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Escrito por Cronos el jueves, 8 de julio de 2010

El hijo del cazador.

Mirko y Adrash caminaban por un pequeño sendero en el bosque que bordeaba el Lago de Iluvan por el oeste. Vanya, como cada día, se había adelantado al poco de partir y les dejaba indicaciones sobre por donde seguir. Decía que se sentía más segura explorando ella sola el camino, y solo se acercaba a donde ellos estaban de vez en cuando para informarles de lo que había visto. Hacia una semana que habían salido de Fortaleza, y tras atravesar las amplias llanuras al sur de Iluvan, hacía dos días que se habían internado en el bosque. Hasta ese momento todo parecía normal dentro de la anormalidad que la horda había creado. Los campos y las aldeas estaban siendo abandonados, y sus gentes se retiraban hacia la protección de los muros de la ciudad más cercana. Las órdenes del senado estaban siendo cumplidas a gran velocidad, y la gente, aunque triste, creía firmemente que estaba haciendo lo mejor para ellos y sus familias. Sólo podían llevarse con ellos dos reses grandes o seis pequeñas, y hasta diez aves de corral. El resto debían ser sacrificados y su carne envenenada. Tenían que evitar que la horda se alimentase, aun a riesgo de que el invierno fuese duro. Por mucho que avanzasen hacia la zona de Vallefértil, la única en la que estaban seguros de que los lagartos hubiesen atacado, no encontraban ni rastro de la presencia de estos seres. Pero su misión estaba sin cumplir, y eso eran malas noticias, pues indicaban hacia donde se habían movido los invasores. Los enanos aun no habían dado noticias de su situación. Ningún mensajero, ningún explorador había podido dar noticias de la situación de las ciudades enanas. Eso sólo podía significar que les habían atacado. Ahora bien, ¿Cuál había sido el resultado del ataque? Saryon les había dicho que los enanos disponían de ingenios para defender sus ciudades y que no creía que hubiesen caído, sino más bien que estarían aisladas, pero aún así Adrash se había dado cuenta de que en las palabras de Saryon había más fe que seguridad.
Los dos guerreros charlaban sobre el tema animadamente, cuando la voz de Mirko se tornó más firme y fría.
-No se porque os odiáis. Sois muy parecidos.
-¿Odiar?-Adrash parecía confundido-¿A qué te refieres?
-A ella.
Adrash escruto el bosque a su alrededor, intentando ver si Vanya estaba cerca.
-Tranquilo, ella está lejos.
-¿Cómo lo…?
-Te recuerdo que hay un dragón dentro de mi. Cada vez entiendo mejor cómo es él. Y el cada vez es más yo. Creo que ese es el camino que he de seguir.
-¿Y porque crees que la odio? Realmente no es así.
-Pues lo parece. Ella no viaja con nosotros porque no quiere estar cerca de ti. Lo sabes tan bien como yo.
-Si… es cierto. Pero a pesar de todo, no la odio. Sólo tuvimos un pequeño roce. Un problema de enfoque.
-No parece pequeño. Tampoco lo es para ti. No le hablas más que en tono militar. No creo que eso sea algo pequeño.
Adrash resopló, parecía incomodado por lo que Mirko le estaba diciendo, y en el fondo sabía que tenía razón. Desde el día en el que habían tenido su pequeña discusión, no habían hablado del tema, y se mostraban muy distantes entre si. A ninguno de los dos les había gustado que Saryon les encargase esta misión juntos, pero ninguno de los dos quiso pasar por el mal trago de darle explicaciones al caballero por algo que en el fondo Adrash sabía que era pueril. Sus objetivos eran mucho más grandes que ellos, y tenían que arreglar sus absurdos problemas antes de que generaran más problemas aún.
-¿Sabes Mirko? Tienes toda la razón. Sólo hay un problema.
-¿Cuál es?
-Se me da muy mal pedir disculpas, y ella no me ayuda con su actitud. Pero te prometo que intentaré arreglarlo.
-Me alegra oír eso. Eres un buen hombre Adrash, y ella también es buena.
-¿Otra vez el dragón?
-No. Sólo sentido común. A veces es la mejor magia.
-Otra cosa… ¿Por que dices que nos parecemos? No creo que nos parezcamos.
-Pues os parecéis. O más bien diría que ella se parece cada vez más a ti. Algo está cambiando en su interior. Puedo verlo.
-Es probable que tengas razón. Creo que lo que vio en Vallefértil le está afectando. Al fin y al cabo es una elfa.
-¿Qué tiene que ver eso?
-Los elfos lo hacen todo despacio. Tienen tiempo. Y adoran la vida. No matan ni las plantas. Toda esa muerte… Si no tiene cuidado se volverá loca.
-Parece que los conoces bien.
-Viví entre elfos dos años enteros. Y de alguna extraña manera, aprendí mucho de ellos. O más bien, con ellos aprendí mucho sobre mi mismo.
-Casi te entiendo. Yo estoy aprendiendo mucho sobre mi mismo ahora, aunque sea porque no me queda más remedio.
-Desde aquí se te ve mejor. Y tienes menos pesadillas.
-Voy conociendo mejor a mi compañero, cada vez percibo más sus sensaciones, y sobre todo, Ella cada vez está más lejos. O ha decidido ignorarme por un tiempo, o estoy consiguiendo romper lo que nos une.
-Ojalá sea lo segundo.
Mirko giró repentinamente la cabeza hacia su izquierda, y su cara, habitualmente inexpresiva, se tornó en una mueca mezcla de asco y rabia.
-Lagartos. Y Vanya está cerca. Vamos.
Adrash comenzó a correr en la dirección que Mirko había indicado sin preocuparse de si le seguía. Estaban en una zona inclinada y bastante abrupta, en la ladera de una colina, cubierta por frondosos castaños, que creaban una zona de sombra permanente, pero en la que había bastante visibilidad. El caballero corría siguiendo la misma dirección, casi en silencio a pesar del rítmico tintineo de su cota de malla, seguro de que acabaría encontrando alguna pista que le indicase donde estaban los lagartos o Vanya. Eso si ella no le encontraba a él antes. A cierta distancia podía oír los pesados y rítmicos pasos de Mirko, que corría tras él.
Tras unos minutos de carrera, Adrash vio como el suelo se cortaba de manera abrupta a poca distancia de sus pies. Y pudo oír como allí abajo se movía algo. Se pegó al tronco de un enorme castaño que se inclinaba sobre el borde de un pequeño barranco, y, intentando mantenerse oculto, observó el pequeño valle que se formaba unos diez metros más abajo.
Al parecer, bajo sus pies debía estar la entrada de una cueva, porque de allí estaba saliendo un grupo de hombres lagarto, de escamas oscuras y no demasiado grandes. Llevaban escudos redondos y lanzas, y avanzaban en formación, intentando cubrirse con sus escudos lo más posible. Unos metros más adelante, en la zona en la que comenzaba de nuevo el bosque había varios lagartos más utilizando sus escudos de la misma manera, e intentando proteger a uno de ellos, que tenía a un niño rubio, de unos doce años, escuálido y vestido con pobres ropas de cuero, y que se revolvía intentando librarse de su captor. Un poco más allá, había cuatro lagartos más, muertos o gravemente heridos por flechas, que pudo identificar fácilmente como de Vanya.
No sabía por qué Vanya se había puesto en peligro de aquella manera, ni por qué los lagartos no habían matado al niño, pero tenía claro que dieciséis lagartos eran un problema, y si querían salvar al niño tendrían que ser contundentes. La presencia del niño hacía poco recomendable usar la magia, y en cuerpo a cuerpo sería presa fácil para ellos. Probablemente se podría llevar a varios por delante, pero acabarían venciéndole. La situación requería de lo mejor que tenían los elfos. Paciencia. Adrash sacó su arco, preparó una flecha, y esperó su momento.
Entonces ocurrió lo inesperado. Con la mirada perdida, enfurecida, Vanya salió de la espesura. Llevaba su arco preparado y apuntaba hacia el grupo de lagartos. Disparó dos flechas seguidas, casi en un parpadeo, y preparó una tercera. Dos de los hombres lagarto cayeron al suelo entre lamentos, con sus piernas atravesadas por una flecha.
-Soltad a ese niño o moriréis todos.
Los hombres lagarto que llegaban se apresuraron a unirse con sus compañeros, y cubrieron al que llevaba al niño. De pronto, sin que mediara ninguna palabra o gesto entre ellos, todos menos tres, que comenzaron a retroceder hacia la cueva, se lanzaron hacia Vanya.
Adrash disparó. Era un disparo arriesgado, pero era su única salida. El lagarto que llevaba al niño cayó con su cuello atravesado por una flecha. Adrash disparó otras dos. Uno de los lagartos se cubrió a tiempo con el escudo mientras que el otro cayó al suelo, herido por una flecha en su abdomen. Algo iba mal. El niño no se movía. Echó un vistazo y vio como Vanya, no sin derribar a otros dos lagartos más, esperaba la carga de sus enemigos hasta el último momento. Cuando el primero de ellos llegó a distancia de ataque, con un salto increíble, Vanya se agarró a una gruesa rama que estaba a algo más de un metro sobre su cabeza, se encaramó a ella, y, como si estuviese caminando por el suelo más firme, comenzó a correr por las ramas de los árboles, intentando encontrar un lugar más seguro. Varios de los lagartos la siguieron, y los demás comenzaron a correr hacia donde estaba el niño. Adrash sabía que no tendría muchas más oportunidades para salvarlo, así que se lanzó ladera abajo, arrastrándose por la escarpada pendiente, espada en mano. El niño no se movía.
El estilo de lucha de Adrash era muy particular. Parecía que le habían enseñado a luchar en situaciones críticas porque jamás dejaba de girar y moverse, cambiando de trayectoria una y otra vez, y aguijoneando a sus atacantes con golpes certeros y potentes con su espada bastarda. Los hombres lagarto se limitaban a evitar sus golpes como buenamente podían con sus escudos mientras intentaban conseguir hacer blanco con sus lanzas. Un total de cinco de estos seres se encontraban a su alrededor, aunque la manera de moverse del caballero era tal que no daba la impresión de que estuviese rodeado, sino que más bien parecía que era el caballero el que estaba atacando a sus oponentes. De pronto, Adrash se lanzó a la ofensiva. Amagó un ataque directo contra uno de los hombres lagarto, y cuando este intentó usar su escudo para defenderse, el caballero, en un ágil movimiento se lanzó al suelo dando una voltereta por delante del escudo del ser, y según se levantaba lanzó un golpe reverso a una velocidad endiablada, que el hombre lagarto no pudo evitar, pues aun estaba intentando averiguar donde estaba su enemigo. El golpe impactó en su espalda, casi cortándolo en dos, y acabando rápidamente con su vida.
Los dos hombres lagarto más próximos ya estaban a distancia de ataque cuando su infortunado compañero cayó al suelo. Adrash, sin dejar jamás de moverse, atacó en falso al primero, y con un movimiento rápido, giró sobre si mismo para colocar un golpe de arriba abajo a la cabeza del segundo, que el ser no pudo evitar, cayendo fulminado en un instante. Lo que no esperaba Adrash era que el otro lagarto fuese a reaccionar tan rápido. Cuando estaba acabando el giro, la parte inferior de su lanza golpeó los tobillos del caballero, haciéndole perder el equilibrio y rodar por el suelo. Los tres hombres lagarto que quedaban se abalanzaron hacia el, y desde el suelo, Adrash pudo ver que el grupo que había ido tras Vanya estaba regresando. Empezaba a tener problemas. Cuando el primero de los hombres lagarto intentó atacarle en el suelo, el caballero giró sobre si mismo, y, sin incorporarse, lanzó un golpe a las rodillas del ser, que lo derribó. Con una voltereta se incorporó y realizó un amplio arco con su espada, al tiempo que se concentraba en reunir el poder y recitaba el breve versículo mágico que invocaba las llamas a su espada.
Los hombres lagarto retrocedieron y lo rodearon a cierta distancia. Eran un total de seis. Adrash giraba una y otra vez sobre si mismo, trazando amplios arcos con el filo de su espada y rechazando los tímidos ataques de los hombres lagarto. De pronto, los seis hombres lagarto levantaron sus lanzas y se abalanzaron hacia el caballero simultáneamente. Si no se le ocurría algo estaba perdido. Cargó en la dirección en la que estaba el niño derribado en el suelo. Cuando se disponía a intentar evitar a los dos lagartos que intentaban interponerse con su escudo, uno de ellos cayó de bruces al suelo, como un títere al que se le cortan las cuerdas. Una flecha atravesaba su cabeza de lado a lado, y esa flecha llevaba el penacho de Vanya. Adrash aprovechó el hueco que le había quedado para evitar el ataque del otro lagarto, y corrió sin pensar hacia donde estaba el chico inconsciente, casi asfixiado por el peso del que antes le transportaba. Venían diez lagartos más del interior de la cueva. Parecía que las cosas no querían salir bien.
Se giró para aguantar el ataque de los que tenía detrás y, aliviado, vio que dos más de ellos habían caído bajo las flechas de Vanya y los otros dos intentaban enfrentarse a Mirko, que con una habilidad casi insultante acabó con sus vidas con dos golpes. El guerrero corrió hasta su lado, y con la espada en su mano, sosteniéndola frente a él en posición de combate, se dirigió a los lagartos, que avanzaban con paso firme hacia ellos.
-Ovatha, sabes que los mataremos. Estos son peores que los que me perseguían. Deja que se marchen y deja que nos llevemos al niño.
Los lagartos se pararon. Uno de ellos se adelantó y habló con voz sibilante y ronca.
-Mirko… eres un estúpido. Primero, arriesgas tu vida por un niño, y ahora la arriesgas por carne muerta.
Mirko pudo oír la voz de Adrash a su lado, canturreando tenuemente.
-Sabes que morirán.
-Si, como todos vosotros.
-Eso no cambia nada. Déjanos ir con el niño y no perderás diez soldados.
-¿Tan cercano te sientes a ellos, hijo mío?
De pronto, los diez lagartos se lanzaron al unísono hacia delante. Entonces Mirko entendió lo que había estado haciendo Adrash. El canturreo tenue de pronto se convirtió en un grito, y la espada del caballero comenzó a emitir llamas con más y más intensidad, hasta que un largo cono de fuego, que partía de la punta de la espada del caballero, se extendió desde esta hasta rellenar toda la entrada de la cueva. El fuego duró unos segundos, y en cuanto se apagó, el caballero se lanzó hacia delante, seguido por Mirko, para acabar con los que hubieran resistido aquel ataque. Si Adrash era un letal enemigo, la habilidad de Mirko para el combate rozaba lo sobrenatural. Se movía como una serpiente, casi sin desplazarse, dejando que los golpes de sus rivales se deslizasen en su armadura y lanzando pocos golpes, aunque casi siempre letales. Cada vez que Adrash veía a Mirko lanzar un golpe, este era rápido y directo, era casi imposible de detener y apuntaba a un punto vital. En poco tiempo, todos los lagartos habían caído. Cuando se dieron la vuelta, Vanya ya había llegado hasta el niño y lo estaba intentando reanimar.
-Está bien. Quedó inconsciente cuando mataste al lagarto, pero se recuperará.-Vanya aun estaba extrañamente tensa, sus ojos estaban llorosos.
-Me alegro. El niño puede ser importante.-Adrash no mostraba ni rastro de su habitual sonrisa cínica.-Gracias por esa flecha. –El caballero señaló a uno de los lagartos, que tenía su cabeza atravesada por un flechazo.
-No hay de que. Estamos en el mismo bando, ¿recuerdas? Yo también tendría que darte las gracias por haber intervenido antes. No contaba con que me encontrarais tan rápido.
Adrash tendió su mano hacia Vanya.
-¿Amigos?
Vanya se puso en pie y estrechó la mano del caballero con firmeza.
-Por supuesto.
El apretón de manos se extendió en el tiempo un poco más de lo que se podría considerar correcto.
-Vienen más. Y son muchos. Vayámonos. –La voz de Mirko parecía apremiante, aunque el guerrero hablaba en voz bastante baja. Parecía débil, cansado o confundido.
Media hora más tarde estaban bien ocultos en la espesura, descansando y curando las magulladuras que el chico y Mirko tenían. El chico seguía inconsciente, o más bien dormido, y no había abierto los ojos más que un par de veces. Adrash habó casi en susurros.
-Nos hemos cargado a tres patrullas de lagartos, hemos salvado al chico, y parece que aquí el único que se alegra soy yo. ¿Qué os ocurre?
-Tu lo has dicho. Treinta lagartos. Treinta muertes más. Esos seres probablemente no habrían luchado con nosotros si ella no los manejase. No me siento con derecho a quitar la vida a un ser que realmente no la controla.
-No debes prestarle oídos, Mirko. Ella pretendía confundirte, hacerte daño, porque sabe que no puede controlarte.-Adrash parecía muy seguro de lo que decía.
-Lo sé. Pero tiene razón en algo. No hay mucha diferencia entre ellos y yo. Si es que hay alguna.
Un silencio largo e incómodo les rodeó. Entonces se oyó la voz de Vanya, que estaba encaramada a las ramas bajas del árbol que les cubría.
-Os diré lo que me ocurre. Creo que os interesará.-La voz de Vanya era una mezcla de rabia y tristeza.- Antes me di cuenta de algo que no había notado antes. En Vallefértil… los cadáveres… más bien los huesos… no… no puedo recordar haber visto… ningún niño.-En estos momentos, las lágrimas caían a raudales por el rostro de la elfa.- Ni un sólo niño…

