértil se hubiesen dado cuenta de su marcha y decidiesen darles caza, en cuyo caso estarían completamente perdidos.
Hacía ya tres días que habían salido, y aún tardarían al menos un día más en llegar a Fortaleza. La caravana avanzaba lentamente. Habían tardado una eternidad en ponerse en marcha por las mañanas, y muchos de los carros estaban tirados por bueyes, y muy cargados, por lo que retrasaban al resto. Era muy complicado para sus hombres organizar una caravana de casi un centenar de carros o carretas, y aun así, ni la mitad de las ocho mil personas que calculaba el consejero mayor de Vallefértil que vivían en todo el valle le habían seguido. Por supuesto le acompañaban todos sus hombres, aunque algunos que habían nacido en Vallefértil dudaron por momentos, y contaba también con casi tres cuartas partes de la guarnición de la ciudad, la mayoría soldados que habían luchado a su lado en la guerra contra oriente, o hijos de éstos. Muchos de ellos no creían que fuera a ocurrir nada, pero el hecho de que él, nombrando a Clover, hubiese anunciado una especie de cataclismo en la ciudad les había hecho dudar lo suficiente como para acometer el viaje.
Entonces lo peor había sido el ánimo de la gente. El primer día una buena parte de los viajeros no dejaba de discutir con el resto. Algunos de los integrantes de una familia pensaba que estaban haciendo una estupidez, mientras que otros les explicaban que si él no dudaba, que si no se perdía tanto, o que el General Saryon no podía haberles mentido, y que Clover era un hombre sabio, y que si les anunciaba eso era porque era probable que ocurriera. En fin, que los ánimos estaban encrespados, hasta el punto de que sus hombres habían tenido que detener varios conatos de pelea motivados por las estupideces más solemnes. Aquello era terrible, puesto que la duda estaba en la mente de todos, incluida la suya, pero después de lo que ocurrió la primera noche aún fue peor.
La tarde había estado iluminada, la típica tarde de otoño en el sur, casi con el aspecto de un día de verano, pero atardeció pronto. Una gran masa de nubes había llegado desde detrás de ellos, cubriendo el sol y haciendo que la oscuridad llegase antes de lo normal, haciendo imposible el avance. Cuando acabaron de acampar era casi noche cerrada, y entonces todos comenzaron a notarlo. Al principio, los animales estaban nerviosos. Los caballos no dejaban de patalear en el suelo, primero los percherones que tiraban de los carros, después los caballos de guerra entrenados. Muchos de los perros que acompañaban a la comitiva comenzaron a correr de un lado a otro, gimiendo como si un niño les hubiese dado una patada. Después comenzaron a llorar los niños pequeños. Se oían llantos por todas partes, pero en ese momento ya todos ellos habían empezado a notarlo. Pronto hasta los bueyes comenzaron a moverse agitados y a bramar de vez en cuando. Y lo peor estaba por venir. De pronto comenzaron a llegar aullidos de los bosques de alrededor, y los perros que acompañaban a muchas de las familias comenzaron a contestar aullando a la vez. Entonces comenzó a soplar el viento cada vez con más fuerza, y el sonido que hacía al atravesar las ramas de los árboles cercanos se unió al resto de los sonidos en un enorme y sobrecogedor lamento que parecía provenir de la misma tierra.

Era el lamento de Isvar.