Escrito por Cronos el viernes, 18 de junio de 2010

Los misterios del camino.
La carretera que conducía desde Fortaleza hasta Flecha Blanca partía desde el embarcadero de la ciudad y se internaba por el amplio valle, atravesándolo prácticamente en línea recta hasta las suaves colinas que lo delimitaban. Desde el camino se podía ver cómo la economía del rico paraje se había regenerado desde la ya lejana guerra contra oriente. Innumerables granjas, pequeñas y grandes, esparcidas en medio de los grandes cercados, cubrían las amplias llanuras que se extendían desde la costa a las estribaciones de las colinas. El otoño estaba a punto de llegar, y aunque en el sur de Isvar era muy suave, sus efectos ya se podían notar en el color de los árboles y de los campos. Aquí y allá se podían observar rebaños de ovejas, vacas y caballos que campaban a sus anchas por los pastos. Todo el valle estaba surcado por una telaraña de pequeños caminos y senderos que comunicaban granjas, campos, acequias y cercados. La reunión de urgencia del Senado, y sobre todo las noticias que iban y venían sobre el triste destino de Vallefértil habían afectado sobremanera las vidas de los campesinos. Únicamente se podían ver en los extensos campos a algunos pastores, siempre atados a su trabajo, puesto que los rebaños no esperan, y aún menos granjeros haciendo trabajos urgentes. Todos sabían que algo importante iba a cambiar y que algo importante había ya sucedido y, aunque el plácido atardecer de final de verano ayudaba a alejar los problemas de la cabeza de las gentes humildes, muchos recordaban aún la llegada de los orientales hacía años, y el ambiente que se vivía era de inquietud y de tensión.
Maray continuó caminando por el margen de la carretera principal, cubierta de adoquín y perfectamente cuidada, hacia las colinas. Sus inquietudes eran bien distintas de los campesinos. Ella confiaba en Saryon y en los senadores y sabía que, aunque el Senado aun no había terminado con sus trabajos, Saryon conseguiría sus fines con toda seguridad, puesto que lo que él defendía era lo único que podían hacer. Sus preocupaciones eran a la vez un poco más mundanas y un poco más místicas. Lo que le había sido anunciado había sucedido, y aunque en todo momento había sido consciente de las consecuencias de su decisión, la había tomado con el corazón y eso era lo importante. Pero aun así estaba confusa. En su interior, lo que sabía y lo que sentía se mezclaban en una amalgama compleja y en la que había estado intentando encontrar un sentido que no podía ver. Sólo ella y Hesam, su guía, sabían lo que su diosa le había mostrado, y ella no era capaz de interpretar el sentido de lo que iba a suceder, y ni siquiera estaba segura de querer hacerlo.
Continuó caminando a ritmo cadencioso pero firme, cavilando y a la vez disfrutando de la tranquilidad del camino. Al llegar a las estribaciones de las colinas el paisaje más próximo cambiaba lentamente. El terreno se iba haciendo más inclinado, y la cantidad de granjas cercanas a la carretera también iba disminuyendo. Después el camino se internaba en uno de los primeros bosques comunales que cubrían las laderas de las colinas. El bosque no era denso, y estaba muy bien cuidado. A estas alturas del año los porqueros llevaban sus rebaños a las arboledas de esta zona para que sus animales se alimentasen de las bellotas de los robles y las encinas que, como los muros de Fortaleza, estaban allí desde antes de que nadie recordara.
Tras un recodo del camino pudo ver el lugar que había venido a ver, y, para su sorpresa, también vio a la persona que mejor podía ayudarle con sus problemas, por no decir la única. El lugar era una antigua cantera abandonada al borde del camino. Era bastante alta, puesto que el terreno en esta zona era escarpado, y en la parte cortada en vertical se podía ver la piedra gris que habían extraído los canteros de Fortaleza durante años. En la base del barranco, casi en el centro de la amplia curva que formaba la antigua cantera, había una gran oquedad en la que el gremio de comerciantes de Fortaleza había decidido instalar un altar de culto a Dhianab, la diosa de los caminos a la que Maray adoraba y servía. El altar era muy sencillo, tal y como exigía su diosa, y estaba constituido por una pequeña mesa de piedra en la que realizar ofrendas y una estatua, de tamaño humano, que representaba a una mujer en postura de caminar y vestida únicamente con una túnica y unas sandalias. Frente a ese altar, como una repetición de la estatua pero con más edad estaba Hesam.
Su guía, su maestra, era una mujer ya mayor. Era alta, y su figura estilizada contribuía a reforzar esa sensación. Su pelo era largo y lacio, y en tiempos había sido negro como el azabache, aunque ahora buena parte había encanecido. Lo llevaba recogido en una larga coleta que le llegaba hasta más allá de la mitad de la espalda. Su rostro era más bien alargado, de pómulos marcados y piel bastante curtida y arrugada, sin duda por el efecto de la vida en los caminos. Su mirada de ojos grandes y azules se dirigía hacia ella con una mezcla de comprensión y cariño, reforzada por una leve pero franca sonrisa. Hesam era algo más que una guía y una preceptora para Maray. De alguna manera, ella era como la madre a la que nunca había conocido.
Cuando Maray llegó al lado de su maestra, la abrazó sin mediar palabra. Hesam le devolvió el abrazo con todo su cariño.
-Mi niña…-Aunque no lloraba, la voz de Hesam parecía casi un sollozo.-Hacía tanto tiempo que no te veía… Los caminos a veces son crueles con nosotras.
-Sabías que te necesitaba, ¿verdad?-Maray sí estaba llorando.-No esperaba que estuvieses aquí, pero tenía la esperanza de que fuese así. Tú siempre sabes cuándo te necesito.
-No soy yo quien lo sabe, es nuestra señora quien me guía.
-Todo esto es tan difícil.-Maray había dejado de llorar, y seguía abrazando tiernamente a su tutora.-Me siento tan confusa.
-Tranquila, mi niña, tranquila.-Hesam sonaba maternal.-Debes recordar siempre que el dolor hay que dejarlo para cuando llega. Lo único que se puede hacer cuando se toma un camino en la vida es seguir caminando. Volver atrás no es más que otra manera de caminar.
-Yo no deseo volver atrás, Hesam. He decidido lo que he decidido y asumo mi propia decisión. Pero eso no hace que sea menos difícil.
-Estas dando un valor equivocado a las encrucijadas.-Hesam parecía más seria ahora.-Tienes que entender y aceptar lo que has visto, y no darle más valor que el que tiene. No siempre los mapas y las indicaciones son correctos, y no siempre podemos entenderlo por completo. Las encrucijadas no son más que una manera de hacernos conscientes de que nuestras decisiones tienen consecuencias y de que a veces estas son enormes dentro de nuestras vidas, pero eso no significa que lo que has visto tenga que suceder necesariamente, ni que tenga que suceder exactamente como lo has visto.
-Lo sé, Hesam. Pienso en todo eso cada día.-Maray cogió a la anciana clériga del brazo y comenzaron a caminar.-Es la pérdida lo que me confunde. ¿Por qué he de tener la felicidad para perderla?
-No puedes perder lo que no has tenido, Maray.-Por un momento se hizo el silencio. La anciana parecía ahora seria, incluso contrariada por lo que Maray le decía.-Y ya deberías haber aprendido que en el camino hay buenos y malos momentos.
-En el fondo lo sé.-Maray respiró hondo-Pero me es muy difícil asumirlo.
-El sentido de nuestras vidas es el camino, es caminar. A eso nos hemos entregado, y eso no nos hace distintas al resto de los mortales. Todos tienen felicidad y tristeza en sus vidas. Todos aman y lloran las pérdidas. Y ellos además, normalmente no saben nada sobre las consecuencias de sus actos.
Maray permanecía en silencio. En el fondo se sentía avergonzada por lo que Hesam le estaba diciendo. Sabía que tenía razón, pero sus sentimientos le nublaban la mente por momentos.
-Es más…-La voz de Hesam sonó ahora apesadumbrada.-…también deberías tener en cuenta que muchas de nosotras jamás llegamos siquiera a conocer lo que tu conocerás.
Maray permaneció unos momentos en silencio. Entonces miró a Hesam a la cara y vio que los ojos de la anciana enrojecían, como si estuviese a punto de comenzar a llorar. Maray la abrazó de nuevo.
-Hesam… yo…
-No, Maray. Seguir el camino que te marca el corazón es un acto de valentía. El corazón nos puede otorgar la mayor de las felicidades y el mayor de los dolores. Cuando uno decide algo con el corazón es porque desea la primera, pero se arriesga al segundo. Tu has decidido seguirle… ahora debes pensar que la felicidad que encuentres compensará el dolor. Debes pensar en disfrutar del buen camino y aprender para el malo. Quizá cuando llegues allí algo con lo que no contabas te lo haga más llevadero, y quizá el dolor sea una carga más fácil de llevar de lo que crees. Muchas veces el dolor parece mayor antes de sentirlo que cuando lo estás sintiendo. Y créeme…-Hesam hizo una pausa, como para pensar lo que iba a decir.-…no hay peor decisión que la que uno no toma.
-Pero… cuando no tomas una decisión, realmente la estás tomando.
-No, sólo dejas que las cosas sucedan. Pero el camino no es sólo un lugar, realmente es una situación. El camino no es el mismo si comienzas a caminar en distinto día. El clima será distinto, la gente con la que te cruces será otra. No se puede volver atrás, cuando desandas lo andado no llegas al inicio del camino, sólo llegas a otro final distinto.
-Me siento tan…
-Lo que te digo no es para censurarte ni para que te sientas peor contigo misma, Maray. Lo que te digo es para ayudarte a seguir con lo que has decidido, y para que el peso sobre tus hombros sea menor. Intenta ser todo lo feliz que puedas. Los momentos tristes, los momentos de dolor, es algo a lo que uno se debe enfrentar cuando llegan. El dolor que sientes por adelantado es gratuito, no sirve para atenuar el dolor futuro. Por lo tanto no debes dejar que el saber a donde lleva el camino te impida disfrutar del paisaje durante el viaje.
Maray, de pronto, comprendió lo absurdo de su situación. Fue como si una venda hubiese caído de delante de sus ojos y entonces vio claro cual era su error.
-Hesam… como siempre tienes la razón.
-No se trata de razón, se trata del camino. Yo no he decidido como es, pero lo conozco, pues llevo muchos más años que tú en él y he tenido más tiempo para observarlo. Es más, estoy segura de que mi camino está llegando a sus últimos recodos.
-¡Hesam! No… no digas eso. Yo… Yo te necesito.
-Y siempre estaré contigo, Maray. En tu corazón, en tu memoria y en lo que te he enseñado. Tú ya eres parte de mí, como yo lo soy de ti.
-Pero yo…
-No hay peros, Maray. Mi alma ha caminado mucho ya. Empieza a necesitar la paz por fin.
-Parece que lo añorases, que lo deseases.
-No, no lo deseo, pero tampoco lo temo. Es un paso más en el camino, aunque sea el último. Todos los pasos tienen igual valor, desde el primero al último, y el camino no se completa mientras que no llegas al final. Y aunque no deseo que llegue el último paso, sé que mi camino se está acabando. Pero también sé que sólo cuando dé ese último paso podré observar todo el camino y preguntarme a mi misma si he sido una digna caminante.
Maray sonrió.
-Lo has sido Hesam. Me considero una prueba de ello.
-Maray, sabes que estoy muy orgullosa de ti. Y nuestra señora también lo está. Debes seguir adelante y luchar por tus sueños. Yo velaré por ti.
-Eso significa… esto es una despedida.
-Lo es, mi niña. No volveremos a vernos.
Maray esta vez aguantó las ganas de llorar. Se estaba dando cuenta de lo anciana que parecía su mentora, de lo cansada que estaba.
-Te echaré tanto de menos…
-No, niña, no me eches de menos. Sólo recuérdame, porque si sigo en tu corazón, de una manera u otra, yo estaré a tu lado. Las buenas cosas deben proporcionarnos felicidad por haberlas vivido, no tristeza por no tenerlas ya. Nunca había visto esto de manera tan clara como ahora. Cuando envejeces, hay un momento en el que te das cuenta de que probablemente ya hayas vivido más de lo que te queda por vivir. Entonces es cuando valoras realmente lo bueno y lo malo vivido.-Ambas mujeres, tomadas del brazo, caminaban a ritmo lento por la carretera.-A ti te queda mucho camino por andar todavía, niña. Debes recordarme y yo te ayudaré a seguir adelante. Y no estarás sola jamás.
-Nunca podré acabar de agradecerte lo que me has dado, Hesam.
-Ya lo has hecho, mi niña… ya lo has hecho.
El camino y la conversación se extendieron hasta mucho más allá del anochecer. Cuando Maray volvió a Fortaleza el cielo había comenzado ya a clarear por el este. Aunque estaba triste por la despedida de aquella a la que consideraba su madre, la seguridad y los consejos de la anciana le reconfortaban. Debía seguir adelante con su decisión, y ser fuerte. El miedo al dolor futuro no podía vencerla. Se lo debía a Hesam.

Escrito por Cronos el lunes, 14 de junio de 2010

El Cónclave de Fortaleza.
Saryon oteaba pensativo el horizonte dejando que el viento hiciese ondear su melena azabache sobre sus hombros mientras con su mano derecha retorcía inconscientemente un extremo de su largo mostacho. Desde lo más alto de la robusta torre del homenaje del Castillo de Fortaleza, el paisaje era realmente hermoso. Hacia el sur, el este y el oeste, el infinito y siempre cambiante océano se extendía hasta donde la vista llegaba. Su infinitud sólo era rota por el oleaje que se levantaba a bastante distancia de la costa, causado por la cordillera submarina que existía alrededor de toda la península de Isvar y que hasta hacía poco tiempo había aislado prácticamente a sus gentes del resto del continente. Durante la guerra contra Oriente, los habitantes de los reinos submarinos habían ayudado a los isvarianos a hacer cartas de navegación que les permitían superar las barreras de rocas sin peligro, y ahora el comercio con las ciudades costeras situadas al este de la península era posible, y además muy rentable. Mirando hacia el norte, se podía ver el extenso y fértil valle cortado en dos partes por la amplia ría que formaba la desembocadura del río Aldrei, corto pero bastante caudaloso, y más adelante las colinas que delimitaban el valle, cubiertas de un ligero y bien cuidado bosque.

Lo más particular de Fortaleza era el lugar donde estaba enclavada. La ciudad cubría por completo una isla rocosa, cortada por sus lados sur, este y oeste por escarpados acantilados, y cayendo por el lado norte en una suave pendiente hasta formar una playa natural. Durante la bajamar, un brazo de tierra de unos cien pasos de ancho asomaba por encima del nivel del agua, permitiendo el paso a pie hasta la ciudad. Hacía unos años, un equipo de enanos de las montañas del norte había diseñado junto con los artesanos de Fortaleza una carretera que pudiera soportar el trabajo del mar con un mantenimiento sencillo, y el invento había funcionado a la perfección para poder trasladar mercancías pesadas por la arena. Durante la marea alta, un servicio de transbordadores, que iban y venían continuamente de la ciudad a la costa, solventaban el problema de la comunicación sin dejar de proteger la ventaja estratégica que la posición de la ciudad ofrecía.
Vista desde la costa, Fortaleza hacía honor a su nombre. A poca distancia de los escarpados acantilados se habían construido unas altas y gruesas murallas de piedra ocre, coronadas por fuertes almenas, y que rodeaban por completo la ciudad. Solamente había dos entradas en las murallas. Por el lado sur, que daba a mar abierto, un pequeño puerto fortificado servía de refugio a los transbordadores durante la marea baja, además de garantizar la posibilidad de evacuar a la población y recibir alimentos en tiempos de guerra. Por el lado norte, la muralla descendía siguiendo la pendiente de la isla, y cerraba el acceso a la playa en el punto donde el mar llegaba los días de marea más fuerte. La entrada era amplia, y estaba permanentemente vigilada por un batallón de diez guardias que custodiaban las puertas y el pesado rastrillo de hierro que protegían la ciudad. La altura de los imponentes muros era tal que únicamente podían verse sobre ellos los oscuros tejados de pizarra de los edificios más altos de la ciudad, y, por supuesto, el no menos imponente castillo. Éste estaba situado en la zona más alta de la isla, y, aunque era sencillo, el grosor, la altura y la fortaleza de sus muros resultaban evidentes ya desde el exterior de la ciudad. El muro exterior del castillo tenía forma cuadrada, con sus cuatro esquinas señalando los cuatro puntos cardinales y protegidas por altas torres cuadrangulares rematadas también en almenas y de algo menos del doble de altura que el muro. En el centro del amplio patio de armas, se elevaba la magnífica torre del homenaje, de la misma altura que las otras torres, pero mucho más amplia. Alrededor del castillo quedaba una zona adoquinada bastante extensa, que, como casi todo en Fortaleza, tenía un doble uso. En tiempos de guerra, la zona era necesaria para poder defender el castillo en el remoto caso de que los muros exteriores cayesen. En tiempos de paz, la amplia extensión contenía cada día uno de los mercados más famosos del sur de Isvar, en el que las más variadas mercancías se compraban y vendían sin descanso.

La situación de la ciudad había influido de manera decisiva en las costumbres de sus habitantes. En contra de lo que pudiese parecer al verla desde el exterior, no era un lugar oscuro y opresivo. Los habitantes de Fortaleza, conocedores de que la isla no era lugar para cultivar nada, desde siempre se habían dedicado a la artesanía, procurando fabricar y vender productos de la mejor calidad. Las mejores armas y armaduras de toda Isvar, excepto las raras y caras armas enanas, eran fabricadas en Fortaleza. Los mejores y más nítidos espejos fabricados por manos humanas eran fabricados en Fortaleza. Los mejores muebles, la mejor cerámica y los ropajes más resistentes y cómodos eran los de Fortaleza. Sólo Fénix, la ciudad más grande de la península tenía tantos gremios de los más diversos oficios como Fortaleza, pero era Fortaleza quien se llevaba las preferencias de los compradores, puesto que la firma de un artesano de la ciudad en un objeto significaba que su calidad estaba fuera de toda duda.

Había otro factor que había influido decisivamente en su estructura: el tamaño limitado de la isla. El espacio se les acabaría tarde o temprano, y conocedores de ello, los habitantes de la ciudad se habían preocupado por conocer las mejores técnicas de construcción, de manera que, a diferencia del resto de las ciudades de Isvar, Fortaleza estaba compuesta por casas de cuatro, cinco y hasta seis pisos. El método que utilizaban era el de construir la parte baja de las casas, normalmente hasta el segundo piso, con la piedra gris que formaba el subsuelo de la isla, y el resto de la edificación la construían de madera, tratada para resistir el aire marino y normalmente enyesada en su parte externa. De este modo, el peso de la parte superior de las casas y los hermosos tejados de pizarra eran fácilmente resistidos por las estructuras. Además, los arquitectos de la ciudad eran grandes expertos en el diseño de los interiores, de manera que el espacio era completamente aprovechado, y la luz que llegaba a los pisos más bajos era utilizada de la mejor manera posible, estudiando la posición de las ventanas y utilizando grandes espejos que no sólo ayudaban a conservar la luz natural, sino que además eran magníficos elementos decorativos. La particular disposición de las calles de la ciudad ayudaban además en su empeño a los arquitectos, pues estaban dispuestas en círculos concéntricos alrededor de la extensión que rodeaba al castillo, y eran cortadas de manera transversal por cuatro avenidas que recorrían la ciudad de norte a sur y de este a oeste. De este modo, desde la parte alta del castillo, la ciudad parecía estar formada por doce secciones de círculo que se extendían bajo la vista del observador, rodeándolo.
Y si algo marcaba el carácter de las gentes de la ciudad, era su historia. Los orígenes de la ciudad eran inciertos, y nadie sabía a ciencia cierta qué poderosas y antiguas gentes habían construido los imponentes muros y el castillo. Su construcción era sencilla y tosca, realizada con grandes bloques de aquella extraña piedra ocre cuyo origen nadie conocía, puesto que la piedra de los alrededores era normalmente de color grisáceo, y no había ningún adorno que pudiese indicar el carácter de sus constructores. No se conservaba ningún escrito de los tiempos de la repoblación de la península, hacía más de seiscientos años, tras haber sido abandonada en los tiempos de las guerras de Utgark. Todas las pistas parecían indicar que las murallas ya estaban allí cuando los repobladores llegaron, puesto que no existía ninguna referencia en la ciudad sobre el descomunal trabajo de su construcción. Fortaleza había sido desde siempre una ciudad de refugiados. En los numerosos conflictos que poblaban la historia de la península desde la repoblación, Fortaleza siempre había tenido un carácter decisivo. Sus muros y el mar eran una garantía de protección, y los isvarianos que por un motivo u otro habían tenido que dejar sus ciudades, siempre se habían dirigido a aquel lugar. Tanta tradición en la recepción de gentes en situación de necesidad había calado muy hondo en la manera de pensar de los habitantes de la ciudad, de manera que los refugiados no sólo eran tratados de manera excelente sino que además el acoger una familia de refugiados en casa era considerado por todos en la ciudad como un deber y un honor.
De nuevo, una oleada de refugiados había alterado la actividad normal. Hacía ya un mes que la caravana de los supervivientes de Vallefértil había llegado a la ciudad, y todos ellos estaban ya instalados y atendidos por los desprendidos lugareños. Desde entonces, habían entendido muchas cosas, pero no habían podido hacer prácticamente nada. La entrevista con Makhram Naft, el senador que le había engañado sobre el camino más seguro hacia Arbórea, había dado sus frutos. Tal y como habían supuesto, el senador había sido sustituido por algo, y en cuanto le había hecho dos preguntas comprometidas se había hecho evidente, puesto que había comenzado a gruñir como un animal moribundo, y llevándose las manos al cuello, había caído al suelo hasta morir sin que pudiesen hacer nada. Tal y como había supuesto Vanya, su sangre era verde. Gracias a aquella visita ya tenían claras dos cosas. No podían fiarse ni de los suyos, y efectivamente su enemigo era inteligente y sutil. El siguiente paso sería más complejo de realizar.
Por otro lado, también estaba preocupado por la información que le habían dado Mirko y Adrash. Habían llegado un par de días después de que él mismo llegase con Maray y Vanya, y lo que le habían contado le había confirmado todo cuanto sospechaba. Ahora ya sabían algo más de sus enemigos y de quién movía los hilos tras la horda. La conclusión era evidente, y la respuesta era la que había comenzado Clover hacía meses. Habían enviado La Horda para debilitarlos, y por lo tanto no debían enfrentarse a ella. Tras la horda, llegaría el verdadero enemigo, y había que estar listo para cuando llegase. El riesgo de la situación estaba en que no sabía cómo iba a reaccionar el Senado ante la noticia, y ante la petición de medidas extraordinarias que iba a realizar. La mayoría de los senadores eran muy precavidos, puesto que creían con acierto que la buena marcha de sus negocios dependía de la estabilidad, y probablemente no creerían ni una palabra de lo que Saryon les iba a contar. Tenía a su favor el hecho de que sus aliados en el senado estaban informados y de acuerdo con su plan, y contaba también con que la confirmación de la caída de Vallefértil les empujaría a creerle. Pero lo definitivo era lo que no esperaba su enemigo. Había cometido una torpeza al darle una manera tan obvia de demostrar que los que les atacaban eran más peligrosos y más sutiles que la brutalidad que había recibido Vallefértil, y eso le inclinaba a creer que les estaba menospreciando, o al menos que no había entendido lo que movía a los Isvarianos. Hablando con Mirko sobre el tema, éste le había dicho una de sus frases misteriosas. Ovatha no podía entenderles porque lo que movía a los Isvarianos estaba más allá de su entendimiento y de su naturaleza. Ovatha no entendía de emociones. Ovatha era puro pensamiento. Sólo el pensar en la dimensión de su enemigo le hacía estremecerse. Y en esos momentos, el siguiente paso para evitar la dominación de Isvar en su sentido más profundo dependía de él, y de su capacidad para que los senadores comprendiesen como mínimo la parte del problema que les tocaba de cerca, la amenaza que tenían encima.