Cada uno de ellos sentía aquel enorme peso en el corazón, mezcla de tristeza y de dolor. El lamento se hizo más y más intenso, y el dolor y la tristeza más y más fuertes. En la mente de todos estaba la conocida leyenda que decía que los hombres y mujeres nacidos en Isvar estaban unidos de manera especial a esa tierra, y que por eso cuando una gran catástrofe ocurría, sucedía aquello. Nunca lo habían sentido, ni siquiera durante la guerra de Oriente, en la que se habían librado grandes batallas, pero todos estaban seguros de que era El Lamento. Saryon, y varios de sus hombres más duchos en las artes mágicas, estaban seguros de aquello. Lo que más les asombraba era el dolor que embargaba sus corazones. Sin duda alguna no era natural, y nadie podía haber lanzado un conjuro tan poderoso. No, aquella magia provenía de la tierra, de todo lo que les rodeaba. Sólo podía ser otra leyenda que se había vuelto real. Y sólo podía significar que su duda estaba resuelta.
Entonces, con la seguridad de que algo había ocurrido todos se sintieron tristes por los que habían dejado atrás, y muchos lloraban por no haber intentado con más firmeza que algún familiar les hubiese acompañado, o por la certeza de saber que sus vidas nunca volverían a ser como antes. Muchos estaban absortos, como embobados, y aquello había ralentizado aún más la caravana los dos días siguientes, hasta el punto de que un grupo reducido caminando hubiese avanzado a bastante más velocidad que ellos.
Cuando sucedió El Lamento estaban a unas horas del desvío hacia Fénix, probablemente la ciudad más próspera y habitada de la península, y a pesar de ello no habían encontrado a nadie en el camino desde aquel momento, ni después de pasar el cruce. Los mensajeros que había enviado a las ciudades y aldeas más cercanas le habían informado de que la gente estaba asustada, y que corrían rumores de todo tipo, pero nadie sabía a ciencia cierta qué había provocado El Lamento. Saryon sólo lo sospechaba lejanamente. La palabra que corría en boca de todos en Fénix, Flecha Blanca, Ribera de Nidaira y Punta Acogida era Vallefértil. Saryon, para evitar mayor confusión, había ordenado a sus mensajeros informar de aquello de lo que estaban seguros a los consejos locales.
Un pequeño revuelo al frente de la caravana le sacó de sus pensamientos. Indicó con sus talones a Irwen que acelerara el paso y se dirigió al lugar donde varios de sus hombres y unos cuantos campesinos formaban un círculo en el camino, impidiendo a la caravana seguir avanzando. Cuando estuvo más cerca pudo ver que el grupo de curiosos rodeaban a una figura que parecía discutir airadamente con uno de los soldados de la guarnición. Uno de sus hombres, un joven novicio disciplinado y con buenas aptitudes pero con poco tiempo de instrucción, se dirigió hacia él, sin dejar de sujetar la brida de su caballo.
-¡General Saryon!- El muchacho rubio se puso firme.
-¿Qué está ocurriendo? ¿Qué es este revuelo?
-Una joven, señor. Por su aspecto diría que una adoradora de Dhianab.-El muchacho, que no tendría mas de dieciséis años, parecía bastante nervioso.- El sargento Uthar la está intentando convencer de que debe acompañarnos, y de que continuar es peligroso, pero no hay manera. Quiere llegar a toda costa a Vallefértil.
Saryon torció el gesto imaginando que sería una joven terca, pues había sido temeraria caminando sola por esas tierras. Descendió del caballo y le dirigió una mirada de aprobación al muchacho.
-Gracias chico, ¿Cuál era tu nombre?
-Idbagar, señor.
-Bien Idbagar, sigue así y pronto serás caballero.
El muchacho no pudo esconder una amplia sonrisa.
-Muchas gracias, señor. Le aseguro que haré todo lo que pueda.
Saryon se dirigió hacia el corro, cada vez oyendo con más claridad la voz del Sargento Uthar indicándole a aquella chica que no podía continuar, que era demasiado peligroso, y que estaba loca si pensaba que iba a poder llegar a Vallefértil o a lo que fuera que hubiese allí ahora, y que además la necesitarían con la caravana. Los curiosos que formaban el corro le abrieron un pasillo hasta el centro en cuanto vieron a Saryon acercarse. A través del pasillo que se formó, Saryon pudo ver a Uthar, uno de los sargentos de la guarnición. Tendría casi cuarenta años, y su piel curtida y morena indicaba que había sido soldado casi toda su vida. Iba enfundado en una cota de malla que le caía hasta la altura de las rodillas y llevaba un casco con protectores para la nariz y las mejillas, que le daban aspecto inhumano. Había apoyado su escudo y su lanza en el suelo, y en el momento en el que vio a Saryon, dejó de hablar y se volvió hacia él, al igual que su interlocutora.
Algo en la mirada de aquella chica impresionó a Saryon. La joven no era especialmente bella, aunque desde luego tampoco era fea. De talla media, su pelo era de color rojizo, con brillos de color dorado, y caía liso en una melena corta que no llegaba a sus hombros. Su rostro era de rasgos bellos, con los pómulos marcados y los labios sensuales, aunque algo ancho. Vestía una túnica de color pardo, que caía casi hasta sus pies, con un sencillo cinturón de cuerda ciñéndola a la cintura y a su espalda llevaba una pequeña mochila. Su figura era, como su rostro, algo ancha, aunque sus formas femeninas, sin llegar a ser exageradas, eran rotundas, lo cual la haría especialmente bella entre campesinos o soldados, aunque haría también que fuese considerada de aspecto vulgar entre gentes de gustos más refinados. La joven no pasaría de los veinte años, y su atuendo indicaba claramente que era novicia de Dhianab, diosa de los caminantes. Calzaba las sandalias de cuero con el símbolo de su diosa, y miraba hacia Saryon con cierto respeto. El caballero no pudo evitar fijar sus ojos en los de ella, de color castaño, y bastante grandes, y mientras mantenía su vista fija en la de ella no pudo evitar notar todo lo que había detrás de aquella mirada. Una tristeza enorme, una voluntad inquebrantable, y una serenidad casi absoluta era lo que se podía leer en aquellos profundos y extrañamente bellos ojos. Lo que más llamó la atención Saryon fue que transmitían una sensación de familiaridad por su parte.
-General, intento convencerla de que nos acompañe, nos sería verdaderamente útil su presencia aunque sólo sea una novicia. -La voz de Uthar hizo a Saryon volver al mundo que le rodeaba- Su sola presencia tranquilizaría los ánimos de la gente, todos creen que los adeptos de Dhianab dan suerte en los viajes y...
-Debo ir a Vallefértil. -La voz de la joven era tranquila, casi ronroneante, y parecía la de alguien algo mayor de lo que ella era.- Eso es lo único que importa ahora. Vuestra caravana llegará a Fortaleza, pues yo he llegado hasta aquí sin peligro.
-Perdonad mi intromisión, y permitidme presentarme.- Saryon se dirigió al centro del círculo, e hizo una leve inclinación.- Soy Saryon Maiher, Caballero de Isvar.
-Sé quien sois, General Saryon. Pocos en Isvar no os reconocerían.- La chica sonrió levemente por un instante.- Mi nombre es Maray de Dhianab, y como habréis deducido, me dirijo a Vallefértil. No necesitaré escolta, pues mi señora me protege, y lo único que puedo pediros es que me permitáis continuar con mi camino sin dilación.
-Debéis saber que Vallefértil probablemente haya sido atacada, y no sabemos lo que podéis encontrar de camino allí, o lo que podréis encontrar en la ciudad.
-Lo que me pueda ocurrir en mi camino lo dejo en manos de mi diosa, y a lo que pueda encontrar allí me enfrentaré como buenamente pueda, pero debo ir, y ningún argumento hará que cambie de opinión.- La chica hablaba con una serenidad y una firmeza inusitadas, y todos se sorprendieron al oírla hablar de aquella manera a Saryon. Incluso el sargento dio un paso atrás.
-Estoy seguro de que el motivo que allí os lleva es lo suficientemente fuerte como para que mis palabras no os hagan cambiar de opinión, pero aun así debo aconsejaros que volváis sobre vuestros pasos y acompañéis a nuestra caravana. Vuestra presencia nos ayudaría mucho a aliviar a estas gentes, y estoy convencido de que eso complacería plenamente a vuestra diosa.
-Mi diosa ya ha dado su bendición a estas gentes, y estoy convencida de que llegarán sin daño a Fortaleza.- Un murmullo se levantó inmediatamente entre los que escuchaban, y Saryon estaba seguro de que en menos de nada todos estarían enterados de lo que había dicho, y estarían tanto o más animados que si la joven adepta les hubiera acompañado. O aquella joven era muy inteligente, o realmente estaba tocada por su diosa.- Y los asuntos que me hacen ir a Vallefértil son mucho más importantes para mí que todos los motivos que podáis darme para que me quede, por lo que de nuevo os ruego que me dejéis continuar con mi camino.- Saryon notó un nuevo ramalazo de tristeza en la mirada de la joven.
-No seré yo quien os detenga, pero si no os intentase convencer no me sentiría tranquilo. No me gustaría que vuestra muerte pesase sobre mi conciencia.
-Otras muertes podrán pesar sobre vuestra conciencia, General Saryon, pero la mía no será una de ellas.
-Entonces, Maray de Dhianab, continuad con vuestro camino.-La voz de Saryon estaba cargada de solemnidad. La seguridad con la que aquella joven le estaba hablando le impresionó profundamente.- Espero que vuestra diosa os ayude.
-Muchas gracias, Senador Maiher, espero que vuestros dioses os protejan.
Dicho esto, la joven comenzó a caminar hacia el exterior del corro, y continuó hacia el final de la caravana, junto al camino. Avanzaba tranquilamente, observada con respeto por la gente de la caravana, hasta que dobló un recodo del camino, donde la perdieron de vista.