También sabía que tendría que rebelarles que desconocía el paradero del ejército. Había leído y releído una y otra vez la carta que Clover le había dejado antes de desaparecer, en busca de una pista sobre su paradero, pero lo único que sabía es que habían embarcado en Punta Oeste bajo el mando de Willowith y con el pretexto de ir en ayuda de su antiguo aliado contra Oriente, el lejano reino de Avalar. Gracias a la carta, sabía que Clover había tenido que convencer a Willowith de algo, cosa que era realmente difícil, puesto que Willowith era un verdadero cabezota cuando quería, lo cual le hacía sospechar. Realmente creía que Clover había llevado el ejército a algún lugar seguro y cercano, probablemente las Islas de los Druidas, situadas al noroeste de Isvar, con la intención de traerlo de nuevo en cuanto tuviesen noticias de los verdaderos invasores. Pero no podía estar seguro. Y no podía mentir en el Senado. Realmente, Saryon confiaba plenamente en el espíritu de los isvarianos, pero la posibilidad del desastre le acuciaba, y ya habían sido demasiado lentos. Las ciudades que no podían defender deberían haber sido evacuadas ya. Y no sabían si ya se habían producido más ataques. Nadie había llegado de las ciudades enanas de Valgrim y Nordarr, y ninguno de los exploradores y mensajeros enviados había regresado todavía. Y nadie sabía cuántas pequeñas aldeas podrían haber sido arrasadas ya por La Horda, ni donde estaba, ni donde golpearía de nuevo. Era necesario actuar cuanto antes.
-Saryon, los senadores que han confirmado su asistencia ya han entrado en la sala. Deberías bajar.
La voz dulce y serena de Maray llegó desde su espalda, reconfortándole de una manera extraña pero agradable. Se volvió y la pudo ver al final de las escaleras. Vestía con su habitual túnica ocre y sus sandalias, símbolo de su diosa. Su melena corta de pelo rojizo y liso reforzaba la belleza de sus grandes ojos y el aspecto amable y cordial de su rostro, un poco ancho pero con una belleza muy especial. Miraba a Saryon como escrutándolo, con una mirada de preocupación, sin perder la profunda serenidad que siempre reflejaba, y por otro, parecía impresionada por la hermosa armadura de gala del caballero, o más bien con el magnífico aspecto que el caballero tenía con esa armadura. Estaba formada por un largo jubón de una finísima cota de malla, sin duda fabricada con una aleación de Plata Verdadera, un mineral considerado mágico que sólo se encontraba en pequeñas vetas en las más oscuras, profundas y peligrosas grietas del submundo. Sobre este jubón de malla, de manga larga y con capucha, y que caía desde los hombros hasta los tobillos, Saryon llevaba una brillante pechera de coraza simple, con dos únicos adornos. Grabado en su parte frontal, decorado con oro y plata, estaba el símbolo de la orden de Isvar, una espada cuya empuñadura formaba una balanza en equilibrio. El mismo adorno, de menor tamaño se encontraba también en las anchas hombreras, de las que colgaba una larga y pesada capa de lana hábilmente tejida, de color marfil. Llevaba la capucha sobre los hombros, y el simple pero hermoso yelmo cilíndrico con una larga pluma de color marfil bajo el brazo izquierdo. Maray nunca había visto a Saryon de esta guisa, pero los senadores sí. Y sabrían lo que su indumentaria significaba. Saryon se presentaría al senado como general y como líder de la Orden de Isvar, lo cual ya llevaba una fuerte carga implícita. Por eso Saryon estaba esperando a la llegada de todos los senadores. Para que el impacto fuese mayor.

-Todo saldrá bien, Saryon. Saben que vienen tiempos duros, y confiarán en ti como confiaron antes.-La voz de Maray era dulce, y le hacía sentir seguro.
-Eso espero, Maray.-Saryon volvió a dejar que su mirada se perdiese en el horizonte mientras respiraba hondo.- ¿Está todo listo?
-Si, el Capitán Kermat me confirmó que todo estaba preparado y que esperarían vuestra señal.
-Entonces, que sea lo que los dioses quieran. Vamos allá.
-Será lo que ellos quieran Saryon, eso no lo dudes.-Maray se acercó al caballero, y, para su sorpresa le dio un tierno beso en la mejilla.- El Senado ya confió en ti otras veces, y no tienen motivos para dudar de tu palabra. Les convencerás.
Más turbado de lo que le gustaría reconocer, Saryon sonrió a Maray y comenzó a bajar las escaleras. El caballero pudo imaginarse la sonrisa serena y franca de Maray, que bajaba tras él.

La sala de recepciones del castillo estaba en la planta baja de la gran torre del homenaje. En ella, los hábiles artesanos de Fortaleza habían dispuesto dos recias tribunas de madera, de cuatro escalones, en las que se habrían de sentar los senadores. Las tribunas estaban situadas a izquierda y derecha de la gran entrada exterior a la sala, separadas unos metros de las paredes. Del lado contrario de la puerta se había situado un estrado de recia madera, desde el cual los oradores lanzarían sus discursos. Tras el estrado, elevada sobre una tribuna, había una gran silla, de respaldo alto y con apoyabrazos, destinada al Presidente del consejo, que se encargaba de decidir el orden de los oradores y de los temas a tratar. El cargo de Presidente correspondía siempre al anfitrión del cónclave, y en la sesión de hoy sería el senador Goram Brazofuerte, líder del gremio de armeros y alcalde de la ciudad. Goram era un buen hombre, sencillo pero práctico, y había accedido a ayudar a Saryon dándole la palabra de primero. El artesano confiaba en Saryon desde la guerra contra Oriente, y había comprendido a la perfección la amenaza que se cernía sobre todos ellos.

Cuando Saryon bajó por las escaleras de la torre se hizo el silencio en la gran sala. De los ciento ochenta senadores y senadoras, únicamente habían asistido ciento trece. De los representantes de Vallefértil, únicamente estaban los seis que habían decidido acompañarle. Faltaban todos los de las ciudades enanas y no había sido posible avisar a los representantes de Arbórea y Filo Brillante a tiempo, aunque aún contaban con la posibilidad de que llegasen durante la celebración del cónclave. Del resto de ciudades también faltaban varios senadores, algunos con causa conocida, como Willowith, y otros por causas sin aclarar. Aun así, habían conseguido superar el mínimo necesario para comenzar, y eso ya era un importante primer paso para el éxito. La velocidad era fundamental para vencer a su enemigo y prácticamente habían perdido el último mes en conseguir convocar al Senado.
Saryon intentó pulsar la atmósfera a su alrededor. Los senadores parecían estar divididos en corrillos que intercambiaban opiniones en murmullos mientras observaban a todos a su alrededor. Realmente era fácil diferenciar a que grupo pertenecía cada senador sólo con echarles un vistazo. La mayoría de ellos eran ricos comerciantes que a través de donaciones y de mostrar una clara voluntad de servicio público, un criterio demasiado elástico desde el punto de vista de Saryon, habían conseguido una plaza en el Senado. Estos senadores iban siempre vestidos como civiles. Normalmente elegían para estas ocasiones ropas sencillas pero no por ello menos ostentosas. Los hombres iban vestidos con hermosas camisas bordadas y finos pantalones de cuero, cubiertos por largas capas, mientras que las mujeres solían vestir de manera moderada, evitando ostentar de su situación económica, pero sin dejar de mostrarla, normalmente con vestidos de corte sencillo pero de materiales caros. Tanto unos como las otras solían portar algún ostentoso sello o medallón simbólicos, que indicaban su rango y posición en el senado, aunque en muchos casos estos símbolos estaban tan rodeados de otros anillos o joyas que era prácticamente imposible verlos. Saryon sabía que estos senadores, casi dos tercios del total, eran su verdadero objetivo, y que serían muy reticentes a aceptar medidas como las que propondría hasta que viesen a los lagartos en las puertas de su ciudad. Ya había convencido a algunos, pero todavía le faltaba saber lo que opinarían muchos otros.
El segundo tipo de senadores estaba constituido por los artesanos. Desde la creación del senado, los gremios habían pedido que se les tuviese en cuenta, puesto que formaban uno de los estratos sociales más importante de la península. Ellos eran los que construían y reparaban las casas, forjaban armas y armaduras, fabricaban muebles y utensilios de los más diversos tipos. En poco tiempo se les había reconocido su posición y se habían ofrecido puestos de senador a los gremios y a las uniones de gremios más relevantes. Los artesanos, como senadores, mostraban un gran espíritu práctico y una enorme capacidad de organización, lo cual les había brindado el reconocimiento de todos los demás senadores en muy poco tiempo. Solían acudir a los cónclaves con ropas sencillas y austeras, normalmente las típicas de su profesión, a pesar de que la mayoría de ellos eran ricos. Realmente lo hacían para demostrar que mientras estaban en el senado, ellos representaban a todos los artesanos, de los más ricos a los más pobres, y que actuarían en beneficio de todos sin distinción. La opinión de los gremios era muy tenida en cuenta por todos siempre, y en este caso, Saryon contaba con el apoyo de la gran mayoría de ellos. Si estaban en guerra, ellos lucharían de la mejor manera posible, como los demás, eso le había dicho Goram, y hasta ahora la única opción que tenían era la propuesta por él, así que le seguirían.
El tercer grupo de senadores eran lo que muchos llamaban los generales, y que él prefería llamar los senadores por méritos de guerra. Este grupo lo constituían una serie de senadores elegidos durante la guerra de oriente, cuando se creó el Senado, entre los que se encontraba él mismo. Se había dado el cargo de senador a veinte hombres y mujeres que durante la guerra, antes de la constitución del senado, habían llevado a cabo enormes servicios a la causa de los isvarianos, consiguiendo y transmitiendo información, haciendo guerra de guerrillas, o dirigiendo a los ejércitos de voluntarios que se formaron al final de la guerra para acabar de repeler las fuerzas del enemigo. Saryon era uno de ellos, y casi todos eran sus amigos y habían luchado a su lado en más de una ocasión, pero hoy sólo estaba él mismo de entre todos ellos. Willowith estaba con el ejército, Clover presuntamente muerto, y había pedido a sus amigos en las principales ciudades que fuesen preparando la defensa y la evacuación de las ciudades indefendibles. Era más importante que los trabajos empezasen cuanto antes que la votación en el Senado.
Su aparición con armadura fue significativa para la mayoría de los senadores. Era evidente que estaban nerviosos por las noticias sobre Vallefértil y su aspecto estaba contribuyendo a aumentar una tensión que sin duda podía afectar a sus planes. Todos sabían que los generales acudían al senado con armadura en tiempos de guerra, y los rumores se habían acentuado tras la aparición de Saryon. Debían comenzar cuanto antes.
Tras saludar formalmente a varios de los representantes recién llegados, Saryon se dirigió a la parte más baja de la tribuna situada a la derecha del estrado. Esto indicaba claramente a todos que tenía intención de hablar. Como si todos los demás senadores hubiesen entendido el gesto de Saryon, todos tomaron asiento en las tribunas en poco tiempo, aunque sopesaban el sitio que ocuparían con determinada mesura. En el senado, los gestos más mínimos podían tener significado, y Saryon lo sabía. Cuando todos estuvieron sentados, Saryon pudo ver muchos signos en la colocación de los senadores. A su espalda y a su derecha se aglutinaban un buen número de representantes. La mayoría de los que le respaldaban eran representantes de los gremios de artesanos de las distintas ciudades, aunque un grupo nutrido de mercaderes se había situado a una distancia prudencial de él.
La mayor parte de los mercaderes se habían situado en el lado contrario al suyo, pero mucho más cercanos al centro de la tribuna que al estrado. Estaba claro lo que esto quería decir. Que le escucharían, pero que tenían reservas. Las cosas, al fin y al cabo, no iban mal.

Goram iba vestido con un grueso y desgastado mandil de cuero, y con una sencilla camisa blanca y pantalones también de cuero bajo él. Su figura era ancha, y sus brazos enormemente fuertes a causa del duro trabajo que durante muchos años había realizado en la forja. Era bastante mayor, completamente calvo, y su rostro ancho y curtido estaba surcado por un ancho y vigoroso bigote de color gris y por sus pobladas cejas, que daban a su mirada de ojos vivos, pequeños y oscuros una extraña carga de sentido común. El fornido artesano se puso en pie, y su voz sonó recia y fuerte por encima de los nerviosos murmullos de los senadores, anunciando el inicio del Cónclave con la fórmula tradicional.

-Yo, Goram Brazofuerte de Fortaleza, Senador de Isvar, declaro y testifico ante todos que he sido convocado aquí para presidir el vigésimo quinto Cónclave de Isvar, convocado de urgencia por Saryon Maiher, Senador y General de Isvar, ante los graves hechos acaecidos en Vallefértil.-Goram carraspeó. El silencio era total.-Si nadie se opone, ofreceré la palabra al Senador Saryon para comenzar, dado que él es quien nos ha convocado.
Saryon esperó unos segundos, y ante la falta de réplica, se puso en pie, tomando su yelmo de nuevo bajo el brazo izquierdo, y caminó hasta el estrado. Tras apoyar el yelmo sobre el estrado, Saryon apoyó ambas manos sobre él y recorrió las tribunas con su mirada de manera lenta y cadenciosa. Buscaba signos de los posibles infiltrados entre los senadores, pero todos estaban como petrificados, con la vista fija en la tribuna.
-Honorables Senadores de Isvar, representantes de los hombres libres de esta tierra, sé que muchos de vosotros os habréis preguntando muchas veces el motivo por el que hoy os he convocado aquí, y también sé que todos habéis hallado respuestas en el camino, y en la misma ciudad de Fortaleza.-Saryon parecía tranquilo. Sus palabras eran serenas aunque había un aire de solemnidad en su discurso que mantenía la rígida tensión de los senadores.-Y os aseguro que cuando salgamos de aquí, no sólo tendréis respuestas para todas las preguntas que os habéis hecho hasta ahora, sino que habréis visto y oído lo suficiente como para daros cuenta de lo poco útil de las respuestas que ahora buscáis. Y aún iría más allá, es muy posible que muchos de vosotros incluso deseéis no haber sabido nunca lo que sabréis.
Un murmullo recorrió la sala. Aunque las frases de Saryon dejaban ver que algo terrible los amenazaba, aún no tenían ningún dato concreto. El caballero había calculado de manera precisa sus palabras, puesto que no quería que su enemigo supiese nada de sus planes, salvo que había sido descubierto.
-Sé que muchos creéis que sólo traigo malos presagios. Sé que muchos pensáis que mi corazón anhela poder. Os equivocáis. Lo que yo os traigo es la verdad, y mi corazón únicamente anhela lo mejor para cada uno de los isvarianos.-El tono de voz de Saryon bajó poco a poco hasta hacerse profundo.-Y hoy os lo demostraré.
Saryon se giró hacia Goram.
-Presidente, solicito que cien hombres de la Orden de Isvar entren en el recinto. Hemos sido traicionados.-La voz de Saryon sonó potente y solemne, y sus palabras pudieron ser oídas a la perfección por todos los senadores
-Acepto su solicitud, senador.-Goram habló también con voz alta y clara.
De pronto, sin que nadie tuviese tiempo para reaccionar, las puertas externas y las de las escaleras se abrieron de par en par. Por cada una de ellas comenzaron a entrar dos filas de hombres. Todos ellos llevaban armaduras de gala de la Orden de Isvar, con el yelmo puesto. En su brazo izquierdo portaban escudos redondos con el símbolo de la orden, y todos ellos llevaban una espada y una daga colgando del cinto. Era la primera vez que un hombre armado entraba en un Cónclave, lo cual indignó a un buen número de senadores que no dudaron en mostrar su indignación en voz alta. El ruido ordenado de los pasos de los soldados y las voces de los senadores que mostraban su indignación llenaron la sala. Los caballeros continuaron entrando, hasta que las cuatro filas se situaron delante y detrás de las dos tarimas. Entonces, simultáneamente, los caballeros se giraron hasta quedar mirando hacia las tribunas y golpearon simultáneamente el suelo con los talones, haciendo un estruendo importante que consiguió que, de nuevo, la sala quedase en silencio. Los dos últimos hombres en entrar, los dos de más graduación dentro de la orden después del propio Saryon, cerraron y atrancaron de nuevo las puertas, y se acercaron al estrado, flanqueando al caballero. Varios senadores parecían aterrorizados, y un nutrido grupo de mercaderes de los que se habían sentado cerca de Saryon se apartaron dignamente hacia la zona más apartada de la tribuna para mostrar su desacuerdo con sus acciones. La inmensa mayoría parecían expectantes. El caballero sabía que ese momento era clave. Si no había ningún infiltrado entre los presentes, podía perder la confianza de los senadores, pero no podía arriesgarse a mostrar sus planes al enemigo, con lo que tenía que seguir adelante.
-Senadores, les ruego que sean pacientes. Cuando todo esto haya acabado recibirán las explicaciones que merecen, pero hasta entonces les ruego que confíen en mí.-De nuevo un murmullo recorrió las tribunas.
Los caballeros permanecían inmóviles en sus posiciones, observando a los senadores en busca de cualquier movimiento sospechoso. Saryon los había aleccionado para evitar todo derramamiento innecesario de sangre, y no sabían cómo podrían reaccionar aquellos sustitutos al verse acorralados.
-Ahora, los Capitanes Kermat y Archibald se acercarán a cada uno de vosotros para pediros que les dejéis realizaros un corte en la mano. Debemos comprobar que cada uno de nosotros es quien dice ser. Como ya había dicho, hemos sido traicionados.
De nuevo, los rumores aumentaron. Muchos de los senadores estaban lo suficientemente asustados como para no pararse a pensar en las palabras de Saryon, pero muchos otros comprendieron enseguida lo que sucedía y contribuyeron a mantener la calma cuando los dos lugartenientes de Saryon se acercaron a las tribunas.
De pronto, los dioses decidieron ayudar al caballero, o quizá su enemigo entendió que su engaño había sido descubierto, porque doce senadores que hasta ese momento parecían haber estado tranquilos, se lanzaron sobre quien tenían más cerca, con los ojos saliéndose de sus orbitas y lanzando horrendos alaridos. El combate fue breve. Los caballeros de la orden de Isvar eran hábiles guerreros, y algunos de los senadores también. Los sustitutos, además, parecían enloquecidos y en ningún momento presentaron una verdadera resistencia ante los caballeros, que estaban alerta y preparados para lo que había sucedido. En poco tiempo, todos los senadores falsos estaban reducidos o muertos, sin que nadie más resultase herido de gravedad. Entonces, hasta los más incrédulos entendieron. La sangre de aquellos que habían enloquecido era verde, lo cual indicaba necesariamente que no eran humanos. Habían sido atacados y traicionados. Los murmullos y los gestos de aprobación aumentaron, y al poco tiempo cada senador, incluidos Goram y Saryon, habían pedido al Capitán Kermat o al Capitán Archibald que les hiciese un corte en su mano, para mostrar a todos que eran quien decían ser. Entonces, Goram solicitó a los caballeros que se llevasen a los falsos senadores, y que abandonasen de nuevo el Cónclave, agradeciéndoles el magnífico trabajo realizado. Todos los senadores se sentaron en un gran grupo, en la tribuna a la derecha del caballero. Saryon sabía que ya había ganado.

-Senadores, amigos…-Los murmullos no cesaban, y Saryon levantó de nuevo la voz.-…debéis saber que esto es sólo el principio del trabajo que tenemos por delante, y, ahora que sabemos que todos podemos confiar en todos, hay una medida inmediata que quiero solicitar.-Murmullos de aprobación, caras serias y gestos afirmativos entre los senadores.
-La primera de todas las medidas que creo que debemos tomar ante la actual situación es añadir el ritual que acabamos de llevar a cabo al comienzo de cada Cónclave. De este modo nos aseguraremos de que ningún otro sustituto enviado por el enemigo pueda oír nuestros planes.
En ese momento, todos o prácticamente todos los senadores se pusieron en pie, demostrando su apoyo a la propuesta de Saryon. La voz de Goram resonó en la sala.
-Si nadie objeta, se acepta la propuesta. –Todos aplaudieron. Cuando cesaron los aplausos, Goram continuó.- Si nadie se opone, propongo que el General Saryon designe al letrado encargado de plasmar la nueva Ley.-De nuevo, aplausos.-Por favor, General, continúe.
-Gracias, Goram.-La voz de Saryon era ahora seria y grave-De nuevo, debo continuar con malas noticias. Vallefértil ha sido destruida, y todos sus habitantes, a excepción de aquellos que se encuentran hoy refugiados en Fortaleza, han sido asesinados y devorados.
Realmente todos sabían que algo grave había sucedido en Vallefértil, pero las palabras duras y descarnadas de Saryon impactaron como un martillazo en las almas de muchos de los senadores. Varios se levantaron pidiendo más información a Saryon, y el vocerío fue creciendo hasta convertirse en griterío.
-¡Orden!-La potente voz de Goram sonó por encima de los gritos de los senadores, que poco a poco fueron callando.- ¡Orden, senadores!
Finalmente se hizo el silencio y Saryon se dispuso a continuar.
-Vallefértil fue evacuada en poco tiempo, y sólo pude sacar de allí a aquellos que voluntariamente quisieron acompañarme y dejar sus casas y sus bienes atrás. Intenté advertirles, pero no había nada para reforzar mi credibilidad ante una noticia tan terrible. Tuve que elegir entre salvar a tres mil o perderlos a todos. Y nunca había tenido que tomar una decisión tan difícil porque ni siquiera yo podía dar crédito a los que me anunciaban la catástrofe. Creedme, cada una de las vidas perdidas en Vallefértil pesan en mi corazón como una losa de piedra, pero si hay algo que la guerra me ha enseñado es que hay que honrar a los que caen y ayudar a los que siguen en pie. Ahora no es tiempo de llorar. Ahora es tiempo de evitar que suceda de nuevo, si es que estamos a tiempo. Porque, Senadores, tenéis que saber que quien ha atacado Vallefértil, y quien ha infiltrado a los sustitutos es, sin duda, un mismo enemigo. Y también sabemos que el ataque no acabará en Vallefértil. Toda nuestras ciudades están en peligro, y desconocemos cual será el siguiente movimiento del enemigo. Sospechamos que las ciudades enanas de las montañas puedan haber caído o puedan estar asediadas. Ningún mensajero ni explorador ha regresado todavía de allí, y los correos regulares no han llegado tampoco. Eso es una mala señal.
De nuevo, los murmullos nerviosos elevaron su volumen. A pesar de todo, Saryon tenía al Senado en el bolsillo y todos los senadores miraban con ojos desencajados y gesto intranquilo al imponente General. Tenían miedo, y ahora creían en él. Ya les había salvado en el pasado, volvería a hacerlo ahora.
-Nuestro enemigo o al menos su amenaza más próxima, es una horda de lezzars que se mueve por los extensos túneles del subsuelo, y su número y fuerza son simplemente descomunales. En Vallefértil llegaron, arrasaron la ciudad, devoraron a todos sus habitantes, humanos o animales, y desaparecieron. Tardaron dos, a lo sumo tres días. Ahora mismo podrían estar haciendo lo mismo en cualquier otro lugar. Debemos trasladar a la población a las ciudades más seguras, y debemos mantener el ejército resguardado hasta que la horda sea vencida.
-¿Cómo la venceremos entonces, Saryon? ¿Por qué no queréis luchar contra ellos?-La senadora que hablaba era Nenad Pasolargo, una de los representantes de Fénix, su ciudad natal. Era una mercader madura, no aparentaba más de cincuenta años, de rostro enjuto y frente amplia, de melena negra, lacia y fuerte, que en esta ocasión llevaba recogida en un sencillo moño. Sus ojos eran azules y vivos y siempre transmitían la sensación de ver más allá de lo que parecía, a lo cual contribuían sus marcadas aunque finas cejas, sus pómulos prominentes y su mandíbula fina. La familia Pasolargo era conocida en todo Isvar por sus actividades comerciales. Saryon sabía que aunque muchas veces no estaban de acuerdo, Nenad era una mujer inteligente, cauta y con buenas intenciones, y en el fondo, por la expresión de su rostro, sabía que la pregunta no tenía intención de dañar su posición, sino de respaldarla. Nenad, de alguna manera, planeaba algo, y si algo sabía de ella es que era muy astuta, aunque firmemente leal a la causa del Senado.
-Porque La Horda es sólo una distracción. Fue enviada para dañarnos y debilitarnos, y el ejército conquistador vendrá después. Debemos preservar el ejército hasta que el segundo ataque llegue. Nadie quiere una tierra sin pobladores, y parece obvio que el objetivo final de nuestro enemigo es la conquista, no la aniquilación.
Nenad continuaba en pie. Parecía estar de acuerdo con lo que Saryon decía, aunque algunas sombras de duda aún aparecían en su rostro. De nuevo, alzó la voz.
-Lord Saryon, tras vuestras palabras veo que aún sabéis mucho más de lo que nos habéis dicho. Creo que antes de tomar ninguna decisión grave deberíais explicarnos quién es nuestro enemigo.
-La situación es grave, Senadora. Las medidas a tomar también lo son. Pero lo más grave es el tamaño y el poder de nuestro enemigo. No me gusta traer malas noticias, pero la realidad es que nuestro enemigo es mucho más fuerte y poderoso de lo que podemos llegar a imaginar. De algún modo es, o podría llegar a ser, más fuerte que Oriente. Al menos, su amenaza es mucho más terrible.
-¿Más terrible que Oriente?-El debate se había convertido en una conversación entre Saryon y Nenad, que realmente representaban las dos posiciones en las que, en esos momentos, estaba dividido el Senado.
-Oriente amenazó nuestra libertad únicamente a nivel político. El Imperio de Sanazar, o más bien el poderoso ser que maneja los hilos tras ellos, no sólo quiere dominar nuestras tierras. También quiere dominar a nuestras gentes de una manera más perversa y cruel. Ellos no sólo imponen leyes. También imponen su religión, y su religión es cruel y despiadada.-Saryon hablaba con elocuencia, midiendo las palabras pero reforzándolas con el movimiento de sus manos. Había dirigido su mirada hacia la Senadora Nenad hasta ese momento, aunque de nuevo comenzó a dirigirse a todo el auditorio, escrutando los rostros de los senadores.-Todavía sabemos poco sobre el Imperio, aunque, como sabéis, algunos hombres de nuestra confianza están infiltrados allí, y ya hemos recibido algunos informes. La información que poseo es aún poca, pero es suficiente para saber que son ellos. El Imperio amenaza aquello que nosotros hemos defendido siempre, la libertad de nuestros ciudadanos. La Horda, además, amenaza incluso su existencia si no actuamos con premura. Nuestro enemigo quiere nuestras almas, no sólo nuestra conquista, y, como ya ha demostrado en Vallefértil, a ese enemigo no le importará destruir todo lo que haga falta para controlar lo que quede.-El silencio en ese momento fue mortal.- Debemos reaccionar antes de que sea demasiado tarde. Si no lo es ya.
La Senadora Nenad continuaba en pie, impertérrita, como si estuviese a punto de tomar una importante decisión. Su voz, decidida y solemne, sonó en la sala.
-Presidente, tengo una propuesta.
Saryon no esperaba esto. Hoy, hacer las propuestas debía ser cosa suya. Sin embargo, algo en la mirada de Nenad, fija en el caballero, le hizo estar tranquilo. No estaba de acuerdo con algunas de las ideas de la Senadora, pero sabía que era una mujer honesta y responsable. La voz de Goram sonó tras él.
-Adelante, Senador. Le escuchamos.
-Solicito que se le concedan al Senador Saryon plenos poderes políticos y militares de manera indefinida. El Senador Saryon estará obligado a rendir cuentas al Senado cada tres meses, y de mantener informados a los senadores entre las sesiones de las decisiones a tomar. Esos poderes podrán ser retirados por el Senado en cualquier sesión. También solicito que esta medida sea reconocida en nuestras leyes para el futuro.
El murmullo de sorpresa fue generalizado. Saryon miraba con los ojos abiertos de par en par a la astuta Senadora y comprendió que la jugada era perfecta por su parte. Nenad siempre había pensado que el sistema senatorial, aunque garantizaba la justicia, era lento e ineficaz. Según ella, Isvar necesitaba un gobernador, un rey, o alguien que pudiese tomar decisiones de manera rápida y efectiva. Si ahora nombraban a Saryon, Nenad habría sentado un precedente, y la figura que él buscaba podría acabar haciéndose permanente. Por otro lado, si la moción salía adelante, Saryon podría acelerar las medidas enormemente, lo cual podría salvar la vida de muchos de sus conciudadanos. Realmente, Nenad le tenía atrapado.
-¡Isvar no necesita un rey!-Varios senadores de ambos bandos estaban indignados con la propuesta.
-Sí lo necesita. Si lo que el General Saryon nos ha dicho es cierto, no podemos permitir que la toma de decisiones sea tan lenta. Hace dos semanas que podríamos haber comenzado a evacuar las ciudades más vulnerables, y aun no hemos hecho más que iniciar los preparativos, cosa que por otro lado hizo el Senador Saryon de manera muy acertada.
El rumor se fue acallando poco a poco.
-¿Y quién garantizará que Saryon devuelva el poder una vez esté en sus manos? ¿Quién nos garantizará que cuando acabe esta guerra las cosas volverán a la normalidad?
- Saryon fue uno de los que propusieron este método de gobierno, y hasta hoy siempre lo ha defendido. No sólo es uno de nuestros mejores comandantes, y quien mejor conoce de la amenaza que se cierne sobre nosotros, sino que además él cree en el Senado, y eso le hace el hombre perfecto para el cargo.-El argumento pareció acabar de convencer a los senadores indignados, que fueron bajando el nivel de sus comentarios. Nenad se dirigió de nuevo a Saryon- Mi única duda está en si vos aceptaréis esa responsabilidad.
Saryon miró a los ojos a Nenad, y después recorrió lentamente las tribunas con la mirada. Era evidente que si votaban, la propuesta iba a prosperar. Realmente, no había esperado ese final, pero Nenad había sido muy astuta, y Saryon sabía que era la mejor solución. En tiempos de guerra el Senado no sería viable por demasiados motivos. Tenía que aceptar.
-A pesar de que todos sabéis que no deseo poder, si el Senado me concede tal honor, lo aceptaré y cumpliré con mis responsabilidades con humildad y honestidad.
Al final del día Isvar tenía, por primera vez en siglos, un Gobernador que mandaba sobre toda la península.