El paso al que avanzaba la caravana aumentó con los ánimos adquiridos, y cuando llegó la noche estaba seguro de que al día siguiente, a esas horas todos estarían cenando en algún lugar seguro dentro de Fortaleza.
Kermat, su mejor capitán, se presentó en cuanto recibió su mensaje. Había luchado a su lado en la guerra, y confiaba en él plenamente. Se mostró sorprendido cuando le ordenó que continuase guiando la caravana y le informó de que él se reuniría con ellos pronto en Fortaleza. El capitán Kermat estaba acostumbrado a que Saryon desapareciese de vez en cuando, a veces por unos días, y otras veces durante semanas, por lo que no le dio importancia. Además, le dio una carta que debía entregar a Ulrich, uno de los generales del ejército de Isvar, además de senador, en la que entre otras cosas le pedía que convocase al Senado con urgencia. Ulrich era un buen amigo, y tenía la influencia necesaria para conseguir lo que le pedía.

Saryon cabalgó sobre Irwen hacia el final de la caravana. Había dos cosas que tenía claras. Una, que la muerte de aquella joven no pesaría sobre su conciencia. La otra, que averiguaría qué era lo que había producido la profunda tristeza que había en sus ojos, aunque sobre eso ya tenía una teoría. Y además, alguien debía investigar qué había ocurrido en Vallefértil, y no le gustaba mandar a nadie a una misión tan arriesgada y que podía hacer él mismo.

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