Escrito por Cronos el lunes, 7 de junio de 2010

Hola a todos,
una vez terminada la publicacion de la primera parte, nos gustaría comentaros algunas cosillas sobre como seguiremos trabajando en adelante.

Lo primero, es que el material revisado en profundidad se ha acabado. Esto significa que a partir de ahora, los capítulos que vayamos dejan de ser "cerrados". O sea, que nos reservamos el derecho de modificarlos, ya sea por cuestiones puramente "tecnicas" como faltas de ortografía, errores de estilo, etc etc, o por cuestiones argumentales. Eso si, a lo que nos comprometemos es a no hacer grandes variaciones en el contenido. Si acaso reconstruir algun parrafo, variar alguna referencia temporal o geográfica, pero nunca reocnstrucciones completas de partes de la trama. En eso Cronos/Román es MUY borde, y no le gusta reescribir hacia atras salvo causa mayor. Digamos que un capitulo escrito es un compromiso, y si lo tenemos que cambiar será para mejorarlo y nunca para rehacer partes de la trama.

Tambien, el hecho de que el material a partir de ahora este menos revisado implica que nos podeis ayudar un poco mas. Si ves alguna frase incomprensible, algun tramo dificil de entender, exceso de repeticion de algún término, alguna incoherencia geográfica o temporal... no dudes en contarnoslo por cualquier via. Se agradecerá cualquier ayuda en ese sentido, nuestro objetivo es hacerlo lo mejor posible, y cuantos mas ojos, mejor. Por supuesto, si os apetece decir cualquier cosa sobre la trama general, la evolucion de los personajes, etc, bienvenido será, pero en este ambito nos reservamos por completo las decisiones a tomas, por cuestiones logicas. Aunque seguro que nos gusta compartir vuestra vision. :)

Finalmente, al acercarnos a la zona por la que vamos nosotros escribiendo, es muy probable que el ritmo de publicacion de capitulos baje un poco en algun momento. Por ahora llevamos como 11 o 12 capitulos de ventaja, pero en algun momento llegaremos prácticamente a la "zona de escritura", y ahi tendremos que reducir el ritmo de publicacion al ritmo de escritura, por razones obvias... xDD

En breve publicaremos un enlace al texto completo de la primera parte en un solo decumento (mucho mas comodo de leer), y comenzaremos a publicar capítulos de la segunda parte: "La Horda". Además, tenemos en mente algunos cuentos más sobre la cosmologia isvariana, que iremos publicando segun los vayamos plasmando. Aunque no esten directamente relacionados con los sucesos narrados en la novela, consideramos que enriquecerán la percepcion de la atmosfera del mundo/universo isvariano.

Gracias de todo corazón por leernos,
Isvar el Durmiente y Cronos el Observador.

Escrito por Cronos el lunes, 7 de junio de 2010

El General.
-Sé lo que has hecho, mi señora.
-He hecho muchas cosas, hijo. ¿A cuál de ellas te refieres?
-Sabes lo que pienso, puedes ver mi mente.
-Sí, pero era necesario.
-¿Qué necesidad había de aniquilar a toda esa gente? Les necesitamos. Eran parte del plan. No entiendo de qué os sirvió matarlos.
-Sabes que no puedes poner en duda mis decisiones.
-Y tú sabes que soy tu mejor servidor porque entiendo lo que quieres, porque puedo decidir sabiendo que no voy a equivocarme. ¿Cómo quieres que te sirva bien si no sé qué es lo que necesitas? Esas almas se han escapado para siempre, nunca serán tuyas.
-Tienes razón, mi fiel servidor. Mereces una explicación. Es ese lugar. Isvar.
-¿La península?
-Sí. Todo el lugar. Y sus gentes.
-¿Qué tienen de particular?
-Ellos no son como los hombres que has visto hasta ahora. No son gente acostumbrada a ser mandada con brazo fuerte. No son salvajes ni esclavos.
-Conquistamos a otros así antes, y no hubo necesidad de eso.
-Pero en ese lugar todo es más fuerte. Es como si todo fuese más intenso allí. La tierra es más fértil, las ciudades están más pobladas, y la gente tiene un espíritu especial. Hay mucho poder allí.
-¿Poder?
-Sí. Gente sabia y poderosa. Incluso seres de leyenda. No va a ser presa fácil. Pero es necesario que caiga. Necesitamos sus almas para poder continuar con el plan.
-Lo entiendo. Pero también creo que incluso sabiendo eso nos encontraremos con un enemigo prevenido y cargado de odio.
-El miedo es poderoso, mi servidor, debes recordarlo siempre. Nos temerán, y mucho. Es más probable que acepten nuestras reglas ahora. Y estarán debilitados. Cansados. Asustados. Caerán.
-Sabéis cómo me siento ante este tipo de acciones, mi señora. No puedo verme como un exterminador, sino como el general de un imperio que conquista, que lleva la verdadera fe por todo el mundo.
-Lo sé, pero era necesario. Tenemos que vencer. Nunca he estado tan cerca.
-Ahora comprendo, mi señora. Espero no haberos importunado con mi curiosidad.
-Me sirves bien, Asurantax. Ya lo sabes. Eres el primero de entre mis servidores. El puño que maneja mi espada. Y lo haces de manera inmejorable.

Escrito por Cronos el lunes, 7 de junio de 2010

Viaje a la esperanza.
Zalama, la capital de Zembia, era una ciudad grande y bulliciosa, pero como todas las ciudades en las que confluían estas dos características, unidas al hecho de ser una ciudad portuaria, también era un lugar en el que si no vigilabas tus pasos podías acabar mal. Vista desde el mar, la ciudad parecía yacer sobre el profundo e intensamente verde valle rodeado de altas montañas. La jungla llenaba amplias zonas del valle, y subía por las laderas montañosas como enredaderas en un muro, hasta desaparecer y dejar las grises moles de piedra desnudas en su parte más alta. La ciudad era marrón, baja y extensa, y parecía abrazar la bahía, intentando abarcarla por completo. La inmensa mayoría de edificios eran construcciones simples y abiertas de madera con tejado de ramas de palma secas o de otras hojas resistentes y sin duda provenientes de la jungla. Las calles eran estrechas, y a media tarde el calor era tal que quedaban prácticamente vacías.
Los habitantes de Zalama, sobre todo aquellos de la raza originaria de estas tierras, resistían muy bien el calor, aunque tras haber tratado con ellos una temporada, sabía que esa resistencia natural estaba perfectamente combinada con una serie de sabias costumbres que hacían que sus vidas en fuesen más llevaderas. La de dormir en las horas en las que el calor era más duro era sólo una de ellas. Los zalameños que vivían en las ciudades solían vestir túnicas cortas y ceñidas a la cintura, con sandalias por debajo, y hasta los militares usaban atuendos similares, únicamente protegidos por cotas de cuero que llevaban sobre las túnicas. Los miembros de la raza originaria de Zalama eran morenos de piel y de pelo negro y lacio. No solían ser muy altos, como los orientales, y normalmente tenían complexión ligera. La única diferencia perceptible entre los miembros de las tribus de la jungla, a los que normalmente llamaban zembabeis, y los habitantes de las ciudades estaba en que los zembabeis eran algo más pequeños de talla y complexión, y también algo más morenos de piel, aunque era una diferencia poco perceptible. Lo que sí sabía era que, en contra de lo que pudiera parecer a simple vista, tanto los zalameños como los zembabeis eran gente respetuosa, y que su cultura era tan antigua como rica.

La ciudad, que además de ser capital del país también lo era de la región más oriental, Zalama, estaba rodeada por una miríada de granjas y tierras de labranza que abastecían a la ciudad con sus frutos. Las tierras llanas de toda Zembia, aunque difíciles de trabajar, eran ricas y fértiles. La mayor dificultad para ampliar las zonas de labranza consistía en la densa jungla que cubría buena parte del país, hasta el punto de que su región central, Zembabei, estaba totalmente cubierta por la densa y agreste vegetación. Cada año, grandes zonas de terreno eran desbrozadas para construir granjas y espacios para el ganado. Esta práctica era muy habitual en el oeste del país, la región denominada Zembuu, donde la afluencia de gentes del Imperio había aumentado la población y las ansias por nuevas tierras. Unos años atrás, los zembabeis comenzaron a realizar incursiones contra los colonos, alegando que les robaban sus tierras ancestrales y, sobre todo, que profanaban sus lugares sagrados, rompiendo así antiguos tratados entre el consejo de las tribus y la corona de Zembia. Tras años de confusión, las ciudades de la región de Zalama, habitadas por gentes de raza y cultura similar a las de los miembros de las tribus, y mucho más sensibles a sus problemas, habían convencido al Rey de que firmara un decreto que restringiese el derecho a limpiar nuevas zonas de jungla, haciendo que un consejo formado por representantes del Rey, de las tribus y de los colonos decidiese sobre qué tierras podían ser utilizadas y cuáles no. La intención era muy buena, pero el resultado fue un desastre. La región de Zembuu, profundamente influida por el Imperio de Sanazar y con garantías de éste de que recibirían todo el apoyo necesario, se declaró en rebeldía y decidió independizarse. Desde entonces, todo el país había estado convulsionado con una guerra cruel cuyo fin no parecía que fuese a llegar pronto.
Llevaba tiempo esperando este momento. El trabajo aquí había sido arduo, y los líderes del consejo de las tribus, aunque aún no se habían decidido por completo a apoyar al Rey con hombres, sí habían decidido respetar los antiguos tratados y luchar contra los rebeldes y las tropas del imperio en la jungla. Eso daba a Zalama tiempo, mucho tiempo, aunque los soldados del imperio ya habían comenzado a quemar zonas de jungla en Zembabei con la intención de abrir rutas seguras y así poder acceder a las ciudades leales al Rey en Zalama. Esto estaba provocando más y más malestar entre los jefes y los chamanes de las tribus, y la balanza podría acabar por decidirse hacia su lado. No sabía de la verdadera fuerza de los zembabeis, nadie lo sabía en realidad, pero el haber tratado con ellos directamente le había ayudado a comprender que aquellos hombres en apariencia salvajes escondían secretos y fuerzas mucho más poderosos de lo que nadie sospechaba. Podían ser aliados a largo plazo, y eso era lo que Isvar necesitaba. Información y aliados. Y ahora ya poseía ambas cosas. Faltaba el último paso, y era el momento de darlo. Debía volver a Isvar cuanto antes, y si había un barco que pudiese llevarle antes que ninguno, era el que llegaba a la bahía en esos momentos. El Intrépido. Y quizá, sólo quizá, pudiese convencer a su capitán de que se dirigiese hacia allí. Varios de sus amigos habían anclado sus barcos en la bahía los últimos días, y por lo que había llegado a hablar con el propio Bidhanck, el capitán del Señor de las tormentas, había algo terrorífico en el mar, algo que hacía que lo aconsejable fuese quedarse anclado en Zalama o largarse al sur o al oeste, a aguas más seguras. Había hablado con Bidhanck antes, y sabía que era un hombre valiente aunque no un temerario, y fuera lo que fuera lo que estaba pasando, era grave. Pocos capitanes temen el mar realmente, y Bidhanck ahora parecía temerlo. En fin, que todos los caminos confluían, y cuando eso sucede sólo se puede seguir hacia donde el destino indica. Y en este caso era su hogar, Isvar. En el fondo, tenía ganas de deshacerse del disfraz y volver a ser él mismo. Si es que tal persona realmente existía.

Continuó mirando el mar, viendo cómo el gran barco del capitán Hoja Afilada comenzaba la maniobra de atraque de manera coordinada y elegante. Pronto, una figura a caballo subió por la ladera de la colina hasta llegar a su lado. Era un hombre bastante alto y corpulento, vestido a la manera Zalameña, con una túnica corta de color verde y sandalias. Su piel era morena y su cabello negro y lacio, cayéndole en una melena sobre los hombros. Su rostro, de rasgos fuertes y mirada escrutadora e impasible, mantenía un eterno rictus serio e inescrutable.
-Ya veo que lo has visto. Antes de que anochezca los capitanes se reunirán. Bidhanck me lo ha dicho.
-Gracias, Gideon. Si todo va bien, pronto estaremos en casa.
-Vayamos a la taberna y esperemos allí. Quizá el capitán tome tierra pronto. Y deberías llamarme Tharam.
-Tienes razón, aunque aquí no hay nadie. Espera, quiero retocar el disfraz. Hace mucho calor y he sudado, no quiero que nadie se dé cuenta de nada por ahora. Debemos mantener nuestras identidades ocultas hasta que estemos en el barco. Quizá algún día tengamos que volver, y no me gustaría tener que utilizar un disfraz distinto, sería demasiado arriesgado.
Comenzó a sacar de su mochila la colección de enseres que usaba para disfrazarse. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y se colocó un pequeño espejo en el regazo. Primero revisó el pelo, comprobando que en ninguna zona se notase el rubio natural bajo el tinte negro. Se retiró la pasta de latak, una extraña pero útil planta que tratada adecuadamente daba una resina gomosa que se pegaba fácilmente a la piel y que solía usar para deformar sus rasgos y, lo que era más importante, para hacer que sus orejas no fuesen puntiagudas. Tal y como suponía, el sudor había estropeado la pasta, y de no haberla cambiado podría habérsele despegado en mal momento. Sus rasgos, que con el maquillaje parecían los de un hombre bastante recio e incluso de mandíbula prominente, se veían ahora finos y delicados, incluso femeninos, y en las zonas en las que había llevado la pasta, se veía su tono natural de piel, levemente moreno pero mucho menos que las zonas maquilladas. Ahí, en el espejo, con su pelo teñido de negro y medio maquillado, pudo verse, o más bien intuirse a sí mismo por un momento. Findanar de Fénix, el semielfo. Pero tenía que volver a ser Gorian el Viajero, comerciante zalameño. Ya quedaba poco. Volvió a colocarse el disfraz con un cuidado inusitado, aprendido a base de experiencia y de equivocarse muchas veces. No había nada peor que un fallo en el disfraz en mal momento. Varias veces había estado a punto de morir por ello, y no quería que se repitiese. Tras ponerse su túnica blanca y de ribetes rojos y dorados, revisó que no hubiese quedado ninguna mancha de tinte ni de maquillaje en ella.
Poco tiempo después, la recia figura de Tharam y la más menuda de Gorian, cruzaban el umbral de la Taberna de la Serpiente Alada, el lugar donde se reunían Jacob, Eidon y los demás capitanes cuando anclaban en Zalama. No vieron a ninguno de los capitanes en la taberna, así que cruzaron la sala hacia el reservado que sabían estaba en la parte trasera. El ambiente era oscuro, había varios tripulantes de los barcos que luchaban contra el Imperio, y las caras eran largas y las conversaciones en susurros. Gorian llamó a la puerta del reservado. Al momento, Ika, a quien ya conocían, abrió la puerta. Su voz era, como siempre, suave, neutra y casi susurrante.
-Gorian. Sabes que eres bienvenido, pero no sé si será el momento.
-Dile a Eidon que me he enterado de que tienen problemas y tengo una propuesta que hacerles. Quizá quiera oírme.
Ika cerró la puerta y al poco rato volvió a abrirla.
-Podéis pasar. Sabéis que lo que oigáis aquí, aquí debe quedarse.
-Lo sabemos. Espero que lo que yo diga aquí también se quede aquí. No sois los únicos que tenéis secretos.
-Sabes que así será.-Ika franqueó la puerta mientras decía esto.
En el reservado el ambiente no era mejor que en la sala. Caras largas y gestos de preocupación era lo que predominaba. A Gorian le llamó la atención Benybeck, a quien no conocía, y que estaba silbando una melodía absurda mientras daba vueltas a la habitación jugueteando con los mechones de su pelo. El miuven le devolvió una mirada inquisitiva y medio sarcástica. Por un momento, el semielfo temió por su disfraz, pero no podía comprobar que todo estuviese bien sin delatarse, así que decidió continuar.
A la mesa estaban sentados Eidon, el pálido e implacable capitán del Intrépido, Bidhanck, el capitán del Señor de las Tormentas, Xiara, la joven y bella capitana del Sable, un barco pequeño pero rápido, más propio de contrabandistas que de piratas, Igram, el capitán del León Marino, y la bella mujer elfa a la que se conocía con el mismo nombre que a su barco, La Dama de Plata. Faltaban Jacob, que había sido líder del grupo por mucho tiempo, y Lang, el oriental. Se fijó en la mano de Eidon y vio el anillo que le otorgaba el liderato del grupo. Jacob le había confesado hacía unos meses que Eidon sería su nuevo líder pronto, pero le extrañaba que ni Jacob ni el Ermitaño estuviesen en el puerto. Tomó asiento e hizo señas a Tharam para que permaneciese tras él, del mismo modo que los guardaespaldas de los capitanes.
-Eres bienvenido, Gorian.- Eidon mostraba una sonrisa sincera pero fría.-Son malos momentos, y todos nuestros amigos serán pocos a partir de ahora.
-De eso quería hablaros, Eidon. Pero antes de entrar en materia, me gustaría saber que ha pasado con Jacob y Lang. Cuando vi llegar al Señor de las Tormentas, pensé que todos os reuniríais aquí.
-De eso estábamos hablando, Gorian. –Xiara era una mujer de no más de veinte o veinticinco años, de pelo moreno y rizo, y piel morena. Sus rasgos eran finos y delicados, y sus ojos, grandes y negros, dejaban ver un algo salvaje que aumentaban su atractivo natural. Vestía con una casaca sencilla y entallada, de color gris, que realzaba su figura, una blusa blanca y pantalones de cuero. De su cintura colgaba el arma que daba nombre a su barco, un hermoso sable, probablemente de factura élfica.-Jacob y Lang ya no están con nosotros.
-¡Dioses!-Gorian estaba realmente sorprendido y ahora entendía las caras largas.-Pero ¿Qué ha ocurrido? ¡Nunca habíais perdido a uno de vosotros desde que os conozco!
-El Imperio ha encontrado un arma lo suficientemente peligrosa. Las consecuencias que traerá son enormes.-Eidon, aunque frío, parecía preocupado.- Discutíamos qué hacer a partir de ahora.
-¿Un arma? ¿Qué arma? Vuestros barcos han sido fabricados en los astilleros del Rey. Nadie posee los conocimientos necesarios en el imperio para hacer barcos como los nuestros. Sus galeones son como bloques de piedra en alta mar comparándolos con vuestros barcos.
-No… no sabemos muy bien lo que es.- Bidhanck parecía asustado.-Unas criaturas. Como pulpos, pero enormes. Y van acompañados por seres similares pero más pequeños. No los ves hasta que te están atacando, y es realmente difícil vencerles. Perdí la mitad de mi tripulación luchando contra uno de ellos. Y a punto estuve de perder mi barco y mi vida.
-Pero… ¿Cómo…?
-Su Dios.-La voz de Eidon sonó fría como la muerte.-Gorian, hay cosas de mí que no sabes, y una de ellas es que yo serví al Imperio durante años. El Dios al que adoran es mucho más que los dioses normales. Su poder se deja ver de manera clara. Controla las mentes de sus adeptos y les puede hacer actuar en contra de sus propias voluntades. Él… o más bien ella, es el verdadero enemigo. Y estoy seguro de que tiene que ver con ella.
-Había oído hablar de su dios, Eidon, pero no sabía que fuese tan poderoso.
-Nadie en el Imperio te hablaría claramente de ese dios sin miedo a morir. Eres un extranjero. Nadie teme más al Dios Perdido que sus propios adoradores.
-Y si es capaz de crear esas horribles criaturas, entonces tenéis un enemigo poderoso.
-Ese dios me odia personalmente, y me lo ha demostrado en muchas ocasiones. Quizá si yo me fuese, dejaría tranquilo al resto, aunque lo dudo. Realmente creo que pretende controlar todo el mundo conocido. La guerra civil con Zembuu también parece uno de sus planes.
-No sé si es ese dios el que ha preparado la guerra civil, pero sí sé que el Imperio es quien la persigue, y quien la ha provocado. Quieren toda Zembia. Pero, o mucho me equivoco, o les va a costar mucho más trabajo del que piensan.
-Ojalá estés en lo cierto, pero si Zalama pierde el mar, tendrá problemas.-Igram, el orondo capitán del León Marino hablaba casi en susurros.
-El mar esta perdido para todos, Igram. Y a Zalama le queda la jungla. Ellos no pueden atravesarla. Los zembabei son una fuerza que no han podido o no han sabido medir.-Gorian estaba muy seguro de lo que decía.- Zembabei resistirá, y si la jungla resiste, Zalama resistirá.
-Pero… ¿Qué haremos nosotros? Me gusta el mar, y no quiero quedarme encerrada en este puerto durante siglos. Hay que buscar un sitio a donde ir.-Xiara parecía contrariada, incluso enfadada.
La sala quedó sumida en un incómodo y tenso silencio. Nadie sabía cuál era la respuesta a esa pregunta. Gorian sabía que había llegado el momento de explicar muchas cosas. De pronto, la voz del miuven rompió el silencio.
-Semielfo, ¿Por qué vas disfrazado? ¿Hay alguna fiesta?- Benybeck sonreía inocentemente.
-¿Qué?-Eidon se puso en pie, mientras que Gorian permaneció todo lo inmóvil que pudo.- ¿Quién es un semielfo?
-Él.-El miuven señalaba sonriente a Gorian.- ¿Hay una fiesta? Me encantan las fiestas de disfraces.
Gorian se puso en pie, sonriendo, y mirando al miuven.
-Vaya, parece que lo que dicen de vosotros es cierto. ¿Por qué dices que estoy disfrazado?
-Hueles a Latak. Y yo sé para que se usa eso. Y tus orejas son muy extrañas. Y además tu pelo no es de ese color. Se nota.
-Estoy asombrado.-Los capitanes escuchaban la conversación incrédulos, mientras que sus guardaespaldas permanecían tensos, preparados para actuar.-Pero estás en lo cierto.
-¡Si quieres conservar tu vida, explícate!-Bidhanck se puso en pie, sumamente enfadado, mientras echaba mano de la empuñadura de su espada. La Dama de Plata le tomó por el brazo y le invitó a sentarse de nuevo.
-Tranquilo, Bidhanck. Gorian, si ése es su verdadero nombre, no nos ha entregado hasta ahora, y no tiene por qué hacerlo. La gente no siempre es lo que parece y eso no les hace ser malvados, ni siquiera peligrosos.
-Gracias, señora. Y creed que la explicación que os voy a dar os satisfará a todos.-La voz de Gorian sonaba ahora distinta. Tenía cierto acento elfo y era más fina. Gorian se quitó el Latak de la cara y las orejas, y después se quitó buena parte del maquillaje que llevaba con un pañuelo.-Antes de nada, sabed que espero que nada de lo que ahora os voy a revelar salga jamás de los aquí presentes. Sé que sois piratas, pero también sé que sois gentes de honor y que respondéis por vuestros guardaespaldas, pero necesito que me deis vuestra palabra de que lo que os voy a contar sobre mí mismo jamás saldrá de esta sala. Si contáis algo, vosotros perderéis un buen aliado, y yo un buen disfraz.
-Tienes nuestra palabra, Gorian.-Eidon estaba serio, aunque no contrariado. El resto de capitanes también asintieron.
-Bien. Entonces, comenzaré por el principio. Obviamente, ni Tharam ni yo somos lo que parecemos. Y te felicito por contar con ese miuven entre tu gente, creo que es una sabia decisión.-Benybeck sonreía ufano, mientras hacía como que se limpiaba las uñas.
-En eso estamos de acuerdo, Gorian. Benybeck me ha ayudado mucho aunque no sepa ni cómo llegó a mi barco.
-A lo que iba. Mi nombre no es Gorian, sino Findanar. Findanar de Fénix. Y obviamente, no soy zalameño.
-Isvar.-La dama de plata sonreía.-Ya te lo había notado en el acento, y tu apellido me lo confirma. No dije nada porque suponía que estabas de nuestra parte. Y lo sigo creyendo.
-Efectivamente, Isvar. De allí venimos y al Senado de Isvar es a quien servimos. Recabamos información sobre el Imperio y sus enemigos, pues tememos que pronto seremos atacados, o por lo menos parte del Senado así lo teme.
-Isvar… -Eidon parecía asombrado.-Entonces existe la península. Había oído hablar de esas lejanas tierras, y lo que he oído parecían leyendas.
-Isvar es un lugar peculiar, Eidon, pero no por su tierra ni por sus ciudades. Isvar es un lugar especial por sus gentes. Los elfos llamamos a Isvar Alath al um airel, la tierra de los hombres libres. En Isvar creemos en la libertad de cada uno de nosotros, y defendemos esa libertad por encima de todo. Y también sabemos que no existe libertad sin justicia. Ésa es la mayor diferencia que he notado con respecto a otros países. En Isvar, hasta el último de los campesinos y los artesanos confía en los notables y en el Senado, pero también se les exige que respondan a esa confianza. Y ellos lo hacen. La gente aquí y en el Imperio es mucho más sumisa. Aceptan la injusticia con una naturalidad asombrosa para un isvariano.
-Si eso es cierto, Isvar me gustaría.
-Eso es cierto, Eidon.-De nuevo, La Dama intervenía con su voz suave y serena, mientras que jugueteaba con uno de los mechones de pelo que le caían por los lados de la cara.-Yo he estado allí hace años, antes de que los habitantes de Isvar supiesen realmente del resto del mundo, y eso ya era cierto. Isvar te gustará.
-¿Me gustará? ¿Qué es lo que quieres decir?
-Sigamos escuchando a nuestro amigo, Eidon, porque creo que sé lo que nos va a proponer. Y creo que aceptarás. O aceptaremos.
De nuevo, Findanar se encontraba con un aliado inesperado. El miuven le había ayudado a quitarse su disfraz y ahora La Dama le ayudaba a hacer su propuesta, y lo que era mejor, a que la aceptaran incluso antes de que la hubiera hecho.
-Pues sí, Dama. Has acertado en mis intenciones porque lo que os intento pedir, o más bien hacer ver, es que quizá vuestra presencia en Isvar sea de gran ayuda. Y creo que vuestra presencia aquí lo único que hará será poneros en peligro, o mantener vuestros magníficos barcos anclados durante no se sabe cuánto tiempo. Isvar cuenta con una flota, pero de barcos mucho más pequeños e inseguros. Como el Imperio, no conocemos vuestras técnicas de construcción de barcos, pues las aguas que rodean la península son peligrosas y están plagadas de arrecifes, que forman una barrera natural. La gran diferencia es que hoy los tritones nos han ayudado a crear cartas marinas seguras con las que nosotros podemos pasar esos arrecifes. Con vuestros barcos conseguiríamos una movilidad que quizá el Imperio no se espere, y vuestros hombres ya son de por sí una magnífica fuerza para luchar en el mar. El Senado de Isvar os pagará bien por vuestros servicios, estoy seguro de ello. Y, Eidon… tus conocimientos sobre el Imperio pueden ser para nosotros la diferencia entre la victoria o la derrota.
Eidon sonrió.
-Desde luego, creo que tus compatriotas deberían tenerte como orador en ese senado, eres convincente y lo que ofreces suena bien. Si Isvar va a luchar contra Sanazar, o lo está haciendo, no puedo sentir otra cosa que amistad hacia vosotros. Pero…
-Siempre ha de haber un pero.-Findanar sonrió.
-Sí, y el pero es que no puedo tomar la decisión por mí mismo. El anillo que llevo y la bandera que está en mi barco me obligan a pensar en el resto de mis compañeros antes de pensar en lo que yo deseo. Si decidiese por mí, iría, pues me he jurado luchar contra su falso dios con todos mis medios, pero he de oír la voz de mis camaradas.
El silencio, de nuevo, fue lo único que se oyó en la sala, a excepción de la musiquilla inconexa que seguía canturreando Benybeck. La voz de Bidhanck sonó decidida.
-Voto a favor. Cualquier mar es mejor que éste ahora, y en ese mar podremos atracar en cualquier puerto. Sí, quiero ir a esa tierra nueva.
Casi inmediatamente, Xiara también habló.
-Yo voy.-Miró a Bidhanck y después a Eidon.-Me aburriría aquí.
-Creo que es la decisión más acertada. Yo también quiero ir. Me gustó Isvar y me gustaría volver allí y ayudarles a defenderse.-La Dama de Plata sonreía complacida.
Todas las miradas se posaron en Igram, que parecía dudar qué decir, o más bien cómo decirlo.
-Lo siento, amigos, pero… soy un poco mayor para seguir con esto, y no veo mi panza en una tierra desconocida. –Igram no se atrevía a levantar la vista de la mesa.-Si estáis de acuerdo, dejaré el grupo, y si no, os seguiré, pero sabed que lo que deseo es quedarme.
Los capitanes se miraron unos a otros. Eidon tomó la palabra.
-Igram, por mi parte, no hay ninguna deuda. Si quieres quedarte eres libre de hacerlo.-El resto de capitanes asintieron.-Todos te echaremos de menos. ¿Qué harás en Zalama? Eres un hombre de mar, y el mar no parece un buen sitio ahora.
-Creo... creo que voy a hacerme socio de Jack. Quiere instalar su taberna aquí ahora que nadie irá más por el refugio en un tiempo. Y creo que montaremos un establecimiento más ambicioso. Venderé mi barco para pagarlo, si es que alguien lo quiere comprar.
-Igram, te compro tu barco y tu bandera.-Todos miraron hacia Findanar.-Llegué con ciertos fondos que me asignó el Senado, y que he hecho crecer aquí. Y necesitaré alguien que se encargue de mis negocios mientras no vuelva, si es que vuelvo. Te ofrezco esos negocios a cambio de tu barco. Verás que sales ganando y mucho.
-Gorian, o Findanar, no soy ningún tonto y nunca me acabé de fiar de ti… todo era demasiado fácil. Me permití el lujo de pagarle a un par de buenos amigos para que te investigasen, y por lo tanto, sé los negocios que tienes y acepto. Por supuesto que acepto. Y cuando vuelvas te devolveré lo que me llevo a mayores. Soy un hombre de honor.
-Bien, entonces, parece que hoy hemos de dar un golpe de timón. –Eidon sonreía, bastante asombrado de lo que habían decidido.-Hablemos con las tripulaciones, los que se quieran quedar podrán hacerlo, y dispongámonos para partir. Parece que tenemos un nuevo capitán entre nosotros.
-Bienvenido, Findanar.
-Mmmm mejor llamadme Gorian hasta que lleguemos a Isvar… Entenderéis que no me guste que me conozcan por mi nombre.

Escrito por Cronos el lunes, 31 de mayo de 2010

Planes en la oscuridad.
La cueva estaba situada en la parte alta de un escarpado acantilado, en una de las bahías al sur de la malhadada Vallefértil. La tierra parecía acabar repentinamente cayendo a pique sobre un lecho de rocas golpeadas una y otra vez por las olas, pero en uno de los tramos el acantilado era menos abrupto y se podía acceder con facilidad a una pequeña cueva. Era una oquedad natural en la roca que no tenía más de veinte o treinta pasos de profundidad y no más de diez de anchura, pero que cuando el tiempo no era demasiado malo, podía servir de refugio. Saryon la recordaba porque algunos de sus hombres, animados por él mismo, habían erigido en ella un pequeño altar en honor a la diosa benigna del mar, Ondwe, a quien hacían ofrendas los pescadores que habitaban la zona, así como la mayoría de los marineros y muchos comerciantes. Él mismo había acudido al altar en múltiples ocasiones a rezar, pues su familia era gente de mar, y era dueño de una de las mayores flotas de mercantes de Isvar, heredada de su padre hacía ya muchos años.

Pretendían deshacerse de la carga que pesaba sobre ellos, la pesada carga de saber que muchos inocentes habían sido asesinados y devorados por un enemigo que parecía invisible, pues no sabían por dónde habían llegado ni a dónde habían ido. Pero parecía que los seres que habían perpetrado la matanza se habían asegurado de que nadie pudiese encontrar refugio ante la pesadilla, pues en el suelo de la cueva yacían restos de huesos humanos entre los jirones de las ropas que habían llevado puestas. Era imposible determinar cuántos habían caído allí, puesto que la mayor parte de los huesos habían sido destrozados hasta ser reducidos a astillas, sin duda para devorar hasta la última pizca de carne comestible de sus enemigos. La pequeña estatua de la diosa también había sido destrozada, y en el hueco dispuesto en la pared de piedra para ella habían tallado toscamente una burda estrella de tres puntas.
-Lo han hecho en todos los templos. –Vanya señalaba al misterioso símbolo.- Destrozaron las imágenes y las estatuas de nuestros dioses y las sustituyeron por esas grotescas marcas. Es como si tuviesen algún tipo de motivo religioso.
-O algún dios que les une.-Maray parecía sobrecogida.-Cuanto más sé sobre los que nos amenazan, más me doy cuenta de los sacrificios que necesitaremos hacer para vencerles.
-Si es que somos capaces de vencerles de alguna manera.-La voz de Saryon resonó en la cueva como un mal presagio.
Recogieron los restos en silencio, exploraron los alrededores para asegurarse de que no quedaba ninguno de aquellos lezzars cerca y, tras enterrar los restos en el prado que rodeaba el acantilado, rezaron unas oraciones por que sus almas alcanzasen su destino final. Después, prepararon una pequeña hoguera en el interior de la cueva y cenaron, ahora ya algo más sosegados. Tras la frugal cena, Vanya comenzó a relatarles lo sucedido cuando exploraba las ruinas del asentamiento de los lagartos.
-…hasta ahí todo parecía normal, pero la sala que descubrí en el pasillo contenía información muy importante. En ella había una especie de… no sé muy bien cómo describirlo, pero recordaba a las crisálidas de algunas mariposas. Eran como bolsas, del tamaño de un hombre, y rellenas de un liquido pardo… o verdoso, y que emitía una luz tenue. Dentro de ellas se movían figuras, sin duda con aspecto humanoide. Creo que esos seres estaban… transformándose, algunos parecían lezzar por completo, mientras que otros habían perdido sus escamas, y tenían aspecto más humano. Había uno en particular que estaba más avanzado, se movía, y sus rasgos eran prácticamente humanos. Me resultaron muy familiares, a pesar de que carecía casi por completo de pelo. Lo miré más de cerca, y entonces todo se hizo claro.
-¿Quién era?- Saryon miraba interesado a Vanya.
-Tú.
Por un momento solamente se escuchó en la cueva el sonido del mar golpeando contra las rocas.
-¿Yo?... y… ¿Qué hiciste?
-Dudé por un momento, pues no sabía si quien estaba allí eras tú o no, pero finalmente decidí que no podías ser tú. Maté a aquella criatura, y su sangre era verde y espesa, más parecida a la de uno de esos lagartos que a la de un hombre. Entonces oí que llegaban más lezzars, y decidí que mi presencia allí no era bien recibida, así que me escapé. Tras ello me dirigí hacia aquí y… bueno, el resto ya lo sabéis.
-Son noticias terribles, Vanya.
-Lo sé. Están haciendo… copias mágicas de algunos de nosotros. Pretenden confundirnos y conseguir información. ¿Recuerdas quién te dijo que el camino por el río hacia Arbórea era el más seguro?
-Sí, claro, fue el senador Makhram Naft, en una carta. Tendré que tener un intercambio de opiniones con él. Necesitamos saber si la sangre de las copias permanece verde al final del proceso, y… digamos que Makhram es muy sospechoso de haber sido sustituido. Si no me equivoco estará en Fortaleza. Y allí es a donde pretendía dirigirme ahora. Podremos hacerle algunas preguntas.
-Si las copias tienen la sangre verde tendremos una manera de saber en quien podemos confiar. ¿Y después? – Maray había estado en silencio hasta ese momento.
-Tendré que hacer entender al Senado que estamos en guerra antes de que haya más matanzas como la de Vallefértil. Pero quizá el enemigo me haya dado la mejor de las armas para ello. Ahora entiendo muchas cosas, y he de actuar de manera rápida y contundente, o quizá nunca seamos capaces de parar a La Horda. Me gustaría hablar con Clover. Hay algunos puntos que ya tengo claros, y creo que sé por qué Clover me pidió lo que me pidió…
-¿A qué te refieres?-Ahora era Vanya la que no lograba entender lo que se escondía tras las palabras de Saryon.
-Varias cosas. Información importante. Viajan por el submundo, ahora ya es evidente, y creo que éstos son los mismos lagartos que estaban en el norte de Arbórea.
-¿Por qué lo dices?- Vanya parecía sorprendida.
-Hace tiempo que están cambiando, se han vuelto organizados. Eso lo dijiste tú en Arbórea. ¿No te parece significativo?
-Sí, tienes razón.
-Eso me hace creer que hay alguien detrás. Creo que es fácil relacionar la desaparición de los lezzars de Arbórea con la aparición de éstos. Además, esta horda, o lo que sea, sólo puede provenir de esa zona, o del mar. Si viniesen del mar habríamos visto barcos, o los tritones de Clover nos habrían avisado si viajaban bajo la superficie. Tienen que venir de allí, y tienen que ser ellos. Pero también tiene que haber un motivo para que repentinamente estos seres se hayan vuelto inteligentes, fuertes y voraces. Vienen a comer.
-Otra vez alguien que guía y manipula.
-Sí, y Clover me avisó en su carta de que esto es incluso más grande de lo que parece. Empiezo a ver algo más allá, y empiezo a entender el porqué de algunas cosas. Creo que los lagartos son sólo una herramienta, y no la verdadera amenaza. Por eso Clover mandó a Willowith y al ejército lejos.
-¿Por qué? Deberíamos defendernos de ellos, deberíamos defender a la gente.-Vanya parecía indignada.
-Porque la manera de vencerles no es luchando contra ellos. Si la amenaza es mayor, los lezzars han sido enviados para desgastarnos y habrá algo después. Son un simple sacrificio, algo que nos envían para confundirnos y asustarnos, pero no el enemigo real. Si nos enfrentásemos con ellos y nos derrotasen, o incluso si los derrotásemos a ellos, el ejército quedaría muy dañado, y no podría enfrentarse a un nuevo enemigo.
-Y eso es lo que pretende el enemigo. Pero la solución no puede depender de la muerte de miles de inocentes.-Maray parecía consternada.
-Todo depende del verdadero tamaño de la amenaza, cosa que desconozco. Pero me fío del criterio de Clover. Jamás me ha fallado. Quizá nuestra derrota conllevase derrotas más graves, o quizá la siguiente amenaza sea incluso mayor que la de morir para ser alimento de los lezzars. Pero lo que ya tengo claro es cómo vencerles. Ahora ya sé por qué Clover me pidió todo lo que me pidió. Y tenemos que actuar rápido.
-¿Y cómo les venceremos sin el ejército?
-Tenemos que matarles de hambre.
De nuevo, el sonido de las olas en su eterno y laborioso trabajo contra la roca fue lo único que sonó en la cueva.

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